El concierto de Jericó

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Los aforismos son piedras que se lanzan contra las murallas de nuestras más arraigadas certidumbres: proveen el derrumbe que menos necesitamos, pero sin duda el más fascinante.

“Aforismo” no equivale tanto a “fragmento” como a “piedra angular” que, en sí misma, condensa toda una arquitectura. Resumir antes de desarrollar ahorra tiempo incalculable. Saber que no hay un más allá ni hubo un pasado. Decir sin titubeos. El cazador de relámpagos sólo tiene una oportunidad, y a veces menos. En Eso que ilumina el mundo (Almadía, 2006), Armando González Torres (Ciudad de México, 1964) se convierte en ese perseguidor zen de la repentina certeza que lo asalta al mirarse al espejo: “Yo: multitud que firma con el mismo garabato.”

Distribuidos en apartados cuyos ejes temáticos pueden ser el silencio y las palabras, los pecados capitales y la identidad, textos de naturalezas colindantes constituyen el libro: aforismos, diálogos cortos, fábulas morales, microficciones, versos sueltos de indómita fe: “Ruego al mar que reverbere, al desierto que florezca.” La ironía, el humor, la fobia, la irreverencia como trincheras del autor. Algunos textos funcionan por sucesión, ascensión en el tono o el razonamiento (como en la sección “Ilusos”); otros, están cifrados en la aparición estelar de sus conclusiones sin antecedente: “En mi interior habitan un ciego, un sordo, un mudo y un constipado.”

Una corrección: no piedras, sino cuerpos sonoros. La razón como instrumento musical con el que se destruyen las barreras de las certezas y se apuesta por lo súbito. Sus palabras son potentes notas que, como aquellas de las trompetas alzadas contra Jericó, desarman el cerco de ideas que nos impide atisbar más allá. Su fin no es tomar por asalto la ciudad desarmada, ni sustituir nuestra certeza por la suya –no hay en el libro un afán de última palabra; antes bien, cada frase opera por tanteo, por sorpresa. Antes que una solución, la perplejidad del inconforme–. Ahora sólo resta escuchar el concierto beligerante de la inteligencia en vilo, notar cómo sustituye poco a poco el retrato inmóvil de las murallas por el horizonte hipnótico y más amplio de sus ruinas.

– Luis Jorge Boone

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