Cuaderno de Invierno

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En Paris Photo, el gran salón anual del Louvre dedicado a la fotografía, que tiene este año a México como país invitado. Como soy VIP, me pasan a un salón VIP donde una señorita VIP me sirve champaña VIP. Los otros VIP son sobre todo señoras: apremiantes, hiperestésicas, aviditas de cultura. Para los afiches que anuncian el salón y cubren la ciudad, eligieron el retrato que le hizo don Manuel a Frida Kahlo. Era predecible. La “fridomanía” se ha convertido en fridomaniadepresiva. Y los mexicanos somos más mexikahlos que nunca. Me regalan una revista VIP que se llama Style Monte Carlo. Pesa dos kilos. Miles y miles de anuncios de ropa, perfumes, bolsos, joyas. En la portada, Frida Kahlo de nuevo, ahora a colores, en la foto de Nickolas Muray. Abro la revista y, con un movimiento de pulgar, la señora Kahlo y sus laboriosos pudores de indita rebuscada son sustituidos por una modelo bastante potente que anuncia un vestido Dior. Elástica y pimpante, tiene las tetas relativamente al desgaire y, en la boca, ese latoso puchero característico de las modelos que significa “¿Gusta usted pezón?”

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Compro un libro de Noam Chomsky. Quiero saber por qué tantos jóvenes lo usan de evangelio. Se titula Profit Over People (Neoliberalism and Global Order). Desaliño académico impresionante, peticiones de principio, constantes referencias a una sabiduría tan demostrada que puede prescindir de pruebas: frases como “Estoy citando el expediente secreto, accesible en principio, pero desconocido de la comunidad intelectual y del público en general”. Ese secret record es tan evidente que ni siquiera se anota dónde está; quizá por eso es tan desconocido. Chomsky es el rey del “ya sabemos”. ¿Quiénes ya saben? ¿Quiénes ya sabemos? Un plural inquietante, rito tribal, barricada tumultuaria. El libro costó 26 euros en Francia, y la solapa dice que cuesta 15.95 en EUA, 23.50 en Canadá y 12.99 en Inglaterra. Profit global para el people Noam.

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Mi amiga Daniela señala a una chica, muy parisién, ostentosamente sexy, y dice: ésa es una Prêt-à-coger. La insuperable misoginia de las mujeres. Y mi amigo Javier Barros dijo el otro día, refiriéndose a los discos viejos, los anteriores al CD: “son los discos vinilo tempore“.

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El Funcionario X que se ofendió porque no fui a buscarlo al aeropuerto es el típico pocacosa que se ha untado de importancia desde que lo sacaron de su mullida provincia y le dieron un tanto de poder. Huyó de una novela de Ibargüengoitia; ahora es un importante VIP internacional, hinchado de laureles. Qué fastidio. Los mismos años que tengo de dar clase son los que el Funcionario X tiene de edad. Pero él manda, y yo no.

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El imposible francés: la forma conjugada del verbo crear parece una broma, créée (creada). El francés no se pronuncia, se modula. Pocas cosas tan conmovedoras como ver a un francés en el trance de recorrer todas esas eee, vigilado por la academia, esmerándose en pronunciar correctamente cada una, con los visajes y gestos que supone hacer las insignificantes variaciones fonéticas de las que depende que alguien sea singular o plural, masculino o femenino, presente o pasado. Y para el caso, el francés no se escribe: se esculpe. Los acentos, graves, agudos circunflejos, revoloteando alrededor de las palabras, son como las esquirlas que restan luego de que son esculpidas en la página. El francés siempre está en mármol.

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No siempre, no los poetas, no Apollinaire. Circula desde hace poco tiempo una edición primorosa, hecha por La bibliothèque des arts, con dibujos de Juan Gris, de Ombre de mon amour, título que prefieren al de Poèmes a Lou que usó Gallimard. En un poema escrito en las trincheras (10 de abril de 1915) le cuenta a Lou cómo la evoca al comerse una naranja, “une orange: un cœur, en cœur étrange…” Recuerdo, claro, al joven Gorostiza que vendía en una de sus Canciones para cantar en las barcas “una naranja madura en forma de corazón”.

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Oye, Nico: compré una reedición en CD de un disco vinilo tempore de Billie Holiday, Lady in Satin. ¿Lo tienes? Es portentoso, con la orquesta de Ray Ellis. Agregaron algunas tomas de archivo de esa preciosa canción de E. Redding, “The End of a Love Affair”, sobre todo una que hace a capella, ya muy ebria y enferma (moriría unos meses más tarde). Al final de una relación amorosa —dice— uno habla demasiado fuerte, maneja demasiado de prisa, escoge mal la música. Bueno, pues ahora no fue el caso. Te lo recomiendo. Es de Columbia. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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