Después del 7 de julio

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En los campos de batalla iraquíes, los oficiales militares estadounidenses ya no niegan la destreza de los insurgentes nativos y de los mujaidines extranjeros, contra los que han luchado desde la caída de Saddam Hussein. En el lenguaje del Pentágono, las fuerzas militares de Estados Unidos combaten a un enemigo “que piensa” y “que se adapta”. La conclusión más importante que puede extraerse de los bombardeos terroristas en el Metro y en un autobús de Londres el 7 de julio es que la “adaptación” de ese enemigo consiste, en parte, en seguir perpetrando ataques contra blancos civiles en las capitales occidentales y contra zonas e intereses turísticos occidentales en todo el mundo, ataques que comenzaron el 11 de septiembre de 2001, en Nueva York y Washington, y que se han reiterado en lugares como Bali, Estambul, Madrid y ahora Londres.
     Es obvio que Europa resulta particularmente vulnerable debido a la presencia no sólo de células terroristas, sino de al menos algunos simpatizantes de la yijad (su número es imposible de medir) dentro de las comunidades de inmigrantes y la diáspora islámica a lo largo y ancho del continente. La vieja noción maoísta de una guerrilla que necesita nadar en el mar de la población regular es un hecho cada vez más evidente en la vida de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, España y Holanda, como lo han demostrado sin lugar a dudas los acontecimientos recientes. Esto no significa que las comunidades de inmigrantes musulmanes representen, en tanto tales, una quinta columna dentro de la sociedad europea, como lo sugieren con frecuencia cada vez mayor un creciente número de políticos del Viejo Continente que, en definitiva, no pertenecen en su totalidad a la derecha. Pero sí significa que hay un número suficiente de simpatizantes dentro de dichas comunidades para lograr que el trabajo de los terroristas sea factible, esto es, opuesto a lo imposible.
     Aquí, el ejemplo que brinda la experiencia europea con grupos terroristas como las Brigadas Rojas, ETA y el ERI es importante, y esto no se debe únicamente —como atinadamente lo dicen los políticos europeos en privado— a que Europa tiene un grado de experiencia frente al terrorismo al que los estadounidenses ni siquiera se acercan. Una lección histórica relevante es lo que demostraron las Brigadas Rojas y el ERI, y lo que ETA hasta cierto punto sigue demostrando: que los grupos terroristas pueden organizar operaciones letales durante largos períodos de tiempo incluso con un apoyo popular relativamente escaso. Esto es posible, entre otras cosas, gracias a la naturaleza de las sociedades capitalistas avanzadas, tanto en lo que respecta a la movilidad y al anonimato como a la expectativa de seguridad de la mayoría de los ciudadanos, todo lo cual hace de cualquier ataque terrorista un hecho psicológicamente disruptivo y simbólicamente devastador incluso cuando es prácticamente insignificante, al menos en el largo plazo.
     Una lección igualmente importante, y de suma relevancia para cualquier respuesta e incluso cualquier comprensión ante los ataques en Londres, es que el ERI pudo mantener células en territorio inglés incluso cuando sus bases de apoyo dentro de las comunidades irlandesas en Reino Unido eran bien pocas. El apoyo a las Brigadas Rojas en Italia, incluso durante el auge de los así llamados “años de plomo” era, en todo caso, aún menor. Y, sin embargo, estos grupos florecieron literalmente por décadas —como ETA lo sigue haciendo, a pesar de los duros golpes que ha recibido su ala política por parte del sistema judicial español y contra su ala operativa por parte de los cuerpos de seguridad franceses y españoles.
     En comparación con estos grupos, los partidarios de la yijad tienen una serie de ventajas. En primer lugar, para los cuerpos de seguridad occidentales ha sido muy difícil infiltrarse en los grupos terroristas que viven encubiertos bajo la diáspora islámica, tanto por las razones culturales obvias como por el inmenso tamaño de dichas comunidades. Es probable que haya al menos ocho veces más musulmanes en Francia que católicos en Irlanda del Norte, por dar sólo un ejemplo. Dada la realidad demográfica, la cuestión es si incluso expandiendo los servicios de seguridad (como ya ha ocurrido en Gran Bretaña) habrá alguna vez agentes suficientes para mantener las células terroristas vigiladas.
     Hay que dar crédito a los oficiales británicos que, mucho antes de los ataques del 7 de julio, fueron francos con el público y dijeron una y otra vez que sin importar cuán eficientes se hubieran vuelto las tácticas antiterroristas, un ataque en Londres no era cuestión de probabilidad, sino de tiempo. Lo mismo podría decirse de otras capitales europeas, por no mencionar a Estados Unidos, donde una reiteración de los ataques del 11 de septiembre también es, quizás, cuestión de tiempo.
     Este problema no puede achacarse a la invasión angloamericana de Iraq, pese a lo que algunos activistas de izquierda en Gran Bretaña, como George Galloway y Tariq Ali, hayan insinuado en fechas recientes. La cronología es incorrecta por una razón. Los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001 ocurrieron en un momento en que la administración Bush no estaba preparada para lanzar una guerra contra Iraq, incluso aunque algunos políticos de carrera pensaran que ésa era una estrategia por seguir. Pero, lo que es más importante, describir el terrorismo de la yijad como un hecho puramente reactivo equivoca en verdad la naturaleza de su carácter político. Pues, a pesar de ciertas similitudes superficiales exageradas a menudo hasta el absurdo por escritores como el crítico estadounidense Paul Berman, los partidarios de la yijad no son la encarnación más reciente del nihilismo europeo del siglo XIX. El islamismo es una ideología real, que se comprende mejor en su derecho propio, así que afirmar otra cosa resulta fatuo y contraproducente.
     Sin embargo, Iraq ha exacerbado el problema. La campaña militar estadounidense es compleja, y sus resultados están en duda justo ahora, digan lo que digan los eruditos de ambos bandos sobre el asunto. Entre otras cosas, Iraq se ha convertido en una escuela tanto para las fuerzas armadas estadounidenses como para los combatientes de la yijad. Resulta claro que, aun cuando muchos mujaidines han muerto en territorio iraquí, muchos de ellos, que se presentaron como voluntarios, han vuelto a casa, en Europa, y proporcionan ahora las lecciones aprendidas en el campo de batalla, tanto en lo que respecta a su experiencia como a las habilidades técnicas. Gracias a numerosas mezquitas “informales” en toda Europa y, por supuesto, a millares de páginas electrónicas islamistas, estos combatientes son capaces de transmitir sus conocimientos, en persona o virtualmente, a la juventud desencantada de la diáspora musulmana en Europa, Canadá y quizás también Estados Unidos —en otras palabras, justamente a quienes componen el ejército de seguidores del terrorismo y de reclutas potenciales para ataques como los del 7 de julio en Londres.
     Si la prisión se ha convertido para estos mujaidines europeos en una escuela ideológica, como lo demuestran las carreras de terroristas como Zacarías Moussawi, el así llamado “vigésimo secuestrador” del 11 de septiembre, y el “shoe bomber” Richard Reid, los campos de batalla de Iraq han sido su academia militar —como lo fue Afganistán para sus hermanos mayores y para muchos de sus líderes (incluido, por supuesto, Osama Bin Laden) de la generación pasada.
     Ningún grado de indignación en Washington, ningún llamado a la solución estilo Churchill, pueden modificar estos hechos —como estuvo a punto de sugerir el primer ministro británico Blair justo tras los ataques del 7 de julio, cuando insistió, para disgusto de la administración Bush y del gobierno de Sharon en Jerusalén, en que las causas fundamentales que dieron impulso al terrorismo, incluida la disputa Israel-Palestina, deben ser abordadas seriamente si alguna vez se quiere poner fin a esto.
     Por ahora, los terroristas no tienen ninguna razón para desistir, ya que desde su punto de vista estos ataques, como otros —entre ellos los de Bali y Estambul contra blancos occidentales—, representan en realidad un éxito considerable. De hecho, en términos de táctica bélica, puede argumentarse que esto forma parte de su respuesta “asimétrica” a la superioridad militar estadounidense en territorio iraquí. Desde su perspectiva, ellos están ganando. España ha retirado sus fuerzas de Iraq; el gobierno de Berlusconi en Italia está sometido a una presión interna cada vez mayor para seguir ese ejemplo; e incluso cada vez más personas en Inglaterra culpan a Tony Blair de ponerlos en la línea de fuego de los terroristas. Si es éste el caso, al menos en parte, sería ingenuo esperar que hasta el mejor trabajo policíaco pueda impedir a los terroristas mantener, para utilizar el término de arte militar, el tempo actual de operación. Pues la efectividad de esta “propaganda por acción” (la frase es de Joseph Conrad) ha sido innegable, y sólo en Washington el establishment político parece aún incapaz de admitirlo e incluso parece creer que el terrorismo puede ser extirpado por medio de intervenciones militares, operaciones especiales de los servicios de inteligencia y trabajo policíaco.
     El recuento histórico enseña una lección distinta. El terrorismo puede ser contenido e incluso mitigado por medio de actividades militares y de servicios de inteligencia efectivos, pero sólo puede ser vencido a través del compromiso y la negociación política. Y es que cuando los terroristas representan un porcentaje considerable del voto, como lo hizo el ERI, como no lo hicieron los nihilistas del siglo XIX, y como en definitiva lo hacen quienes apoyan la yijad, su capacidad para seguir en pie de lucha es casi infinita. El ERI, pese a todas sus crueldades, no pudo desplegar atacantes suicidas y, en comparación con los mujaidines, estuvo mucho menos decidido a convertir civiles en el blanco principal de sus ataques.
     Tarde o temprano, tales negociaciones tendrán que comenzar, como ya lo han hecho —se ha mencionado repetidamente— entre Estados Unidos, las autoridades iraquíes y los insurgentes baathistas en Iraq. La alternativa es tratar a las poblaciones inmigrantes islamistas de Europa como una vasta quinta columna, y esa opción sería un desastre para Europa y para el mundo islámico. Es cierto que la negociación con asesinos en masa es lo opuesto a la justicia. Pero, ¿qué adulto pensó alguna vez que la historia es justa? –
     

— Traducción de Marianela Santoveña

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David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditó su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.


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