Disyuntivas: El brazo robado, final alternativo

Este es el final alternativo para el cuento interactivo
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Yo nunca quise tener hijos y ahora debรญa buscar a una mujer que habรญa perdido a los suyos.

Camargo me puso en contacto con Quiรฑonez, el autor del estudio sobre la leyenda de la Llorona o cihuateteo. Lo visitรฉ por la tarde en su casa, ubicada en la calle de Repรบblica de Chile, en un edificio estilo art decรณ ruinoso y prรกcticamente vacรญo. Los pasillos eran oscuros; la pintura descascarada colgaba del techo como las estalactitas de una sombrรญa caverna. Sin embargo, รฉl parecรญa sentirse muy cรณmodo en su guarida. “Aquรญ nadie me molesta” –fue la primera lecciรณn que me dio–, “salvo los antiguos espรญritus de la ciudad. Pero prefiero lidiar con ellos que con los insulsos habitantes de la urbe moderna”. Quiรฑonez era un hombre de unos sesenta aรฑos de edad, completamente calvo y con una piocha plateada que se acariciaba constantemente. Le comentรฉ lo que estaba buscando y mis sospechas sobre la naturaleza del posible ladrรณn.

Sus ojos centellearon en la penumbra de la sala.

–La leyenda de la Llorona es una de las mรกs poderosas entre todas las que existen en esta ciudad –me dijo, mรกs con tono de confidente que de catedrรกtico–. Aunque la forma como la conocemos hoy en dรญa la adquiriรณ en el siglo XVI, poco despuรฉs de la Conquista, sus raรญces son mรกs profundas. En efecto, los azorados habitantes de la รฉpoca colonial escuchaban sus lamentos, y asomados a las balcones la veรญan atravesar la Plaza Mayor y desparecer entre la bruma del lago; pero la primera referencia que hay de este tรฉtrico personaje data de antes de la llegada de los espaรฑoles…

Quiรฑonez hizo una pausa. La noche habรญa caรญdo por completo, pero รฉl no encendiรณ ninguna luz. A partir de ese momento, mi interlocutor era sรณlo una voz, como si no tuviera cuerpo.

–En la antigua Tenochtitlรกn, hubo una serie de augurios que presagiaron la caรญda del imperio azteca. Uno de ellos fue el lamento de una mujer que recorrรญa las calles gritando: “Oh, hijos mรญos, ya llegรณ su destrucciรณn”. Y a veces tambiรฉn decรญa: “¿Hijos mรญos, a dรณnde los llevarรฉ?” Aรฑos despuรฉs de la Conquista mรกs de alguno afirmรณ que aquella mujer que continuaba apareciรฉndose en el cruce de los caminos era la Malinche, arrepentida por haber traicionado a su raza…

Hubo un nuevo silencio y durante unos segundos sentรญ que me habรญa quedado solo en la habitaciรณn. Para llenar el vacรญo, preguntรฉ:

–Un fantasma con 500 aรฑos de antigรผedad. Sin duda debe ser muy poderoso.

La voz de Quiรฑonez se materializรณ a mi espalda, y el corazรณn casi se me saliรณ de la boca.

–La leyenda de la Llorona encarna la mรกs pura esencia de la Ciudad de Mรฉxico. Es un mito fundacional: trรกgico y eclรฉctico como la urbe misma. No importa su veracidad: existe porque continรบa en boca de la gente, y en sus sueรฑos y pesadillas. Existe porque se le sigue temiendo. La Llorona es el lamento mรกs antiguo de la ciudad, estaba antes que todos nosotros y sin duda continuarรก hasta que el รบltimo de sus habitantes pueda escucharlo.

            Una lรกmpara se encendiรณ al fondo de la sala. Quiรฑonez estaba sentado en un sillรณn distinto al que utilizรณ cuando nuestra conversaciรณn iniciรณ.

            –Lo de la luz es un viejo  truco –dijo, con una sonrisa enigmรกtica–. Lo hice para que comprendas cรณmo se comportan los espรญritus y porquรฉ se mueven entres sombras.

Asentรญ. Quiรฑรณnez no necesitaba explicar mรกs: durante toda su charla me habรญa sentido desorientado y vulnerable.

Aquella extraรฑa reuniรณn concluyรณ con una propuesta aรบn mรกs extraรฑa:

–Regresa maรฑana –me pidiรณ–. Invocaremos a la Llorona.

Asรญ lo hice. No tenรญa opciรณn. Si ella se habรญa llevado el brazo, mi mejor oportunidad de averiguarlo era a travรฉs de ese singular antropรณlogo que mezclaba la ciencia con la supercherรญa. Y si aceptรฉ, fue porque siempre he creรญdo que la verdad se encuentra a medio camino entre ambos mundos.

Bebimos cafรฉ y fumamos. A las doce de la noche, Quiรฑรณnez encendiรณ unas veladoras y sacรณ una ouija.

Durante dos horas intentรณ diversos conjuros para atraer al espรญritu sin conseguirlo.

–Dinos por quรฉ te llevaste el brazo –dijo en algรบn momento, alzando la voz–. ¡Ladrona!

Antes de iniciar la sesiรณn espรญrita, Quiรฑรณnez me habรญa advertido que un รบltimo recurso para atraer la atenciรณn de las รกnimas era molestarlas, hacerlas enojar y forzar su manifestaciรณn.

–¡Ladrona! –volviรณ a gritar–. ¡Traidora!

Un viento helado se sintiรณ en la habitaciรณn y las velas se apagaron. Pero no ocurriรณ nada mรกs. Decepcionado, Quiรฑonez prendiรณ la luz y aceptรณ su fracaso.

–Lo siento, parece que hoy no quiere venir –dijo, y me acompaรฑรณ a la puerta.

Salรญ a la calle, pensativo y desanimado. ¿Habรญa perdido mi tiempo con aquel excรฉntrico acadรฉmico? Caminรฉ unos pasos, luego me detuve en el cruce de Repรบblica de Chile y Belisario Domรญnguez, y me acordรฉ de las encrucijadas. La zona estaba desierta, envuelta en las sombras. En un zaguรกn cercano, dos ojos se encendieron como ascuas flotando en la oscuridad, y una voz me llamรณ con el siseo de una serpiente. La presencia extendiรณ sus brazos y mostrรณ lo que sostenรญan: otro brazo, al que acunaban como si se tratara de un niรฑo.

Pero yo sabรญa que era mรกs que eso: un seรฑuelo hacia mi perdiciรณn, un soborno de ultratumba.

El brazo a cambio de mis oรญdos.

Aceptรฉ el trueque, y al dรญa siguiente pude devolver el miembro de su hija muerta al afligido padre. Pero el pago a cambio de mi victoria fue alto. Quiรฑonez no me lo advirtiรณ, pero aquella verdad estaba implรญcita en todas sus acciones.

Quienes invocan a la Llorona, son los que le dan vida. Aquellos que la buscan, la conjuran, le temen y la relatan. Un culto sin culto, inconsciente. La religiรณn perfecta. Desde aquella noche quedรฉ condenado.

Desde entonces su llanto acompaรฑa mis desvelos.

 

 

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Su libro mรกs reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadรญa).


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