La exhumación catódica y futurista del padre de la patria Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, mejor conocido como Simón Bolívar, es sin duda alguna la acción de gobierno de mayor complejidad simbólica que nos ha regalado el poder ejecutivo venezolano. Para quienes no vieron las imágenes de esta obra maestra del videoarte contemporáneo les recomiendo que se pasen por YouTube o googleen “exhumación de Simón Bolívar”; allí encontrarán material de la más rabiosa actualidad artística, algo que Nam June Paik, Bill Viola o Damien Hirst ya hubieran querido inventar.
Con la exhumación se perseguía: 1) Determinar si los huesos que descansan en el Panteón Nacional de Venezuela, atribuidos a Simón Bolívar son, en efecto, de Simón Bolívar y no de algún otro y menos famoso difunto. El presidente albergaba la sospecha de que la oligarquía colombiana había sustraído el cadáver con fines protervos. 2) Determinar si el Libertador murió, como dicen los médicos e historiadores, de tuberculosis, o si más bien fue envenenado con arsénico por la oligarquía colombiana. Esta hipótesis, que venía construyéndose desde hace algunos años en el más alto poder ejecutivo, fue blindada por la investigación de un profesional de la universidad de Johns Hopkins quien publicó en una revista americana la posibilidad del magnicidio.
Así, un sentido de epopeya científica pero también criminalística bañó de principio a fin el fantástico episodio. Por momentos uno no sabía si todo aquello ocurría frente a las costas del mar Caribe o en la imaginación anticipada del gran Andréi Tarkovski. Hombres vestidos con trajes quirúrgicos, de impecable blanco, guantes, gorros ad hoc, barbijos 3m. Una auténtica patrulla para desactivar bombas biológicas se encargó de abrir el ataúd de plomo y manipular el esqueleto en medio de las gloriosas notas del himno nacional de Venezuela.
Tomas aéreas, travellings y contrapicados multiplicaron la emoción de los espectadores que no sabían exactamente a qué género audiovisual estaban siendo sometidos. Tras retirar la bandera tricolor que lo cubría, el escuadrón especializado cortó el manto negro que servía de mortaja y al fin todos pudimos ver el cuerpo, los huesos, el fantástico esqueleto de nuestro padre de la patria.
Ahhh, el país entero fue un largo suspiro. Bolívar estaba allí, en carne y hueso, como de vuelta de las alturas de Boyacá, dispuesto nuevamente a librar la batalla por la emancipación de los pueblos. Aquel costillar ahora despertaba de un largo sueño y brillaba bajo la incandescencia de los spotlights de los camarógrafos.
Ante tanta intensidad, el presidente –vía su cuenta personal de Twitter, @chavezcandanga– pudo dejar para la historia el registro de su emoción: “Confieso que hemos llorado, hemos jurado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada. Dios mio […] Dios mio, Dios mio… Cristo mio, Cristo Nuestro, mientras oraba en silencio viendo aquellos huesos, pense en ti! Y como hubiese querido […] Cuanto quise que llegaras y ordenaras como a Lazaro: “levantate Simón, que no es tiempo de morir”. De inmediato recordé que Bolivar Vive!! […] Bolivar vive Carajo!! Somos su llamarada!!”
Estas primeras impresiones dieron una enorme tranquilidad a la población venezolana pues prácticamente descartaban una de las principales premisas exhumatorias. Aquella osamenta, pues, sí pertenecía a Bolívar y no a un cadáver anónimo. Bendito sea.
La Sociedad Bolivariana de Venezuela no sabía cómo reaccionar ante tal avalancha simbólica. Algunos de sus miembros apoyaron la actuación forense, convencidos de que era una forma de honrar la historia; “una deuda histórica”, decían. Pero otros, ofendidos por lo que catalogaron como una apostasía, un sacrilegio, rugieron: “¡Se violentó el descanso del Libertador!” Expertos internacionales invitados por el gobierno declararon: “Se han seguido las directrices internacionales de la ciencia y la investigación humana.” Otros, los más suspicaces, vieron en todo esto un halo de santería, la puesta en práctica del Palo Mayombe, una liturgia de origen bantú que se practica en Cuba y que ha ido ganando adeptos en Venezuela. Algunos bromistas especularon con que a partir de ahora iba a caer sobre la República una maldición bolivariana, semejante a la que acabó con la vida de Lord Carnarvon tras profanar la tumba de Tutankamon. Otros destacaron que la mejor forma de celebración del Bicentenario había sido exhumar a Bolívar y enterrar con honores a su amante Manuelita Sáenz, en referencia a los restos simbólicos de la prócer quiteña que el gobierno de Ecuador obsequió semanas atrás a la nación venezolana. Incluso la tataranieta del Libertador, la anciana señora Beatriz Bolívar Matos de Maldonado, denunció que la operación de exhumación de su famoso tatarabuelo había sido hecha sin su consentimiento: “nunca nos consultaron nada”. Por su parte, el Movimiento Bolivariano de Concientización Venezolanista, junto con otras increíbles y egregias asociaciones patrióticas, gritó a voz en cuello: “protestamos y repudiamos el irrespeto que constituye esta excecrable conducta para las instituciones históricas y culturales de Venezuela y para la misma honorable y distinguida familia bolívar y palacios, sea que vivan o estén difuntos.” No se habían enterado de que doña Beatriz seguía vivita y coleando a su setenta y siete años. No han faltado quienes, entusiasmados por los avances de la ciencia, llaman a una Gran Cruzada Exhumatoria que permita esclarecer pasajes oscuros de la historia venezolana y de paso contribuir a una mejor conservación de sus cadáveres más importantes. De hecho, ya se anunció oficialmente la pronta exhumación de la hermana de Bolívar, María Antonia Bolívar y Palacios, con el objeto de determinar el patrón genético y compararlo con el de su hermano. Pero sin duda los mayores beneficiados fueron los vecinos de la localidad de Quebrada Catuche, lugar del centro de Caracas donde se encuentra el Panteón Nacional. Ellos se congratularon al ver “que le han prestado más atención (al Panteón), han acomodado las áreas verdes y han pintado también”.
Junto a todo esto destaca una noticia vivificante: tras haberle practicado una tomografía computada al cráneo de Bolívar, ahora podremos, gracias a la aplicación de un software especializado, recomponer el verdadero rostro del prócer y así contemplar su imagen real, la verdadera, no la de los cuadritos al óleo, de idéntica forma como pudimos ver el verdadero rostro de Jesús luego de que renombrados científicos aplicaran todo el peso de la ciencia a su santo sudario.
Y en cuanto a lo otro, es decir, si fue o no asesinado Simón Bolívar por la oligarquía colombiana, habrá qué esperar los resultados de las investigaciones. Por lo pronto sabemos que en el “Informe presentado por el Vicepresidente de la República, Elías Jagua [sic, por Jaua], al presidente Hugo Chávez donde se recogen los detalles de lo hallado y realizado en la exhumación de los restos de Simón Bolívar” se menciona, en el punto 4, entre otras actuaciones forenses no menos repugnantes, la toma de “una muestra del coxal izquierdo de la cara anterior donde se observó una lesión, posiblemente por secuela de tuberculosis”. ~