Ciencia y Ficción I

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La melodía universal

¿Carece la música de toda relevancia adaptativa, como sostiene Steven Pinker, de la Universidad de Harvard, o es una adquisición evolutiva, enraizada inextirpablemente en el genoma humano?

Uno de los mayores problemas para responder a esa pregunta es la globalización, para muchos inconsciente, de las diversas sonoridades, pues ¿quién puede afirmar a ciencia cierta que nunca en la vida ha escuchado algún cántico sufi o una mazurca, si éstas pudieron haberse colado en la música subrepticia de una película, un comercial o un ascensor? Para resolver ese problema, el equipo de Thomas Fritz, del Max-Planck-Institut für Kognitions- und Neurowissenschaften de Leipzig, usó como sujetos experimentales a miembros de la etnia mafa, quienes debido a su remoto hábitat (las montañas Mandara de Camerún) no habían entrado nunca en contacto con la música occidental, y comparó sus reacciones con las de un grupo control de estudiantes alemanes. El objetivo del experimento era contribuir a resolver la cuestión acerca de los universales musicales y averiguar si existe una reacción emocional congénita a los diferentes tipos de música, común a todos los seres humanos. Los resultados (publicados en la edición online de Current Biology, doi:10.1016/j.cub.2009.02.058) no dejan lugar a dudas: Las emociones básicas estudiadas (alegría, tristeza y miedo), expresadas en la música occidental elegida, pudieron ser reconocidas tanto por los oídos virginales de los mafa como por los entrenados de los europeos. El autor concluye: “No hay duda de que la música es una parte clave de aquello que nos hace ser humanos”.

También el lector interesado en aquilatar su instinto musical puede realizar el experimento siguiendo este enlace. Ahí encontrará las tres melodías empleadas por Fritz y, a través de sus reacciones, podrá comprobar hasta qué grado forma parte de la especie humana.

¿Qué sentimientos experimentará la raza alienígena que escuche por primera vez las melodías grabadas en los Discos de Oro –el escalofriante primer movimiento de la 5ª Sinfonía de Beethoven, la lastimera suite indonesa “Ketawang Puspawarna Laras Slendro Pathet Manyura” o “El cascabel” jubiloso de Lorenzo Barcelata– que se encuentran a bordo de las sondas interestelares Voyager?

El oscuro espacio en que nada está

En su número de marzo, el Scientific American Magazine pregunta en su artículo central si realmente existe la energía oscura. Para hacernos una idea, forzosamente mínima, de la magnitud de la cuestión, baste evocar que la energía oscura, si en verdad existiera, ocuparía el 74% de nuestro universo, mientras que el espacio restante estaría repartido entre la materia oscura –el 22%–, y ese arenoso conglomerado de átomos que constituye la materia de nuestros cinco sentidos –el humilde 4% restante. Recordemos también que el concepto de energía oscura fue introducido hace 11 años para explicar un fenómeno inesperado e incompatible con el modelo estándar del universo, a saber, el aumento de velocidad con la que éste se expande. Dado que ninguna de las cuatro fuerzas fundamentales bastaba para explicar esa aceleración, los astrónomos, en un alarde de fantasía, postularon una quinta fuerza y la llamaron energía oscura, no tanto por su color, que desconocían, sino debido al aura de misterio que la rodeaba, sin que hasta la fecha haya logrado ser demostrada su presencia.

En el artículo de marras, los autores dan un giro espectacular a la cuestión y postulan un escenario cósmico alternativo, vacante de energía oscura, despoblado de arcanos. Lo sorprendente es que con ese cambio de perspectiva nos devuelven un universo prodigiosamente ileso de la herida narcisista que Copérnico le inflingiera hace ya tantos años; uno en el que la Tierra vuelve a ocupar un lugar privilegiado en el cosmos –ciertamente no en el centro preciso que Ptolomeo le adjudicara, pero situada en una región excepcional, justamente en la cual el universo se dilata aceleradamente. Así, en un mismo movimiento, tanto el postulado de la energía oscura, la incógnita más desmesurada de todas, como el democrático principio cosmológico, según el cual todas las regiones del universo son parejamente iguales, quedan abolidos. Y así, sumándose a la teoría propuesta por Tirthabir Biswas y Alessio Notari, de la McGill University, concluyen que la singularidad exenta de energía oscura en la que nosotros moramos no es ni siquiera única, sino que nuestro universo estaría henchido de ese tipo de excepciones, tal como un queso suizo lo está de vacíos.

Pero quizás exista una tercera posibilidad, una en la que la energía oscura realmente existe, sólo que nosotros –torpes creaturas atormentadas por el vano afán de comprender– vivimos en la única zona del espacio sidéreo en la que su presencia no puede ser registrada. Y acaso esa energía oscura no sea otra cosa que los restos de ese Dios imaginado por Mainländer, “un Dios, que en el principio de los tiempos se destruyó, ávido de no ser”.

– Salomón Derreza

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Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.


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