Eduardo Galeano (1940-2015)

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Cuรกnta razรณn asistรญa a San Agustรญn cuando afirmaba, con un suspiro resignado, que las heterodoxias acaban fatalmente en ortodoxias. Eduardo Galeano, el sempiterno enfant terrible de nuestras izquierdas, el adolescente rubio que parecรญa negarse a dar el salto a la edad adulta, aquel muchacho de ojos claros que en el Montevideo de los aรฑos sesenta y setenta ganara reconocimiento como talento temprano nacido para el รญmpetu iconoclasta y la rรกpida conquista intrรฉpida, en el triste trance de su muerte fue velado con honores de prohombre de la patria en el Salรณn de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, la sede del parlamento uruguayo. Frรญos mรกrmoles veteados, escalinatas generosas y los sรญmbolos resonadores de la identidad uruguaya enmarcaron, al cabo de medio siglo, a una secuencia que concluรญa. Y nadie menos que Tabarรฉ Vรกzquez, el presidente que acaba de renovar su mandato y de cuyas luces literarias nunca se tuvo noticia, compareciรณ al oficio de cuerpo presente para acompaรฑar a quien fuera, segรบn un dictamen al que su investidura cubrรญa de crรฉdito, “un gran uruguayo” y un “escritor brillante”. Ite cyclus est. No se crea que apelo a la andadura irรณnica para exponer el ejercicio de una liturgia fรบnebre. Galeano fue, amรฉn de un incorregible enfant terrible, un representativo enfant du siรจcle. Un papel que lo llevรณ a encarnar los atributos dobles y complementarios del tรณtem y el tabรบ; tรณtem para una importante parcela popular que lo leyรณ y lo arropรณ en la despedida final, y tabรบ por cuanto muriรณ en olor de una santidad nunca cuestionada y con la venia que simbolizรณ su canonizaciรณn oficial.

La heterodoxia de Galeano no tuvo nada de excepcional en el paรญs de los uruguayos o entre las izquierdas, fueran estas latinoamericanas o fincadas en geografรญas menos lastradas por las desigualdades sociales y las calamidades polรญticas. Vista de modo retrospectivo, la tal heterodoxia fue –al encabalgarse en la irrupciรณn inexorable del clima recalentado de los sesenta, y al sumarse por esa vรญa a una protesta de dimensiones casi ecumรฉnicas– una norma, un lugar comรบn, de ningรบn modo una transgresiรณn. En estos trรกmites en que el tono confesional se viste de pueril rigor, cabe recordar que, de un dรญa para otro, todos nos volvimos herejes y apรณstatas –al menos todos los que, hijos de las burguesรญas urbanas mรกs o menos ilustradas, alguna afinidad tenรญamos con quienes pretendรญan que verdaderamente se habรญa llegado al final de una historia–. ¿Acaso podemos asombrarnos de tamaรฑa conversiรณn casi colectiva en una รฉpoca como la presente, que a pie juntillas obedece a una cultura hecha en gran medida de unanimidades bobas y amenes santificadores? Anticonvencional, agitador, periodista de verba de fuego, defensor de lo que entonces se llamaba vastamente el socialismo y hasta el รบltimo suspiro abanderado de los castristas y del chavismo bolivariano, Galeano acreditรณ, como tantos, el entierro de la democracia liberal y la refundaciรณn de una democracia revolucionaria. Aborreciรณ, por extensiรณn, de las formas del colonialismo, la conquista y el imperialismo, y por extensiรณn igualmente agregรณ su voz a las voces que reclamaban desde la periferia y el tercermundismo. Tambiรฉn se sumรณ, sumiso al fatal espรญritu de los tiempos, a las visiones y versiones que hablaban de una insatisfacciรณn recurrente (como la de los indignados espaรฑoles) y una extendida revuelta especulativa (los movimientos Occupy), tesis que por entonces se imponรญan en Uruguay.

En el nรบmero 57 (diciembre de 1975) de la revista Enciclopedia Uruguaya, que respondรญa a los criterios editoriales del crรญtico รngel Rama, Galeano escribiรณ:

Este es el Uruguay a la hora de la descomposiciรณn y la caรญda. La crisis es una empresa de demoliciones. Ya no resulta necesario que los profetas, certeros y sombrรญos, revelen los signos que anuncian el derrumbamiento. El derrumbamiento estรก aquรญ, en torno a nosotros y en nosotros mismos, que somos sus protagonistas. ¿Esta es la derrota del paรญs, o la derrota del sistema que lo rige?

No tiene (tampoco) nada de original deducir reflexivamente, ante tales pronunciamientos apocalรญpticos, que allรญ un uruguayo criado en el laicismo altanero pidiera a gritos la emergencia de una nueva religiรณn confortadora y que un uruguayo acaso transitoriamente frustrado testimoniara en esas argumentaciones suyas un mimetismo entre su propia frustraciรณn y la frustraciรณn que creรญa descubrir en el paรญs entero. Menos original si cabe, en este orden de adhesiones fantasiosas, es incluso la apariciรณn de un temperamento intelectual dispuesto a adentrarse en la self-pity y a pisar el suelo resbaloso de las medias verdades.

Hay un Eduardo Galeano que me ha vuelto mucho en estos dรญas de luto. Es el Eduardo –y aquรญ abandono el apellido con intenciรณn deliberada y mediante una modificaciรณn del tono narrativo para probar, una vez mรกs, de quรฉ manera inevitable el pasado se nos vuelve relato– que comandaba en pie de guerra el diario ร‰poca (donde yo escribรญa sobre cine y teatro), el Eduardo que organizaba agobiado los fascรญculos semanales de Capรญtulo Oriental. La historia de la literatura uruguaya (quizรกs el primer intento sistemรกtico que se propuso reescribir la historia literaria nacional de aรฑejo cuรฑo oficialista), el Eduardo que recibรญa a sus entonces colaboradores (entre los que figuraban un servidor y los queridos Ida Vitale y Enrique Fierro, autores los tres de unas antologรญas que todavรญa se encuentran esparcidas en las ventas de libros de segunda mano) en las estrecheces de unas oficinas que se abrรญan a la Plaza Independencia. Todos conspirรกbamos amable, saรฑudamente. Y se me ha aparecido, claro, el Eduardo con el que concebimos un librito que –faltaba mรกs– se titulรณ Cuentos de la Revoluciรณn y fue editado por una efรญmera casa bautizada –faltaba mรกs– Girรณn y, por รบltimo, el Eduardo que, ya en Buenos Aires, en el exilio, dirigรญa una revista que se llamรณ Crisis y que en algo se parecรญa –toute proportion gardรฉe, entendรกmonos– a aquella otra revista, Die Linkskurve, en la que entre 1929 y 1932 se codearon Georg Lukรกcs, Bertolt Brecht, Walter Benjamin y Ernst Bloch, todos ellos sentados sobre un volcรกn denominado Repรบblica de Weimar. Sabemos lo que ocurriรณ en aquel lejano pasado europeo; sabemos, y cuรกnto, lo que se nos echรณ encima en el Rรญo de la Plata como consecuencia de la guerrilla que llama a la represiรณn y la represiรณn que convoca a la dictadura.

A los 31 aรฑos, de repente, alumbrado por el rayo divino que ilumina a los elegidos, Eduardo publicรณ Las venas abiertas de Amรฉrica Latina. Definamos el destino de ese tรญtulo con una fรณrmula clรกsica: Fama volat. Y Eduardo aceptรณ, con la fe inconmovible y la convicciรณn impoluta de un oficiante de novenas ejemplares, usar y abusar de una mecรกnica de extremos que ponรญa รฉnfasis en los contrastes y las antรญtesis, en los choques y los conflictos, en las oposiciones y las confrontaciones. Convertido en una extravagante versiรณn del divino marquรฉs (dos palabrejas que en algรบn momento pertinente pudieron ayudar a definir su airosa figura pรบblica), Eduardo imaginรณ en esas pรกginas a un insรณlito avatar de la acosada Justine y el modo en que, al igual que esta famosa agonista, Amรฉrica Latina es sometida a vejรกmenes y violaciones sin tasa. El libro se convirtiรณ en una especie de breviario de adoctrinamiento que rodรณ y rodรณ con su รฉxito a cuestas hasta caer en las manos de un perplejo Barack Obama bajo la forma de un provocador presente griego por parte del entonces presidente Hugo Chรกvez. Es un libro inteligente, pero se trata de una clase de inteligencia que no tiene llama crรญtica ni fuego incitador, una inteligencia maniquea y santurrona que selecciona, recorta y pega sus materiales con una estrategia artera encaminada a embriagar al lector con una consolaciรณn pasiva. Una inteligencia que, a pesar de tanta tenaz vocaciรณn heterodoxa como la que quiso alentarla, agacha su orgullo y sucumbe a la ortodoxia ramplona de una vulgata.

Alguna vez me preguntรฉ por quรฉ Eduardo perseverรณ en el embrujo ideolรณgico que lo cegรณ; como tantos otros, รฉl eligiรณ ser continuadamente un clรฉrigo –un intelectual– traidor a la causa de la verdad. En ello tambiรฉn fue un enfant du siรจcle. Admitamos, en honor a la verdad que, un aรฑo atrรกs, Eduardo reconociรณ que su libro mayor pertenecรญa a una etapa suya ya "superada" y que no la volverรญa a leer por estar escrita en una prosa izquierdista "aburridรญsima". De los arrepentidos se apiadan los dioses: bienvenida esa confesiรณn tardรญa pero refrescante.

 

 

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(Rocha, Uruguay, 1947) es escritor y fue redactor de Plural. En 2007 publicรณ la antologรญa Octavio Paz en Espaรฑa, 1937 (FCE).


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