La vigilancia que requiere ser vigilada es una de las peculiaridades más deprimentes de nuestra vida cívica. No es raro enterarse, en México, de que se han encontrado “irregularidades” dentro de las instancias o en la aplicación de los criterios que estaban ahí para evitar actos de corrupción. El tema es un alud si se le compara con esta nota, así que solamente me ocuparé de un aspecto muy humilde y lateral del fenómeno: algunos premios y becas que se otorgan a los poetas mexicanos.
La mayoría de los premios de poesía incluyen cláusulas que garantizan lo siguiente: que el autor firme con seudónimo para mantener su anonimato y que el volumen propuesto sea inédito. Tomando en cuenta que casi todos los buenos poetas del universo conocido publican de vez en cuando sus versos en periódicos, revistas o medios electrónicos, algunas de las convocatorias más realistas señalan qué porcentaje de la obra deberá ser “virginal”. En México (faltaba más) somos demasiado puritanos (al menos de dientes para afuera) como para admitir semejante grado de sensatez: no sólo se pide que la obra sea inédita; deben serlo también absolutamente todos los poemas incluidos en ella, sin importar que se trate en cada caso de versiones distintas a partir de un mismo texto. Es ésta, por supuesto, una norma lo suficientemente cretina como para que, durante años, los usos y costumbres de la literatura mexicana la hayan esquivado. La abrumadora mayoría de los libros de poemas que ganaron algún concurso en este país incluían poemas previamente dados a la imprenta. Un buen ejemplo de ello es El cardo en la voz, de Jorge Esquinca, que incluye un colofón detallando el sitio en que aparecieron previamente algunos de los textos que integran el volumen. Pero como este caso hay, no exagero, cientos. Me congratulo de ello: varios de esos libros –incluido por supuesto el de Jorge Esquinca– se cuentan entre la poesía mexicana que más aprecio. Nadie hasta hace poco se había rasgado las vestiduras al respecto. A últimas fechas, sin embargo, no sólo son descalificadas de los concursos aquellas obras que cuentan con algunos poemas previamente publicados en revistas o blogs: incluso hacer público el título probable del libro que se está escribiendo puede poner al poeta en riesgo de defenestración. Doy apenas tres ejemplos.
La aplicación a rajatabla del texto de una convocatoria se hizo pública hace menos de un año, cuando en su calidad de jurado Jair Cortés protestó el fallo del premio “Efraín Huerta”, revelando además el nombre de un concursante (Luis Armenta Malpica) cuya plica de identificación no había sido abierta hasta entonces. El affaire –no según mi opinión: según información hecha pública mediante comunicados que firman el propio Cortés, la jurado María Rivera y la institución convocante– tiene estas aristas: habiéndose establecido por mayoría la aplicación estricta del criterio de inedición, fueron descalificados algunos trabajos y finalmente se eligió una obra. Horas más tarde, uno de los jurados descubrió que ésta no se ajustaba al texto de la convocatoria: contaba también, como otros manuscritos descalificados previamente, con poemas publicados. Por ello, Lucía Rivadeneyra y María Rivera se decantaron por otro ganador. Jair Cortés no estuvo de acuerdo, en esta segunda ocasión, con el criterio descalificatorio que él mismo había propugnado. Reveló además públicamente (sin aclarar de dónde lo había obtenido) el nombre del concursante descalificado y hasta ese momento anónimo. El premio se falló de todos modos, pero quedó marcado tristemente por la suspicacia que en este país genera todo pequeño escándalo.
Meses después, en marzo de 2009, el poeta regiomontano Iván Trejo obtuvo el Premio Regional de Poesía “Carmen Alardín” por su libro Los tantos días. A poco de conocido el fallo, la polémica se levantó entre algunos poetas del noreste del país: alguien había descubierto el título del trabajo en cuestión encabezando unos cuantos poemas en el blog del ganador. Ni siquiera existió la certeza de que los poemas del blog estuvieran en el libro –que acaba de salir de la imprenta apenas mientras escribo esto–: los críticos solicitaban que la obra fuera despojada del reconocimiento nada menos que por la publicación previa de su título (algo que no está indicado en ninguna convocatoria). Afortunadamente, en este caso los jurados sí se pusieron de acuerdo. Pero la maledicencia en torno al fallo continúa.
Hay además una coda a las polémicas en tierra regiomontana. Hace un mes le fue retirada la beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes al escritor Oscar David López. ¿La razón?… Uno de los funcionarios a cargo de ese Fondo descubrió el título y algunos de los poemas de López entre los manuscritos enviados, hará cosa de un año, a un concurso de poesía. Se alegó que la beca era para una obra estrictamente nueva (algo difícil de precisar cuando se trata de poemas inéditos: uno no acaba de escribirlos nunca), no para trabajos previamente escritos. El cinismo de este castigo me parece brutal. Mi pregunta es: ¿quién va a sancionar a la instancia –el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León– por incumplir su compromiso, establecido en una convocatoria, de destruir las obras no premiadas, garantizando el estricto anonimato de los participantes?… La falta del organismo público me resulta mucho más grave y preocupante que la del poeta. (Y nadie hace nada.)
En cualquier caso, algo me resulta evidente: el texto de las convocatorias de los premios de poesía en México no está funcionando para garantizar transparencia alguna. Voy más allá: el exceso de rigidez y vigilancia sólo ha servido para generar persecución, injusticia y paranoia –cuando no una manipulación interesada del reglamento: discreción que es suplantada por la discrecionalidad. Toda normatividad entra en descomposición en la medida que el discurso legal resulta incompatible con el mundo real. La solución a mi juicio –y pareciera que estoy hablando del país, pero juro que solamente me refiero a los concursos de poesía– no es poner reglas más estrictas ni generar una enésima capa de burocracia vigilante. Al contrario, lo que necesitamos es simplemente ser honorables: más pragmáticos pero menos oportunistas; más honestos pero menos puritanos. Es aquí donde, zaz, la realidad nacional se pasea por la poesía con su andar de paquidermo.
– Julián Herbert