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Día apenas más amarillo sobre la piedra y más extenso,
¿no me podrás restablecer?
Sol al fin menos tímido, sol creciente,
restáñame este corazón.
Luz que te curvas para alzar la sombra
y sacudir el frío de tus hombros,
siempre he intentado comprenderte y obedecerte.
Es ahora, en febrero, cuando te yergues
muy lentamente como un luchador lanzado a tierra
que va a vencer
—levántame sobre tus hombros,
lávame de nuevo los ojos, haz que al fin me despierte,
arráncame ya de la tierra, que no la siga masticando
antes de tiempo como el cobarde que soy.
Ya sólo puedo hablar a través de estos fragmentos parecidos
a piedras que hay que levantar con su parte de sombra
y contra las que tropezamos,
más dispersos que ellas. –
n
Ascendemos ahora por estas sendas de montaña,
entre prados que son como literas
donde el ganado de las nubes acaba de levantarse
bajo el báculo de los vientos.
Se diría que grandes formas van caminando por el cielo.
La luz se fortifica, crece el espacio,
las montañas parecen cada vez menos murallas,
e irradian, también ellas crecen,
los grandes guardianes circulan por encima de nosotros
—y la palabra que el milano traza lentamente, muy alto,
si el aire la borra, ¿no es la misma que pensábamos
no poder ya oír?
¿Qué hemos cruzado ahí?
¿Una visión, semejante a una tierra azul sembrada?
¿Conservaremos en el hombro, más de un instante,
la huella de esta mano?-
—
Versiones de Rafael José Díaz