Cristina y Eva

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El mundo, paulatinamente, tendrá que acostumbrarse a que los gobernantes son humanos, y, por lo tanto, frágiles, cambiantes y apasionados; por ejemplo, el presidente de Francia, que fue abandonado por su mujer nada menos que en el momento culminante de la gloria. Para las mujeres el poder, el éxito y la posición son insuficientes frente al derecho de su corazón.

Por supuesto, Cristina nada tiene que ver con Sarkozy, ni siquiera con Hillary Clinton, con quien tanto se la ha comparado: nunca se ha sabido que tuviera que perdonar a su hombre y presidente desvaríos o deslices sexuales pese a la incesante campaña machista que le ha atribuido todas las perversidades que es posible adjudicar a una mujer.

Ésa es una de las grandes diferencias que en política enfrentan hombres y mujeres, lo que en ellos es “perder la cabeza” en ellas es perversión y esto marca un punto de inflexión en el significado del ejercicio del poder.

Otra mujer antes que Cristina supo esto, lo supo y lo enfrentó en las condiciones más agrestes, superándolo con una promesa: “volveré y seré millones”. Sin duda a Evita le hubiera gustado tener la fortuna de ser abogada y vivir en la ciudad de La Plata –como ella–, en lugar de haber nacido en Junín y ser hija natural. Sin embargo, ambas comparten el valor, la intuición y la capacidad para entender que detrás de cada demanda social hay un derecho.

Con 44.92 por ciento de los votos el triunfo de Cristina se ha adjudicado a la buena administración económica de su marido, el presidente Néstor Kirchner, que durante cuatro años logró sacar adelante la caótica situación que enfrentaba este país y alcanzar un crecimiento de 8.4 en el primer semestre del año según el INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos).

La Historia nunca aclarará hasta qué punto Cristina fue estratega de la política económica de Néstor, una pareja que se ha descrito en innumerables ocasiones como indestructible y que sin duda merece el reconocimiento de la lealtad.

Néstor Kirchner no necesitó agotar su destino como mandatario, renunció a su segundo mandato entendiendo que la función política no acaba en la silla presidencial, sino que –por el contrario– se puede fortalecer en dupla política (aunque la contraparte sea mujer, aunque sea nuestra mujer, aunque sea la madre de nuestros hijos) para encarnar un gobierno y un partido que representen a la Argentina del siglo XXI.

Es imposible entender a Cristina Kirchner o a Néstor Kirchner sin explicar la capacidad de autodestrucción argentina. En el año 2001 este país era gobernado por Fernando de la Rúa –sucesor de Carlos Menem–, quien había alcanzado la presidencia como candidato de una alianza de centro-izquierda formada como contrapeso de los peronistas –el elemento recurrente en el ser y no ser argentino.

Con fama de moderado, De la Rúa cumplía puntualmente todos los requisitos del establishment político: democrático, cínico y radical, con un modelo de gobierno sujeto a las políticas económicas recomendadas por el Fondo Monetario Internacional. La industria argentina quedó en manos de grandes trasnacionales dejando de lado la única gran reforma pendiente: el acceso equitativo a mejores oportunidades de vida.

El despertar de este sueño de estabilidad financiera de la dupla De la Rúa-Menem llegó en diciembre de 2001, cuando por quinta vez consecutiva en la vida los argentinos de cincuenta años y más perdieron todo, otra vez…

El “corralito” –como se calificó a la medida tomada por el gobierno para la huida de capitales por el pánico de los cuentahabientes– fue la gota que colmó el vaso. Con el fin de reclamar el derecho sobre su propio dinero, depositado en cuentas bancarias congeladas por el gobierno, las clases medias salieron a las calles y cacerola en mano orillaron a la renuncia de Fernando de la Rúa: “¡Que se vayan todos!”, gritaban en las calles. El consumo sin límite y la eterna vanidad de ser tocados por la gloria de haber nacido en la Argentina, sumados a las directrices de las multinacionales, habían detonado una crisis económica de enormes proporciones.

Lo mismo había ocurrido en 1945, cuando la humanidad salía con dificultades de la Segunda Gran Guerra para celebrar la vida en un mundo que –ahora sí– funcionaría correctamente.

Ese nuevo mundo era alimentado por la carne y el grano argentino, el país que más reservas de oro atesoraba pero que no por ello había erradicado la pobreza. Con un gobierno militar encabezando la nación, el miércoles 17 de octubre de 1945, Eva Duarte –eterna aspirante a estrella de cine– le pidió a su amiga la cantante española Concha Piquer un auto prestado para ir en busca de su amante, el coronel Juan Domingo Perón, que a la sazón era vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo.

Perón había sido detenido y acusado por sus compañeros militares de utilizar su cargo para congraciarse con los obreros. Eva recorrió el cinturón industrial de Buenos Aires, convocando uno a uno a los “cabecitas negras” –término racista empleado para definir a los desclasados–, para sembrar lo que a la postre sería el movimiento de los “descamisados”. Los “grasitas” entonces se congregaron frente a la residencia presidencial, la Casa Rosada, y clamaron el nombre de Perón, pidiendo su libertad.

Los gallardos compañeros de la Junta Militar salieron aterrados con destino a Punta del Este, Uruguay, dejando vacío el centro del poder político. Esa noche, los argentinos volvieron a la Casa Rosada para aclamar: ¡Perón, Perón! ¡El primer trabajador! Y Perón, flanqueado por Evita, prometió: El futuro empieza aquí.

Eso fue hace 62 años. Este año, desde ese mismo balcón de la Casa Rosada y a lado de Néstor Kirchner, un hombre frío y no sólo porque naciera en la Patagonia, sino por su férreo control político, Cristina Fernández de Kirchner extendió su mano y convocó a trabajar y colaborar por el futuro, prácticamente siguiendo el mandamiento peronista.

En un diálogo con el autor de estas cartas, el canciller Jorge Taiana lo definió con mayor precisión: “el peronismo no es un partido político, ni siquiera es un movimiento social, simplemente es un sentimiento”. Un sentimiento muy femenino, puesto que sólo Eva y Cristina han conseguido elevarlo a delirio popular.

Nadie sabe lo que piensa Cristina de Eva, pero a las coincidencias se impone una gran diferencia: el coronel Perón utilizó a sus mujeres, Cristina K utilizó a su hombre, es una diferencia sustancial, signo de los nuevos tiempos, pero como dijo Jorge Luis Borges: “los peronistas no son ni buenos ni malos simplemente son incorregibles”.

¿Qué instrumentos auxiliarán en su ejercicio de gobierno a Cristina Fernández de Kirchner? Básicamente dos: la dignidad nacional y la necesidad de hacer de Argentina una potencia del Mercosur (Mercado Común del Sur) frente al gigantesco Brasil.

¿Cuál va a ser el modelo económico de Cristina Kirchner? El mismo que el aplicado por su esposo: frente al dilema entre pueblo y corporaciones, optará por el primero.

Respecto al modelo político, será el que desde hace treinta años guía la alianza Kirchner-Kirchner; no obstante, no debemos olvidar que lo único que puede producir un divorcio es precisamente el poder. Dedicado a la reorganización de su partido, puede ser que la visión política de Néstor no coincida necesariamente con la de una glamorosa y novedosa Cristina.

La Historia nos ha demostrado que cuanto más retrasados los países más adelantada su vanguardia en cuanto a conquista política alternativa; mucho antes que en los países “civilizados”, las mujeres ganaron el poder en naciones como la India, Pakistán, Filipinas, Panamá e Indonesia.

En un mundo latino, el mundo de los machos, Cristina es la primera mujer que llega al máximo cargo sin deudas históricas y sin la muerte como testimonio de abusos pasados.

Atrás quedaron figuras de tránsito como Mireya Moscoso, presidenta de Panamá, Violeta Chamorro, de Nicaragua, o la misma Michelle Bachelet, cuyo padre fue asesinado por el régimen de Pinochet.

Al poder no se llega por ser de derecha o de izquierda, frente a la crisis ideológica, la oferta política por raza o género constituye una novedad. Sin embargo, en esta conquista del poder en dupla puede estar, además del principio de sus triunfos, el fin: desde la organización de su partido, el distante y frío Néstor puede asegurar su continuidad política –y una posible reelección en el 2011–, cuestionando a la mujer que deja en su lugar, a su esposa. ~

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