En el beisbol, esa รฉpica sordina, confluyen el vรฉrtigo y el impasse, el รกlgebra de la estrategia y la improvisaciรณn caribe, la frontalidad prosaica y la oblicuidad poรฉtica. Sus protagonistas, mรกs que atletas, son pastores sin ovejas, habitantes de una รฉgloga viva que se desarrolla con impopular paciencia, sin la tiranรญa del reloj, pues el juego de pelota, al igual que la fiesta, dura lo que dura. Su movimiento cรญclico, que yo sepa, es รบnico: para anotar, hay que volver al lugar de partida (llamado home) despuรฉs de haber superado innumerables obstรกculos. El pelotero como Ulises. Es un deporte que exige el robo y el sacrificio a sus participantes, y que no premia exclusivamente al fuerte, al joven, al veloz: muchas de sus grandes estrellas (sobre todo los serpentineros) cultivan grandes panzas y rebasan tranquilamente los cuarenta aรฑos. Aunque lo rondan el azar de los maderos, la hierba y la arcilla, es un juego cartesiano y cerebral regido frรญamente por los nรบmeros; cada lanzamiento, cada batazo y cada swing reacomodan un universo de cifras que es estudiado obsesivamente por sus estrategas, y asรญ, constantemente, se modifican o superan las cifras que lo hacen legible.
Antier, el toletero Barry Bonds, de 43 aรฑos, batiรณ un rรฉcord que parecรญa intocable: pegรณ el cuadrangular 756 de su carrera, dejando atrรกs la marca de 755 que, durante 33 aรฑos, poseyรณ Hank Aaron, quien a su vez se la habรญa arrebatado a Babe Ruth. El home run, batazo de cuatro esquinas, demostraciรณn pura de poder, es la atracciรณn mรกxima de un deporte tejido de silencios y aproximaciones graduales. El home run arrasa con todo, limpia las bases, quema y roza, se sale literalmente de las fronteras del juego. Con su vuelacercas 756, Bonds ha ingresado para siempre en la historia del rey de los deportes (ladren, perros panboleros).
No obstante, a quien fuera un delgaducho jardinero con los Piratas de Pittsburg y ahora es un cerro de trรญceps y tensa masa muscular, lo persiguen la sospecha y hasta la ignominia por supuesto consumo de esteroides. Fuera de su propio parque, Bonds ha sido abucheado, y ni el comisionado Budd Selig (cuyo puesto y nombre pertenecen mรกs bien a Ciudad Gรณtica) ni el propio Hank Aaron se dignaron a estar presentes el dรญa de tan sonada proeza. ยฟEs el nuevo dueรฑo del rรฉcord mรกs anhelado en la historia del deporte un vil tramposo? Nunca lo sabremos. Quien no haya hecho jamรกs una trampita o chanchullo, que aviente el primer reproche. El tema no es รฉse, sino quรฉ hacer con el incontrolado consumo de crecilac en el รกmbito deportivo. ยฟAbrir la veda? ยฟO al contrario, vigilar cada una de las meadas de los infelices atletas? ยฟQuiรฉn va a trazar la frontera entre lo natural y lo artificial? Por un lado, yo entiendo perfectamente que Aaron estรฉ genuinamente ardido: entre รฉl y Bonds, no se puede hablar de una precisa igualdad de circunstancias (ademรกs, Bonds es mamรณn). Por otro, ยฟcรณmo darle un portazo a las mejoras en el desempeรฑo, si el deporte se basa en la superaciรณn? Que se metan lo que puedan, dirรญa uno, y eso lo llevarรญa a plantearles a ustedes una duda que lo acosa desde siempre: ยฟcuรกntas milรฉsimas de segundo mรกs se le pueden rasurar al rรฉcord de los cien metros planos?
– Julio Trujillo