Hace algunos dรญas, el periodista Carlos Coria recordaba durante una conversaciรณn un accidente sucedido a inicios de los noventa a la altura del kilรณmetro 40 de la carretera Delicias-Chihuahua, y al que le tocรณ dar cobertura como reportero. Al llegar al lugar encontrรณ una tragedia: un autobรบs volcado en el que viajaba un equipo infantil de beisbol que estaba de visita en Chihuahua para jugar en un torneo regional.
La nota apareciรณ la maรฑana siguiente en las pรกginas del diario en que trabajaba. En primera plana, los editores habรญan elegido destacar una imagen dramรกtica del hecho: en ella, se veรญa a algunos padres de familia que viajaban en el mismo vehรญculo mientras tomaban de los brazos a un pequeรฑo que de la cintura hacia abajo seguรญa atrapado por el autobรบs, intentando sacarlo.
El niรฑo muriรณ y su padre fue hasta las oficinas del diario. Querรญa hablar con el director para exigirle una disculpa por la forma en que los editores habรญan decidido mostrar la pรฉrdida de su hijo. Coria, quien habรญa redactado la informaciรณn, lo atendiรณ y tratรณ de explicarle que la foto no era su responsabilidad, que se trataba de una decisiรณn periodรญstica tomada por los editores responsables. El hombre cuestionรณ el valor periodรญstico de la imagen; se retirรณ con la disculpa del reportero, pero ni el mรกs mรญnimo gesto de vergรผenza de los directivos, seguro de que el periรณdico no publicarรญa una fotografรญa de esa crudeza si la tragedia hubiese alcanzado a cualquiera de ellos.
Si el derecho a la vida privada consiste en la facultad que tienen todas las personas para no ser molestadas en todo aquello que desean compartir รบnicamente con quienes ellos eligen, los medios conculcan con relativa frecuencia este derecho de las personas y sus familias, bajo el entendido de que al difundir informaciรณn รบnicamente cumplen su deber de poner a disposiciรณn de la sociedad los hechos.
En general la libertad de expresiรณn goza de una posiciรณn preferencial frente a los derechos de la personalidad; se ha vuelto mucho mรกs tolerable el riesgo derivado de los eventuales daรฑos generados por la expresiรณn y la informaciรณn que el riesgo de imponer limitantes a estas libertades, de manera que el tratamiento de los materiales informativos y su valor informativo ha ido quedando en el รกmbito de los cรณdigos de conducta a que los periodistas y medios de comunicaciรณn decidan ceรฑirse en su trabajo cotidiano.
Las vรญctimas, actores involuntarios de la noticia, no tienen una relaciรณn simรฉtrica con los medios ni cuentan siempre con acceso a herramientas de protecciรณn de su dignidad o la rรฉplica en espacios equivalentes a aquellos en los que se vulneran sus derechos.
Dรญas atrรกs, Ricardo Raphael, coordinador de la Maestrรญa en Periodismo en el CIDE y columnista de El Universal dedicรณ un texto en ese diario a lo que รฉl consideraba “dudas fundadas” sobre la existencia de un reportero del diario La Razรณn, que habรญa firmado una nota de primera plana en la que se seรฑalaban “errores e imprecisiones” del Equipo Argentino de Antropologรญa Forense al poner en duda las indagatorias de la PGR en al caso Iguala.
Lejos del anรกlisis de los puntos de vista encontrados o de los sesgos en la informaciรณn, el columnista enfocรณ sus esfuerzos en la descalificaciรณn del reportero, basado รบnicamente en el escaso material que pudo encontrar publicado por รฉl, en que el joven hubiera logrado una primera plana a pesar de tener pocos dรญas en el diario y en “su mรญnima participaciรณn en redes sociales”. A partir de estos prejuicios, Raphael llegaba a su primera conclusiรณn: “al parecer antes este sujeto se dedicaba a actividades distintas del periodismo”. Lรญneas mรกs adelante, su ultimรกtum: “De reportero a reportero, le estoy pidiendo que me confirme su existencia profesional”.
El periodista aludido respondiรณ a travรฉs de las paginas de La Razรณn, su diario. No era el reportero fantasma que el coordinador de la Maestrรญa en Periodismo en el CIDE pretendรญa venderle a sus lectores, sino un joven de 25 aรฑos de edad y tres de experiencia en el medio. Pero a diferencia de otras vรญctimas de las malas prรกcticas periodรญsticas, รฉl sรญ contaba con una posiciรณn en un medio que le permitiรณ controvertir las afirmaciones del columnista, a quien solicitรณ pรบblicamente hacer las aclaraciones pertinentes en el mismo espacio que habรญa usado para alimentar su historia de sospechas.
Ricardo Raphael, quien alguna vez se desempeรฑรณ como defensor de la audiencia de Canal Once, omitiรณ cualquier menciรณn del incidente en su columna semanal, evitรณ hacer cualquier aclaraciรณn en beneficio de los lectores y disculparse por la difusiรณn de un texto especulativo basado en informaciรณn incompleta y mal reporteada.
En un texto posterior que puede leerse en su blog personal, el columnista intentรณ justificarse e iniciar el real debate al que no se atreviรณ en su colaboraciรณn de El Universal. No obstante, sus lรญneas exhiben una ignorancia total del funcionamiento de una redacciรณn donde, efectivamente (y a diferencia de lo que รฉl imagina pese a coordinar un curso de periodismo en una instituciรณn de educaciรณn superior) los editores acuerdan รกngulos, cabecean las notas y definen los titulares de primera plana.
Finalmente, y de manera vergonzante, en las รบltimas lรญneas de su texto, el opinador se disculpa tรญmidamente con el reportero, pero no con los lectores, ocultando su desaseado trabajo periodรญstico tras una cita de Descartes y dando carpetazo a su uso del megรกfono en la plaza pรบblica para poner en duda la honestidad de otro, al que luego llama a su oficina para disculparse en voz baja.
Ni rigor ni compromiso. Apenas un poder mediรกtico ignorante.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).