De la lengua desviada

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Iba yo en el metro y cuando a todo lo ancho de una gran plana en un periódico desplegado en manos de otro pasajero leí las grandes letras de una cabeza de sección: SECTOR AUTOMOTRIZ, me dolió el corazoncito de hispanoparlante, no sólo por la unión contra natura (en sentido estricto) del sustantivo masculino “sector” con el adjetivo femenino “automotriz”, sino además porque cualquier “sector automotor”, si bien hubiera sido lingüísticamente correcto, no sería un “sector automovilístico”, esto es de automóviles, sino un sector capaz de moverse por sí solo, como la marabunta y los enfermos perláticos. Entonces, desde la estación Hidalgo hasta la de Río Mixcoac, me acordé de tres casos de adulteración del idioma en la prensa, en los otros “medios” o donde sea que se usen públicamente las palabras, y los fui apuntando para este correo fantasma en que a veces descargo mi humor respecto de la tontería y la locura del mundo (o de mí mismo).

Antes de poner aquí los tres casos, advierto al lector que, a mi juicio, todo se vale con las palabras: se vale inventar y usar con mero antojo las que se quieran, y se vale combinarlas, mezclarlas, violentarlas, y hasta, como quería Octavio Paz, gritarles ¡chillen putas! y hacer que se traguen todas sus palabras… pero siempre que se trate de hacer un poema (en prosa o verso o en reverso), pues para eso existe la licencia poética y los poetas son sagrados licenciosos (y algunos hasta profanos licenciados). Lo que no se vale es usarlas en la mera y también necesaria prosa informativa, documental, periodística, judicial, policial, política, de mera razón práctica, etc., etc., pervirtiendo —por mera ignorancia del idioma— su condición de monedas de buena ley en el intercambio social, y obligándolas, aunque sólo sea por descuido, a decir otra y hasta contraria cosa de su significado, y así propiciar la anfibología, la ambigüedad, la confusión mental, la demagogia delirante, el pajareo curulero y el discurso cantinflesco como cortina de humo sonoro, como double talk.

Y… por lo pronto van los tres casos:

AMBULANTE. Significa un ser o una cosa que ambula, esto es que “va de un sitio a otro”: digamos un peatón, un perro noctívago, un automóvil de patrulla o una ambulancia (a la cual, what a coincidence, por eso se la llama así). Pero en Esmógico City hemos decidido que “comercio ambulante” (en realidad un comercio callejero y semifijo) significa el vasto comercio de contrabando o falluca instalado en un sinnúmero de aceras de la ciudad y montado en puestos estables al menos durante las ocho horas practicables del día. Así, el “ambulantaje” es el que durante muchas horas nos secuestra la vialidad, el que nos roba con “diablitos” la electricidad que pagamos los tontos y el que nos estorba el paso a quienes, precisamente, intentamos ambular.

EVENTO. Un evento es un “acaecimiento o hecho imprevisto, o que puede acaecer”, por lo cual resulta idiota una noticia como la leída en cierta revista ondera acerca de una de esas histéricas orgías de ruido, aullidos y ondulantes rebuznos llamadas sesiones de rock: “El concierto al aire libre de Higinio Mendoza, El Wichita, y su grupo El Terror Futuro, fue un evento bien planeado y realizado”. Esto es una burrada, pues el evento hubiera sido algo imprevisto, algo que interrumpiera o echara a perder el dizque concierto: digamos una súbita tormenta o un feliz accidente, por ejemplo: que el largo cabello del Wichita se enredara en la guitarra eléctrica y él fuese hermosamente electrocutado y silenciado y quedara carbonizada su guitarra, ese esencial instrumento del horrorrock.

INICIAR. Es decir “comenzar algo, introducir a alguien en la práctica de un culto o en las reglas de una sociedad”. Es verbo transitivo y pronominal y a veces reflexivo y significa que alguien inicia algo o inicia a alguien, o que SE inicia en una respetable religión o, siquiera, en alguna idiotez sublime como la Cienciología o el Espiritismo o la Derecha o la Izquierda. Pero el que esto escribe jura que leyó lo siguiente en la crónica de una publicación vagamente amarilla: “El comandante de la Policía, Fulano de Tal, habló de la gran oleada de crímenes que inició el mes pasado”. De lo cual se deduciría que el tal comandante habría sido el iniciador de la gran oleada criminal de aquel mes (¿sólo de aquel mes?). Y aunque el cartero fantasma, como cualquier ciudadano medianamente suspicaz y vagamente frecuentador de periódicos y de los otros “medios”, sospecha que hay no pocos policías de todas las jerarquías que ejercen el crimen en sus horas de ocio (que también pueden ser de negocio), podría asegurar, sin riesgo de equivocarse, que no era eso lo que el gacetillero quiso y no supo decir, sino esto: “Fulano se refirió a la oleada de crímenes que SE inició”, etc.

(El gacetillero de marras no sabe la buena fortuna que tuvo gracias a que nuestros agentes de la “autoridad” son expertos practicantes del analfabetismo funcional. De lo contrario, lo hubieran llevado ante los tribunales, no por atentar contra el idioma con el que se gana la vida en el modo de “aisevá”, sino, al menos, por haber incurrido en el delito de difamación.)

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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