The Baltimore Evening Sun, 17 de julio de 1925
Dayton, Tennessee, 17 de julio.- Aunque la corte fallĆ³ en su contra esta maƱana, y el testimonio de los expertos requerido por la defensa serĆ” excluido del juicio del impĆo Scopes, fue Dudley Field Malone quien ganĆ³ ayer la gran batalla de los retĆ³ricos. Apenas se irguiĆ³ para iniciar la sesiĆ³n, reinaba ya en la sala el consenso de que el juez Raulston estaba decidido y que nada que ningĆŗn abogado defensor pudiera decir podrĆa sacudirlo. Pero Malone incuestionablemente lo sacudiĆ³; estaba, al final, en plena duda, y lo mostrĆ³ mediante sus preguntas. Le tomĆ³ toda una noche de reposo regresar a la normalidad. La acusaciĆ³n ganĆ³, pero llegĆ³ sĆ³lo a una pulgada de la derrota.
Malone se habĆa preparado para asediar y vencer a Bryan, y lo logrĆ³ magnĆficamente. Dudo que, en una corte de ciencia legal, se haya oĆdo otro discurso mĆ”s elocuente desde los dĆas de Gog y Magog. Brotaba de las ventanas abiertas como el sonido de una prĆ”ctica artillera, y alarmaba a los contrabandistas y a los linces de las cumbres distantes. Trenes atronando sobre las vĆas cercanas apenas sonaron, y cuando, hasta el final, una mesa atiborrada de periodistas boquiabiertos se quebrĆ³ en un escĆ”ndalo, el ruido parecĆa, por contraste, no ser mĆ”s que una cuerda de pizzicato sobre una viola da gamba. Los paisanos afuera vertĆan sus Biblias dentro de los altavoces y podĆan asĆ entregarse jovialmente al impacto de la voz original. En breve, Malone estaba entonado. Fue un gran dĆa para Irlanda. Y para la defensa. Malone no solamente hablĆ³ mĆ”s fuerte que Bryan, tambiĆ©n lo dominĆ³ claramente y fue mĆ”s convincente que Ć©l. Su discurso, efectivamente, fue una de las mejores presentaciones de un caso contra la basura fundamentalista que he escuchado.
Fue simple en su estructura, claro en sus razonamientos, y en sus principales puntos fue abrumadoramente elocuente. No fue largo, pero cubriĆ³ el terreno entero y disparĆ³ elaborados y abundantes proyectiles que conquistaron incluso a los fundamentalistas. Cuando acabĆ³, ellos le dedicaron una enorme ovaciĆ³n que era por lo menos cuatro veces mĆ”s fuerte que aquella que le habĆan dedicado a Bryan; porque estos provincianos disfrutan los discursos y saben cuĆ”ndo son buenos. La lĆ³gica del diablo no puede atraparlos, pero tampoco se salvan de ceder a los placeres voluptuosos de sus lascivas frases.
El discurso fue completamente dirigido a Bryan, y Ć©ste se acomodĆ³ en su postura habitual, agitando su abanico de palmera enĆ©rgicamente y escudado en unos labios duros, crueles y celosamente cerrados. Este viejo muchacho se tornĆ³ mĆ”s y mĆ”s patĆ©tico. Ha envejecido mucho durante los Ćŗltimos aƱos, y ahora comienza a parecer viejo y febril. Todo lo que queda de su antiguo fuego estĆ” ahora en sus ojos negros; brillan como oscuras gemas, y en ese brillo hay una inmensa e inĆŗtil maldad. Esto es todo lo que ha quedado del lĆder sin igual de hace treinta aƱos. Alguna vez tuvo un pie en la Casa Blanca y la naciĆ³n temblĆ³ con sus rugidos. Ahora no es mĆ”s que un papa de hojalata en el cinturĆ³n de la Coca-Cola y el hermano de solitarios pastores que maltratan sus ya escasas luces en templos galvanizados situados junto a las vĆas. Su clĆmax llegĆ³ cuando se lanzĆ³ en una furiosa denuncia de la doctrina de que el hombre es un mamĆfero. ParecĆa una evidente imposibilidad que cualquier hombre letrado pudiera levantarse en pĆŗblico y descargar cualquiera de aquellos sinsentidos. Aun asĆ el viejo compaƱero lo hizo. Darrow lo miraba con incredulidad. Malone estaba sentado con la boca totalmente abierta. Hays se regalĆ³ una de sus sardĆ³nicas risillas. Stewart, Bryan y sus pupilos se miraban extremadamente incĆ³modos. Pero el viejo charlatĆ”n hablĆ³ demasiado. Llamar a un hombre mamĆfero, al parecer, era tambiĆ©n ignorar una revelaciĆ³n divina. El efecto de esta doctrina serĆa destruir la moralidad y promover la infidelidad. La defensa lo dejĆ³ pasar: la flor no necesitaba un adorno.
Vino luego abundante palabrerĆa acerca del caso Leopold Loeb, culminando en el argumento de que enseƱar era corromper āde que los profesores, al colocar la ciencia por encima del GĆ©nesis, estaban convirtiendo a sus estudiantes en asesinos. Bryan alegĆ³ que Darrow habĆa admitido el hecho en su discurso final durante el juicio de Leopold Loeb, y se detuvo a buscar la cita en la copia impresa de su discurso. Darrow negĆ³ haber hecho tal declaraciĆ³n, y comenzĆ³ su presentaciĆ³n leyendo lo que en realidad habĆa dicho sobre el tema. Bryan entonces procediĆ³ denunciando a Nietzsche, a quien describiĆ³ como un admirador y seguidor de Darwin. Darrow disputĆ³ estos puntos y ofreciĆ³ una exposiciĆ³n de lo que Nietzsche en realidad habĆa enseƱado. Bryan simplemente lo ignorĆ³.
El efecto completo de la arenga fue extremadamente depresivo. RĆ”pidamente dejĆ³ de ser un argumento dirigido al jurado. Bryan, de hecho, constantemente decĆa āmis amigosā, en lugar de āsu seƱorĆaā, y se convirtiĆ³ en un sermĆ³n para una acampada. Todas las sagradas y habituales afirmaciones en Dayton aparecieron ahĆ: que aprender es peligroso, que nada es verdad si no aparece en la Biblia, que un paisano que va a la iglesia regularmente sabe mĆ”s de lo que cualquier cientĆfico haya escuchado. La cosa llegĆ³ a extremos fantĆ”sticos. Se transformĆ³ en un fĆ”rrago de puerilidades sin coherencia ni sentido. No creo que el viejo hombre se haya hecho justicia. Hablaba con una voz pobre y su mente parecĆa vagar. HabĆa demasiado odio en Ć©l para que pudiera tambiĆ©n ser persuasivo.
La multitud, por supuesto, estaba con Ć©l. Ha sido alimentada con esta clase de palabrerĆa durante aƱos. Sus pastores la asaltan dos veces a la semana precisamente con el mismo sinsentido. EstĆ”, crĆ³nicamente, en la misma posiciĆ³n que la poblaciĆ³n protegida por una ley de espionaje en tiempos de guerra. Es decir: prohibido burlarse de los argumentos de este lado y prohibido escuchar al otro bando. Hace aƱos que Bryan ronda por aquĆ y conoce la mente bucĆ³lica. Sabe cĆ³mo alcanzar e inflamar sus bĆ”sicas creencias y supersticiones. Las ha aƱadido a su repertorio y adornado con frescos absurdos. Hoy, Ć©l mismo podrĆa presentarse como el arquetipo del provinciano americano. Su teologĆa es simplemente la magia elemental que es profesada cincuenta y dos veces al aƱo en cien mil iglesias rurales.
Estos montaƱeses de Tennessee no son mĆ”s estĆŗpidos que el proletario de la ciudad, sĆ³lo estĆ”n menos informados. Si Darrow, Malone y Hays pudieran hacerse oĆr durante un mes en el condado de Rhea, creo que una cuarta parte de la poblaciĆ³n repudiarĆa el fundamentalismo, y que no pocos de aquellos clĆ©rigos ahora en prĆ”ctica serĆan restituidos a sus viejos trabajos en las vĆas ferroviarias. El discurso de Malone probablemente agitĆ³ a muchos verdaderos creyentes; otro similar convencerĆa a mĆ”s de uno. Pero las oportunidades estĆ”n pesadamente en contra de que escuchen un segundo. Un vez que este juicio haya terminado, la oscuridad se cerrarĆ” otra vez y tomarĆ” muchos aƱos de diligente y paciente esfuerzo combatirla, si es que efectivamente alguna vez nos iluminamos.
Con brillantes excepciones āel doctor Neal es un ejemploā los mĆ”s civilizados en Tennessee mostraron pocos signos de estar a la altura de la situaciĆ³n. Sospecho que es la polĆtica lo que los mantiene en silencio y lo que deja en ridĆculo a su Estado. La mayorĆa de ellos parecen candidatos para un cargo pĆŗblico, y todo candidato, si quiere conseguir los votos del fundamentalismo, debe berrear el GĆ©nesis antes de empezar a berrear cualquier otra cosa. El gobernador Austin Peay es el prototĆpico polĆtico de Tennesee. Ćl firmĆ³ la resoluciĆ³n antievolucionista con sonoras aleluyas y ahora estĆ” haciendo toda clase de esfuerzos para aprovechar la atenciĆ³n que se estĆ” prestando al juicio Scopes en su beneficio polĆtico personal. Los periĆ³dicos locales han publicado un telegrama que ha mandado al fiscal general A.T. Stewart implorando su ayuda. En el norte, un gobernador que cediera a esa clase de simiescas fanfarronadas serĆa destituido por tratar de influir en el curso de un caso que estĆ” siendo juzgado. Y serĆa ridiculizado como un barato charlatĆ”n. Pero no aquĆ.
DescribĆ a Stewart el otro dĆa como a un hombre de aparente educaciĆ³n y juicio palpablemente superior a los abogados de aldea que se sientan junto a Ć©l en la mesa del juicio. TodavĆa creo que lo describĆ con precisiĆ³n. Y sin embargo Stewart, al final de la sesiĆ³n de ayer, exhibiĆ³ algo que serĆa inimaginable en el norte. ComenzĆ³ su respuesta a Malone con un inteligente y esforzado argumento legal, con grandes evidencias de lo mucho que lo habĆa estudiado. Pero al cabo de poco tiempo se deslizĆ³ hacĆa una violenta arenga teolĆ³gica llena de extravagantes sinsentidos. DescribiĆ³ el caso como un combate entre la luz y la oscuridad, y a punto estuvo de descender a las profundidades de Bryan. Hays lo desafiĆ³ con una pregunta. ĀæNo admitiĆ³ Ć©l, despuĆ©s de todo, que la defensa tenĆa argumentos razonables; que debĆa habĆ©rsele dado la oportunidad de presentar sus pruebas? Transcribo su respuesta literalmente:
āAquello que golpea los fundamentos del cristianismo no merece el derecho de una oportunidad.
Hays, absolutamente impresionado por esta cruda descripciĆ³n de la visiĆ³n fundamentalista de la correcciĆ³n procesal, presionĆ³ aĆŗn mĆ”s el asunto. Suponiendo que la defensa presentarĆa no opiniones, sino solamente hechos, ĀærechazarĆa Stewart su admisiĆ³n? Ćste contestĆ³:
āPersonalmente, sĆ.
āĀæPero como abogado y fiscal general? āinsistiĆ³ Hays.
āComo abogado y fiscal general ādijo Stewartā soy el mismo hombre.
AsĆ es la justicia allĆ donde el GĆ©nesis es el primer y mĆ”s grande libro de leyes y la herejĆa es todavĆa un crimen.
The Baltimore Evening Sun, 18 de julio de 1925
Dayton, Tennesee, 18 de julio.- Lo Ćŗnico que queda de la gran causa del Estado de Tennessee en contra del impĆo Scopes es el asunto formal de aniquilar al acusado. Pueden haber algunas batallas legales el lunes y algunas oratorias extravagantes el martes, pero la batalla principal ha terminado y el GĆ©nesis ha salido absolutamente triunfante. El juez Raulston finiquitĆ³ el asunto ayer por la maƱana lanzando suaves aleluyas judiciales a los brazos del acusador. El Ćŗnico comentario del sardĆ³nico Darrow consistiĆ³ en derrumbar un pastel metafĆ³rico en la nuca del sabio jurista.
āEspero ādijo Ć©ste Ćŗltimo nerviosamenteā que el abogado defensor no intente desacreditar esta corte.
Darrow alzĆ³ los brazos y se asomĆ³ soƱadoramente hacia la ventana.
āSu seƱorĆa tiene, naturalmente, derecho a albergar esperanzas.
Sin duda, el caso serĆ” larga y profundamente recordado por los degustadores de las delicatessen judiciales āasĆ como los desempeƱos de Weber y Fields son recordados por los estudiantes de arte dramĆ”tico. Transcurrido el tiempo, se vuelve mĆ”s fantĆ”stico e hilarante. Scopes ha recibido precisamente el mismo juicio justo que el honorable John Philip Hill, acusado de injuriar el juramento de Howard A. Kelly, ante el reverendo doctor George W. Crabbe. Ćl es un tipo no sin humor, le encontrĆ© hoy con una sonrisa en la cara. Dentro de no mucho el sheriff recibirĆ” el equivalente a un sueldo mensual de Ć©l, pero por ahora se ha divertido mucho.
MĆ”s interesante que la vacua bufonerĆa que queda serĆ” el efecto sobre la gente de Tennessee, los verdaderos prisioneros de la abogacĆa. Que los mĆ”s civilizados de ellos estĆ”n en una febril condiciĆ³n anĆmica debe ser patente para cualquier visitante. Los bufones que salieron de todos lados les provocaron gran dolor. EstĆ”n llenos de amargas protestas y valientes proyectos. Se preparan, al parecer, para organizarse, erigir la bandera negra y ofrecer a los fundamentalistas de las montaƱas de estiĆ©rcol una batalla hasta la muerte. No se detendrĆ”n hasta que el Ćŗltimo predicador bautista salga volando por encima de las montaƱas y la comĆŗn decencia intelectual del cristianismo se haya restaurado.
Con la mejor voluntad del mundo, encuentro imposible aceptar esta alta discusiĆ³n con algo que se parezca a la confianza. La intelectualidad de Tennessee tuvo su oportunidad y la dejĆ³ escapar. Cuando el viejo charlatĆ”n de Bryan invadiĆ³ el estado con sus supercherĆas, unĆ”nimemente guardaron silencio. Cuando comenzĆ³ a reunir conversos en las regiones lejanas, no opusieron ninguna resistencia. Cuando la CĆ”mara Legislativa aprobĆ³ la enmienda antievolucionista y el gobernador la firmĆ³, se resignaron a una murmuraciĆ³n agachada. Y cuando finalmente tuvo lugar la batalla y llegĆ³ el momento de los puƱetazos, solamente un ciudadano de Tennessee se presentĆ³ voluntario.
El Ćŗnico voluntario fue el doctor John Neal, ahora miembro de la defensa, un buen abogado y un hombre honesto. Sus servicios prestados a Darrow, Malone y Hays han sido valiosĆsimos y Ć©stos salieron del caso sintiendo un gran respeto hacia Ć©l. ĀæPero cĆ³mo lo mira Tennessee? Mi impresiĆ³n es que Tennessee subestimĆ³ increĆblemente la idea de que un granjero que lee la Biblia sabe mĆ”s que cualquier cientĆfico del mundo. Esta clase de nociva basura, escuchada desde lejos, puede parecer sĆ³lo ridĆcula. Pero tiene un sonido diferente, se lo aseguro, cuando uno lo oye como un argumento formal en un tribunal y es tomado como una expresiĆ³n de sabidurĆa por un juez y un jurado.
Darrow ha perdido este caso. Estaba perdido mucho antes de que llegara a Dayton. Pero me parece que, de todos modos, Ć©l ha hecho un gran servicio pĆŗblico al pelear hasta el final y de una manera perfectamente seria. Que nadie tome esto por una comedia, aunque parezca una farsa en todos sus detalles. Le ha advertido al paĆs que el hombre de neandertal se estĆ” organizando en aquellos atrasados rincones de la tierra, dirigido por un fanĆ”tico, sin juicio y carente de conciencia. Tennessee, censurĆ”ndolo timorata y tardĆamente, ahora ve sus tribunales convertidos en acampadas y su DeclaraciĆ³n de Derechos burlada por piadosos funcionarios de la ley. Hay otros estados que deberĆan revisar mejor sus arsenales antes de que los bĆ”rbaros lleguen a sus puertas.
The Baltimore Evening Sun, 20 de Julio, 1925
Tennessee en la sartƩn
I
Que el pujante pueblo de Dayton, cuando mandĆ³ a juicio al impĆo Scopes, mordiĆ³ mucho mĆ”s de lo que era capaz de masticarā¦ este melancĆ³lico hecho debe ser ahora evidente para todos. Los ArĆstides Sophocles Goldsboroughs de la aldea creyeron que con el juicio llegarĆa mucho dinero, y que producirĆa una gran cantidad de publicidad gratuita y provechosa. Estuvieron equivocados en ambos cĆ”lculos, como suele suceder con los triunfalistas. Los visitantes gastaron en realidad poco dinero. Los paisanos de por allĆ se llevaron su propia comida y regresaban a casa para dormir. Y los que llegaron de ciudades lejanas se apuraban a bajar hasta Chattanooga cada que habĆa un receso. Por lo que respecta a la publicidad que saliĆ³ de los telegramas, me temo que mĆ”s bien ha arruinado al pueblo. Cuando la gente lo recuerde de aquĆ en adelante, pensarĆ” en ello como en Herrin, Illinois, y Homestead, Pennsylvania. SerĆ” un pueblo de burla en el mejor de los casos; e infame en el peor.
Los nativos reaccionaron muy mal ante esta publicidad. Lo publicado al principio, creo, de alguna manera los desarmĆ³ y engaĆ±Ć³. Era en su mayorĆa una amigable broma; lo tomaron filosĆ³ficamente, aconsejados por los ArĆstides locales de que era benĆ©fico para el comercio. Pero cuando la gran guardia de los periodistas del este y del oeste comenzĆ³ a invadirlos y sus despachos a mostrar al paĆs y al mundo cĆ³mo era vista la obscena bufonerĆa a los ojos de realistas ciudadanos urbanos, entonces los provincianos comenzaron a sudar frĆo, y en pocos dĆas estaban llenos de terror e indignaciĆ³n. Algunos de los mĆ”s burdos espĆritus, efectivamente, hablaron bizarramente de acciĆ³n directa en contra de los autores de esas difamaciones. Pero la historia del Ku Klux y de la LegiĆ³n Americana ofrece abrumadora evidencia de que el cien por cien de los americanos nunca pelea cuando el enemigo es aĆŗn fuerte y capaz de defenderse, asĆ que los visitantes no sufrieron nada peor que las mĆ”s hostiles miradas. Cuando el Ćŗltimo de ellos salga de Dayton, los habitantes desinfectarĆ”n el pueblo con velas de sulfuro, y los pastores locales exorcizarĆ”n los demonios que dejaron allĆ.
II
Dayton, por supuesto, es sĆ³lo un pequeƱo pueblo de quinta categorĆa, por lo que sus agonĆas son relativamente de poco interĆ©s para el mundo. Sus pastores, me atrevo a decirlo, serĆ”n capaces de consolarlo, y si ellos no fueran capaces, ahĆ estarĆ” siempre el viejo charlatĆ”n de Bryan para echarles una mano. La fe no sĆ³lo es capaz de mover montaƱas, tambiĆ©n puede aliviar los agitados espĆritus de los montaƱeses. Los daytonianos, impasibles a las irreverencias de Darrow, aĆŗn creen. Creen que ellos no son mamĆferos. Ellos creen, segĆŗn las palabras de Bryan, que saben mĆ”s que todos los hombres de ciencia de la cristiandad. Ellos creen, bajo la autoridad del GĆ©nesis, que la tierra es plana y que aĆŗn estĆ” infestada de brujas. Y ellos creen, en especial, que todo aquel que dude de estas revelaciones se irĆ” al infierno. AsĆ se consuelan.
ĀæPero quĆ© serĆ” del resto de la gente de Tennessee? Me temo que no conseguirĆ”n consolarse tan fĆ”cilmente. Se trata de gente verdaderamente agradable, y muchos de ellos son muy inteligentes. ConocĆ hombres y mujeres āparticularmente mujeresā en Chattanooga en los que notĆ© signos de la mĆ”s alta cultura. Ellos llevan vidas civilizadas, a pesar de la ProhibiciĆ³n, y estaban interesados en ideas civilizadas, a pesar de la niebla de fundamentalismo en la cual se movĆan. ConocĆ miembros del poder judicial que estaban tan avergonzados por el bucĆ³lico cretino, Raulston, como un Osler lo estarĆa por un quiroprĆ”ctico. Agrego al clero educado: episcopalistas, unitarios, judĆos, etcĆ©tera āhombres ilustrados, patĆ©ticamente agitados bajo las imbecilidades de sus colegas evangĆ©licos. Chattanooga, tal como la encontrĆ©, era encantadora, pero inmensamente infeliz.
Lo que su gente pedĆa āmuchos de ellos abiertamenteā era suspensiĆ³n del juicio, comprensiĆ³n y caridad cristiana, y creo que se merecen todas estas cosas. Dayton puede ser tĆpico de Tennessee, pero no asĆ de todo Tennessee. La minorĆa civilizada del estado es probablemente tan grande como la de cualquier otro estado del sur. Lo que la afecta es simplemente el hecho de que ha sido, en el pasado, demasiado precavida y polĆtica āes decir, temerosa de ofender a la mayorĆa fundamentalista. A esa actitud se aƱade algo mĆ”s: un acrĆtico y de alguna manera infantil patriotismo local. Los hombres de Tennessee han tolerado a sus imbĆ©ciles por el temor de que atacarlos significara atraer la burla del resto del paĆs. Ahora pesa sobre ellos el ridĆculo, y para colmo, el ataque es diez veces mĆ”s complicado de lo que era antes.
III
ĀæCĆ³mo van a pelear para escapar de este pantano? No lo sĆ©. Comienzan la batalla con el enemigo apoderado de todas las cumbres y los caƱones; peor aĆŗn, es enorme la vacilaciĆ³n en sus propias filas. Los periĆ³dicos del estado, con pocas excepciones, son timoratos. Uno de los mejores, el News de Chattanooga, publicĆ³ una elocuente felicitaciĆ³n a Bryan en el momento en que Ć©ste arribaba a Dayton. Antes se habĆa opuesto a la ley antievoluciĆ³n. Pero a la hora de la batalla, comenzĆ³ a vacilar y luego publicĆ³ un artĆculo argumentando que el fundamentalismo, despuĆ©s de todo, hacia felices a los hombres āque algo ganaba un tennessiano siendo un ignoranteā; en otras palabras, que un cerdo en el corral debĆa ser envidiado por AristĆ³teles. El News fue de lejos el mejor: fue quien ofreciĆ³ mayor espacio al otro bando, y bajo considerable riesgo. Pero su peso, durante dos semanas, fue arrojado firmemente contra Bryan y sus disparates.
He descrito en mis despachos desde Dayton la actitud pusilĆ”nime de los abogados del estado. No fue sino hasta que el juicio llevaba dos dĆas cuando algunos abogados de Tennessee de cierta influencia y dignidad se presentaron al auxilio del doctor John R. Neal āe incluso entonces todos los voluntarios alistados lo hicieron a condiciĆ³n de que sus nombres no aparecieran en los periĆ³dicos. Debo exceptuar a T. B. McElwere. Ćl se sentĆ³ a la mesa del juicio y ofreciĆ³ valiosos servicios. Los demĆ”s se ocultaron en el fondo. Era una situaciĆ³n impactante para alguien de Maryland, pero parecĆa ser vista como algo natural en Tennessee.
La actitud general hacia Neal mismo fue tambiĆ©n algo extraordinario. Ćl es un abogado capaz y un hombre con buena reputaciĆ³n, y en cualquier estado del norte su valor serĆa apreciado como lo merece. Pero en Tennessee incluso los intelectuales parecen sentir que Ć©l ha hecho algo reprobable por haberse sentado a la mesa del juicio junto a Darrow, Hays y Malone. El estado murmura triviales y estĆŗpidos chismes acerca de Ć©l āque se viste como un vagabundo, que tiene aspiraciones polĆticas, y cosas por el estilo. ĀæY quĆ© si lo hace y las tiene? Ćl se ha presentado, en este caso, de una manera que engrandece a su estado. Pero su estado, en lugar de mostrarse orgulloso de Ć©l, simplemente le gruƱe a sus espaldas.
IV
AsĆ sucedĆa tambiĆ©n con cada hombre involucrado con la defensa āmuchos de ellos, previsiblemente, forĆ”neos. Por ejemplo, Rappelyea, el ingeniero de Dayton que fue el primero en asistir a Scopes. En Dayton me fue dicho solemnemente, no una sino veinte veces, que Rappelyea era (a) un chico del Bowery de Nueva York, y (b) un ingeniero incompetente e ignorante. Hice bastantes esfuerzos para hallar la verdad. Ćsta es que (a) Ć©l era en realidad miembro de una de las mĆ”s antiguas familias hugonotas en los Estados Unidos, y (b) que sus capacidades profesionales y cultura general eran tales que los cientĆficos visitantes lo buscaron y encontraron agradable su compaƱĆa.
Tal es el castigo que, lanzado por los fundamentalistas, cae sobre un hombre civilizado. Como he dicho, lo peor de ello es que incluso los intelectuales locales ayudaron a jalar la cuerda. En consecuencia, todos los brillantes jĆ³venes del estado āque produce muchos de ellosā tienden a abandonarlo. Si se quedaran, deberĆan prepararse para sucumbir a la palabrerĆa prevaleciente o resignarse a ser mĆ”s o menos infames. Con la ley antievolucionista aplicada, la universidad del estado rĆ”pidamente se vendrĆ” abajo; ningĆŗn joven inteligente perderĆ” su tiempo en esos cursos si es que puede evitarlo. Y asĆ, con la juventud perdida, la lucha contra la oscuridad carecerĆ” de esperanzas.
Como he dicho, el estado aĆŗn produce aguerridos y valientes jĆ³venes āĀ”ojalĆ” pudiera retenerlos! Hay buena sangre en cualquier parte, incluso en las montaƱas. Durante las nocivas bufonerĆas de Bryan y Raulston la semana pasada, dos especĆmenes tĆpicos se sentaron a la mesa de la prensa. Uno fue Paul Y. Anderson, corresponsal del St. Louis-Dispatch, y el otro fue Joseph Wood Krutch, uno de los editores de The Nation. Conozco su trabajo y desde mi juicio profesional en ambos casos es de primer nivel. Anderson es uno de los mejores reporteros en el paĆs, y Krutch es uno de los mejores escritores de editoriales. Bueno, ambos estuvieron ahĆ como extranjeros. Ambos estaban trabajando para publicaciones que no podrĆan existir en Tennessee. Ambos fueron vistos por sus colegas tenessianos no con orgullo, como representantes del estado, sino como traidores a la idiosincrasia de Tennessee y enemigos pĆŗblicos. Su crimen consistĆa en que se trataba de hombres inteligentes que hacĆan inteligentemente su trabajo. ~
TraducciĆ³n de Gustavo Fierros