—Me dicen que hay un nuevo restaurant por l’Etoile donde hay unas pituitarias de jabalí à la Rabelais que…
— Nada de eso. Hoy comemos en el MacDo.
— ¿Quoi? ¿En el McDonald’s?
— El de Champs Elysées. El restaurant más visitado del mundo.
— Tu rigoles!
— No, no bromeo.
— ¡Pero si somos comunistas!
— Por eso.
— ¡Pero… les americains!
— Hoy más que nunca, los comunistas debemos comer en el MacDo.
— ¿Por qué?
— Porque ganamos y hay que celebrarlo.
— ¿Ganamos? ¿Qué? ¿Quiénes?
— Ganamos la guerra. Nosotros los proletarios. Según la dialéctica marxista, nadie más puede ganar. Las pituitarias de jabalí son caras, cursis, decadentes. La MacDo es barata, humilde y energética. Como nosotros. Tu prejuicio burgués contra la comida proletaria me parece lamentable. Pan, carne y papas: ¡lo que Lenin prometió a la mesa del obrero!
— Sí, pero… ¡MacDo! El imperialismo más…
— ¿Imperialista, dices? Antes se llamaba internacionalismo... ¡Qué tiempos aquellos! Oponerse a la globalización es tan reaccionario… ¡Se supone que la consigna proletaria era uníos!
— Sí, claro, como en Texas hay granjas colectivas…
— Los EUA demostraron que la propiedad no tiene que ser monopolio del Estado para beneficiar al proletario. Que más vale un kulak eficiente que cien kolkosz improductivos y mil burócratas ineptos. Por eso la URSS fracasó y ellos no.
— Pero ¡el Estado americain existe! ¡El aparato político-militar-industrial!
— Claro que existe. Se llama Comité Central, compañero. ¿Cuándo viste un partido comunista sin comité central?
— No puedo creer lo que oigo… ¡Los EUA son EL capitalismo!
— No encuentro en los EUA nada, en el fondo, esencialmente incompatible con Marx: un Estado con una nomenklatura eficiente que controla a un proletariado dedicado a trabajar, a engordar (mucho) y a cultivarse en el ocio.
— Un ocio de salvajes, ignorantes, unos cromañones vulgares…
— Tus calificativos son típicos de un burgués ofendido por el proletariado. Yo creo que los EUA dominan al mundo porque Marx, como siempre, tuvo razón: una vez liberado, el proletariado americano desató su potencia creadora y provocó una reacción en cadena entre los proletarios de todo el mundo. Y sus compañeros de clase quieren sumárseles tout de suite. Son los intelectuales revisionistas, pequeñoburgueses y nacionalistas como tú los que odian a los EUA. El proletariado del mundo los adora: llena sus cines, baila sus bailes, los imita en todo. Y el proletariado no se equivoca nunca.
— ¡Pero los EUA están sojuzgando al mundo!
— Claro. Su modelo es popular y, por lo mismo, irresistible. Tu error consiste en no darte cuenta de que es un modelo que surge de una clase, no de una nacionalidad. Deberíamos estar orgullosos de que los miserables emigrantes hayan creado el jazz, los viajes a la luna, Nueva York, el Wonder Bra, la MacDo y el cine realista-socialista de Bgus Güilís.
— ¡Son un asco!
— Sí: un asco proletario. Típico odio a los EUA: la única minoría que se puede odiar sin culpa. Si fueran verdes, sería el único racismo sin reconvención. El desprecio político a su democracia, el ético a su poderío militar, el intelectual a su cultura media, el social a su mal gusto y el culinario a la MacDo no es desprecio a un país, sino a la clase social en que las utopías depositaron todas sus esperanzas. Los odias porque hasta ahí llegaron las utopías sociales por las que luchamos. ¡Bueno, pues resulta que la utopía era vulgar! No les perdonas haber convertido en virtudes los defectos de la naturaleza humana. Ni haber mostrado que los ideales de igualdad y libertad generaron una pesadilla. El Hombre al que Marx le ofreció “ser todo lo que quieras ser”, resultó un gordo de camisa rosa que quiere ir a Las Vegas. ¡Liberamos a Prometeo y dentro de él estaba Mickey Mouse!
— ¡Quel horreur!
— Un horror del Hombre, no de los EUA. Mientras nosotros teorizábamos sobre el proletariado, ellos llamaron a “los pobres, los hambrientos, las masas deseosas de respirar en libertad…”, los acogieron, les dieron trabajo, libre albedrío, los hicieron ambiciosos, se les dio la responsabilidad de elegir y eligieron…
— Eligieron matar indios, tirar gobiernos, invadir Iraq…
— Claro. El proletariado quiere dejar de serlo, lo más rápidamente posible, y engordar. Eso lo define. Lo mismo que la ambición de poder, el gusto de los negocios, el amor a las explosiones, al dinero y a las máquinas. Cuando el proletariado se lanza, no lo para nadie.
— Ecoute, yo no puedo entrar, yo tengo un prestigio…
— Pues yo sí. ¡Mira el McDonald’s más grande del mundo! ¡En París! Esto sí es revolución, no guillotinar capetos.
— Oh, mon Dieu…
— Grasa y fécula y proteína proletaria. Entra al único paraíso posible de la clase obrera. ~
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.