Carlos Pellicer invitรณ a cenar a unos amigos, y a los postres les anunciรณ una primicia. Estaba escribiendo sus Sonetos a la Virgen y les leyรณ algunos. Como era natural, se deshicieron en elogios. A lo cual respondiรณ:
–Mis queridos amigos. Estos sonetos concursaron en los Juegos Florales de Sahuayo. Ustedes fueron los jurados y no les dieron ni menciรณn.
Alejandro Avilรฉs y Manuel Ponce, separadamente, me contaron su desconcierto, y me aseguraron que los inconfundibles sonetos nunca llegaron a sus manos. Alguien hizo una preselecciรณn para ahorrarles trabajo, y ellos escogieron lo mejor que encontraron.
La administraciรณn descuidada desprestigia los premios. Los enjuagues existen, pero no hacen falta para que el resultado sea injusto. El jurado, los concursantes, los administradores y patrocinadores pueden actuar de buena fe con resultados sin sentido.
Hay quienes piensan que los premios deberรญan suprimirse porque estรกn amaรฑados y, aunque no lo estรฉn, son inciertos como indicadores de excelencia. La lista de premiados y no premiados con el Nobel de literatura parece darles la razรณn. No se puede decir que el primero (Sully Prudhomme, 1901) y el primero de lengua espaรฑola (Josรฉ Echegaray, 1904) sean mejores que Tolstรณi, Proust, Kafka o Borges, que no fueron premiados.
Kjell Espmark, que presidiรณ el jurado de 1988 a 2005, trata de explicar lo que sucede en El Premio Nobel de Literatura: Cien aรฑos con la misiรณn, y destaca el problema de la claridad. El mandato escrito por Alfred Nobel para los cinco premios anuales pedรญa el galardรณn para quienes hubiesen “llevado a cabo el mayor servicio a la humanidad” en el aรฑo anterior; y, en el caso de la literatura, para quien “haya producido lo mejor en sentido ideal”. A partir de esta vaguedad, ¿cรณmo proceder?
Se comprende que algunos miembros de la Academia sueca propusieran rechazar la encomienda. Convertirse en tribunal de lo mejor en el planeta era ajeno a su misiรณn y superior a sus fuerzas. Estaban dedicados a cuidar el sueco: preparar diccionarios y editar a sus clรกsicos. (Curiosamente, ni Espmark ni la pรกgina oficial de la Academia mencionan que el primer proyecto de estatutos fue encargado a Descartes por Cristina de Suecia, que querรญa hacer de Estocolmo una Atenas del Norte.)
Nadie propuso a Tolstรณi para inaugurar el premio de literatura; y, cuando se supo que el honor habรญa sido para Prudhomme, se armรณ un escรกndalo. Docenas de escritores suecos protestaron en una carta pรบblica a Tolstรณi, “venerado patriarca de la literatura contemporรกnea”. Tolstรณi la agradeciรณ, aunque en la respuesta dijo tambiรฉn estar contento: se salvรณ de un dinero que “no puede hacer otra cosa que daรฑo”. La respuesta sirviรณ para que el aรฑo siguiente, cuando sรญ fue presentado, tampoco fuera premiado. Todavรญa en 1905, hubo un dictamen (encontrado por Espmark en los archivos) donde se condenaba La guerra y la paz por atribuir “al ciego azar un papel tan decisivo en grandes acontecimientos de la historia mundial”.
¿Por quรฉ se han multiplicado los premios? Porque son baratos. Los premios que apoyan el lanzamiento de un bestseller son nada frente al negocio del editor. Naturalmente, la mayor parte de los premios no sirven para vender, pero son actos de relaciones pรบblicas tan baratos para vestir a las instituciones que fรกcilmente acaban manejados de cualquier manera, con resultados contraproducentes: la oscuridad o el escรกndalo. Innecesariamente, porque si se quiere celebrar a alguien, basta con organizarle un homenaje, sin las complicaciones de un supuesto concurso donde resulta ganador.
Para el joven Salvador Elizondo, que estaba indeciso entre dedicarse a escribir, pintar o hacer pelรญculas (como su padre), fue decisivo recibir el Premio Villaurrutia 1965 por su primera novela (Farabeuf o la crรณnica de un instante), a los 33 aรฑos. A partir de ahรญ, se consagrรณ a las letras. El premio fue importante tambiรฉn para su editor, Joaquรญn Dรญez Canedo, que acababa de fundar la editorial Joaquรญn Mortiz (en 1962) y habรญa apostado por la calidad del libro, a sabiendas de que no serรญa un bestseller. Tambiรฉn fue importante para las letras mexicanas: ampliรณ sus horizontes con una novela que llamรณ la atenciรณn internacional (fue traducida a cinco idiomas). Y fue bueno para los lectores que, sin el premio, nunca se hubieran enterado.
Los premios pueden ser creadores: aportar una perspectiva inรฉdita en la recepciรณn de una obra. Animan al premiado y a la comunidad lectora en una direcciรณn significativa. No hay que tomar a la ligera su creaciรณn y mantenimiento, aunque el monto sea bajo. Lo que estรก en juego es mรกs importante que el dinero: la orientaciรณn de la opiniรณn pรบblica, la confianza en que los certรกmenes son serios.
Para que lo sean, no hay que improvisarlos. Por lo mismo, no puede haber muchos: la seriedad exige preparaciรณn, trabajos y cuidado. Su configuraciรณn es esencial para que tengan sentido. Las reglas deben ser claras y practicables. No tan restrictivas que produzcan un solo candidato (en cuyo caso parecerรญa que “tienen dedicatoria”), ni tampoco cientos. El jurado debe estar bien escogido. Las fechas y tiempos para recibir candidaturas, estudiarlas, discutirlas y dictaminar deben estar bien pensadas. Todo el proceso, incluso la discusiรณn que desemboca en el veredicto, debe sujetarse al escrutinio pรบblico. Ademรกs, serรญa bueno dar cierto protagonismo a los jurados, volviรฉndolos responsables de manera visible: pagรกndoles generosamente (porque es mucho trabajo) y filmando la discusiรณn para los noticieros culturales.
Un concurso de novela para escoger la mejor entre quinientas no puede ser serio, porque no es posible que todos y cada uno de los jurados hayan leรญdo todas y cada una de las quinientas novelas. Es un fraude al pรบblico y a los 499 perdedores, movilizados para cubrir las apariencias. Si existe un jurado previo encargado de eliminar las que no merecen llegar al jurado final, este procedimiento deberรญa ser explรญcito y los nombres de los encargados de la preselecciรณn deberรญan ser pรบblicos, asรญ como la lista que resulte de su trabajo.
Tampoco son serios los concursos dominados por camarillas de las grandes instituciones, aunque su propรณsito no sea ganar dinero, sino ascensos en la burocracia donde estรกn haciendo carrera. A los trepadores, como a los vendedores, no les interesa el buen juicio lector: bueno es lo que se vende, bueno es lo que se premia. Con distintos propรณsitos, abusan de la confianza pรบblica.
Nadie mรกs alejado de esos criterios extraliterarios que Xavier Villaurrutia. Tenรญa, segรบn cuentan, la manรญa antolรณgica de hacer listas de los mejores escritores. Un juicio que seguramente pesaba entre quienes lo respetaban, pero no tenรญa efectos en las ventas ni en la carrera burocrรกtica de nadie. Inspirado en รฉl, cinco aรฑos despuรฉs de su muerte en 1950, Francisco Zendejas inventรณ el Premio Xavier Villaurrutia “de escritores para escritores”, a diferencia del Premio Nacional de Literatura que era un premio del Estado.
El Villaurrutia no empezรณ premiando a los veteranos consagrados, aunque en retrospectiva pueda parecerlo. De seguir ese criterio, hubiese empezado por Alfonso Reyes, que nunca recibiรณ el premio, y por esos aรฑos (entre sus 64 y 66) publicรณ libros admirables: Memorias de cocina y bodega (1953), Parentalia (1954), A campo traviesa (1954), Trayectoria de Goethe (1954), Quince presencias (1955). Ahora nos parece que el primer premiado (Juan Rulfo, en 1955) era un consagrado, pero fue al revรฉs: el premio ayudรณ a consagrarlo, cuando tenรญa 38 aรฑos y acababa de publicar su primera novela, Pedro Pรกramo.
Esa capacidad de acertar y anticiparse al reconocimiento que alcanzaron Rulfo y Elizondo le dio prestigio al premio. Tambiรฉn el hecho de que en 1958, 1961 y 1962 fue declarado desierto. No cualquiera ganaba el Villaurrutia. Ni siquiera los veteranos de lujo, como Reyes. Fue un premio para escritores que ya no eran promesas, sino jรณvenes maestros dignos del espaldarazo del gremio.
Si el jurado del Premio Villaurrutia 2011 (Silvia Molina, Ernesto de la Peรฑa e Ignacio Solares) no encontrรณ nada mejor que los libros de dos veteranos mediocres (Sealtiel Alatriste y Felipe Garrido, de 63 y 70 aรฑos), debiรณ declarar desierto el premio. La Sociedad Alfonsina Internacional y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, que lo organizaron, nos deben explicaciones:
1. ¿Cuรกles son las reglas del Premio Villaurrutia? ¿Dรณnde estรกn publicadas?
2. ¿Quiรฉn nombrรณ a los jurados, con quรฉ criterio? ¿Seรฑalaron sus posibles conflictos de interรฉs? ¿Se abstuvieron de votar en algรบn caso?
3. ¿Dรณnde se publicรณ la convocatoria? ¿Quiรฉnes podรญan ser candidatos y quiรฉnes no? ¿Cรณmo llegaron las candidaturas al jurado?
4. ¿Dรณnde estรก la lista de las obras que concursaron? ¿Cuรกntas sesiones dedicaron a su discusiรณn? Si fueron decantando sus preferencias en votaciones sucesivas, ¿cuรกl fue el resultado de las votaciones intermedias? ¿Quiรฉnes quedaron como finalistas?
Dado que el escรกndalo resultante no se habรญa visto en los 56 aรฑos del Villaurrutia, y dada la importancia que ha tenido y puede seguir teniendo un premio de tanta tradiciรณn, lo razonable es declararlo desierto para 2011. No basta con descalificar a uno de los premiados, convicto y confeso de copiar lo ajeno sin usar comillas ni dar crรฉditos. Hay que descalificar al jurado, que no tomรณ en serio su trabajo y asรญ produjo un dictamen nada respetable.
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.