Diario de una novela

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5 octubre 2000
     Ayer me fui a la Biblioteca Nacional a empezar solemnemente mi nueva novela. Entre las 10 y la 1, trabajé una hora y media (notas, esquemas, posibilidades que se me ocurrían…); el resto del tiempo tomé café, leí el periódico, me maquillé, llamé por teléfono, subí y bajé entre la sala de lectura, la cafetería y las taquillas…
     La diferencia respecto a las novelas anteriores es que he aceptado plenamente lo de “perder el tiempo”. Sé que es así como trabajo, sobre todo al principio. No me atosigo. Quizá porque ahora no dudo que terminaré lo que empiezo. Antes iba rápido, de cualquier manera, porque de lo que se trataba ante todo era de contestar la pregunta de si podría o no.
     Ayer me parecía que me arriesgo a escribir una novela demasiado influida por La hora de la estrella… Lo mío con la autocrítica es terrible, serviría para maoísta. Pero ahora estas cosas las siento como de lejos, como vagamente. Sé que son etapas que pasan, que en cuanto uno se mete en la escritura se aleja de sus modelos. Y si no, pues qué se le va hacer, se hace lo que se puede.

23 de enero 2001
     Preocupada por la novela. Sensación de que la novela como género está agotada, aunque su cadáver se venda muy bien, o de que yo no soy novelista: me falta experiencia… Pero también se pueden escribir novelas sin ninguna experiencia “exterior” o muy poca, no más que la que yo tengo. Pienso en Woolf, en Lispector.
     Temor a repetirme: la historia de Ángela se parece demasiado a la de Emma… Tengo miedo de no estar diciendo gran cosa o de no decir nada nuevo… Aunque esta mañana he estado trabajando —aún me cuesta mucho; pero me animo recordándome que la dificultad de una novela es inversamente proporcional al tiempo que se lleva trabajando en ella— y veo que poco a poco toma forma. Por ejemplo, no sabía cómo introducir el paralelismo entre la acción —por llamarla de algún modo— y las viñetas biográficas; se me ha ocurrido que Ángela haga informes de lectura para una colección de biografías que está montando Leo.
     Comí el otro día con Amalia G. Conectamos en seguida en el terreno de la escritura. Por ejemplo la incomodidad ante lo (al menos en apariencia) autobiográfico, porque parece que sea falta de imaginación. A mí me consuela pensar que imaginación he demostrado en los cuentos, pero me preocupa, sí, recordar lo que dijo Steiner en el Círculo de Bellas Artes: el hombre ha llegado a la luna y mientras, los novelistas siguen escribiendo historias de adulterio igual que en el siglo XIX. A lo que Amalia replicó algo muy sensato: que en cualquier caso no puedes pretender ser lo que no eres, y si no te interesa la conquista del espacio nunca escribirás bien sobre eso.

5 febrero 2001
     Tengo más claro el personaje de Ángela y por suerte le he encontrado otra fisonomía: en vez de tomar como modelo a A. S. se me ha ocurrido basarme en N. C. En cuanto a Leo, dudo cuál elegir entre los distintos rasgos o estados de ánimo o actitudes que puedo atribuirle: sentimiento de la propia insignificancia, discreción; sentimiento de fracaso, de esterilidad (como Gerald en la primera novela); desenvoltura e ironía…
      
     Agosto 2001
     Lo más importante para mí de este viaje a Argentina han sido, sin ninguna duda, las dos horas que pasé charlando con Mempo, paseando por Resistencia. Le hablé de la novela y saltó: “¡Esa es la novela tuya que yo quiero leer!” Le hablé de mis escrúpulos, de mi deseo de imparcialidad con el personaje de Leo… y lo borró de un manotazo, me dijo que la literatura no es tomar el té a las cinco con las visitas; que me atreva, que me entregue, que cuente, como le contaba a él en mis cartas a los veinte años; que no planifique tanto, que no quiera ser tan responsable; que no haga esa literatura a lo Henry James, que le hace a uno preguntarse: “¿Dónde está la sangre?” (Sobre Henry James, discrepo, pero no es esa la cuestión.) Que estoy haciendo como alguien que quiere embarcarse pero sólo a condición de que le garanticen que no habrá olas, el viento no será superior a fuerza 5 y el servicio de salvamento está listo… Que me tire a la piscina, vamos.
     Luego volvimos a su casa y él y N. me llevaron al aeropuerto de Corrientes. Tristeza dulce de domingo por la noche, carretera con vagos letreros de neón a los lados, un aeropuerto donde hace frío, un avión pequeño, el cielo rojizo… Pero me gusta, de vez en cuando, viajar sola, ser anónima, cenar en un restaurante sin hablar con nadie, dormir en una habitación desconocida, en Buenos Aires… Y me gusta mil veces más cuan\do pienso que he sido yo sola, con mi trabajo, con mis años de escritura, quien ha conseguido este viaje.

7 de septiembre 2001
     Hoy he empezado la nueva novela.
     Por el momento… nada, hoy he escrito unas pocas líneas. Pero a diferencia de las dos anteriores, creo que ésta toma una dirección desde el principio. Quiero decir que no tomo notas para componer con ellas una historia, sino que cuento la historia directamente. Aunque es demasiado pronto para decirlo. Y no he decidido aún si incluiré o no “estampas” sacadas de otras historias (biografías). Mempo tenía razón, no hay que tenerlo todo decidido de antemano. En todo caso me siento ya enganchada y la cosa irá a más.

10 de septiembre 2001
     La novela sigue bien. Veo que ahora domino lo que Mempo llama “malicia literaria” —intrigar al lector, jugar con él— y que yo llamo oficio. Es divertido, pero no es gran cosa; yo creo que una se desprecia un poco cuando aprende a manejar esos recursos, es demasiado fácil. Aunque creer que una no necesita eso, o no querer rebajarse a ello, desdeñarlo… es demasiada pretensión y no se va a ninguna parte. Pero ahora que creo haber aprendido a construir el mecanismo de una novela para que sea entretenida, me gustaría pensar que puedo aportar algo más que eso.

23 septiembre 2001
     Tengo que tener más claro qué representan la escritora y el escritor en cuanto a actitudes respecto a la literatura, y quién gana el premio al final.

2 de octubre 2001
     Ayer releí por encima el diario que llevé en febrero y marzo del 83. Me sorprendió encontrar al principio una actitud alegre y cariñosa hacia X; la tenía olvidada y me va a ser muy difícil resucitarla para la novela. Me sorprendió también lo rápido que fue todo: en un mes, o dos escasos, pasé del amor y entrega totales, a sentirme herida y hostil… Tendría que releer, a ver cuándo y cómo y por qué ese cambio (entre otras cosas ocurre que él promete que nos veremos y luego lo anula, varias veces).
     Otra cosa que me llamó la atención del diario es que ni en los momentos de mayor ofuscación amorosa olvido mi obsesión por la escritura. Que en esa época es como una obsesión por temas previos: si hay que escribir cuando se tiene ganas o por disciplina, o el terror al fracaso.
     Lo que ahora mismo me preocupa de la novela es que aunque va avanzando bien, resulta un poco fría, cerebral.

30 noviembre 2001
     El problema del personaje de la escritora era que se parecía demasiado al escritor: ambos eran arribistas. Al hacerla más parecida a V. (y luego se me han ocurrido otros modelos: G., L…), encarna otra actitud posible respecto a la carrera literaria, muy distinta. Es estupendo: “la veo”, la he retratado de corrido —esas mujeres (burguesas mundanas con barniz intelectual) tienen en común una actitud, una manera de vestirse y enjoyarse, de hablar, de moverse… ¿Y cómo la llamo? Un nombre adecuado sería Rosa: ella ve la vie en rose… Lo que no sé es si tendrá algún papel en la historia aparte de la famosa cena a tres.
     Creo que lo que más me va a costar va a ser revivir, para escribirla, la fase de enamoramiento. No sólo por razones personales sino porque me está saliendo un personaje tan poco simpático que es difícil entender que alguien se enamore de él.

12 diciembre 2001
     Principal lección que he sacado de la relectura de Le rouge et le noir: libertad y eficacia. No me parece que Stendhal se haya impuesto unas normas rígidas. Aunque su punto de vista es casi siempre el de Julien, si necesita meterse en la mente de Mme. de Rênal o de Mathilde, lo hace (¡todo lo contrario de lo que yo enseño en los talleres!… ¿Será verdad ese tópico de que hay que conocer las reglas para luego saltárselas, primero saber dibujar y después hacer pintura abstracta?…) Tampoco tiene una norma en cuanto a la relación temporal entre la narración y lo narrado: puede pasarse varias páginas describiendo algo que ocurre en minutos o resumir en dos líneas varios años. Por ejemplo, lo que una podría suponer que va a tomar páginas enteras, la ejecución de Julien, lo despacha Stendhal en una frase: “Tout se passa simplement, convenablement, et sans aucune affectation de sa part”. ¿Para qué darle más espacio si no lo necesita?
     La pregunta es: ¿cómo decir lo que queremos decir? Y la respuesta: como una quiera o pueda, según la inspiración, según el momento, según las necesidades del texto, según la intuición, forzando el camino si hace falta, abriéndose paso a”machetazos cuando no haya otra manera. Con Entre amigas, sentí que las normas de la novela me coartaban mucho, pero ahora pienso que más que de la novela, eran normas autoimpuestas o, mejor dicho, limitaciones mías, debidas, más que al respeto por las convenciones del género, a la falta de oficio y de aplomo.

14 diciembre 2001
     Hay algo que nunca termino de conseguir en las novelas, que es el humor. Situaciones que a mí me parecen cómicas no quedan así, carecen de relieve. No sé por qué será.

15 marzo 2002
     Esta mañana me la he pasado enfrascada en la novela, escribiendo sobre la primera noche y los días sucesivos. ¡Con lo difícil que me parecía! Lo he escrito de corrido —bueno, también he ampliado y corregido lo que escribí anteayer— y con un placer tan intenso que me ha dejado agotada y feliz como si en vez de escribir sobre el amor lo hubiera hecho. Eso sí, lo que me ha salido es como impersonal en el sentido de que el amante queda borroso, no es más que la chispa que enciende a la narradora. En fin, por lo menos he escrito estas páginas sin reservas, con entrega total. Ya llegará, y no muy tarde, el momento en que la protagonista se da cuenta de todo lo que en un primer momento ha preferido, y conseguido, no ver y no saber.

19 junio 2002
     Qué placer recuperar las mañanas sosegadas con arias de ópera y novela… Me preocupan ahora mismo dos cosas. Una, que pueda quedar sentimental, victimista, que me apiade demasiado de mi protagonista, que no quede lo bastante claro que la culpa de lo que le pasa es principalmente suya, que me enternezca sobre ella, que sea demasiado amable con ella, como alguien (un alumno del curso de Sevilla) me dijo que lo soy respecto a los personajes de Cuentos a los cuarenta. Y que Leo quede demasiado en evidencia (se habrá equivocado en todo: en su certeza de que un escritor famoso no va a condescender a presentarse a ese premio, en su certeza de que enviar manuscritos por correo no conduce a nada, en su afirmación de que la jefa de Blanca es lesbiana)… Aparte de eso: tengo que enriquecer la novela con digresiones. Supongo que es cuestión de que vuelva a meterme en ella, a conectar con ella todo lo que hago, lo que pienso, a tomarme la vida como material del que extraer la pulpa de la escritura…
     21 junio 2002
     Menos entusiasmada con la novela ahora que cuando estaba sumergida en ella hace dos meses. Demasiado autobiográfica, demasiado apologia pro domo sua, demasiado limitada…

28 junio 2002
     El otro día buscando borradores encontré aquel artículo sobre la trufa que arranqué de una revista francesa. Quizá debería incorporarlo, a fin de cuentas… Estoy pensando que quizá el gran tema de fondo de la novela es el ateísmo, es decir, el ser capaces de renunciar a toda pasión, a toda idolatría; no sustituir a Dios con nada, sino hacer algo civilizado, un terreno de juego, aceptar las limitaciones… en vez de ese deseo total cuyo reverso es un sufrimiento total.

16 julio 2002
     El tema de la novela lo tengo claro, lo he visto claro del todo al leer la crítica de un ensayo sobre el amor en Revista de Libros: el amor, dice ese libro, es el nuevo fundamentalismo, la religión después de las religiones. Voy a incluir, subrayando el paralelismo con el enamoramiento de Smart, la conversión de Pascal; y lo de la trufa lo tengo que incluir también; no sé cómo, pero hay que hacerlo con naturalidad, o sea con autoridad.

4 de septiembre 2002
     Ayer escribí la escena de la reunión del Consejo Editorial. En parte quedé contenta porque en vez de sacarge de la manga un tema cualquiera de reunión se me ocurrió (fiel a esa norma elemental, pero que me costó descubrir, la de la economía narrativa) sacar a colación algo ya existente dentro de la novela: las biografías. Pero estaba molesta conmigo misma porque, una vez más —es uno de mis defectos—, me había salido todo como muy rígido, impersonal, racional —eso es lo malo de ese cartesianismo aprendido en el Liceo Francés que tan útil me resulta en otros campos—; y recordaba con envidia los pocos trazos —pocos, pero llenos de fantasía, humor, sensualidad— con que Amparo en su novela describe la empresa en que trabaja la protagonista. Ahora lo he empezado a reescribir y estoy contenta, es más suelto, más hermoso, más simbólico…

9 de septiembre 2002
     Buscando precisar la compleja intriga del premio (lo complejo no es tanto la intriga en sí como las distintas interpretaciones posibles —y no sé si me estaré liando al intentar mostrar varias cosas a la vez: que las interpretaciones posibles son muchas y conocer totalmente la realidad es un empeño quimérico; que la visión conspiratoria de la realidad es un espejismo, y que Leo cree aún en unos móviles ocultos que si alguna vez fueron reales ya no lo son, él vive mentalmente en una sociedad política sin haberse enterado de que está en una sociedad mediática…), se me ha ocurrido que, a instancias de Leo, Blanca puede contarle la escena con el último amante que tuvo, el amigo de la moto, falseándola completamente para plegarse a las expectativas —a la imaginación “libertina”— de Leo. La idea me gusta mucho, porque enriquece o ilustra muchas cosas a la vez —los personajes de B y L, su relación, el tema de fondo de la fantasía que sustituye perversamente a la realidad…—, pero va a ser muy difícil encontrar el tono justo, hacerlo con la sutileza necesaria…
     Lo más difícil de una novela, para mí, son la intriga y el tono. (En cambio los personajes no me cuestan demasiado, las descripciones en sí tampoco.) La intriga es como un rompecabezas complicadísimo, pero finalmente es cuestión de astucia, de paciencia y de oficio; el tono es mucho más impredecible, es realmente lo que se llama la inspiración… Estoy ahora mismo reescribiendo el principio (de la historia principal: la descripción del piso y del barrio), no por nada, sino por una cuestión de tono. Y de significado. El ejercicio habitual: despegarse de la realidad para, acentuando unos elementos y eliminando otros, o falseando ligeramente, dando más color aquí, quitándolo allá… alcanzar algo más abstracto, más simbólico.

22 de enero 2003
     Una de las diferencias entre antes y ahora es que ahora soy una profesional de la escritura, lo que significa que no necesito —aunque si lo tengo, estupendo— un estado de ánimo especial para escribir, no necesito sentirme especialmente sensible, receptiva, exaltada a la vez que serena, etc., etc. Si ese día me toca escribir algo determinado —ayer y hoy: la escena del premio— lo escribo y punto; la inspiración viene sola, y si no viene, lo escribo igual y ya lo retocaré; pero el armazón —la parte racional: la información que debe contener ese texto— lo puedo construir igual con o sin ella.

4 de febrero 2003
     Ya sólo me quedan 3 capítulos: Blanca vuelve a su casa; consideraciones sobre obra y biografía; epílogo. Tengo tantas ganas de terminar que me preocupa que me pase aquello que decía Geraldine fe una novela que acababa de leer: “al final tuve la impresión de que la autora se hartó de su novela y la terminó de cualquier manera”.
     Se puede sacar más partido al personaje de Rosa, pero no sé cómo. Tiene que hacer o decir algo, revelar algo, durante la cena del premio —pero ¿qué?… Bueno, terminaré, aunque sea deprisa y mal, y luego releeré y veré los puntos flacos.
     Sensación de estar en la realidad “de cuerpo presente”, con el espíritu en otra parte —en un mundo mucho más excitante, con misterio… aunque ese misterio no tenga gran cosa de imprevisible, en el fondo.
      
     7 de abril 2003
     Terminé. De pronto todo lo que quería decir en el último capítulo me pareció que ya estaba dicho, que era hojarasca, que valía más un final sobrio, un poco seco. Pero quizá es sólo por las ganas que tenía de terminar, de imprimir… Como me suele ocurrir, no ha sido un gran momento: más bien lo que siento ahora es cansancio, sí, el cansancio contenido, reprimido, negado, que ahora sale… Además, el momento no puede ser un clímax porque sé muy bien que es un falso final, que es sólo el fin de la primera etapa, la más importante desde luego, pero el principio de otra o mejor dicho otras: dejar reposar, dar a leer a los amigos… aquilatar sus opiniones… volver a dejar reposar, a releer, a corregir… Pero bueno, la primera lectura será la mía. Tengo de veras curiosidad por lo que pensaré el lunes próximo, cuando la relea de corrido, en la biblioteca de la Universidad, en Barcelona.
      
     22 de abril 2003
     La releí y no me pareció mal. Hay que replantear el principio y el final, pero es sólo un 20% o así del total, el resto está bien, creo que tiene agilidad, buenos personajes, y que las reflexiones sobre biografías de escritores le dan eco, espesor, hacen que no quede demasiado pegada a la historia que se cuenta.

27 mayo 2003
     Revisando la novela. La cena a tres me parece francamente buena, muy divertida, ¡y yo que siempre me creí incapaz de escribir un buen diálogo!… Creo que el problema de fondo, cuando me siente a reflexionar con una calma que ahora no tengo, será el ajuste entre las biografías y la narración, que no siempre es evidente. A veces yo lo veo claro pero lo dejo ambiguo (la relación Breton-Nadja se puede interpretar de varias maneras en relación con la historia principal), otras juego un poco al ratón y al gato con el lector, cosa siempre divertida (como cuando hablo, justo antes de que se sepa quién ha ganado el premio, del éxito de Lenin, y el lector supongo que cree que Leo, como Lenin, conseguirá lo que se propone a base de no tener demasiados escrúpulos). Pero hay casos en los que yo misma tengo dudas.

30 mayo 2003
     Estoy terminando de corregir la novela y luchando entre el deseo de acabarla como sea, por agotamiento, y el deseo de hacer las cosas bien, lo que exige sentarme a pensar, inventar algunas cosas nuevas —un breve diálogo con la “amiga mayor y responsable”; otro con la joven entrevistadora; un episodio (esta idea se me acaba de ocurrir y me hace mucha gracia) equivalente, con otros protagonistas (¿el señor Puig y el Muerto Viviente?), al del cortesano al que Luis XIV hace leer un madrigal sin decirle que lo ha compuesto él…
     Cuando termine me tomaré al menos un día de vacaciones para celebrarlo. Aunque estaré tan cansada que me temo que lo pasaré durmiendo… Entonces quizá sean dos, uno para dormir y descansar y ordenar cosas en casa —eso me relaja mucho— y otro para pasear, quizá ir a ver una exposición, al cine…
      
     3 de junio 2003
     ¡¡¡TERMINÉ!!!
     Me he quedado tan agotada, tan atontada, que me he dedicado a emparejar calcetines. –

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