El enemigo

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Pocas campañas de autoboicot se comparan a la que llevó a cabo Wyndham Lewis, sin proponérselo del todo. Si la posteridad se resiste a olvidarlo es porque sus textos, sus revistas, sus cuadros y su incansable agitación cultural son piezas indispensables para gozar y entender el mosaico artístico de Europa desde los albores de la Primera Guerra y hasta los umbrales de la Segunda en el marco del modernism anglosajón.

Un lector desprevenido tal vez no tolere las sátiras hostiles que en muchas novelas de Lewis se registran contra los judíos, los homosexuales y otras minorías. O se sorprenda sinceramente al descubrir el afán casi patológico de Lewis para pelearse con todos y cada uno de sus amigos. O no entienda por qué insistió en atacar ferozmente al grupo de Bloomsbury, que comandó la escena cultural londinense durante el primer tercio del siglo XX. O no le dé mucha risa que llamara a Joyce “gondolero de Dublín”, a Pound “bobo revolucionario” y a Eliot “himenóptero pesado”. O le parezca exagerado que dedicara un libro entero (Time and Western man) para acusar a Henri Bergson de “fraude intelectual”. O le resulte inconcebible que haya intentado seducir a la horrible Edith Sitwell. O de plano enfurezca al enterarse de que Lewis es autor de un libro titulado Hitler (publicado en 1931) y en el que llama al Führer “un hombre de paz”. Todo ello es cierto, pero al acercarse un poco más y distinguir los matices de aquellos años inestables, la figura de este insobornable “raro” adquiere una relevancia y un interés incuestionables. De cualquier manera, me apuro a informarle al desprevenido lector que Lewis publicó en 1939 The Hitler cult, una auténtica palinodia de los desatinos de aquel Hitler (que no le sirvió de mucho para combatir el ostracismo al que fue condenado ni para sacudirse el sambenito que le colgó Auden al describirlo como “ese viejo volcán de la derecha”).

Pero acerquémonos al personaje. Percy Wyndham Lewis nació en Canadá el 18 de noviembre de 1882 y murió en Londres el 7 de marzo de 1957. Si no hubiera quedado ciego debido a un tumor en la pituitaria, le hubiera dado tiempo de ver y disfrutar la gran exhibición de su obra en la Tate Gallery: “Wyndham Lewis and vorticism”, que se llevó a cabo en 1956. Cofundador del movimiento vorticista (junto con Ezra Pound y Henri Gaudier-Brzeska, entre otros) en el año neurálgico de 1914, Lewis supo amalgamar partes del movimiento cubista y partes del futurista en una nueva propuesta que planteaba, en su versión plástica, un puro dinamismo anguloso y geométrico con tendencias a la abstracción. Él, desde la pintura, y Gaudier-Brzeska, desde la escultura, fueron sus máximos representantes, y Pound fue quien bautizó y atizó el movimiento para dejarlo arder en las manos de Lewis. Sobre la relación del vorticismo con el futurismo, vale la pena contar una anécdota que retrata de cuerpo entero a nuestro personaje: el 6 de mayo de 1914, F. T. Marinetti y Wyndham Lewis tuvieron un breve encuentro en el baño del Rebel Art Centre de Londres, donde el italiano había pronunciado una conferencia en francés para presentar formalmente el futurismo. Al toparse con Lewis, Marinetti lo invitó a unirse a las filas de su movimiento y Lewis le respondió, en francés y citando a Baudelaire: “je hais le mouvement qui déplace les lignes”: “detesto el movimiento que desplaza las líneas”, en obvia referencia a la estética futurista y para rechazar así la invitación.

Derivación del futurismo, el vorticismo nació en el seno de una revista tan fugaz como relevante para nosotros hoy: Blast, una absoluta joya de la tipografía y recipiente de los manifiestos con que Lewis y sus colaboradores se desmarcaban de las otras vanguardias. Lewis escribió la gran mayoría de los contenidos. Duró dos números. El primero, con fondo rosa y la sola palabra blast cubriendo en diagonal toda la portada, fue descrito por Pound como el “gran opúsculo cubierto de magenta”. En dicho número se publicó un adelanto de la novela The saddest story, de Ford Madox Hueffer, que después sería El buen soldado de Ford Madox Ford. El segundo número (conocido como “War number”) incluyó una pequeña obra de teatro de Pound y poemas de Eliot, además de un texto de Gaudier-Brzeska escrito desde las trincheras poco antes de morir en la batalla de Verdún. La Gran Guerra devoró a varios colaboradores de Blast y terminó por finiquitar a la revista misma, lo cual no fue obstáculo para que Lewis editara otras dos revistas en los años veinte: The Tyro (dos números) y The Enemy (tres números), nombre este último que acabó por trasladarse a su editor, a quien no le molestó nada que se le conociera como “el Enemigo”.

Lewis escribió cuarenta libros, de entre los cuales destaca la novela prebélica Tarr, considerada como una obra central del modernismo anglosajón, y la autobiografía Estallidos y bombardeos, extraordinario autorretrato de espaldas a la Primera Guerra que merece estar junto a la también extraordinaria Adiós a todo eso, de Robert Graves. Ahí, Lewis se describe así: “He sido soldado, navegante, bebé, massier, paciente de hospital, viajero, abstemio total, lector, alcohólico, editor y mucho más.” Le faltó decir que fue un pintor de primera línea, descrito por Walter Sickert (a quien se ha relacionado con Jack el Destripador) como “el más grande retratista de esta o cualquier otra época”. Así lo reconoció la prestigiosa National Portrait Gallery de Londres, quien le dedicó una magna retrospectiva en 2008 (su retrato de Pound dormido es soberbio).

Hoy, a pesar de su feroz autoboicot, Wyndham Lewis es reconocido como la figura indispensable que es en el mundo de las vanguardias y postvanguardias europeas. El enemigo, para nuestra fortuna, no ha conseguido vencerse a sí mismo. ~

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