Claude Cahun, modo de empleo

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Según José Antonio Marina, filósofo de cabecera y personaje mediático de notable éxito, no hay tarea más provechosa para el análisis certero de lo que nos ocurre que jugar a los detectives. Por ello, ahora que comienza la rentrée cultural, hemos seguido su ejemplo y nos hemos lanzado a contarles nuestras pesquisas acerca de una de las mujeres más enigmáticas, excepcionales, fascinantes, innovadoras y silenciadas del panorama creativo europeo: la francesa Claude Cahun.
     Nombre mítico, aunque durante largo tiempo marginal y olvidado, de la rutilante nómina surrealista gala, Claude Cahun (Nantes, 1894—Jersey, 1954) disfrutó este año, y gracias al IVAM, de los honores de una primera y excelente exposición antológica en nuestro país. Aunque la muestra no obtuviera el eco periodístico que le era debido, Letras Libres no perdió la oportunidad de dar noticia de una artista que hizo de los autorretratos fotográficos toda una investigación estética sobre la identidad. Bien lo merece quien hizo de su vida y obra un ejemplo permanente de cómo "la poderosa conciencia del vértigo, la asunción de la inestabilidad y de la precariedad, conllevan un juicio claro, una conspicua posición política". Y Claude Cahun nunca escondió su mirada crítica ni su compromiso insobornable frente a los discursos hegemónicos, monolíticos, esencialistas y totalitarios. Porque, como acertadamente subrayaba en estas mismas páginas Olvido García Valdés, "cuestionar las raíces, la fijeza de la identidad tiene consecuencias no sólo epistemológicas sino políticas".
     Pero la actualidad de Cahun no se acabó ahí, en los desvelos y esfuerzos divulgativos que supuso su primera monográfica en España. Las últimas informaciones procedentes de Francia son aun más halagüeñas para quienes seguimos con devoción la obra de esta sacerdotisa del narcisismo, de esta combativa detractora de cualquier falso precepto reaccionario sobre la condición humana y sobre la dualidad masculina/femenina que marca nuestra identidad: acaban de editarse todos los escritos de quien fue, en opinión de André Breton, "uno de los espíritus más curiosos" de su tiempo. Y, por si el notable rescate editorial nos supiera a poco, en París se ha incluido este año a Cahun entre las celebridades artísticas que merecen los honores y el disfrute de unos sugerentes recorridos literarios que hacen las delicias de esa sufrida, curiosa y melancólica figura que es el turista cultural.
     Estas recomendables rutas, organizadas por Blandine Benôit, nos muestran los escenarios urbanos que protagonizaron la vida cotidiana de aquel mítico grupo de artistas vinculados a la mítica exposición "La revolución surrealista" (por cierto, si alguien desea disfrutar de estos circuitos surrealistas por París, puede pedir más información en el teléfono 01 44 784511). La oferta para paseantes se reanudará en octubre y, además de "Claude Cahun, una mujer en el surrealismo", se incluyen las opciones que siguen: "Philippe Soupault, flâneur entre dos orillas", "René Crevel, el arcángel del surrealismo" y "André Breton y el recorrido de Nadja". Y se anuncian como novedades, ante la buena acogida de la iniciativa, paseos protagonizados por el dadaísmo y el situacionismo. Más allá del instructivo valor simbólico acerca de cómo el sistema comercia, engulléndolos, con los hasta ayer personajes malditos y/o famosos, ¿se imaginan algo parecido por estos lares?
     Mientras la madurez, la inventiva y el glamour llegan al turismo "cultureril" español, seguiremos con la defensa de nuestra recomendación de hoy. Acérquense a Cahun. Disfruten de esta fotógrafa, novelista, actriz, traductora, poeta, ensayista y agitadora permanente del muy a menudo tedioso y convencional panorama creativo de nuestra época, que fue la suya. Tuvo una vida turbulenta, intensa, brillante y peligrosa, como suele ocurrir con todos los adelantados a su tiempo. Una trayectoria poseedora, pese a su radicalidad desafiante y visionaria, de una rara coherencia. Aunque nada hacía presagiarlo si atendemos a sus orígenes. Porque Lucy Schowb, ése era su auténtico nombre, nació en el seno de una familia de la alta burguesía intelectual y se educó en Oxford y París, donde cursó Filosofía y Letras en la Sorbona. Pero la sobrina de Marcel Schwob, aquel escritor que tanto admiró Borges, cultivaría otras estéticas, otras ideologías y amistades menos convencionales y ortodoxas. Y, entre ellas, debemos citar a Robert Desnos, Henri Michaux, Sylvia Beach, Georges Bataille o André Breton. Las décadas de los años veinte y treinta fueron especialmente intensas para esta defensora de la libertad sexual y de costumbres. Durante la Segunda Guerra Mundial fue detenida por la Gestapo y condenada a muerte. A su término, reanudaría el contacto con sus amigos parisinos sin dejar la isla de Jersey, a la que se había trasladado en 1937 y donde residió hasta su muerte.
      Inédita durante años no sólo para el gran público sino para los eruditos y estudiosos del arte del siglo xx, fue redescubierta en Francia durante la década de los noventa, en gran parte gracias al tesón de un experto como François Leperlier y a la ruptura del tabú de misoginia y machismo que convirtió el influyente movimiento surrealista en un mero inventario varonil cuando mujeres de la valía de Claude Cahun no fueron la excepción.
     Hoy, convertida ya en una de las referencias inevitables de la modernidad artística, su labor en el ámbito de la fotografía nos la muestra como autora de un trabajo singular e innovador, capaz de convertir el autorretrato en una gran y liberadora metáfora sobre las posibilidades del arte fotográfico para subvertir la realidad. Las múltiples exposiciones individuales y colectivas celebradas en París, Nueva York, Tokio, Washington, Munich o Ginebra durante los últimos años así lo avalan. Ahora, con la edición antológica de sus textos, será también el momento adecuado para recuperar y revalorizar como merece su tarea como escritora.
      La biografía y la labor pionera de Claude Cahun parece confirmar la tesis de que la verdadera vanguardia creativa de nuestra época residiría en lo andrójeno, en la heterodoxia que supone el cuestionamiento de la identidad. Porque, según escribe en Confesiones sin valor, uno de sus libros fundamentales: "La excepción confirma la regla, y asimismo la invalida. Tengo la manía de la excepción. La veo más grande de lo normal. Sólo la veo a ella. La regla no me interesa más que en función de sus desechos que convierto en alimento. Así me desclaso adrede. Peor para mí."
     Su investigación artística sobre la identidad, que no abandonaría nunca, la llevó a tomarse a sí misma como principal objeto de estudio, como modelo para ejemplarizar sobre la constatación de la multiplicidad, de la diversidad de identidades del ser humano moderno. De ahí la complejidad de los géneros, la no división entre lo masculino y lo femenino: "¿Masculino? ¿Femenino? Depende de los casos. Neutro es el único género que me conviene siempre."
     Lo importante es saber que "no hay que dejarse emparedar por el entorno", según anota Cahun. Por eso rescribir la realidad mediante la creación artística fue la gran aventura de su vida y el motor que guió su actividad. Es la suya la obra de una artista que gustaba de flirtear con la ambivalencia, que practicó la rebelión permanente contra esas falsas objetividades y etiquetas que nos sojuzgan y limitan, incapaces de reconocer la pérdida de identidad del hombre moderno y de constatar, por tanto, que no hay verdades absolutas y que somos seres múltiples, complejos, en permanente metamorfosis y reinvención. ~

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