Freud fue una lectura generacional, un descubrimiento extraordinario, inspirador, para el Chile de los aรฑos cuarenta y cincuenta, aun cuando su estudio habรญa comenzado entre nosotros bastantes aรฑos antes de la Segunda Guerra Mundial. Serรญa engaรฑoso sostener que fue un descubrimiento รบnico: formรณ parte de toda una constelaciรณn intelectual, mental, de sensibilidad, por decirlo de alguna manera. Pero el encuentro con la obra de Freud fue uno de los mรกs influyentes de ese tiempo. Descubrรญamos a Sigmund Freud, a Jean-Paul Sartre y Albert Camus, a Martin Heidegger, casi al mismo tiempo. Y todo esto coincidรญa, en el lado de la literatura, con la apariciรณn de Marcel Proust y de la Recherche; con nuestra lectura del Thomas Mann de La montaรฑa mรกgica, de Tonio Krรถger y de La muerte en Venecia, seguida por la de Josรฉ y sus hermanos; con la de William Faulkner a partir de Mientras agonizo; con la de un Dostoievski, un Franz Kafka, un Jorge Luis Borges de ese tiempo. Los conceptos del inconsciente, del psicoanรกlisis freudiano, estaban relacionados de alguna manera con el surrealismo de Andrรฉ Breton, que adquirรญa entre nosotros un aire americano, diferente, con grupos surrealistas locales. Los chilenos, reunidos en el grupo de La Mandrรกgora con Teรณfilo Cid, Braulio Arenas, Enrique Gรณmez Correa, eran curiosamente activos y tenรญan una vinculaciรณn directa con Andrรฉ Breton a travรฉs de Elisa, su mujer, nacida en Chile. Nuestra lectura de Residencia en la tierra del joven Pablo Neruda, que hacรญamos en contra del Neruda รฉpico y hugoliano de Canto general, asรญ como la de Trilce y Poemas humanos de Cรฉsar Vallejo, estaba marcada por esa atmรณsfera: Sigmund Freud mรกs Andrรฉ Breton, sin olvidar a Proust, a Joyce, a Faulkner. Claro estรก, la vanguardia estรฉtica e intelectual europea adquirรญa entre nosotros matices diferentes. Lautrรฉamont, que habรญa nacido y se habรญa educado hasta sus trece aรฑos en Uruguay, anunciaba en el final de uno de los Cantos de Maldoror que el gran poeta moderno nacerรญa en las orillas del Rรญo de la Plata y alimentarรญa su visiรณn con esos espacios inรฉditos, desconocidos en el Viejo Mundo.
Ahora acaba de salir una nueva biografรญa de Freud (Sigmund Freud. En su tiempo y en el nuestro, Debate, 2015), obra de รlisabeth Roudinesco, historiadora y psicoanalista francesa, gran experta en Jacques Lacan y en historia de la psiquiatrรญa. El libro pertenece a la especie, que comienza a ser escasa, de las biografรญas sรณlidas, completas, rigurosamente documentadas, escritas con maestrรญa, de visiรณn original, independiente de leyendas y lugares comunes. No soy especialista en temas de psiquiatrรญa, no soy hombre de ciencias, pero Freud ha existido en mi formaciรณn, en mi lectura, en mi nociรณn de lo literario. He leรญdo muchas pรกginas de sus textos clรกsicos y he sentido una fascinaciรณn especial frente a las reflexiones freudianas sobre Leonardo da Vinci, sobre el Moisรฉs del monoteรญsmo judรญo y el de la escultura de Miguel รngel, sobre los recuerdos de infancia de Goethe, sobre el sentido de la culpa en Dostoievski, sobre El hombre de la arena de E. T. A. Hoffmann. Hace poco, en una completa relectura de La montaรฑa mรกgica me volvรญ a encontrar con el ambiente mรฉdico de Freud. Y entendรญ mejor la relaciรณn arcaica entre el Moisรฉs de Freud y el Josรฉ de Mann. Soy ajeno al tema y a la vez cercano: un ignorante ilustrado, intruso e ilustrado.
El Freud de Roudinesco es moderno, contradictorio, desconcertante, รญntimo, particular, universal. Roudinesco describe con soltura, con pleno dominio, la manera de trabajar del profesor, su sistema, sus hรกbitos, sus rutinas, y hasta sus caprichos y sus probables errores. Freud fue un gran lector de los etnรณlogos del mundo primitivo, de los historiadores de Egipto, de los profetas bรญblicos; a la vez, fue un hombre de cultura clรกsica, un refinado conocedor de los pensadores y artistas griegos y latinos. Elaborรณ su teorรญa sobre el complejo de Edipo porque era un admirador apasionado del teatro griego clรกsico. Pero tambiรฉn conocรญa en profundidad a Shakespeare. Hamlet, como Edipo, como Leonardo da Vinci, como Moisรฉs visto por Miguel รngel, como los hermanos Karamรกzov, son piezas elementales del impresionante mosaico freudiano.
La biografรญa de Roudinesco va de lo general a lo particular. Analiza el concepto de “felicidad” que desarrollรณ la Ilustraciรณn francesa y lo examina en sus personajes centrales y en sus desviaciones: en Voltaire y en el marquรฉs de Sade. Sigmund Freud admira a Voltaire, pero trata de entender el caso doloroso de Sade. Despuรฉs recibe noticias de la modernidad de su รฉpoca, de Italo Svevo y de James Joyce. Alguien le explica que Zeno, el gran personaje de Svevo, solo se pudo construir como entidad de ficciรณn a partir de un estudio del psicoanรกlisis. Pero Freud, tal como lo vemos despuรฉs de leer a Roudinesco, era distante, escรฉptico: no se dejaba impresionar por modas, no se desviaba nunca de su camino. Parece que no leyรณ a Svevo y no se interesรณ demasiado en la obra de Joyce. Tampoco, a pesar de notorias coincidencias, o quizรก por eso mismo, se sintiรณ atraรญdo por la obra de Proust. En cambio, amaba al Thomas Mann de las historias bรญblicas, que en parte coincidรญan con sus visiones personales de Moisรฉs y del judaรญsmo. Y era un entusiasta de la obra novelesca de Dostoievski, a quien interpretรณ en profundidad y sin concesiones. Fue, ademรกs, un lector extraordinario de los romรกnticos alemanes. Para mi gusto, su ensayo sobre El hombre de la arena, de E. T. A. Hoffmann (“Das Unheimliche”, que ha sido traducido, en la imposibilidad de hacer una traducciรณn satisfactoria, como “Lo siniestro”), es uno de los mรกs lรบcidos y mรกs reveladores sobre una literatura que podrรญamos llamar moderna o premoderna. Es un gran ensayo sobre el doble, sobre la dualidad, sobre la ambivalencia. Lo familiar, lo hogareรฑo, se abre en la mirada de Freud a dimensiones inquietantes, siniestras. Ese “hombre de arena” es el ogro, el “cuco” de las historias infantiles nuestras. Es amigo del dueรฑo de casa, abogado de profesiรณn, y parece un personaje pintoresco y amable, pero anda con un saco donde colecciona ojos de niรฑos. Tira arena a la cara de los niรฑos y se queda con los ojos. Y tiene una relaciรณn indirecta con la fabricaciรณn de Olimpia, la muรฑeca animada, la Copelia de los primeros ballets modernos. En mi opiniรณn, el cuento de Hoffmann pertenece a la misma estirpe de Frankenstein, la novela de Mary Shelley. La idea asombrosa y oscura de crear seres humanos a partir de la nada, que tiene orรญgenes renacentistas, pero tambiรฉn antiguos, bรญblicos, griegos, egipcios, es uno de los temas que apasionaron a Sigmund Freud.
La lectura ingenua, primaria, no cientรญfica, puede ayudar a vislumbrar el sentido รบltimo de las cosas. Mi interรฉs en Freud, como es natural, es mรกs literario que cientรญfico. Pero encuentro un tema constante, de indudable fondo poรฉtico: el pensamiento de Freud se enfrenta a cada paso con la dualidad, con la idea de la contradicciรณn interna, con la memoria, con la infancia. El concepto de “memoria profunda” que desarrolla Andrรฉ Breton en sus manifiestos surrealistas tiene un parentesco cercano con las concepciones freudianas: memoria profunda, memoria involuntaria, represiรณn que aflora de diferentes maneras, en la creaciรณn artรญstica, en la neurosis, en la psicosis. Freud iba siempre mรกs allรก de las apariencias, mรกs lejos. El miedo de los niรฑos a perder los ojos del cuento de Hoffmann es el miedo del hombre primitivo a la castraciรณn, al padre vengador y terrible. En su concepto de la ambivalencia, de la contradicciรณn inevitable y constante, Freud se acercaba a nociones orientales, que enfocaban el tema de la identidad con criterios no ortodoxos. De ahรญ su permanente interรฉs en nociones opuestas: Eros y Tรกnatos, es decir, la vida, el amor y su gran contrario, la muerte. Algunos prefieren hablar del principio de vida y el principio de muerte, en constante lucha en la psique humana. En otras palabras, el eros, la aspiraciรณn vital, el instinto de conservaciรณn no lo explican todo. Tambiรฉn existen fuertes elementos autodestructivos en la mente, en la psicologรญa profunda, y suelen reflejarse en las sociedades humanas, sin excluir la vida polรญtica.
El Freud de รlisabeth Roudinesco es un hombre ordenado, de una capacidad de trabajo absolutamente excepcional, de costumbres rutinarias. Podrรญamos hablar de “costumbres burguesas”, si el adjetivo no estuviera desprestigiado. En sus mejores tiempos, desde comienzos del siglo XX hasta los aรฑos veintitantos, atendรญa a ocho pacientes diarios (cincuenta minutos dedicados a cada uno) por seis dรญas a la semana. Sus honorarios eran altos, propios de la jerarquรญa mรฉdica superior de Viena y de las grandes capitales europeas, y sus derechos de autor llegaron a ser importantes. Era capaz, sin embargo, de cobrar muy poco y hasta de trabajar de forma gratuita en casos especiales. Tuvo pacientes cรฉlebres y Roudinesco analiza en detalle algunos de sus tratamientos. Era aficionado a las รณperas de Mozart y compraba objetos pequeรฑos de las mรกs diferentes culturas en las mejores tiendas de anticuarios. Los necesitaba como fuentes de placer y como estรญmulos para su curiosidad universal. Conocรญa a fondo la Biblia y las grandes tradiciones judรญas, pero no le gustaban la minucia ni el espรญritu de reglamento. Cuando se casรณ con Martha Bernays, que pertenecรญa a una familia judรญa que habรญa sido poderosa, le prohibiรณ celebrar el sabbat y cocinar de acuerdo con las reglas religiosas. El profesor era sobrio, pero aficionado a los vinos de calidad, y consumรญa algo de droga en forma ocasional, segรบn รฉl por razones mรฉdicas. Tuvo muchos hijos en la primera etapa de su matrimonio; despuรฉs de probar diversos mรฉtodos anticonceptivos, resolviรณ practicar la mรกs completa abstinencia carnal a partir de los cuarenta aรฑos de edad. Era un intenso fumador y encendรญa un cigarrillo detrรกs de otro durante sus consultas. Algunos de sus pacientes se quejaron porque no les ofrecรญa tabaco a ellos. Otros testigos afirmaron que podรญa ser indiscreto y hablar de las enfermedades mentales de otros. He conocido a psiquiatras indiscretos y no me extraรฑa demasiado: a veces las historias ajenas son de un interรฉs difรญcil de resistir. Era un personaje aficionado a guardar las formas externas. No le gustaba, por ejemplo, que colegas de medicina o de psiquiatrรญa, intelectuales, parientes, seguidores diversos, llegaran a visitarlo con vestimentas descuidadas. Roudinesco piensa que sufriรณ con el desmoronamiento de los imperios centrales a consecuencia de la Primera Guerra Mundial. El profesor amaba profundamente la Viena de finales de siglo, la de Gustav Mahler, Klimt, Johannes Brahms y tantos otros, y no se resignรณ a su decadencia.
Tampoco comprendiรณ esa decadencia, y eso lo llevรณ a equivocarse en un primer momento con respecto al nazismo. Cuando los nazis quemaron libros suyos, dijo que el mundo habรญa progresado, puesto que en la Edad Media lo habrรญan quemado a รฉl. Poco despuรฉs comprendiรณ que el asunto no era para bromas. Habรญa creรญdo que la ciudad de Viena, con su vieja cultura, con sus grandes mรบsicos, artistas, pensadores, lo protegerรญa, sin darse cuenta de que los austrรญacos, en su decadencia, podรญan ser tanto o mรกs fanรกticos del nazismo que los alemanes. Tuvo que salir a la carrera de Viena a Londres, en junio de 1938, despuรฉs de engorrosos trรกmites y de firmar una declaraciรณn oficial en que decรญa que รฉl y su familia “no habรญan sido importunados”.
Los detalles de esta biografรญa son extraordinarios. Es literatura histรณrica de primer orden. Pero el enfoque global, el de la novedad revolucionaria, en el sentido intelectual y cientรญfico, de la obra freudiana, tambiรฉn lo es. La relaciรณn de Sigmund Freud con Charcot, que provoca sus primeras reflexiones sobre la histeria, y en particular sobre la histeria femenina, es iluminadora. Despuรฉs llegarรญa a la conclusiรณn de que Hamlet era el gran histรฉrico de la literatura europea. Freud tenรญa una libertad intelectual y una apertura de espรญritu asombrosas. Se equivocaba y sabรญa rectificar a tiempo. Algunos lo acusan hasta hoy de frivolidad intelectual, de inventar cosas de un modo mรกs o menos gratuito. Es el resultado de una lectura superficial. El proceso mental de Freud era siempre dubitativo, aproximativo, conjetural. Casi siempre proponรญa, casi nunca concluรญa. Habla con frecuencia de las posibilidades de investigaciรณn de cada tema, de la mente humana que se abre camino a travรฉs de su trabajo, pero rara vez pretende que las conclusiones de ese proceso mental sean definitivas. Una relectura de Tรณtem y tabรบ me confirma plenamente esta idea. Freud construye su pensamiento paso a paso, con evidente prudencia, respetando y analizando siempre las conclusiones de investigadores anteriores.
Al leer esta biografรญa, adquiero la impresiรณn de una inteligencia en movimiento constante, que se asombra a cada rato, que descubre, profundiza, inventa. En รบltimo tรฉrmino, fue un extraordinario intรฉrprete de la mente moderna, de sus recovecos y sus misterios, a la vez que un forjador de esa mente. El descubrimiento del inconsciente fue un cambio de รฉpoca. Freud nos propuso un paisaje mental nuevo, con un lado oscuro y un lado luminoso. Nunca fue unilateral, sectario, dominado por una ideologรญa rรญgida. Creaba su ideologรญa รฉl mismo y era capaz de rectificarla a su debido tiempo, con la serenidad y la lucidez indispensables.
En Tรณtem y tabรบ, Freud escribe que las neurosis presentan “sorprendentes y profundas analogรญas con las grandes producciones sociales del arte, la religiรณn y la filosofรญa”. Esta afirmaciรณn, aunque no fuera conocida por todos los actores, era dominante en el Chile literario de los aรฑos cincuenta, y lo era en la crรญtica, en el anรกlisis de las obras y en la creaciรณn misma. Los tรฉrminos freudianos, en los trabajos crรญticos del poeta Enrique Lihn, en los textos de Jaime Concha, de Jorge Teillier, de muchos otros, eran dominantes. Las lecturas generacionales creaban una atmรณsfera mental que solo se podรญa entender con nociones del inconsciente, de la neurosis obsesiva, del psicoanรกlisis. รbamos desde la novelle del romanticismo alemรกn –Kleist, Arnim, Hoffmann– hasta Franz Kafka. รramos conscientes de una filiaciรณn narrativa, de un parentesco mental, donde lo oscuro, lo sรณrdido, lo reprimido, jugaban un papel esencial. La narrativa chilena “oficial” era la del criollismo, la de un naturalismo hispanoamericano, y eso llevaba a sostener que en nuestra literatura solo habรญa poetas. Era un planteamiento rรญgido, mal enfocado. Habรญa poetas y habรญa narradores marginales, alejados de la corriente “oficial”, autores de textos que se relacionaban con la poesรญa: Juan Emar, Braulio Arenas, Marรญa Luisa Bombal y un largo etcรฉtera. Desde los cuentos de Veraneo, Josรฉ Donoso se instalรณ en una especie de realismo urbano en el que asomaban elementos fantรกsticos, surreales, onรญricos. Hice algo parecido en los comienzos mรญos y Enrique Lihn lo entendiรณ perfectamente en su prรณlogo a mi antologรญa Temas y variaciones; “esquizoparanoides”, escribe Lihn a propรณsito del protagonista de uno de esos relatos. Nuestras lecturas se orientaban por esos lados y encontraban autores muy cercanos a la atmรณsfera intelectual del padre del psicoanรกlisis: el Arthur Schnitzler de La seรฑorita Elsa, que muchos consideraban precursor del monรณlogo interior de James Joyce; el Stefan Zweig de Veinticuatro horas en la vida de una mujer, cuyo retrato de la represiรณn sexual y los procesos de encubrimiento y de sustituciรณn hizo las delicias de Freud como psicoanalista del arte; el Dostoievski de El jugador y de Los hermanos Karamรกzov.
Como ya dije, nuestras lecturas de Residencia en la tierra de Pablo Neruda, de Trilce y Poemas humanos de Cรฉsar Vallejo, de Ecuatorial y Altazor de Vicente Huidobro, tambiรฉn estaban contaminadas por nociones no siempre claras, a menudo aproximadas, confusas, del psicoanรกlisis. “Hay pรกjaros de color de azufre y horribles intestinos / colgando de las puertas de las casas que odio, / hay dentaduras olvidadas en una cafetera, / hay espejos / que debieran haber llorado de vergรผenza y espanto”, escribรญa el Neruda de Segunda residencia. La imprecisiรณn lรณgica, el hermetismo, el tono de los escenarios, propios de la poesรญa y de la pintura surrealista, hacรญan pensar en Max Ernst, en el Salvador Dalรญ de los aรฑos veinte, en las reflexiones de Sigmund Freud sobre un sueรฑo infantil de Leonardo da Vinci. Las caravanas extraterrestres del Huidobro de Ecuatorial derivaban de paisajes mentales parecidos. Las apariencias contaban mucho menos que los espacios escondidos detrรกs de las apariencias. Escuchรฉ una vez a Louis Aragon decirle a Pablo Neruda, en el viejo caserรณn de la embajada de Chile en Francia: “siempre fuimos surrealistas”. Era una verdad a medias, pero sugestiva, interesante, a pesar de tantas contraverdades. La fuerza de la historia, manifestada en la Guerra Civil de Espaรฑa, llevรณ a Neruda a abandonar la รณrbita de Rimbaud y a convertirse en un poeta รฉpico, nacionalista (Canto general), en un Victor Hugo hispanoamericano. Cรฉsar Vallejo iniciรณ una evoluciรณn parecida con Espaรฑa, aparta de mรญ este cรกliz y fue interrumpido por una muerte prematura. Cuando Neruda quiso recuperar en 1956, con Estravagario, la atmรณsfera รบnica de Residencia en la tierra, ya era tarde. Los escenarios onรญricos de su poesรญa de juventud se habรญan extraviado. Todo podrรญa ser objeto de un anรกlisis freudiano, como lo hizo en parte Amado Alonso en su extraordinaria Interpretaciรณn de una poesรญa hermรฉtica. Quedaron, sin embargo, muchas cosas pendientes. Para mรญ, la lectura de la biografรญa de รlisabeth Roudinesco ha sido un viaje a mi juventud literaria y a la vez una apertura, un refrescamiento de la psique en una edad muy tardรญa. Ahora bien, encuentro ahora, despuรฉs de tanto tiempo, un detalle interesante: hubo estudiantes de medicina de nuestro tiempo que derivaron a un estudio apasionado de la psiquiatrรญa y que se transformaron en especialistas de alto nivel. Pues bien, muchos de ellos, precisamente, fueron grandes lectores de poesรญa y de narrativa, lo cual permitiรณ un diรกlogo prolongado a lo largo del tiempo. Max Letelier, fallecido hace poco, psiquiatra, profesor, lector de narradores del siglo XIX y de comienzos del XX, desde Balzac y Guy de Maupassant hasta Pรญo Baroja, me decรญa que toda buena novela es buena psicologรญa. Puede que no le faltara razรณn. Era una afirmaciรณn mรกs o menos parecida a la de Freud sobre la neurosis y la obra de arte en su Tรณtem y tabรบ. ~
(Santiago de Chile, 1931 - Madrid, 2023) fue escritor y diplomรกtico.