No hay en este momento ningún sitio en el mundo en el que se exhiban tantos dientes al mismo tiempo como en la ciudad de México. Sólo en mi cuadra conté 384 dientes, retacados en las bocas de seis candidatos y candidatas que decoran 25 afiches en los que convocan a votar por ellos.
Según mis cálculos, la campaña electoral 2009, al momento del cierre, ha mostrado al indeciso votante 2 mil 684 millones de dientes colgando (o surgiendo) de las encías que a su vez atascan sus bofes que a su vez enmarcan las caras que a su vez cuelgan de los postes, los puentes y los árboles.
Todo el candidataje parece hallarse la mar de satisfecho con sus dentaduras. Unas perladas, otras caballunas, aquella que es hipócrita, ésta que es siniestra, la de allá pachanguera, la de acá draculesca. Pero o es una casualidad que todos posean dentaduras perfectas, o todos pasaron por el photoshop o –lo más probable- la ciencia odontológica nacional se ha cubierto de gloria.
En todo caso, las cascadas de dientes derramándose de las esclusas de las bocas de los candidatos sirvieron para maldita la cosa. De acuerdo con las últimas encuestas, el espectáculo de las dentaduras, sobre todo en el último mes, no modificó sino imperceptiblemente la tendencia electoral.
Me pregunto por qué no hubo siquiera un candidato, uno solo, al que no se le ocurrió que, para deveras llamar la atención, habría bastado con mostrar un gesto huraño, sin alarde dental. Habría sido más eficaz, además de más honesto y, desde luego, infinitamente más realista.
Su patético desplante de marfiles sólo deja una pregunta: ¿de qué se ríen, estúpidos?
(Y sólo una respuesta: de ti, imbécil.)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.