Un desconocido es levantado, ejecutado, encobijado y encajuelado. En el lugar, ademรกs, sus asesinos dejan un narcomensaje en el que se lee: “Por calentar la plaza. Esto le va a pasar a todos los relajes”. Horas mรกs tarde, la Procuradurรญa estatal informa que se trata de La Puerca, jefe de plaza de uno de los cรกrteles de la regiรณn y que fue ejecutado por un ajuste de cuentas.
Es el lenguaje de guerra que inunda los medios mexicanos, adoptado como propio por los periodistas; una terminologรญa tomada de la jerga policiaca y de las bandas criminales. La informaciรณn da por cierta la versiรณn oficial de la existencia de una disputa entre grupos criminales y valida el apodo peyorativo que los grupos policiacos han decidido ponerle al muerto. Horas despuรฉs, en varios puentes de la ciudad aparecen mantas con mensajes que de igual manera son copiados, difundidos y atribuidos a integrantes de la delincuencia.
La normalizaciรณn de la violencia ha pasado por la adopciรณn de esa narrativa narcotizada que exige nombrar con rapidez, etiquetar, establecer bandos aun entre las vรญctimas. En la pasada administraciรณn, el gobierno federal tambiรฉn usaba tรฉrminos como levantรณn para hablar de privaciรณn ilegal de la libertad y ejecuciones para las muertes violentas. El entonces vocero de Seguridad Nacional, Alejandro Poirรฉ, decรญa que las ejecuciones eran “homicidios dolosos violentos cometidos por organizaciones criminales presumiblemente para amedrentar a sus rivales o para disciplinar a sus socios”. Otros documentos oficiales las definรญan como crรญmenes “cuya vรญctima y/o victimario es presumiblemente miembro de alguna organizaciรณn vinculada a la delincuencia organizada. No es resultado de un enfrentamiento ni de una agresiรณn”.
Bajo ese supuesto conceptual, prensa y autoridades estigmatizan a decenas de personas que pierden la vida todos los dรญas, poniendo sobre ellas la responsabilidad sobre su propia muerte, involucrรกndolas sin mรกs en el torvo mundo del narcotrรกfico. El criterio editorial del ejecutado es aplicado sin ninguna clase de rigor por los medios a casi cualquier caso: lo mismo al hijo del empresario Alejandro Martรญ, que a los jรณvenes de Lomas de Salvรกrcar o a un niรฑo reciรฉn nacido.
Decรญa el escritor mexicano รlmer Mendoza que “escribir matar, o sus sinรณnimos de diccionario, no es suficiente. Hay una fuerza subconsciente que exige escribir escabechar, dar piso, bajar, encobijar o darle en su madre”, pero esos son terrenos literarios. Yo, como Rafael Pรฉrez Gay, no creo que el periodismo pueda escribirse como una novela; “escribir bien, conmover al lector y al mismo tiempo contarle una historia rigurosa pertenece tanto a la periodismo como a las letras de ficciรณn”.
Gracias a la red —escribรญa recientemente el periodista Juliรกn Andrade— la gramรกtica de los violentos llega con mucha mรกs facilidad a la sociedad, sin los filtros que se requieren del periodismo. Hace tiempo, sin embargo, muchos medios y periodistas dejaron de ser ese filtro para hablar el mismo idioma que los actores de los cuales deberรญan informar en sus propias palabras.
Desde la firma en marzo de 2011 del Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, en el cual se proponรญa “evitar el lenguaje y la terminologรญa empleados por los delincuentes, asรญ como evitar usar inadecuadamente tรฉrminos jurรญdicos que compliquen la comprensiรณn de la informaciรณn, varios advirtieron un cierre filas en torno al discurso oficial y “un ensayo por uniformar los criterios editoriales de la mayor parte de los medios del paรญs” en aras de “una suerte de verdad รบnica”. De eso hace ya mรกs de dos aรฑos.
Un informe reciente del Observatorio de los Procesos de Comunicaciรณn Pรบblica de la Violencia advierte no solo una caรญda notoria en la cobertura informativa que hacen los medios nacionales sobre la violencia asociada con el crimen organizado, sino tambiรฉn un cambio en la narrativa de los hechos en los รบltimos meses. Durante el gobierno de Enrique Peรฑa Nieto, los temas de seguridad han dejado de ser eje del discurso y la violencia es abordada con una estrategia de comunicaciรณn diferente que involucra tambiรฉn desterrar el lenguaje del narco del discurso oficial en los estados.
Algunos medios ya hablan de un cerco del gobierno a la informaciรณn sobre la violencia; sin embargo, tras las suposiciones de renuncia a la agenda de seguridad a cambio de convenios comerciales o por presiones oficiales asoma un periodismo perezoso e ignorante, sin agenda ni lenguaje propio, que escribe para curiosos y morbosos, con el lenguaje de los otros, sin aportar a la comprensiรณn de los hechos.
Como propone Javier Darรญo Restrepo, evitar la exaltaciรณn de la violencia es informar desde las vรญctimas, no desde la perspectiva de los violentos, y “llamar a las cosas por su nombre. Llamar homicidios a todos los homicidios: a las muertes causadas por el terrorismo, a las muertes causadas por la violencia callejera, a las muertes mafiosas”. A todas.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).