El Bosco y su mundo

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En conmemoración del Quinto Centenario de la muerte de Jeroen van Aken, “el Bosco” (hacia 1450-1516), el Museo del Prado ha reunido casi toda la obra atribuida al pintor holandés, gracias a lo cual se pueden tanto revisitar algunas de sus mejores tablas, aquellas que atesoró en su momento Felipe II y que tienen su casa precisamente en este museo, como otras obras maestras y menores, pero no menos interesantes para una visión global, procedentes del Museu de Arte Antiga de Lisboa, la National Gallery de Londres, la Albertina de Viena, etc.

Aparte de haber logrado esta extraordinaria reunión de la mayor parte de la pintura del Bosco, y un cuidadosísimo itinerario temático, los responsables de la muestra han querido ambientar, por así decir, su obra, de modo que es posible contemplar también dibujos y pinturas de sus coetáneos, e incluso alguna que otra vista de la ciudad de los Países Bajos en la que nació y vivió durante casi toda su vida, ’s-Hertogenbosch (Bois-le-Duc o Bolduque, en nuestro idioma). De hecho, la visita se abre con una vista peculiar de la plaza del mercado de telas de esta ciudad, de autor anónimo y fechada hacia 1530, en la que los mitómanos podrán ver retratada la fachada alta y estrecha de la típica vivienda holandesa en la que el Bosco vivió junto a su mujer o percibir el ambiente en el que transcurrían sus días; y familiarizarse con el estilo de otros pintores paisanos y coetáneos, que utilizan una perspectiva de pronunciado contrapicado sorprendentemente parecida a la de la pintura expresionista de hace cien años.

Este acompañamiento permite igualmente contextualizar la iconografía y estilo del Bosco, y así procurar herramientas para el debate sobre en qué medida sus extravagantes motivos y su proverbial gusto por lo grotesco responden a un ánimo personal extremadamente fantasioso o habrían formado parte de algo más amplio, de un imaginario compartido al menos por la burguesía de la época. En este sentido, el catálogo de la exposición es una guía imprescindible. Entre otras cosas, porque los especialistas que han contribuido a su confección, con la comisaria Pilar Silva Maroto a la cabeza, tienen el buen tino de exponer lo mucho que se sabe y de reconocer también las muchas incógnitas que aún quedan por esclarecer sobre la iconología del pintor. La pintura del Bosco sigue siendo, hasta cierto punto, un enigma, en virtud de la pérdida parcial de las claves de una simbología tan anclada en su momento y lugar que a los espectadores actuales apenas nos llega un eco lejano de su sentido original. Será necesaria una tarea titánica y colectiva de reconstrucción histórica para su completo desciframiento. Cuestiones como el papel desempeñado por la devotio moderna o por la cultura popular, las fuentes escritas y visuales de las que bebió el pintor, los símbolos que pudo o no compartir con otros pintores, la idea de pecado, la visión del mundo y el sentido de la religión, en fin, que pudo abrigar el Bosco, se conocen solo parcialmente, y así queda reflejado, reconocido y debatido en estos textos. Lo mismo ocurre con respecto a atribuciones, cronologías, comitentes, etc. En conjunto, el catálogo constituye una extraordinaria puesta al día de todos estos asuntos.

Más allá del desconcierto del erudito, el visitante lego no podrá dejar sin embargo de seguir proyectando su sensibilidad y su imaginación no necesariamente históricas sobre las sugerentes imágenes del Bosco. Se preguntará, con razón, a qué tanta lascivia con el fin de censurarla, poco habituado como está a la llamada “inversión simbólica”. Y con todo derecho se podrá recrear en las imágenes sexuales, en los extraños seres híbridos, divertidos e inmundos a partes iguales, en la flora sensual y “grutesca”, en los horizontes cuajados de perfiles de ciudades que Juego de tronos envidiaría, en el rico catálogo de caprichos y disparates a los que el Bosco nos tiene acostumbrados. En fin, en la variedad y la alegría medievales de las que su creatividad es aún deudora, como corresponde a la pintura renacentista de los Países Bajos, y a pesar de que él jamás se regocijaría, como un Arcipreste de Hita, en sus desbarajustes.

Aunque algunas de las obras maestras aquí presentes se pueden visitar habitualmente en el Prado, conviene reparar y recrearse en todo lo adicional que ofrece esta exposición, a saber: el conocimiento directo de las obras maestras que no se encuentran normalmente en Madrid; la contemplación exhaustiva del original catálogo de seres extraordinarios del pintor; los resultados del estudio técnico de El jardín de las delicias. También la comparación con otra pintura ejecutada en las mismas coordenadas espacio-temporales; las puertas decoradas de los trípticos, que normalmente no vemos porque están abatidas (en este sentido es digno de señalar el acierto del montaje); lo mucho que debe el universo visual del surrealismo al Bosco: hace tiempo que se descubrió en El jardín de las delicias el origen del autorretrato de Dalí en El gran masturbador y, sin lugar a dudas, uno podría entretenerse en localizar en la pintura del holandés numerosos ejemplos de lo que el catalán definirá como “método paranoico-crítico”. Junto a ello está la posibilidad de toparse con un sinfín de sorpresas, y me limito a señalar dos: la “Ascensión al Empíreo” de Visiones del más allá, de la Galería de la Academia de Venecia, ese asombroso ascenso de las almas puras a un paraíso celestial intangible que a un espectador contemporáneo le remitirá con toda probabilidad al cine de ciencia ficción; y el diálogo sutil entre unidad y variedad que brinda la pintura del Bosco. Con esto último me refiero a que así como en algunas tablas aún no reconocemos la unidad espacio-temporal que la modernidad acabará imponiendo de un modo casi irreversible, en una gran parte de las pinturas que aquí se pueden contemplar la composición general parece sin embargo bascular hacia el lado de la unidad. De hecho, en aquellas obras de asunto religioso donde el Bosco se ha refrenado el gusto por poblar la superficie pictórica de una miríada de seres extravagantes es donde resulta al cabo más moderno, más renacentista, porque es ahí donde se aparta de la inclinación medieval por escenarios más animados, detallistas y variopintos.

Un último aviso para navegantes: estamos ante una exposición que puede llegar a convertirse en un blockbuster, con todas sus virtudes y todos sus inconvenientes, hasta cierto punto difícil de compatibilizar con el tipo de contemplación que reclama el Bosco, detenida, entretenida, cercana y atenta a los mil y un detalles que ofrece con tanta generosidad. ~

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(Jaén, 1964) es profesora de historia del arte contemporáneo en la Universidad de Málaga. En 2008 publicó en Siruela Camuflaje.


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