Disyuntivas: RetribuciĆ³n para los corazones rotos, final alternativo

Este es el final alternativo para el cuento interactivo: en este final, el hombre que le disparĆ³ a Pedro huye de los federales.Ā 
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Durante dos segundos el tipo que habĆ­a herido a Pedro, quien hasta hacĆ­a unos minutos era la presa, midiĆ³ sus posibilidades. Vio el avance rĆ”pido de los federales, el rostro del joven moribundo y decidiĆ³ huir. DisparĆ³ dos veces en direcciĆ³n de los dos hombres que corrĆ­an hacia Ć©l; logrĆ³ detenerlos y asustarlos. RecogiĆ³ la pistola de Pedro y corriĆ³ para rodear una de las casonas detrĆ”s de Ć©l. Su caballo aĆŗn resoplaba de dolor y prefiriĆ³ dejarlo. Mientras se alejaba pensĆ³ en la ausencia de deseo de rematar a Pedro y ni siquiera le perturbĆ³ que, entonces, aquello, si el joven no morĆ­a, no habrĆ­a terminado. ContinuarĆ­an las noches de asedio y las horas largas refugiado allĆ” por donde empezaba el pueblo. 

La niƱa se perturbĆ³ por la figura patĆ©tica de Pedro tirado ahĆ­ como animal malherido. No entendiĆ³ cĆ³mo aquel cuerpo tan recio y decidido, que habĆ­a comprado vĆ­veres apenas hacĆ­a unos minutos, estaba ahĆ­ tendido sin fuerzas y esperando el fin. SaliĆ³ junto a su padre, siempre detrĆ”s, cuando Ć©ste caminĆ³ en direcciĆ³n al joven ahora que el peligro habĆ­a pasado. Los federales emergieron de su escondite y tambiĆ©n se acercaron. Al poco tiempo, unos tres hombres mĆ”s llegaron y uno de ellos se arrodillĆ³ a ver el estado en que estaba Pedro. Lo hallĆ³ mal, desangrĆ”ndose a prisa y con la mirada tiesa, perdida en algĆŗn punto del cielo. Primero pensĆ³ que ya estaba muerto pero luego la respiraciĆ³n lenta pero constante lo alertĆ³. “Hay que ir por el mĆ©dico”, dijo pero nadie se moviĆ³. “Ɓndale, hija, ve por don Pascual”, dijo el tendero.

Los federales parecĆ­an confusos respecto a su papel. Uno de ellos entendiĆ³ que cuando empezaron a correr hacia aquel hombre no tenĆ­an idea de lo que iba a pasar o a quĆ© iban. Era la inercia de traer las carabinas al hombro, de ver a Pedro cayendo, de saber que para eso estaban pero nada mĆ”s. El tendero los mirĆ³ por un momento, luego retirĆ³ la mirada pero, en ese instante, volviĆ³ a clavĆ”rselas, ahora, con decisiĆ³n. “Y ustedes quĆ© hacen ahĆ­, cabrones, vayan por aquĆ©l. En caballo lo alcanzan. Yo los acompaƱo.” Y eso fue todo. Los federales atendieron la instrucciĆ³n como si no tuvieran conciencia. Al poco rato, cinco hombres salieron a perseguir al hombre que le habĆ­a disparado a Pedro.

La niƱa llegĆ³ jadeando a casa del doctor, explicĆ³ en dos frases lo que habĆ­a ocurrido con el poco aliento que le quedaba y se fue de la mano con el mĆ©dico. Cuando llegaron ya habĆ­a mucha gente alrededor del herido. El mĆ©dico atravesĆ³ la pared humana, se arrodillĆ³ y empezĆ³ a revisar a Pedro. La bala en el costado era mortal, la de la espinilla muy escandalosa. Le dio un par de cachetadas leves al joven, y empezĆ³ a hablar con Ć©l sin obtener respuesta. “Este hombre estĆ” muerto”, pensĆ³ pero no lo dijo. ElevĆ³ un par de Ć³rdenes, que entre todos lo quitaran del sol y trajeran una cobija y agua.

Pedro sentƭa un dolor nuevo pero tranquilizador. Al mismo tiempo que un ardor se expandƭa por su cuerpo, la poca energƭa que conservaba lo hacƭa relajarse. De alguna forma sabƭa que todo estaba bien. Era cosa de esperar pacientemente que el dolor se fuera, era dueƱo de una conciencia que le indicaba eso: si esperaba todo acabarƭa bien.

A los quince minutos, alguien alzĆ³ la cabeza y mirĆ³ a los cinco jinetes y a un hombre que llevaban caminando y atado por un lazo que le rodeaba el cuerpo. Cuando llegaron, alguien mĆ”s vio el rostro del tipo hinchado por los golpes.    

Nadie dijo nada cuando el tendero lo arrastrĆ³ con el lazo hasta donde estaba Pedro, lo hizo arrodillarse y luego se alejĆ³ diciĆ©ndoles a los federales, “ahĆ­ estĆ” bueno, hagan su trabajo, cabrones”. La niƱa lo escuchĆ³ y no supo cĆ³mo interpretar el desplante de su padre. Nunca lo habĆ­a visto asĆ­: enojado.

Los federales asintieron y con ligeros golpes con las culatas de sus carabinas acercaron al tipo a uno de los costados de Pedro. “AhĆ­ estĆ”, compa…”, le dijeron. Pedro no respondiĆ³, continuĆ³ con la mirada clavada ahĆ­ arriba, me cuentan. Entonces el tendero se acercĆ³, le dijo algo al oĆ­do y le moviĆ³ un poco la cabeza en direcciĆ³n al tipo. Luego se alejĆ³ de nuevo.

Pedro contemplĆ³ al tipo, le puso atenciĆ³n y no lo reconociĆ³. Es mĆ”s, no reconociĆ³ la situaciĆ³n en la que estaba. Miraba todo como desde lejos y como si nada importara. ComenzĆ³ a sentir un poco de nĆ”useas y quiso cerrar los ojos. Entonces vio una sombra y distinguiĆ³ a un hombre colocando una pistola, ¿era su pistola?, en la sien del tipo arrodillado. No supo quiĆ©n era quiĆ©n ni por quĆ© tenĆ­a que ver aquello. Cuando todos guardaron silencio, Pedro sĆ³lo deseaba que hablaran para guiarlo o para decirle de quĆ© se trataba aquello. “LlĆ©vense a la niƱa”, alguien dijo pero el joven no entendiĆ³. De pronto, la figura arrodillada recibiĆ³ un disparo y se desplomĆ³. Hubo un sonido ensordecedor que le doliĆ³ en lo mĆ”s profundo del vientre. Tuvo conciencia de sus heridas, supo, por un segundo, lo que acababa de pasar y, entonces, dejĆ³ de pensar y muriĆ³.

El tendero ya se habĆ­a ido con su hija y el doctor revisĆ³ a Pedro. Los federales recogieron las armas y empezaron un diĆ”logo desinteresado con la gente que se acercaba. Nadie dijo nada, tenĆ­an la actitud de estar limpiando una casa luego de una fiesta. 

Dos hombres se llevaron el cuerpo de Pedro luego de decidir dĆ³nde lo pondrĆ­an, y quiĆ©n se encargarĆ­a del velorio. Nadie cuestionĆ³ aquello. Y cuando lo decidieron la gente se dispersĆ³ para volver a sus vidas. Me cuentan que asĆ­ son las cosas allĆ” en la Costa Chica. Hoy y desde siempre. La gente se mata por cualquier cosa y luego regresan a sus vidas.

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