La inclusión de ambos ejemplos sustenta la tesis de que tanto artistas como opositores políticos hacen performances. Fusco opera en contra de la extendidísima costumbre que separa las tentativas políticas de los artistas cubanos de las tentativas de la oposición. Su libro, en el que coinciden díscolos graduados de las escuelas de arte y huelguistas de hambre, disgustará no solo a cualquier apparatchik castrista, sino a la mayor parte de los estudiosos de las artes visuales cubanas.
Objetarán estos últimos que se empareje el caso de Carlos Martel, ocupado en insertarse medallas oficiales en el pecho hasta sangrar, al del ex preso político Guillermo Fariñas, que posó con la piel pegada a los huesos durante una huelga de hambre. Coco Fusco no parece preocupada por justificar su decisión de reunir lo aparentemente dispar, como si su libro viniera luego de otros libros (inexistentes, hasta donde sé) en los que confluyeran tales prácticas. Según apunta ella, la performance es “la forma artística más potente para revelar las dinámicas del poder del Estado en una sociedad autoritaria”. De manera que artistas, pero también opositores políticos, exploran y denuncian los límites de expresión de una sociedad.
Dangerous Moves resume de manera muy efectiva las estrategias de un aparato estatal que apela tanto a la violencia como a la seducción. Un sistema capaz de sostener escuelas de arte y que, a la hora del castigo, no abandona del todo su cariz pedagógico. Así se explica que las presiones sobre el grafitero El Sexto contemplasen una visita, acompañado por agentes de la Seguridad del Estado, al estudio del más exitoso artista oficialista, Kcho. Excursión preparada como lección y sentencia, puesto que Kcho iba a dictaminar que lo que El Sexto hace no puede llamarse arte.
La policía política funciona entonces como una extensión de las escuelas de arte y cuenta entre sus atributos la capacidad de determinar qué es arte y qué no lo es. Defecar en público sobre un periódico oficial o salir a la calle con dos cerdos pintados con el nombre de Fidel y Raúl tal como El Sexto hiciera nunca resultará arte para esa policía. Desfilar como lo hacen las Damas de Blanco no será considerado manifestación política. Con el fin de invisibilizar a unos y otros, esos actos son oficialmente juzgados bajo la figura de escándalo público.
En respuesta, la estrategia performática de los opositores supone la documentación de las huellas de violencia policial y parapolicial, así como de las huelgas de hambre. Los opositores políticos procuran transformar el sufrimiento en resistencia y Coco Fusco remite en este punto a las raíces católicas de la cultura nacional, con su repertorio gestual de mortificaciones. No obstante, cabría preguntarse si para una oposición pacífica como la cubana existe alguna posibilidad de visibilización que no sea performance. Si la lucha pacífica contra un Estado autoritario no obliga indefectiblemente a cierta ritualización.
Las nuevas tecnologías de transmisión de archivos han venido en auxilio de esas estrategias performáticas, tal como este libro estudia. A su vez, el oficialismo ha sabido reaccionar adoptando un sistema de detenciones de corta duración, de catch and release de opositores que apenas deja margen de tiempo para reacciones periodísticas, pues cuando va a hacerse noticia de ellas ya parecen haberse resuelto: el hecho se ha esfumado.
Las recurrentes huelgas de hambre de la oposición cubana han de entenderse a la luz de una estrategia así. Si las detenciones exprés consiguen escamotear la represión, esas huelgas procuran extender lo más posible el tiempo, hacerlo de lo más insoportable, hasta que el hecho no pueda renunciar a ser noticia. Son huelgas que apuestan no tanto por la negociación forzada como por una visibilización. Corren, en consecuencia, el riesgo de devaluar sus reclamaciones y de banalizar el peligro. Mientras, el riesgo de las detenciones exprés es que el escamoteo de casos termine por engordar las estadísticas y se hable entonces de una crecida de la represión en los últimos tiempos.
Coco Fusco recorre una historia de la cual únicamente alcanzo a dar aquí una de sus vertientes. Iniciada probablemente por el poeta y dibujante Samuel Feijoó (1914-1992), esa historia llega hasta la lectura en voz alta de Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt celebrada recientemente en La Habana por la artista Tania Bruguera. Con un repertorio de imágenes bastante inencontrables hasta ahora, este libro recupera mucho de aquello que durante más de medio siglo han querido borrar esbirros y apparatchiks. ~
(Matanzas, Cuba, 1964) es poeta y narrador. Su libro más reciente es Villa Marista en plata (Colibrí, 2010).