Contra las ferias del libro

¿Cómo es una feria del libro a la mexicana?
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Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de las ferias del libro. Metternich, Guizot y el zar ya están más que muertos, el papa ahora es argentino, pero como cada año, al acercarse el mes de abril, el que esto escribe, las ancianas y los niñitos de secundaria tiemblan ante la sola mención de las ferias del libro.

Y para colmo de males ya cada pueblo de más de cien mil habitantes tiene su propia feria del libro. Algunas de estas incluso llevan el calificativo de “internacional”. Pero, ¿qué es una feria del libro, querido lector? O mejor dicho: ¿cómo es una feria del libro a la mexicana? Tomemos como ejemplo aquella del pueblo donde yo nací: San Juan de los Palotes. Se trata de tres carpas en una plaza pública. Dos de ellas funcionan como auditorios. Cada una de estas tiene el nombre de una vaca sagrada muerta hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana. En la tercera, la más grande, se encuentran los puestos donde se vende aquello que menos importa en una feria del libro; es decir: los libros (como bien sabemos la función de estas ferias es que dos o tres burócratas se paren el cuello “apoyando a la cultura”, comenzando por el gobernador, que jamás ha leído un libro, pasando por el presidente municipal, hasta el director del instituto de cultura, un hombre triste y arrogante al que nadie quiere, etcétera). Quien haya frecuentado estos espectáculos deplorables en dos o tres ciudades distintas se habrá dado cuenta de que los expositores siempre son los mismos y por lo tanto la mercancía es igual: saldos con bestsellers y libros de superacion personal; clásicos pésimamente editados por Editores Mexicanos Unidos (nuestros Penguin de petatiux); y libros educativos para niños cuyas ilustraciones nos recuerdan a las paredes de una guardería en Pyongyang. También hay volúmenes editados por el gobierno o la universidad (o en el peor de los casos por ambos). El catálogo de los mismos es variado: poetas locales cuyos títulos rimbombantes nos dejan perplejos: Páramo insomne o Páramo equidistante (agregue a páramo cualquier adjetivo y felicidades: ya es usted poeta); olvidables antologías de jóvenes poetas menores de veinte años con títulos al estilo de Florilegio sanjuanense (poetas nacidos en la década de los noventa); sesudas investigaciones regionales al estilo de La fluctuación de los precios del maíz en el valle de San Juan de los Palotes de marzo de 1775 a abril de 1775: un acercamiento.

Lo que sucede en estos puestos podría ser trágico pero es opacado por las carpas pequeñas con el nombre de un vaca sagrada muerta hace muchos años en una galaxia muy lejana. Ahí suceden cosas que pueden hacer que un pajarito se caiga muerto de un árbol a dos kilómetros de distancia. Los entendidos llaman a esto “presentaciones de libro” (la piel se me pone chinita). Pero, ¿qué es una presentación de un libro en una feria a la mexicana? Hay una mesa cubierta con un mantel de plástico que dice: Feria Interplanetaria del Libro de San Juan de Los Palotes 2015. Sobre la mesa hay botellitas de agua y un micrófono y cartelitos con los nombres de los tres individuos de expresión adusta que miran con los brazos cruzados las cincuentas sillas vacías frente a ellos. Que en el lugar del público no haya ni un alma es el resultado lógico de que en San Juan de los Palotes a nadie le interesa lo que los señores de expresión adusta tengan que decir sobre el nuevo libro del poeta (sentado a la izquierda) ni lo que este diga sobre sí mismo ni su obra cumbre: Páramo inexorable. Afortunadamente para la autoestima del señor poeta los burócratas que organizan estos festivales de la palabra conocen toda clase de artimañas. Cuando existe la amenaza de que la presentación reviente por falta de público, el burócrata manda una señal telepática a la escuela secundaria más cercana. Con el pretexto de la promoción de la lectura, el maestro, a quien no le gusta dar clases ni trabajar en general, acarrea a sus cincuenta alumnos hasta la carpa con el nombre de una vaca sagrada muerta hace muchos pero muchos años en una galaxia muy pero muy lejana. Se trata del más puro estilo priísta de hacer las cosas. El acarreo no nomás funciona a la hora de llenar mítines sino también a favor de una tarea tan noble como la difusión cultural. Pero ahí, sin deberla ni temerla, estos pobres niños (quienes están en una edad en la que sus únicas preocupaciones deberían ser el acné y la laca para el cabello) tendrán que escuchar durante más de cuarenta minutos los inteligentes comentarios de los señores adustos sobre la obra del poeta; y peor aún (tiemblo solo de pensarlo): la obra misma. Y el poeta, con una crueldad que no conoce parangón desde la aurora del derecho, alarga la lectura de su poemas mientras da pequeños sorbos a su botella de agua, paladeando como si fuera un caramelo cada prescindible adjetivo de Páramo ineluctable.

Eso, en términos generales, querido lector, es una feria del libro a la mexicana. Se me van algunos detalles, como la pomposa inauguración por el gobernador y el presidente municipal y la vaca sagrada viva disponible para tal efecto. En las presentaciones además de los poetas están los historiadores y antropólogos regionales, los provocadores que deberían estar encerrados entre cuatro paredes acolchadas, los borrachos que hacen preguntas impertinentes, lo reporteros culturales que jamás en su vida han leído un libro, los intelectuales de café que ni escriben ni pintan ni leen ni pichan ni cachan ni dejan batear, etcétera. Y como ya dije, ahora cada pueblo quiere tener su propia feria del libro internacional con el fin de promover la lectura y pagarle los viáticos a los infelices (como yo) que publican en Tierra Adentro: es un mal que se extiende por todo el país como un reguero de pólvora. Alguien debería de hacer algo. Alguien debería de pensar en los niños.

 

 

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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