El siglo XXI lleva camino de ser el siglo del simulacro. Los proféticos avisos de Walter Benjamin proyectan su sombra sobre el mundo jurídico como nube de langosta que devora el invento más cuco de la edad moderna: el derecho a la propiedad privada intelectual. Dado que una abstracción sólo obtiene realidad mediante su traducción en mercancía, la Idea se hizo copyright. No obstante, el simulacro sigue avanzando y con él se muere otro invento moderno asociado al anterior: el original. No falta ya mucho para que la clase media pueda poseer su “Pabellón Mies”, o su “Ville Savoie” en la parcelita. El progreso de la clonación es imparable.
Mi amigo y colega Jordi Vila, profesor en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, me ilustraba la semana pasada sobre otro admirable avance del simulacro. Permítanme que se los explique. Siendo así que las delicadas iglesias románicas del Pirineo fueron saqueadas por los sabios burgueses y la casi totalidad de sus altares, frescos y esculturas se encuentran hoy en los Museos, la Generalidad de Cataluña ha decidido restituir algunas piezas especialmente valiosas a su lugar de origen, con el fin de animar el turismo. Por supuesto, no van a devolver el original, pero sí un clon. Observen ahora el proceso de clonación y asómbrense.
En este momento se están clonando tres ábsides, un altar y una preciosa virgen policromada. El caso de la escultura es el más puro: el original (propiedad del Museo) se digitaliza con luz blanca a una potencia inferior a los cincuenta lux para no dañarla, y así se produce un referenciado de tres millones de puntos. Para que se hagan una idea, los romanos que copiaban estatuas griegas usaban 150 puntos. Una cabeza copiada en un taller renacentista no superaba los cincuenta puntos; la cabeza de la virgen clonada tiene trescientos mil. No se trata, por tanto, de una copia, sino de un clon.
El archivo digital se almacena en un CD-ROM jurídicamente protegido por un serio dispositivo de medidas. La primera es que lo guarda la Institución (la cual puede, si así lo desea, destruirlo). Pero hay precauciones añadidas como, por ejemplo, distorsiones en la figura según un porcentaje secreto (menor al 10%, en todo caso), “errores” ocultos (un pliegue ligeramente más profundo, quizás), o una pieza metálica insertada en el interior de la estatua. Gracias a ello, el clon posee, como es lógico, su propio ser, está “personalizado”.
Interviene entonces la máquina de esculpir, una fresadora que trabaja por control numérico, un millón de veces más rápida, eficaz y exacta que el viejo pantógrafo de taller. Esta máquina, usada hasta ahora para crear prototipos en la industria del automóvil, produce un modelo en resina epoxi, aunque, en lugar de resina, puede utilizarse el mismo material del original: una piedra de cantera conocida o una madera del siglo XV. La escultura se termina a mano, tanto para el policromado como para algunos lugares ciegos, el reverso de la oreja o un agujero de termita, pongamos por caso. La virgen clonada es muy difícilmente distinguible del original si uno no posee las claves secretas pactadas entre la Institución y el clonador, y por esta razón se adoptan tantas precauciones.
Ahora podemos dejar libre la imaginación y cavilar acerca de nuestras cambiantes costumbres. En primer lugar, he aquí cómo se produce hoy una virgen románica. Nadie vaya a creer que el proceso es menos artístico que el del siglo XIII. El escultor medieval habría dado un ojo de la cara para poder trabajar como el moderno, porque también él copiaba de otros originales. En aquel tiempo no existía el copyright. Nuestra virgen clonada es tan virgen y tan románica como el original, su diferencia es metafísica: una es “verdadera”, la otra es “falsa”. Sin embargo, la virgen “verdadera” es más bien poco verdadera ya que nadie le reza o le pone flores en el museo; en cambio, la virgen “falsa”, una vez instalada, bien puede recuperar su uso original. Dicho más claro: ambas son mercancías, pero la falsa está más cerca de su verdad como imagen sagrada que la verdadera. Constatación: una vez en su nicho, la bendice el párroco. La Santa Sede, iluminada por el Espíritu Santo, ha decidido que un simulacro también puede ser santo.
En segundo lugar, si se produjera un incendio o derrumbe que destruyera el original, entonces la copia pasaría a ser la virgen verdadera, del mismo modo que las copias romanas de estatuas griegas desaparecidas son ahora “los originales”. En consecuencia, nuestro clon es la garantía de que el original es original. La virgen verdadera es el original gracias a la falsa virgen, la cual acepta humildemente su papel secundario como proyección de una momia sepultada en el Museo. Así también, en las cuevas de Altamira, el simulacro se visita, pero el original queda reservado para las arañas y los roedores. El simulacro usurpa el lugar de culto del original.
Maravillosa intuición la de Benjamin sobre la era del simulacro: cada copia de una fotografía o de una cinta cinematográfica no es un clon. El original de la fotografía y de la cinta cinematográfica ya es un clon. Todas las obras de arte, futuras y pasadas, habrán de participar de este privilegio. No podrán escapar. ~
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