Diálogo en torno a la República, de Bobbio y Viroli

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Indolencia democrática

Hay principios de convivencia pacífica, principios democráticos como el bien común, tal vez el más elevado de ellos, que parecería ocioso seguir defendiendo pues su bondad es manifiesta para cualquiera, si no fuera porque con pertinaz insistencia han empezado a aparecer en Europa, en el mismo seno de las democracias, amenazas que están lejos de ser fantasmas del pasado. La xenofobia o el nacionalismo vuelven a aparecer con el ropaje de ideologías políticas, y prevaliéndose de las libertades democráticas que las toleran atacan esas mismas libertades. No es necesario poner ejemplos; casi cada país democrático cuenta con el suyo propio, con su propio cáncer que amenaza todo el tejido social en que se asientan sus principios de convivencia.
     Distinguir entre defensores de la libertad y defensores de la igualdad es evidentemente una simplificación, y no debiera verse una contradicción entre los términos de libertad y de igualdad. El uno se sustenta en el otro y viceversa, y un régimen político con libertades pero sin igualdad es prácticamente equivalente, o equivalente en la práctica si se prefiere, a un régimen político con igualdad pero sin libertades. Es una distinción tópica efectivamente para distinguir entre derecha e izquierda, pero decir que la derecha propugna “la libertad respecto de las normas y las leyes”, y la izquierda “la libertad como emancipación de las formas de dominio”, no contribuye precisamente a aclarar las cosas, ya que las normas y las leyes también son formas de dominio, y que las definiciones parecen decir lo mismo. Los términos de libertad y emancipación son en este contexto sinónimos.
     Maurizio Viroli, en el prólogo a la edición española de este libro, describe perfectamente el terreno de juego, es decir el contexto sociopolítico actual, “caracterizado por el declive de las grandes ideologías, la ausencia de líderes políticos que sepan suscitar y reforzar la pasión cívica, y la crisis de los partidos políticos como escuela de conciencia democrática”. ¿Pero dónde está el origen, o la causa, de estos fenómenos tan estrechamente ligados entre sí? Esta escena política europea es evidentemente producto de algo, y si las grandes ideologías están en declive es porque se las ha barrido desde todos los frentes, y lo mismo podría decirse respecto a los líderes políticos. Son un obstáculo para la política que se quiere imponer. Dicho de otro modo, los partidos políticos han trabajado para crear esta situación. Una situación que favorece su juego y asegura su dominio. Porque si la política es, como define Bobbio, “lucha por el poder”, ésta parece ser hoy la mejor forma de obtenerlo y de conservarlo. Y tampoco parece que pueda tener mucho éxito, en democracias que se caracterizan por el descrédito de sus instituciones, invocar la lealtad de los ciudadanos a esas mismas instituciones, ni que la aparición de una élite intelectual sea posible ya en un mundo en el que el concepto de élite intelectual es, cuanto menos, un anacronismo. La sociedad de masas en la que vivimos ya no se deja dirigir por élites, es incontrolable. Esta aparente paradoja, en un mundo que ha multiplicado al infinito los procedimientos de control en cualquier campo de la actividad humana, es lo que explica que las previsiones más previsibles no se cumplan casi nunca. Del mismo modo, y por las mismas razones, que un exceso de luz nos ciega, un exceso de control produce también el efecto contrario. Las élites, que por lo demás existen, son incapaces de dirigir a las masas, pero no por culpa suya, por impotencia o porque no sepan conectar con los intereses de las masas, sino por culpa de esas mismas masas que no las reconocen, o que las reconocen sólo en el papel limitado de élites profesionales, aisladas, sin ningún vínculo efectivo con ellas. Poco probable por tanto, y tal vez incluso poco deseable, que aparezca una élite dirigente en la escena política, y poco probable también que su ausencia sea suplida por esos “ciudadanos comprometidos con un sentido moral” de los que habla Viroli, y que quieren vivir con dignidad. Las asociaciones que cita el autor, como forma de intervenir activamente en los asuntos públicos (profesionales, deportivas, culturales, políticas y religiosas), responden a otros intereses, a otras motivaciones, no las guía el bien común ni ningún ideal de participación, y si no que se lo pregunten a un socio de cualquiera de esas asociaciones. Por ahí no van los tiros, podríamos decir, aunque vengan por ahí. Para los problemas nuevos no sirven las soluciones viejas.
     Cuando se habla de exaltar los valores democráticos: la dignidad, la libertad, la justicia o la cultura, ¿a que los estamos oponiendo? ¿Es que hay alguna forma de gobierno que exalte la indignidad, el sometimiento, la injusticia, o la incultura? Todas las formas de gobierno se reclaman de los mismos valores. La batalla no se da en este terreno, sino en otro. Es más, la batalla ya no se da en el frente, sino en la retaguardia. Ahí es donde se juega todo. Y todo se dirime en torno a la idea de libertad, o a la concepción de libertad, como independencia o autonomía. Pero independencia o autonomía ¿con respecto a qué? Evidentemente no con respecto a las leyes, sino presumiblemente con respecto al poder. ¿Pero es que el poder no se rige él mismo por las leyes? Parece más fructífero definir la libertad en el contexto de los deberes y de los derechos del hombre, anteponiendo siempre los deberes a los derechos cuando éstos son incompatibles. Es decir, todo lo contrario a lo que está sucediendo hoy en día, en que la libertad se basa en la exigencia de derechos, y en que el cumplimiento, o el simple reconocimiento, de los deberes conserva un resabio de religiosidad que el hombre moderno desprecia. La vinculación de los deberes con la ley sólo aparece cuando su incumplimiento lesiona algún derecho. Lo que significa que el hombre tiene un concepto instrumental de la ley, algo así como si fuera únicamente una especie de código para regular derechos, y no un concepto moral en que la ley aparecería como sancionadora de los deberes.
     El libro de Norberto Bobbio y Maurizio Viroli Diálogo en torno a la república, que bien hubiera podido llamarse también Diálogo en torno a la democracia, plantea una cuestión de capital importancia. Las democracias están hoy sólidamente asentadas, las alianzas internacionales, basadas en intereses comunes, garantizan en cierto modo su estabilidad, y sin embargo esas mismas democracias, tan bien representadas por sus instituciones, empiezan a ser incapaces de hacer cumplir la ley, es decir, el principio fundamental en que se asienta la convivencia pacífica, tal vez porque el principio fundamental no coincide ya con el objetivo fundamental: conquistar el poder. Bobbio y Viroli analizan las causas, se preguntan qué es lo que ha pasado para que se haya producido esta situación prácticamente incontrolable, y cómo influye en la conciencia, o simplemente en el ánimo, de los ciudadanos. Y si bien es cierto, como dicen los autores, que nunca hasta la fecha se había producido una concentración de poder semejante, también lo es que nunca las masas se habían mostrado tan indiferentes, o si se quiere tan tolerantes con sus dirigentes. Tal vez porque no se sienten dirigidas ya por ellos. Esperar, o confiar, en el resurgimiento de una élite política, de unos dirigentes competentes y comprometidos con el ideal democrático, es seguramente una ilusión, aunque Bobbio y Viroli no vislumbren otra alternativa. Pero las élites no surgen por generación espontánea. Se olvida que necesitan un caldo de cultivo, y que su caldo de cultivo son siempre, o en última instancia, las masas de donde proceden. ~

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(Madrid, 1950) es crítico literario y traductor. En 2006 publicó el libro de relatos Esto no puede acabar así (Huerga y Fierro).


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