Clisés para una oda a la ciudad y puerto de Santa María de los Buenos Aires

Una crónica lírica del puerto argentino
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Para Daniel, Victoria, Max, Elena y Valentín

 

“Buenos Aires es una ciudad apurada, viejo, ¿viste? Claro, vos llegaste en feriado, todo cerrado ¿viste? Pero esperáte al miércoles. Te llevo a San Telmo”. “Ya se dijo todo sobre Buenos Aires”.

Una de las cosas más fascinantes que existen es detenerse a mirar fijamente las heridas propias y las cicatrices de uno. Hasta llega uno a extrañarlas, decía el autor de un libro cirujano; pacientes hay que no se resignan a perder sus heridas abiertas y sus dolores. Y se rascan o se lamen o peor. Pero las heridas tienden en el tiempo o a pudrirse, o a cerrarse en sanación.

Vomitó en Buenos Aires, caminó con los pies ensangrentados por Buenos Aires, se masturbó en Buenos Aires, se enamoró, cansado de contar hombres guapos en La Rural, se rió, cenó, bebió, cayó bien, cayó mal, miró, sonrió, durmió, se despertó, se entristeció con el primer cuento que todo lo preludia: El matadero, de Esteban Echevarría. Que todo estuviera mejor. Buenos Aires es una ciudad de supervivientes (David Viñas, Cuerpo a cuerpo).

Alejandra Pizarnik le desveló los misterios de Erzébet Báthory cuando tenía tan sólo doce años y hacía apenas cuatro que venía de ver la exposición de Remedios Varo. Todo en México.

(Están todos arrumbados en un depósito en Bahía Blanca los coches falcon, casi todos verdes, todos anónimos. Ya no circulan callada y temiblemente por Callao o por Boulogne-sur-mer, malevaje inscrito en la guerra sucia). “Que los sacaran de allí, qué sé yo, un artista, con medios, y fuera y se los llevara y los dejara caer sobre el Río de La Plata, para formar  un arrecife. ¡Con esos autos! ¡Claro! Hacer vida, que se apague esa presencia de la muerte”.

Clisé de la mujer loca, ida, de chambrita beige, pelo blanco y manchas en la cara. Está siempre en la escalinata de El Carmen y pregunta, con voz suficiente: “Oiga, señor, ¿usté sabe hacer la olla podrida como la hacía su mamá?”

Afiche: Yacimientos Petrolíferos Fiscales = YPF = Yrigoyen Perón Fernández.

“Yo, mañana, voy a tener un día muy álgido, ¿sabés? Un enfrentamiento… ¡y claro!”

El retrato que un joven fotógrafo casado le tomó a Rodolfo Fogwill, vitriólico, o a Daniel Link, inasible. 

Todo comentario es una persecución (Noé Jitrik, El fuego de la especie).

Palabras (antes) desconocidas: locro (un guiso criollo); ñato (chato) (Jorge Luis Borges, Evaristo Carriego); salado (caro); merca (coca); malón (grupo de indios avanzando con hostil intención), mazorquero (plebe asesina; matón a sueldo del tirano); flete (caballo) (Adolfo Bioy Casares, Memorias).

El Virreinato fue Jauja (Abel Posse, La santa locura de los argentinos). Luego, enorme, San Martín. Mejor el exilio y el láudano. Y Rosas: “el progreso es la barbarie”. Y contra él, Sarmiento, “que fue de boletinero, sabés, no empuñó un fusil, pero para él, él era el hombre más importante del ejército, y terminó su libro de las campañas en la mesa misma de Rosas…”

¡Ah! ¡Ser porteño! (Buenos Aires es una ciudad de novios). La luna abruma. Victoria no toleraba a los borrachos. En Nueva York o en el Tigre era déspota y se engriaba. Pero hay que ver Sur. Victoria coleccionaba gente. “Pero mirá que se equivocó: ¡traer a Tagore!”

Encandilamientos. El número amarillo donde Sur condensa su pasión por el cine: Borges escribe sitiando Citizen Kane. Y Bioy: esperaría el fin del mundo en una sala de cinematógrafo.

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Frost (México, 1965) es editor, escritor y guionista. Entre sus libros recientes están La soldadesca ebria del emperador (Jus, 2010) y El reloj de Moctezuma (Aldus, 2010).


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