Ciencia inútil y tecnología para nada

Antes del mediático acelerador de partículas en el CERN, eran otros los artefactos predilectos de la física de altas energías. 
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Ciencia inútil y tecnología para nada

Eso fue lo que me dijo Jack Steinberger, Premio Nobel de Física y alumno del legendario Enrico Fermi. De hecho, esa fue su conclusión luego de que yo me acercara a él a la hora del café matutino en el restaurante central del CERN, en Ginebra, con el propósito de saber si creía que un grupo de jóvenes estudiantes, así como una comitiva multinacional de políticos y empresarios, eran capaces de apreciar la época analógica, romántica, predigital de todas las disciplinas científicas, no sólo de la física de altas energías. “Sin duda, tienen la capacidad”, replicó Jack, “pero quien no posea la sensibilidad necesaria para curiosear más allá de su loable doctorado o de su puesto, quien no tenga más de dos dedos de imaginación, está frito".

Si me lo hubiera dicho cualquier otro, le hubiera dado el avión suavemente, le hubiera hecho creer que sus perogrulladas eran dignas de reflexión. Pero ¡eran frases de Jack! Quien desee saber un poco más de este excepcional experimentalista, leyenda viva de la ciencia que se ha aventurado a explorar las entrañas de la materia, puede leer una entrevista en Armonía y saber (Tusquets, Libros para pensar la Ciencia, 2004). Dicho de otra manera, hay que ser curioso y realmente imaginativo para sobrevivir en un mundo donde todo (o casi) ha sido inventado y descubierto.

“Me suena a cliché”, repliqué de manera tímida. “Sí”, me contestó, “pero por algo se han vuelto clichés: porque todo mundo habla de ellos pero pocos saben en qué consiste su truco”. Luego cada uno tomó su camino de regreso al trabajo. Me encaminé por los jardines atrás del restaurante. Entonces me detuve frente a un artefacto que ha estado ahí por décadas y resume parte de lo que Jack había expresado minutos antes.

Hablo de la EBBC (Gran Cámara de Burbujas Europea), una chulada digna de la película de sci-fi más kitsch. Consta de un tanque en forma de cilindro, con un radio de 3.7 m y, en su momento, lleno de hidrógeno líquido enfriado a -173 oC. Una campana de vacío cubre la cámara, cuyo objeto era evitar que la temperatura del hidrógeno subiera. Fue construida en los años setenta para satisfacer las necesidades de detección de las partículas de altas energías emanadas de los nuevos y cada vez más grandes aceleradores. Esta creación de la paciencia humana ayudó durante poco más de una década a descifrar la cascada de entidades subatómicas que cruzaban su tanque en una billonésima de segundo.

Cuando semejante ventana al microcosmos se encontraba en operación, allá abajo en la caverna y no aquí arriba en calidad de testigo mudo, estaba rodeada de bobinas de un imán superconductor, así como de diversos detectores que se dedicaban a seguir el rastro e identificar aquellas partículas que lograban escapar del líquido. Era la estrella de la pista.

A lo largo de once años se grabaron 6.3 millones de placas fotográficas, documentos muy apreciados por los físicos de los psicodélicos años sesenta, quienes casi se volvían locos ante la extravagante colección de entidades que apenas se dejaban rastrear en el zoológico de las partículas subatómicas, dado que antes de líquido, las cámaras estaban llenas de gas, más tenue y menos propenso a interactuar con las escurridizas partículas que aparecían en un rango de energía mayor. Entonces dio inicio la labor de clasificación, de encontrar un orden, un por qué y un cómo. La Gran Cámara de Burbujas permitió asomarse con sencillez y eficacia a la vida fugaz de trozos de materia que, no obstante, responden a características propias (electromagnéticas) y dicen: “Miren, por aquí pasé y mi huella no se parece a la de aquéllas”.

En eso veo encaminarse hacia mí a los muchachos aspirantes a doctorado, los animo a que se tomen fotos junto a la Gran Amiga de los Cazadores de Partículas de la Era Disco y escuchen lo que tiene que decirles. Pero con toda la cortesía del mundo me responden que llevan prisa, pues los esperan para una conferencia en el auditorio. Ni siquiera hago el esfuerzo con los personajes de la comitiva, llevan más prisa y su agenda debe estar muy apretada.

Antes de seguir mi camino veo venir a cuatro estudiantes preparatorianos que han venido de Lausana a visitar el rompe-átomos más grande de la Tierra, me cuentan. Hago mi labor de merolico. Muestran curiosidad y se enganchan. Les pregunto si se imaginan ese mundo antes de la era digital y asienten, incluso les parece cool. Cuando se lo platico a Jack, pone cara de “ya ves, no todo está perdido”. Y agrega: “Hay quienes tienen la paciencia de entender el pasado”.

De hecho, pocos días más tarde uno de los creadores de la EBBC y ex director general de CERN, el alemán Hors Wenninger, explicaba a un grupo de muchachos franceses y alemanes lo que significó cooperar para construir este aparato poco después de la Segunda Guerra. Como dice Wenninger, “conocer cómo se superaron las heridas del pasado puede ayudar a no poner en riesgo lo que se ha construido”.

Lo que a mí me parece cool es que, precisamente, la obra magistral de Jack fue convertir un fantasma inútil y bueno para nada, el neutrino, en una herramienta útil para el avance y consolidación de la física que explora el interior del átomo, luego de décadas de largo y complejo ir y venir entre la teoría y la escena experimental.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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