El Neruda vacante

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Todo el mundo ha “nerudeado” en este año del centenario del vate. Exposiciones, números especiales de suplementos periodísticos, ciclos de conferencias, amontonándose al pie del monumento. Nuestra probada e hispana oscilación entre el vituperio y el encomio, sin medias luces, se zanjó en este caso en un festín del ditirambo. Las loas de la efeméride llegaron a producirme una indigestión nerudiana. Por mucho que me guste el poeta del pez, me descubrí de pronto, en medio del verano, recordando que también este año cumple noventa, y con salud, el antipoeta Nicanor Parra. Y lo estuve releyendo y añorando, como un purgante saludable contra tanto lirismo oficialista.
     Una noche, hará unos cinco años, me llamó Parra por teléfono, desde Las Cruces, su refugio en la costa central de Chile. Me habló con esa voz inclinada, arrastrada, ladina, en la que late siempre una arteria de humor y autoironía (de la que tan poco supo Neruda). “A propóoooosito, Carlos”, me dijo, “te cuento que al fin, cerca de mis noventa, he encontrado mi seudónimo. Porque tú habrás notado que yo soy el único poeta chileno sin seudónimo” (aludiendo a Neruda y a Gabriela Mistral; por supuesto, Nicanor se compara sólo con nuestros nóbeles). “Ahora bien”, continuó, “si me he demorado tanto en encontrar mi seudónimo, es porque un antipoeta no puede inventar uno, yo necesitaba encontrar un nombre real que estuviera vacante, y ocupaaaaaarlo. ¿Me entiendes? Ahora por fin lo he encontrado, en adelante mi seudónimo será… Neftalí Reyes”. Y se quedó callado, al otro lado de la línea, acechando mi reacción, acezando un poco, jadeando, ya fuera por la edad o la maldad juguetona que acaba de cometer. Neftalí Reyes, el sonoro nombre verdadero de Neruda, el que dejó “vacante” cuando decidió ponerse un nombre de pluma, ¡sólo a Nicanor se le podía ocurrir “ocuparlo”! Paladeado ya mi asombro, Parra agregó: “Mi próximo libro lo firmaré como Neftalí Reyes. Y abajo, entre paréntesis y tarjado, dirá: ex Nicanor Parra”.
     Neftalí Reyes, ex Nicanor Parra… Cuantas polémicas, cuantas ton-teorías nos habríamos ahorrado si, en 1954, hace medio siglo justo (ya que estamos de efemérides, déjenme agregar ésta), el libro fundamental de Parra, Poemas y antipoemas, hubiera salido de imprenta con esa firma. Porque fue también ese mismo año cuando Neruda publicó sus Odas elementales, su deliberado intento por bajar a la calle del habla común, por no ser “superior a mi hermano”, como dice en la oda introductoria. Es decir, fue ese año cuando Neruda intentó lo que Parra hizo mucho mejor. Esforzándose por ser oral y corriente, Neruda apunta una oda elemental a la cebolla y le sale una épica cebollenta: “redonda rosa de agua,/ sobre/ la mesa/ de las pobres gentes”. Mientras Parra le hace una “Oda a unas palomas”, y le sale esta sabiduría de la plaza: “Más ridículas son que una escopeta/ O que una rosa llena de piojos”. Neruda, tratando de ser normal y sencillo, sigue solemne y visionario hasta la gangosidad. Mientras Parra es juguetón, y del común, hasta el absurdo y el chiste fome, como decimos en Chile.
     Recuerdo que esa noche me imaginé a Nicanor, con el teléfono en la mano, junto al balcón sobre el tormentoso Pacífico de Las Cruces —equidistante de las tumbas de Neruda, en Isla Negra, y de Huidobro, en Cartagena—. Lo sospeché riéndose para callado de su chiste, librando aún su pleito estético contra Neruda, condenando todavía, a punta de puro humor, “la poesía de vaca sagrada”. Contra la vastedad oceánica y telúrica del vate que canta a continentes completos, Parra opuso la nimiedad callejera y extraviada del individuo que no representa ni tribu, ni nación, sólo “el mundo al revés/ Pero no: la vida no tiene sentido”. Compárese con el individuo nerudiano más sencillito, el de las odas, cuando dice modestamente: “Yo quiero/ que todos vivan/ en mi vida/ y canten en mi canto…”
     La reacción de Parra contra Neruda puede interpretarse como un caso de esa angustia de las influencias, que teorizó Harold Bloom. La sombra titánica de Neruda agostó o miniaturizó generaciones de poetas. Y al mismo tiempo estimuló su espíritu de emulación y combate. Parra lo tuvo claro bastante pronto, llamó a Neruda “monstruo” (en sentido peyorativo y admirativo, al mismo tiempo). Pero agregó que a esos monstruos “por una parte, hay que eludirlos, y por otra, hay que integrarlos.”
     Años después, en este centenario nerudiano, el “artefacto” que me regaló Nicanor por teléfono, su ocupación del nombre desechado por Neruda, redondea simbólicamente esa integración que se propuso Parra tantos años atrás. Neftalí Reyes, el nombre civil de Neruda, corresponde al poeta que éste no fue: antisolemne, inseguro, autoirónico. Todo eso que el antipoeta, “ex Nicanor Parra”, ni corto ni perezoso, le “ocupa” de hecho, feliz e impunemente, al apropiarse de su nombre vacante. Asimismo —y fiel a sus mañas irrespetuosas—, la broma de Parra resquebraja el solemne monumento que le hacen a Neruda, recordándonos al Neftalí que no fue. Una razón más para desearle —en los noventa que cumple este septiembre— larga vida a Nicanor. –

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Es escritor. Si te vieras con mis ojos (Alfaguara, 2016), la novela con la que obtuvo el premio Mario Vargas Llosa, es su libro mรกs reciente.


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