Del hacker al hacktivista

Un breve repaso de los últimos acontecimientos en el tema de seguridad en la red: las amenazas que suponen los hackers más notorios parecen tener menos que ver con el impulso criminal puro y más con una especie de activismo revanchista.
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Desde hace algunas décadas llamamos hackers a individuos (a menudo sin preparación académica) que se dedican, con una pasión usualmente consagrada al arte y la creación, a descifrar passwords y descubrir errores, vulnerabilidades e inconsistencias en sistemas de software. Lejos de ser una ocupación tediosa y oscura, el hackeo, aparte de destreza técnica, implica un elemento de ilegalidad latente y transgresión que lo hace atractivo. Fue probablemente William Gibson quien sembró la imagen popular del hacker como glamoroso rebelde antisocial o cowboy tecnológico en novelas como Neuromancer o el relato "Johnny Mnemonic". Hoy el hacker tiene un lugar indiscutible en el panteón de héroes y villanos de la cultura popular.

La mayoría de la gente ni siquiera había escuchado el término hacker hasta el escandaloso y multipromocionado arresto de Kevin Mitnick el 15 de febrero de 1995. Mitnick se hizo famoso por penetrar los sistemas de numerosas empresas y agencias gubernamentales. Tras vivir un par de años en la clandestinidad fue capturado y durante su juicio fue presentado como un peligroso criminal capaz de: “desatar un ataque nuclear con tan solo silbar tonos específicos en una línea telefónica”. Mitnick representaba una amenaza desconocida en un mundo que alcanzaba niveles sin precedentes de complejidad.

Más tarde la palabra hacker pasó a diferenciarse del término cracker: mientras que el primero era una especie de investigador sin interés monetario, comprometido con entender el funcionamiento del código de programación y las leyes del ciberespacio para violarlas, el segundo era un criminal con deseos de enriquecerse o causar daño a individuos e instituciones al usar sus habilidades como programador. Más recientemente comenzó a usarse el término hacktivismo, para referirse al activismo que se lleva a cabo en el espacio virtual y que puede ir desde recolectar firmas de apoyo para diversas causas hasta atacar sitios corporativos y gubernamentales o publicar información privada (datos personales, correos, números de cuentas, direcciones, bitácoras de visitas a sitios pornográficos o cualquier información comprometedora) de sujetos en posiciones de poder involucrados en crímenes, actos de corrupción, injusticias o abusos de autoridad. Esta estrategia de humillación pública recuerda las acciones de los tupamaros en Uruguay pero llevada a un nivel planetario con un humor ácido y provocador que evoca en igual medida a Abbie Hoffman, al pop y al cyberpunk.

El grupo Anonymous aparece alrededor de 2003 y no es propiamente un grupo ni una organización sino una comunidad virtual descentralizada y sin jerarquías, integrada por hackers (obviamente) anónimos, con ciertas ideas en común, que actúan con cierta coordinación en contra de blancos específicos en acciones de protesta a favor de la libertad de expresión e internet. “Anonymous es más un proceso que una cosa”, declaró a NBC Barrett Brown, un autodenominado asesor del grupo. El grupo o no grupo, surgió en foros como 4chan.org y EncyclopediaDramatica.com, donde los participantes compartían su afinidad por la cultura web y ciertas especialidades extrañas del porno japonés. No queda muy claro como dieron desde ahí el salto a justicieros o a “fuerza caótica para el bien”.Sin embargo, Anonymous al “violar la ley éticamente”, se ha convertido en uno de los principales protagonistas del hacktivismo internacional.

Los actos más sonados de Anonymous fueron sus ataques de denegación de servicio (DdS, que consisten en saturar servidores con millones de solicitudes para volver un servicio inaccesible por un período de tiempo) de noviembre del 2010, en contra de los sitios de internet de las empresas Amazon, Visa, MasterCard y PayPal, a las cuales acusaban de complicidad con el gobierno estadounidense en su campaña en contra de la organización pro transparencia Wikileaks, la cual acababa de publicar miles de cables del Departamento de Estado de los EUA. A partir de entonces los ataques en contra de los enemigos de la libertad de expresión se han multiplicado, y se han extendido hacia otros enemigos de la libertad a secas, como los gobiernos de Túnez, Egipto, Zimbabue, Libia, Australia, Irán, así como la iglesia de Cienciología. Anonymous publicó un paquete de información privada de agentes del Departamento de Seguridad Pública de Arizona tras la aprobación de la ley SB1070, en una acción que llamaron Chinga La Migra Communiqué Dos.

En junio la policía española anunció la captura de tres líderes de Anonymous acusados de hackear el sitio del Ministerio de Cultura, y el 13 de ese mismo mes Turquía anunció el arresto de 32 miembros del “capítulo local” de Anonymous tras un ataque en contra del sitio de internet del Ministerio de Telecomunicaciones, tras el anunció de que los cibernautas turcos deberán “auto clasificarse” para cualquier actividad en línea y de esa manera dar al gobierno amplia capacidad de monitorearlos. Estos arrestos rápidamente demostraron ser acciones ineptas, y desesperadas de gobiernos despistados que han optado por recurrir a sus viejos métodos de represión. Basta considerar que los arrestos turcos fueron principalmente de supuestos hackers kurdos.

Anonymous es un síntoma de nuestro tiempo; su lema: “Somos anónimos, somos legión, no perdonamos, no olvidamos, espérenos”, refleja su carácter anti ideológico, su naturaleza revanchista de “vigilante” al estilo de los súper héroes de comic. Anonymous tiene en común con la organización terrorista al Qaeda que cualquiera puede decir que es miembro: no hay formalismos de pertenencia y cada individuo o grupo puede operar como una célula interpretando los objetivos de la organización. Con sus obvias deficiencias Anonymous es el símbolo de la desobediencia civil de nuestro tiempo, veremos por cuanto tiempo puede mantenerse como tal.

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(ciudad de México, 1963) es escritor. Su libro más reciente es Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).


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