La pasión de Juana de Arco y la de los demás.

El grito y la expresión o las correspondencias invisibles

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

 

 

La fuerza plástica tiene sus raícesen la justicia.

Hugo von Hofmannsthal

 

Hay dos pantallas enfrentadas, una a cada extremo de la sala oscura, en medio una sucesión de sillas dispuestas en círculo o en forma aleatoria y eventualmente en alguna de las sillas: el espacio para espectador. Al entrar vemos que en la  pantalla de la derecha se proyecta  la película muda La pasión de Juana de Arco de Dreyer, mientras que en la de la izquierda transcurre un vídeo en el que una a una las pacientes de un hospital psiquiátrico de Sídney se presentan frente a la cámara de una manera nada artificiosa, hablan de sí mismas y de sus vidas, de su condición de enfermas.

Esta primera descripción es la de una de las piezas que actualmente se exhiben en una muestra en el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC) titulada El grito.[*] Ya en el título las curadoras (Sofía Hernández Chong Cuy y María Inés Rodríguez) convocan “la expresión”de la llamada, el clamor, la queja, el dolor, la búsqueda del otro, pero también el disentimiento, la revuelta muda.

Son muchas las obras que conforman la muestra y todas merecen un análisis detallado, pero me gustaría hacer de la pieza del artista venezolano Javier Téllez (Valencia, 1964) “La pasión de Juana de Arco, Rozelle Hospital, Sídney ”la parte que habla por el todo: la estructura “fractal” en la que no solo se cuestionan los límites entre “normalidad” y “enfermedad” sino aquella en donde el arte “interviene” en el conflicto de la construcción identitaria del yo y de las narrativas “dominantes”, en donde se “implica” en el cuestionamiento del ejercicio del poder, pero sobre todo en donde se cuestiona la razón de ser del arte, sus raíces éticas, para decirlo con Hofmannsthal.

Volvamos a ella, a la pieza. En una de las pantallas, el filme de Dreyer ha sido intervenido por el trabajo que el artista llevó a cabo junto con las pacientes –quienes reescribieron los subtítulos–. Así “la historia” desaparece, para ser reescrita y convertirse en otra historia: Juana es una “loca” más, una enferma mental contemporánea suya y compañera del centro, que ha sido encerrada por creerse la mítica heroína adolescente: de pronto irrumpe la ficción dentro  de la ficción y la obra se convierte en el sueño de las pacientes. Ellas se hacen con el poder de generar “relato” y lo ejercen. Es así como Juana de Arco conserva su rostro y los ojos más “expresivos” del mundo captados en el close-up, pero su historia de supliciada por la institución religiosa se convierte en la “proyección” compartida de las participantes del centro y la figura cinematográfica es la de su propia épica, ahora anónima y desprovista de heroísmo.

En el otro vídeo, Juana de Arco adopta la forma de una marioneta, que representa a la supervisora del mismo hospital psiquiátrico, quien se “ha redimido”, pasando de ser paciente a ser psiquiatra. Aquíocurre algo muy interesante: ella, la supervisora de carne y hueso, se deja interrogar por la marioneta, regresando a su condición anterior de paciente, mientras que la marioneta, su “yo” desdoblado, es quien “dirige” la sesión y los interrogatorios. La maneraen que se “escenifican” los límites entre uno y otro, así como los caminos subterráneos que conectan los viajes de ida y vuelta entre la enfermedad, la cura, la relación médico-paciente, la elaboración de los relatos, en suma, la historia íntima de ella, es verdaderamente sencilla y eficaz, y roza lo que el otro ejercicio concreta en la “intervención artística al filme” de Dreyer: la fragilidad de la construcción identitaria, sus dolencias, sus patologías, sus características.

Pero ¿qué ocurre en el cruce de ambas narrativas, entre las imágenes que salen de las dos pantallas “enfrentadas”?: ocurre el espectador, que es el “espacio” donde en última instancia deberá operar este “cruce de cables”. El espectador de la obra está llamado a ser esa “superficie en donde deberáproducirse el intercambio, la transferencia”. Para que ello suceda, el espectador deberá dejarse “traspasar” por el testimonio de esas mujeres y su deseo.

La muestra que en su conjunto es la puesta en escena de distintas manifestaciones y acercamientos a “el grito” hace evidente la relación entre ética y estética presente en todas las obras. Pero antes y después del grito tendráque haber silencio y ahí también encontramos una relación entre el artista venezolano y el escritor vienés.

Además de la cita al famoso cuadro El grito –que da título a la exposición–, contemporáneo de la Viena de Hofmannsthal, se da otra “coincidencia”: el surgimiento del psicoanálisis. Esto los conecta a ambos –a pesar de la distancia en el tiempo– en lo que tienen de respuesta a una realidad fracturada, que está desmoronándose y en la que el artista de pronto es consciente de su soledad. Ya sea Viena o Caracas, escritor y artista emiten lo que podríamos llamar un aullido de desesperación ante la revelación del mundo que les ha tocado: su apocalipsis.

Pero, además del grito, también está el silencio (o el grito mudo) como una pequeña e íntima “correspondencia”entre Téllez y el escritor austríaco que los vuelve a conectar por medio de la más directa de las expresiones: la epístola que anuncia el silencio.

En “La carta de Lord Chandos”, publicada en 1902, Hofmannsthal renuncia a la escritura en lo que Magris califica como “un manifiesto del desfallecimiento de la palabra  y del naufragio del yo en el fluir convulsionado e indistinto de las cosas, ya no nominables ni dominables por el lenguaje”. La carta como llamado, como “grito”desesperado, es la expresión de la voz más íntima, más vulnerable, pero también más “verdadera”, pues también hay en el género de la epístola un abandono de la ficción, un gesto de desconfianza hacia el arte, una inconformidad con un estado “moral” de la sociedad, y, en ese sentido, la carta es una denuncia de ejemplar condición novecentista que también se corresponde con Munch.

Mientras que cien años más tarde, en 2003, en una carta hecha pública, Téllez renuncia a representar a Venezuela en el pabellón de Venecia, tras comprobar que como artista es instrumento de un “discurso” y de una “política” degradados y que no responder a ello sería un acto de complicidad, y por conveniencia “artística”, o lo que es lo mismo por ganar “visibilidad”, aceptarlo sería caer en una de las formas más oscuras del cinismo. Por elloen un acto de coherencia consigo mismo y con su trabajo escribe una carta en la que hace manifiestas las razones de su renuncia, los motivos para quedarse en silencio y no asistir.

Ambos, escritor y artista, se ven impelidos a llevar a cabo ese gesto de inconformidad y disentir por medio de la carta como otra forma del grito. Pero afortunadamente ambos hacen el camino de vuelta y regresan a “la expresión”: Hofmannsthal a la palabra, Téllez a la imagen. Incluso tras constatar la bancarrota de la palabra o de la imagen. Lo que nos lleva a pensar que el “grito” en tanto expresión traza un camino de ida y vuelta: no solo de la boca al oído, ni tampoco del silencio a la expresión, sino a las preguntas: ¿Quées un artista?, ¿cuál es la tarea del arte? y a la eterna, imposible –y por ello necesaria– búsqueda de respuestas. ~

 


[*] La exposición El grito estará abierta al público hasta el 8 de enero de 2012.

+ posts

(Madrid, 1971) es editora y escritora. Dirige la revista de crítica cultural salonKritik.net.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: