La comunidad cientรญfica ha logrado ponerse de acuerdo en torno a las causas y los efectos del calentamiento global. Somos los hombres los culpables. Por nuestra culpa y sรณlo por nuestra culpa el mundo se encamina a pasos acelerados al desastre. Para quienes hemos sido criados en el rigor de la guerra frรญa, esta terrible noticia no deja de ser un alivio. De niรฑos nos enseรฑaron que el mundo podรญa en cualquier momento perecer, que nuestro lugar en รฉl es eternamente frรกgil, y que la estupidez de los hombres โesos gigantescos monstruos banalesโ nos podรญa eliminar de la faz de la tierra en cualquier momento. Y mientras hoy la energรญa nuclear aparece repentinamente como un posible salvador de la atmรณsfera, en aquella รฉpoca lo nuclear era el enemigo, pero tambiรฉn, y mรกs profundamente, un sinรณnimo de la tecnologรญa, el poder, y la omnipotencia del hombre que tarde o temprano serรญa castigada por los dioses.
Supimos siempre que nuestra libertad era restringida y nuestra alegrรญa, transitoria. Algunos, ante la inminencia de la explosiรณn, se lanzaron a la fiesta, otros al tormento, todos nos acostumbramos a convivir con el fin del mundo, todos nos sentimos felizmente aterrados y desolados cuando ya el muro se derrumbรณ y con ello, la amenaza nuclear. A partir de los aรฑos noventa, ya no era tan seguro que el mundo se acabarรญa maรฑana.
El peligro de ayer, como el de hoy, era indudablemente real y concreto. Las ojivas nucleares estaban instaladas en prados alemanes, rusos y norteamericanos. Nadie podรญa dudar de su realidad apremiante, como hoy tampoco nadie en su sano juicio puede burlarse impunemente de los glaciares que se derriten, y del efecto invernadero. La amenaza era y es real, pero no deja por eso de responder a una necesidad instintiva de nuestro imaginario.
Ante el vรฉrtigo del progreso ilimitado, ante la falta de pruebas sobre el sentido del tiempo y la misiรณn del hombre sobre la tierra, hemos necesitado siempre una frontera. Un lรญmite hacia el que avanzar o retroceder, un horizonte, el horizonte del fin del mundo, con que medir nuestros pasos.
La idea de un fin de mundo, pero sobre todo un fin de mundo provocado por el hombre, de alguna forma ofrece un alivio ante el vรฉrtigo que sentimos nosotros, pobres individuos, al saber que somos parte de esa cosa abstracta y azul que se llama el planeta Tierra.
El mundo entero, China y Brasil, la selva y el mar, el hambre en Chechenia y la soledad de nuestros gritos esparcidos y solos por la vรญa lรกctea donde no sabemos si hay o no mรกs vida que la nuestra, mรกs tiempo que รฉse que heredamos, que tomamos, que creemos conocer y que sin embargo se nos escapa como la tierra, como el mar, como el cielo. La idea del fin del mundo, la idea de que pudiรฉramos o asesinar al mundo โsegรบn la visiรณn mรกs culposaโ o suicidar al mundo โsegรบn la menosโ es una forma de sentir que poseemos ese tiempo que se nos escapa. Que el tiempo es nuestro ya que nosotros, con un botรณn o un aerosol, podemos decidir cuรกnto va a durar este planeta.
Porque, admitรกmoslo de entrada, nunca pareciรณ justo que nosotros tuviรฉramos que morir y el mundo sin piedad nos sobreviviera. No nos gustรณ nunca la indiferencia del planeta ante nuestros dolores, nuestras alegrรญas. No nos conformamos nunca con la idea de no saber quรฉ lugar ocuparรกn nuestras vidas en la historia del universo, ni de no saber cuรกl es la conclusiรณn de la historia, cuรกl es el tono en que debe contarse รฉsta, cuรกl es su centro, cuรกles sus apรฉndices.
Quizรกs ha sido ese vรฉrtigo el que nos llevรณ a construir bombas atรณmicas o a quemar pozos de petrรณleo. O quizรกs de no tener estos peligros a mano recurrirรญamos al miedo a la llegada del Anticristo, o a los extranjeros de barba colorada, el nuevo diluvio, o la llegada de habitantes de otro planeta. Un enemigo es siempre mejor que un enigma. Hijos de la Biblia, no podemos concebir que nada sagrado no termine, como termina nuestro libro sagrado, con el Apocalipsis. ~