¿Compañero Barack? Obama y la izquierda

Todo mundo sabe que el presidente de EUA no es el Compañero Barack, pero ¿por qué los izquierdistas se apresuran a negarle el carnet de militancia a Obama cuando algunos hemos hecho público nuestro entusiasmo por sus éxitos electorales?
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En Estados Unidos solamente los miembros de algunos de los grupos más extremistas de derecha creen que Barack Obama es comunista, socialista o algo similarmente reprobable. Unos lo creen porque no tienen la más mínima idea de lo que encierran los términos “socialismo” y “comunismo” y tan solo les quedan recuerdos propios o trans-generacionales de los estereotipos de la época del Temor Rojo y la Guerra Fría. Otros están mejor informados sobre los conceptos aludidos, pero aun así se suman alegremente al “desenmascaramiento” del “socialista” Obama porque finalmente los epítetos “socialista” y “comunista” son solo algunos de los significantes abstractos con los que la derecha estadounidense envuelve su noción de anti-Americanness (el equivalente reaccionario gringo de la “anti-Patria” peronista o el “anti-Pueblo” maoísta); formas de señalar la irredimible otredad del presidente. Por ello es que ningún estadounidense que se identifique a sí mismo como socialista, comunista, anarquista o cualquiera de las viejas etiquetas de la izquierda… vaya, ni siquiera los grandes contingentes del moderno “progresismo”, saldrían a desmentir cualquier referencia a la supuesta militancia izquierdista de Obama. Es tan obvio que todos saben que sería una pérdida de tiempo.

¿Por qué entonces tantos amigos izquierdistas latinoamericanos se apresuran a negarle el carnet de militancia a Obama cuando algunos de los que siempre nos hemos preciado de jugar por la pradera izquierda de la cancha hacemos público nuestro entusiasmo por los éxitos electorales del presidente de Estados Unidos? ¿Por qué se afanan tanto en reprendernos por nuestras “esperanzas infundadas”, nuestra ingenuidad política o de plano nuestras evidentes tendencias pro-yanquis? Véase, por ejemplo, un par de citas tomadas de la República Democrática-Popular de Facebook: “Con Obama gana el centro-derecha. Ninguna esperanza.” “No se engañen, Obama también es imperialista.” Creo que estas reprimendas parten de un malentendido monumental: no creo que ningún izquierdista se engañe ni se ciegue al entusiasmarse por la reelección de Obama. Nadie espera que el presidente de Estados Unidos se ponga la boina o repita citas de Emma Goldman. Y sin embargo, creo que hay muchos motivos para ser optimistas.

Aunque este texto no trata de rehabilitar a Obama, creo que vale la pena detenerse un poco en este punto. La izquierda latinoamericana les ha extendido generosamente su manto y su franquicia a muchos personajes de ambiguas credenciales ideológicas y muy dudosa procedencia. En Argentina un confeso admirador de Mussolini y anfitrión de varios nazis de grueso calibre acaparó y sigue acaparando el imaginario de la mayor parte de la izquierda local. En Nicaragua gobierna un presunto violador y probado anti-feminista con la bendición de sus pares miembros del muy progresista ALBA. En Venezuela y Perú, antiguos golpistas formados en la disciplina militar encabezan gobiernos con amplio respaldo de coaliciones de izquierda. Y sin ir más lejos, en México acabamos de apoyar por segunda vez (me incluyo explícitamente) como candidato de la izquierda a la presidencia a un individuo socialmente muy conservador, aliado por momentos del empresario más rico del mundo y abiertamente antisindical.

-Todo se explica por el contexto latinoamericano – se me dirá.  En el marco del abierto intervencionismo estadounidense en apoyo de las oligarquías locales, el solo hecho de que alguien les salga al paso a los yanquis lo pone a la cabeza de la coalición nacional popular, como hizo el General con aquel lema formidable de “Perón o Braden” (embajador de EUA) que le atrajo las simpatías de no pocos socialistas y comunistas en 1946  mientras empezaba a llenar la Argentina de ex-oficiales de las SS. Este argumento del izquierdismo-por-contexto serviría a la perfección para reivindicar a Obama. Después de todo, como senador y candidato presidencial, Obama representaba la posición más a la izquierda dentro del estrecho mainstream de la política estadounidense. Sus posturas sobre política exterior, el papel del estado en la redistribución de la riqueza, inmigración, el derecho de las mujeres a decidir y el respeto a la diversidad sexual eran lo más lejos que se podría ir sin dejar de ser elegible para el mayor cargo político del país. Más a la izquierda están muchos políticos e intelectuales tan respetables como irrelevantes en el debate público actual.

Pero el punto fundamental aquí no es relativizar el izquierdismo propio y ajeno con base en el contexto específico. El punto es enfatizar qué aspectos de los éxitos electorales de Obama son promisorios desde una perspectiva de izquierda. Y este es el aspecto que me parece más ignorado en la discusión entre mis compañeros de corriente. El éxito de Barack Obama no se explica sin la extraordinaria movilización social sobre la que se construyó. Es una movilización de base con características poco comunes. Es a la vez una disciplinada y muy estratégica maquinaria electoral, así como una descentralizada red de grupos y coaliciones locales con agendas muy particulares. Aunque no existe un patrón o modelo único de articulación, se puede señalar una especie de traslape de agendas sectoriales y locales con la agenda nacional.

Ubiquemos, por ejemplo, a tres grandes sectores protagonistas en la coalición nacional y sus interacciones locales: los sindicatos aglutinados en la federación nacional AFLO-CIO y en torno al sindicato de servicios SEIU; la campaña por los derechos de los inmigrantes, rejuvenecida con los famosos dreamers: jóvenes estudiantes indocumentados en lucha por su legalización y acceso a la educación superior; y el movimiento por los derechos de la comunidad LGBT enfocado, entre varias cosas, en la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo. En el caso del estado de Maryland, los grupos locales LGBT e inmigrantes juntaron fuerzas para apoyar referendos locales sobre el DREAM Act (la iniciativa legislativa que permite a los estudiantes indocumentados de bachillerato acceder a la educación superior y regularizar su estatus migratorio a largo plazo) y el matrimonio gay. Sindicatos locales y organizaciones afroamericanas se sumaron a la movilización y el éxito en las urnas fue total. En los estados de Washington y Colorado se aprobaron iniciativas para permitir y hasta gravar la compra y posesión de mariguana para consumo personal. En estos casos, los activistas pro-mariguana unieron fuerzas con ambientalistas y grupos LGBT. En Ohio, los sindicatos que habían encabezado amplias coaliciones para detener iniciativas contra la negociación colectiva en el sector público ahora se movilizaron para elegir legisladores comprometidos con la defensa de los derechos laborales.

La campaña de Obama por la reelección sirvió como el gran catalizador de estas movilizaciones locales y logró unificarlas en una narrativa general de ofensiva contra el poder empresarial y defensa de la equidad social. Obviamente, para cimentar esta alianza nacional fue importantísimo que emergiera un adversario común en la forma de los grandes consorcios empresariales que, como el de los infaustos hermanos Koch, lo mismo financiaron medidas antisindicales que campañas por la “santidad” del matrimonio e iniciativas para limitar y hasta cancelar el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, al tiempo que inyectaban grandes recursos a la campaña de Mitt Romney. Esta cuestión es la que vale la pena enfatizar. Sin el referente nacional que proporcionó la campaña de Obama, las movilizaciones locales no habrían pasado de ser campañas de grupos de interés con un contenido simplemente “progresista”. El potencial transformador de esta movilización social radica en que en conjunto implica un cierto desplazamiento del debate nacional a través de una recuperación y re-significación de nociones comunes como, por ejemplo, la de “justicia”.  Como nos explicaba Nancy Fraser en la New School for Social Research, un reto para la izquierda contemporánea es profundizar en conceptos como el de la vieja “justicia social” añadiendo dimensiones relevantes para grupos históricamente marginados y excluidos. A la justicia distributiva, provincia histórica de los sindicatos y el discurso socialdemócrata, habría que añadir la justicia a través del reconocimiento de las identidades particulares y sus contribuciones a la comunidad, así como su justa representación en el discurso emancipador.

Al vincular las demandas particulares en una cadena discursiva ampliada no solo se incrementan las posibilidades de éxito, desde un punto de vista puramente pragmático, sino que cada demanda se convierte en parte de una perspectiva crítica y transformadora de la realidad social. De esta manera, el acceso de los jóvenes indocumentados a la educación superior no solo es la posibilidad de hacer realidad sus “sueños” individuales de movilidad social sino, sobre todo, es una arma en el combate a la profunda desigualdad social al evitar que un sector de la población esté destinado a convertirse en mano de obra barata cuya precaria situación migratoria inevitablemente socave el poder de los trabajadores organizados. En otro ejemplo, las campañas por la legalización de la mariguana no solo representan la vieja reivindicación hippie del soberano derecho a ponerse pacheco, sino fundamentalmente expresan la crítica de la nefasta “guerra contra las drogas” y la denuncia de sus efectos en las brutales tasas de encarcelamiento entre la comunidad afroamericana y, en ese sentido, representan otro frente de lucha contra la desigualdad. 

 No me parece que exagero al afirmar que el germen de esta profundización de las nociones de justicia a través de las demandas sociales puede estar en las recientes movilizaciones electorales. Idealmente, una vez puesta en pie, la coalición nacional alcanzaría una mayor autonomía de su catalizador, la figura de Obama, y se constituiría tanto en la principal fuente de crítica la gestión presidencial como en el mayor factor de presión para llevar a cabo su agenda mínima, entre cuyos puntos se encuentra la reforma migratoria y la extensión de las protecciones contra la discriminación en todas sus formas. Es, por supuesto, una perspectiva de largo plazo que trasciende la administración actual.

Evidentemente los retos son formidables y el principal es buscar la manera de seguir movilizados. En 2008, fue evidente que los diversos sectores de la coalición electoral de Obama se replegaron al confirmarse la victoria y tuvieron que observar impávidos e impotentes la reacción conservadora en la forma del Tea Party. Hay signos alentadores de que esta vez se ha aprendido la lección. Los portales de noticias están inundados de declaraciones de organizaciones latinas que afirman que no bajarán la guardia hasta que se apruebe la reforma migratoria y he escuchado que en la AFL-CIO todo mundo tiene prohibido irse a casa después de la elección. Es redundante decir que el presidente de Estados Unidos no será nunca el Compañero Barack, pero no lo es tanto decir que en torno suyo hay millones de compas en las movilizaciones actuales y futuras.

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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