Cuando los cuerpos y las pertenencias de 298 personas cayeron del cielo el 17 de julio de 2014 y permanecieron dispersos y sin consagrar en los campos del este de Ucrania, la claridad pareciรณ seguir en el silencio. Recordรฉ los versos de “De inmediato enmendado”, el poema de John Ashbery:
no dejรณ de sorprendernos que, casi veinticinco aรฑos
[mรกs tarde,
la claridad de estas reglas comenzara a revelarse
[por vez primera.
Ellos eran los jugadores, y nosotros, que tanto luchamos
[durante el juego,
รฉramos simples espectadores
(Versiรณn de Marcelo Uribe y David Huerta.)
Poco importa ya si la acusaciรณn contra el presidente Putin es por incitar directamente a quienes derribaron el aviรณn o por la imprudencia temeraria de haberlos abastecido de armamento. Al reafirmar su apoyo a la secesiรณn, Putin ha tomado una decisiรณn, y depende de los lรญderes de Occidente tomar las suyas. Poco importa ya si Occidente atrajo a esta nueva Rusia al expandir agresivamente a las fuerzas de la otan hasta su frontera. Ahora lo que importa es ser muy claro a fin de que las responsabilidades polรญticas recaigan adonde deben hacerlo, las acciones tengan consecuencias, los aliados vulnerables que estรกn en la frontera con Rusia reciban garantรญas de seguridad y estas garantรญas resulten creรญbles.
Tambiรฉn importa comprender, sin hacerse ilusiones pero tambiรฉn sin alarmarse, el nuevo mundo al que nos han arrojado la anexiรณn de Crimea y el derribo del vuelo mh17.
El horror en Ucrania no es la รบnica sorpresa que trae claridad a su paso. Con la proclamaciรณn de un califato terrorista en las regiones fronterizas de Siria e Iraq, la disoluciรณn de la configuraciรณn de Estados que establecieron Mark Sykes y Franรงois Georges-Picot en su tratado de 1916 se dirige a un feroz desenlace. El autoproclamado Estado Islรกmico es algo nuevo bajo el sol: terroristas-extremistas con tanques, pozos petroleros, territorios propios y una habilidad escalofriante para dar publicidad a las atrocidades. El poder aรฉreo es capaz de detener su avance pero no de derrotarlos, y las fuerzas terrestres con que cuenta Estados Unidos –los peshmergas kurdos– van a tener mรกs que suficiente con defender su patria. En Siria, Assad ha entregado las provincias del desierto al Estado Islรกmico. En cuanto a los iraquรญes, los chiรญes defenderรกn sus lugares sagrados en el sur, pero no pueden retomar Mosul, al norte.
Si, como parece probable, el califato resiste, en la regiรณn no habrรก ningรบn Estado seguro. Israel puede, una vez mรกs, “cortar el pasto” en Gaza, pero bombardear civiles no le asegura un futuro pacรญfico. Hasta que palestinos e israelรญes reconozcan que hay un enemigo al que deben temer mรกs de lo que se temen entre sรญ –la absoluta desintegraciรณn del orden mismo– no habrรก paz en su regiรณn.
En el este asiรกtico, las fuerzas navales de China y Japรณn se vigilan mutuamente, plataformas petroleras chinas perforan en aguas que estรกn en disputa y, entre las capitales asiรกticas, vuelan acusaciones beligerantes. China no habla ya el idioma del “ascenso silencioso”. La musculosa polรญtica exterior de Xi Jinping causa alarma en Vietnam, Corea del Sur, Japรณn, Taiwรกn, Filipinas y Estados Unidos.
Intuimos que todos estos elementos de discordia se relacionan, pero resultarรญa simplista afirmar que el elemento comรบn es la incapacidad de Barack Obama para dominar la conmociรณn de la รฉpoca que vivimos. Eso serรญa asumir que una administraciรณn estadounidense mรกs sabia habrรญa sido capaz de mantener la unidad de las placas tectรณnicas de un orden mundial que la ascendente presiรณn volcรกnica del odio y la violencia estรก separando.
El derribo del vuelo mh17 y el surgimiento del califato nos hacen repensar quรฉ era lo que mantenรญa unidos esos dos patrones. Hasta que se desvaneciรณ la esperanza de la Primavera รrabe, las clases medias moderadas y globalizadas de la regiรณn creรญan tener el poder para marginar a las fuerzas de la furia sectaria. Debemos haber imaginado que con internet, los viajes aรฉreos globales, Gucci en Shanghรกi y bmw en Moscรบ, el mundo se volvรญa uno. Caรญmos vรญctimas de la ilusiรณn que acariciรณ la generaciรณn de 1914: que la economรญa tendrรญa mรกs fuerza que la polรญtica y que el comercio global limarรญa las rivalidades imperialistas.
Esa impresiรณn se tenรญa al inicio. En la fase de globalizaciรณn, que comenzรณ despuรฉs de 1989, Rusia abasteciรณ de gas a Alemania; Alemania abasteciรณ a Rusia de bienes manufacturados e industriales medulares; China adquiriรณ la deuda del Tesoro de Estados Unidos y Apple manufacturรณ sus gadgets en China. Pensamos que, al menos por un tiempo, con la llegada de internet, una herramienta global de informaciรณn compartida consignarรญa la arraigada hostilidad ideolรณgica de la Guerra Frรญa a la historia.
En realidad, la tercera fase de globalizaciรณn no creรณ mรกs convergencia polรญtica de la que destruyรณ la primera fase en 1914 o la segunda que llegรณ a su fin en 1989. Resultรณ que el capitalismo es promiscuo en lo polรญtico. En vez de contraer matrimonio con la libertad, el capitalismo estaba igualmente feliz metiรฉndose a la cama con el autoritarismo. De hecho la integraciรณn econรณmica agudizรณ el conflicto entre las sociedades abiertas y las cerradas. Desde la frontera de Polonia hasta el Pacรญfico, desde el Cรญrculo รrtico hasta la frontera con Afganistรกn, comenzรณ a formarse un nuevo competidor polรญtico de la democracia liberal: autoritario en su forma polรญtica, capitalista en su economรญa y nacionalista en su ideologรญa. Lawrence Summers ha llamado a este nuevo rรฉgimen “mercantilismo autoritario”. La expresiรณn sugiere el papel central del Estado y de las empresas estatales en las economรญas rusa y china, pero resta รฉnfasis al crudo elemento del amiguismo, fundamental para los gobiernos de Pekรญn y Moscรบ.
Gracias a la globalizaciรณn misma, el capitalismo autoritario –permรญtanme llamarlo asรญ– se ha convertido en la principal competencia de la democracia liberal. Sin acceso a los mercados globales, ni Rusia ni China habrรญan sido capaces de deshacerse de una economรญa estilo comunista mientras se aferran a una polรญtica que sรญ lo es.
Las economรญas rusa y china estรกn abiertas a las presiones competitivas de los sistemas de precios globales, pero la distribuciรณn de la recompensa econรณmica –quiรฉn se enriquece y quiรฉn queda sumido en la pobreza– todavรญa la determina, en gran medida, el aparato estatal centralizado que estรก en manos del presidente y sus camaradas. Rusia y China son oligarquรญas “extractivas”: a excepciรณn de unos cuantos miembros de un grupo, los ciudadanos no tienen acceso a los frutos del poder econรณmico y polรญtico. En ambas sociedades, el Estado de derecho y el sistema judicial independiente solo existen en el papel. Tanto los oligarcas como los disidentes saben que si montan cualquier ofensiva polรญtica contra el rรฉgimen se usarรก la ley para aplastarlos.
Los expertos occidentales no dejan de insistir en que los chinos y los rusos son aliados, no rivales. Es cierto que, cuando ambos paรญses eran comunistas, llegaron a los golpes en una fecha tan reciente como 1969. Aun hoy, mรกs que una convicciรณn, el suyo es un “eje de conveniencia”. Stephen Kotkin ha seรฑalado que el intercambio comercial entre ellos es mucho menor que el que tienen con Occidente. Pero los dos paรญses han descubierto una verdad que los mantendrรก unidos aรบn con mรกs fuerza en el futuro: han aprendido que la libertad de mercado capitalista es lo que permite a sus oligarquรญas conservar el control polรญtico. Entre mรกs libertades privadas les permitan a sus ciudadanos, menos demandarรกn libertades pรบblicas. La libertad privada –vender y comprar, heredar, viajar, la posibilidad de quejarse en la intimidad– mantiene el descontento a raya. Mรกs aรบn, la libertad privada permite crecimiento, algo imposible bajo control del Estado.
Ahora, a la luz de lo ocurrido con el vuelo mh17 y del conflicto en Crimea, los “autoritarios internacionales” enfrentan una disyuntiva: dejar de desafiar a Occidente o arriesgarse a fracturar la globalizaciรณn misma.
En la espiral descendente de ira y recriminaciones por Ucrania, cada una de las facciones del conflicto busca reducir el grado en que se expone econรณmicamente al otro. Putin ha prohibido las importaciones agrรญcolas provenientes de los paรญses que le han aplicado sanciones, amenaza con cerrar el espacio aรฉreo siberiano a las aerolรญneas occidentales y quiere reducir la importaciรณn de maquinaria alemana y de tecnologรญa de defensa occidental.
De pronto reaparecen en la agenda rusa la sustituciรณn de las importaciones y la autarquรญa, dos ideas que llevaron al mundo comunista a un callejรณn sin salida econรณmico. A la vez, los alemanes quieren reducir su dependencia del gas ruso y los chinos su dependencia del petrรณleo que proviene de la volรกtil zona del Medio Oriente. En la nueva atmรณsfera de paranoia mutua, los Estados no quieren comprar hardware o software que provenga del otro lado por miedo a que sus sistemas de defensa y de inteligencia queden expuestos a una filtraciรณn. En esta carrera por la seguridad, los aliados solo quieren hacer negocios con aliados. Los estadounidenses y los europeos seguramente tratarรกn de acelerar un amplio pacto de libre comercio entre ellos para reducir su dependencia de los nuevos autoritarios.
A la vez, ninguna de las partes quiere volver a la Guerra Frรญa, en especial los rusos y los chinos, que necesitan la globalizaciรณn para hacer crecer sus economรญas y para contener el descontento domรฉstico. Por el momento, el flujo de importaciones y exportaciones que realmente se ven afectadas por las sanciones sigue siendo mรญnimo, en comparaciรณn con los gigantescos volรบmenes del comercio global. Sin embargo, tanto para los lรญderes de Oriente como para los de Occidente, existe la tentaciรณn de impulsar a sus economรญas hacia atrรกs, hacia la autarquรญa, en nombre de la autoconfianza, a medida que descubren hasta quรฉ grado su margen de maniobra polรญtica estรก constreรฑido por su dependencia econรณmica con el otro bando. Ninguno de estos lรญderes quiere destruir la globalizaciรณn, pero quizรก ninguno de ellos pueda controlar en su totalidad el retroceso hacia un pasado autรกrquico.
La autarquรญa ya gobierna el mundo virtual de la informaciรณn. En una era que supuestamente debรญa traernos una informaciรณn global comรบn, basada en un internet sin fronteras, resulta increรญble lo autรกrquicos que se han vuelto los sistemas de informaciรณn de cada uno de los bandos. Hace mucho tiempo que China impuso un control soberano sobre su internet, y policรญas espรญan y patrullan las fronteras de la “Great Firewall” para asegurarse de que los refunfuรฑos del chat jamรกs se eleven al nivel de una amenaza contra el rรฉgimen. El Kremlin ha envuelto a su pueblo en una burbuja propagandรญstica tan efectiva que, como dijo Angela Merkel hace poco, hasta el mismo Vladimir Putin estรก encerrado “en su propio mundo”.
A medida que Rusia y China reducen su grado de exposiciรณn econรณmica con el otro y crean universos paralelos pero cerrados de informaciรณn, los nuevos autoritarios estรกn recurriendo a los mercados y a las reservas energรฉticas de uno y otro. En un encuentro reciente, Putin y Xi Jinping firmaron un acuerdo energรฉtico y de infraestructura a largo plazo que sellรณ una alianza estratรฉgica de tres dรฉcadas. Sus viejas disputas fronterizas han estado suspendidas desde el acuerdo que suscribieron en 2005. Despuรฉs de haber descuidado su lejano oriente durante mucho tiempo, ahora Rusia acepta la hegemonรญa de los chinos en la regiรณn del Pacรญfico. Lo que hace que esta alianza autoritaria sea estable –aunque carezca de amor– es que China desempeรฑa el papel de la pareja dominante mientras que Putin se encarga de los gemidos ideolรณgicos.
Lo que Putin deja asentado, con una claridad ponzoรฑosa, desde luego, es su resentimiento hacia el “Leviatรกn liberal”, Estados Unidos y su red global de alianzas envolventes. En esto, tiene a un socio dispuesto en China. Mientras que para Occidente Crimea y el vuelo mh17 marcaron el momento en que se desmoronรณ el orden internacional posterior a 1989, para los rusos y los chinos la fractura ocurriรณ quince aรฑos atrรกs, cuando los aviones de la otan bombardearon Belgrado y alcanzaron a la embajada china. Ese momento uniรณ a los autoritarismos chino y ruso en el panorama mundial. El precedente de Kosovo –la secesiรณn unilateral de una gran potencia, orquestada sin el consentimiento de Naciones Unidas– dio a Putin el pretexto para actuar en Crimea, con la cautelosa aprobaciรณn de Pekรญn.
En los dรญas por venir, no hay duda de que los autoritarios usarรกn sus asientos en el Consejo de Seguridad para defender al dictador sirio y obstaculizar la intervenciรณn humanitaria multilateral en cualquier sitio donde sus intereses estรฉn directamente involucrados. Ambos paรญses han sido los principales beneficiarios estratรฉgicos de los reveses estadounidenses en Levante y, si con certeza podemos predecir mรกs caos y violencia en Medio Oriente, serรก porque a ambos les conviene permanecer ahรญ desempeรฑando su papel de saboteadores, dejando que Estados Unidos cargue con toda la culpa de que la configuraciรณn estatal se haya fragmentado, desde Trรญpoli hasta Bagdad.
Ahora las preguntas fundamentales son si los nuevos autoritarios tienen estabilidad y si son expansionistas. Las oligarquรญas autoritarias pueden tomar decisiones rรกpidamente, en tanto que en las sociedades democrรกticas es necesario luchar para vencer a la oposiciรณn, a la prensa libre y a la opiniรณn pรบblica. Tambiรฉn pueden canalizar sin contratiempos emociones nacionalistas a travรฉs de aventuras militares en el extranjero. Despuรฉs de la toma de Crimea, los vecinos de China en Asia deben estar preguntรกndose en quรฉ momento el rรฉgimen de Pekรญn empezarรก a usar la “protecciรณn” de los chinos como excusa para entrometerse en sus asuntos internos.
Sin embargo, las oligarquรญas autoritarias tambiรฉn son frรกgiles. Deben controlarlo todo o pueden perder el control de todo. Bajo los gobiernos de Stalin y de Mao la aspiraciรณn cada vez mayor que la gente tenรญa de ser escuchada fue aplastada mediante la fuerza. Bajo el capitalismo autoritario tiene que permitirse cierto grado de libertad privada. Pero, a medida que crecen sus clases medias, tambiรฉn lo hacen sus demandas por expresar su voz polรญtica y ese tipo de exigencias pueden resultar desestabilizadoras. La desestabilizaciรณn de China llegรณ en 1989 en la Plaza de Tiananmรฉn. A fines de 2011 y 2012 manifestaciones masivas en Moscรบ retaron al rรฉgimen ruso. Ambos regรญmenes sobrevivieron reprimiendo severamente el descontento domรฉstico, proscribiendo la ayuda externa a las organizaciones internas de derechos humanos y llevando a cabo aventuras militares en el extranjero, diseรฑadas para distraer a la clase media con causas nacionalistas unificadoras.
La nueva agresividad de China en Asia estรก impulsada por muchos factores, incluida la necesidad de hallar suministros energรฉticos fuera de sus costas, pero tambiรฉn por un deseo de reanimar a su ascendente clase media en torno a lo que Xi Jinping denomina el “sueรฑo chino”: una visiรณn estratรฉgica en la que China desplaza a los estadounidenses como hegemonรญa regional en Asia.
La administraciรณn del presidente Obama se ha vuelto hacia la regiรณn asiรกtica para enfrentar el desafรญo chino, pero menospreciรณ a los rusos hasta los sucesos de Crimea. Dio por hecho que Putin estaba a la cabeza de una sociedad decrรฉpita, deteriorada demogrรกfica y econรณmicamente. Fue ilusorio pensar asรญ. La abundancia de recursos naturales de Rusia da a Putin una fuente de ingresos estatales, mientras que la libertad privada funciona como una vรกlvula de seguridad que permite al rรฉgimen contener el descontento democrรกtico. Los nuevos autoritarios se encuentran estables, y resulta complaciente suponer que se encaminan al colapso bajo el peso de la contradicciรณn que existe entre libertad privada y tiranรญa pรบblica. Hasta ahora han manejado esta incompatibilidad con suficiente pericia como para brindar poder a sus gobernantes y riqueza a su pueblo.
Los nuevos autoritarios tampoco carecen de “poder suave”. Su modelo es atractivo para las รฉlites corruptas y extractivas de todas partes, incluso en Europa oriental, donde el disidente hรบngaro convertido en populista autoritario Viktor Orbรกn eligiรณ la semana posterior al derribo del vuelo mh17 para proclamar su visiรณn de Hungrรญa como una “democracia iliberal”.
Los nuevos autoritarios tampoco carecen de una aparente legitimidad. El Partido Comunista chino se vende a sรญ mismo como una meritocracia, y con cada pacรญfica renovaciรณn de su cรบpula dirigente se fortalece este principio de legitimidad. La de Putin es mรกs incierta porque su oligarquรญa es todo menos meritocrรกtica. Para construir el apoyo popular ha protegido a la Iglesia, ha fomentado una tรณxica nostalgia por Stalin e incluso se ha presentado como el heredero del conservadurismo orgรกnico de la intelligentsia rusa del siglo XIX.
Por ejemplo, ordena a sus gobernadores regionales leer las obras de Ivan Ilyin, pero de seguro no los volรบmenes en los que el conservador antibolchevique reivindicaba un paรญs redimido por “la conciencia de la ley”. La camerata ideolรณgica de Putin ha dado nueva vida a Konstantin Leontiev, otro eslavรณfilo conservador del siglo XIX, pero no al Leontiev que pรบblicamente despreciaba la homofobia. En la China y la Rusia oficiales, la beligerancia contra la igualdad homosexual no es una caracterรญstica accidental, sino algo imprescindible para la imagen que tienen de sรญ mismas como baluartes contra el decadente relativismo moral de Occidente.
Sin embargo, en particular los nuevos autoritarios hacen un llamado nacional, no universal, a la legitimidad. Mao pudo haber alentado a los maoรญstas desde Perรบ hasta Parรญs, pero el actual rรฉgimen revolucionario no tiene tales ambiciones y resulta poco probable que Putin proclame, como Stalin, que su paรญs es una inspiraciรณn para todos aquellos que buscan emanciparse del yugo capitalista.
El constante reto de tener la casa en orden mantiene a raya las ambiciones globales de los gobernantes chinos. Saben que aรบn hay varios cientos de millones de campesinos pobres a los que es necesario integrar a la economรญa moderna. Pasarรกn dรฉcadas antes de que su renta per cรกpita se acerque a niveles occidentales. Putin sabe tambiรฉn lo miserablemente pobres que todavรญa son las regiones mรกs alejadas de Rusia despuรฉs de quince aรฑos bajo su gobierno. Como resultado, ni China ni Rusia estรกn en posiciรณn de abandonar la integraciรณn econรณmica mundial, ni pueden apostar mรกs que a la hegemonรญa en sus respectivas regiones.
Aun asรญ, todavรญa no hay respuesta para la pregunta por la manera en que Rusia y China definen sus regiones y sus esferas exclusivas de influencia. En particular, las acciones de Putin han hecho de este un asunto inaplazable. Como exagente de la kgb el momento de mรกs oscuridad de Putin fue la quema de libros de claves soviรฉticos en la sede de la agencia en Dresde, en noviembre de 1989. Seguramente debe sentir nostalgia por el terror que el Estado soviรฉtico era capaz de infundir en sus enemigos, tanto en el interior como en el extranjero. Putin es un sibarita del miedo, pero cualquier autรฉntico maestro del arte del terror debe saber hasta dรณnde puede llegar. Aparentemente, Putin comprende los lรญmites de sus capacidades intimidatorias.
A pesar de su discurso de “proteger” a los rusoparlantes en el “extranjero cercano”, parece poco probable que Rusia intervenga en alguno de los Estados bรกlticos, siempre y cuando el artรญculo 5 de la otan sobre la garantรญa de seguridad no pierda credibilidad. Putin estarรก satisfecho con mantener a los pueblos bรกlticos en el qui vive, obligรกndolos a respetar los derechos de las minorรญas rusas y a gastar en defensa mรกs de lo que les gustarรญa. Tampoco tocarรก a Polonia, la Repรบblica Checa, Rumania, Bulgaria o los Estados balcรกnicos. Putin acepta que ellos han abandonado su รณrbita, aunque su servicio secreto harรก todo lo posible para desestabilizar la polรญtica de esos paรญses.
Sin embargo, Georgia y Ucrania estรกn en la frontera con el mar Negro y esto hace que su posiciรณn sea de vital interรฉs nacional para Rusia. Si cualquiera de los dos cediera a la otan el derecho a tener una base en el mar Negro, eso tendrรญa un efecto en el acceso de Rusia hacia el Mediterrรกneo, a travรฉs de los estrechos de Turquรญa y, por lo tanto, limitarรญa el papel ruso como potencia en Medio Oriente. Estas preocupaciones estratรฉgicas serรญan totalmente reconocibles al conde Gorchรกkov o a cualquier diplomรกtico zarista del siglo XIX. Igualmente tradicional –e igualmente ruso– ha sido que Putin estableciera relaciones privilegiadas con las cleptocracias musulmanas en su frontera sur. Desde tiempos zaristas, los corruptos gobernantes musulmanes han sido sus tributarios.
Puede que los objetivos estratรฉgicos de Putin sean tradicionalmente rusos, pero es justamente esto lo que alarma a los nacionalistas ucranianos. Antes del derribo del vuelo mh17, antes de que redoblara su apoyo a la insurrecciรณn del este de Ucrania, era razonable suponer que sus metas estratรฉgicas eran limitadas y creer que querรญa desestabilizar a Ucrania sin necesidad de hacerse cargo de sus mรบltiples problemas. Tambiรฉn era razonable suponer que se sentรญa feliz de que Estados Unidos cargara con el peso de corregir la desplomada economรญa de Ucrania.
Tras el derribo del vuelo mh17, despuรฉs de que las fuerzas ucranianas cercaran Donetsk y cortaran las lรญneas de abastecimiento que los insurgentes tenรญan con la misma Rusia, predecir el camino que tomarรก Putin se ha vuelto mรกs complicado. ¿Redoblarรก esfuerzos una vez mรกs para romper el cerco de los separatistas? ¿Intentarรก estabilizar un enclave ruso y congelarlo en el sitio, tal y como lo ha hecho con territorios-clientes dentro de Moldavia y Georgia? ¿O harรก un recuento de sus pรฉrdidas y entregarรก a los separatistas por el bien de una paz geoestratรฉgica y una mayor integraciรณn global? Putin se ha arrinconado a sรญ mismo y, aunque buscar la paz parece razonable, no lo ha sido en lo que a Ucrania se refiere.
Tampoco estรก confrontado con fuerzas racionales. Ucrania no es un tablero de ajedrez, y los juegos geoestratรฉgicos que se llevan a cabo allรญ siempre logran salirse del control de quienes los inician. Justo debajo de la superficie bullen emociones de fuerza volcรกnica, potenciadas por dos narrativas genocidas que compiten entre sรญ –una, rusa; la otra, ucraniana–, que se niegan a reconocer la verdad del otro. La narrativa rusa que presenta a los nacionalistas ucranianos como fascistas explora el hecho de que, efectivamente, muchos ucranianos dieron la bienvenida a los nazis durante la invasiรณn de 1941 y algunos se convirtieron en colaboradores de los alemanes en el exterminio de sus vecinos judรญos.
Segรบn la narrativa ucraniana con la que compite, Putin busca imponer de nuevo el dominio soviรฉtico; el mismo dominio que tuvo como resultado la inaniciรณn forzada de millones de campesinos ucranianos entre 1931 y 1938. En las “tierras de sangre” de Ucrania, la memoria de aquella hambruna –llamada el Holodomor– confronta la memoria del Holocausto. No es que los provocadores –quienes explotan este pasado venenoso con el propรณsito de dividir– estรฉn solo del lado ruso. Hay nacionalistas ucranianos armados y enardecidos a quienes nada les gustarรญa mรกs que provocar al oso ruso. Se necesitarรญa apenas una chispa para que Ucrania quedara envuelta en llamas y los rusos intervinieran, esta vez, con toda su fuerza, a fin de “proteger” a las etnias rusas consolidando un Estado en el este, contiguo a la frontera rusa.
Una polรญtica occidental inteligente debe mantener este caldero por debajo del punto de ebulliciรณn ayudando a Ucrania a vencer la secesiรณn lo antes posible. Una vez lograda la victoria militar, es posible conciliar, y solo entonces Occidente puede usar su influencia para someter a los extremistas ucranianos que buscan imponer una paz cartaginense. Los expertos occidentales en constituciones deberรญan ayudar a Ucrania a transferir poder a las regiones y a garantizar a los rusoparlantes un lugar de pleno derecho en el futuro polรญtico del paรญs. A largo plazo, Europa deberรญa darle a Ucrania un itinerario para acceder a la Uniรณn Europea. Las instituciones financieras internacionales deberรญan emplear los prรฉstamos condicionados para obligar a la corrupta รฉlite polรญtica ucraniana a hacer una limpieza en casa. En 1994, cuando Ucrania entregรณ sus armas nucleares, Estados Unidos y Gran Bretaรฑa se negaron a garantizar su seguridad. Ahora, tras las amenazas a la soberanรญa ucraniana, la otan sencillamente tendrรก que hacerlo. La finlandizaciรณn –neutralidad para Ucrania– no es una alternativa con la que se pueda trabajar mientras Crimea permanezca anexionada y continรบe el riesgo de un nuevo enclave ruso en Ucrania oriental.
En Europa y en Estados Unidos resultarรก difรญcil persuadir al pรบblico, atรณnito y profundamente temeroso de la guerra, de que acepte todo esto. Incorporar a Ucrania a la Uniรณn Europea y protegerla a travรฉs de las fuerzas de la otan es decir “mรกs Europa”, algo difรญcil de vender en una รฉpoca en que tantos europeos quieren menos Europa. Muchos reformistas ucranianos y muchos lรญderes europeos consideran prematuro unirse a la otan.
Por reticentes que se muestren los europeos, permitir que Europa se divida en dos, mientras a las puertas de la frontera sureste languidecen naciones como Ucrania, es una receta para que estalle la guerra civil y se dรฉ el expansionismo ruso. Hasta que ocurriรณ el derribo del vuelo mh17 resultaba imposible convencer al electorado de Europa occidental de que esto es asรญ. A partir de lo sucedido con el vuelo mh17, se ha vuelto mรกs fรกcil.
El reto mรกs difรญcil consiste en imponer sanciones a los rusos sin lanzarlos a los brazos de los chinos. Mantener las lรญneas abiertas para estos dos autoritarios, mientras se obliga a uno a pagar el precio por el derribo del vuelo mh17 y por Crimea, requiere de un criterio sofisticado. Esto es mรกs que un mero ejercicio de compensaciรณn de seรฑales a los competidores autoritarios. Lo que estรก en juego en esta calibraciรณn de sanciones es la direcciรณn que tomarรก la globalizaciรณn en el futuro, tanto si la economรญa mundial se inclina hacia una mayor apertura como si lo hace en direcciรณn a la autarquรญa.
Es necesario diseรฑar una polรญtica para no volver a caer en la autarquรญa, sobre todo en medio de un clima de furia y recriminaciรณn. Una economรญa internacional abierta –en la que los mercados de capitales no estรฉn politizados, y en la que pueblos libres comercien con los que no lo son– ha sido, en general, algo bueno para todos, aun cuando significa que los regรญmenes autoritarios son capaces de estabilizar un orden extractivo y predador.
Si la globalizaciรณn ha sido algo bueno para la democracia liberal y para el capitalismo autoritario, es importante no ahondar la separaciรณn que existe entre ellos y orillarlos hacia un abismo infranqueable. Hay quienes sentirรกn que es refrescante odiar a Putin y gente de su calaรฑa, pero esa es una guรญa muy pobre para establecer una polรญtica. El รบnico orden global que tiene alguna oportunidad de mantener la paz es un orden pluralista que acepte que existen sociedades abiertas y sociedades cerradas; algunas libres y otras autoritarias. Un orden pluralista es aquel en que vivimos con lรญderes que apenas podemos tolerar y sociedades cuyos principios tenemos buenas razones para despreciar.
Podemos y debemos contener a los nuevos autoritarios, pero hace falta recordar que la doctrina de contenciรณn de George Kennan no buscaba derribar los regรญmenes autoritarios de su tiempo ni tampoco convertirlos a la democracia liberal. Mรกs bien, su doctrina pretendรญa evitar la guerra en un mundo pluralista y darle a la democracia liberal el tiempo necesario para crecer y prosperar en una competencia pacรญfica con el otro bando. Quienes hacen un llamado para que exista un frente ideolรณgico unido, un credo liberal combatiente, harรญan bien en recordar lo que respondiรณ Isaiah Berlin cuando se le pidiรณ un credo entusiasta para los liberales de la Guerra Frรญa:
En verdad no creo que la respuesta al comunismo sea una fe contraria, de igual fervor y militancia, etcรฉtera, porque hay que luchar contra el demonio con las mismas armas que el demonio. Para empezar, nada es mรกs propenso a la creaciรณn de una “fe” que reiterar constantemente que la buscamos, que debemos encontrarla, que estamos perdidos sin ella, etcรฉtera.
Durante la Guerra Frรญa la autodramatizaciรณn ideolรณgica llevรณ a Estados Unidos al macarthismo y al aventurismo militar en el extranjero, desde Vietnam hasta Nicaragua. Ademรกs, no es nada convincente involucrarse en una batalla ideolรณgica en el extranjero a favor de la democracia liberal, cuando resulta tan evidente que primero se necesita renovarla en casa.
El poderรญo estadounidense no ha perdido su arrolladora credibilidad, siempre y cuando se use en pequeรฑas cantidades, con perspicacia y cuidado. El verdadero problema es la disfunciรณn democrรกtica que existe en casa: el impasse que se ha extendido a lo largo de toda una generaciรณn entre el Congreso y el Ejecutivo, lo polarizadora y poco realista que se ha vuelto la discusiรณn polรญtica, el estrepitoso fracaso para controlar el denigrante poder que tiene el dinero en la polรญtica, mientras que la desigualdad es mรกs flagrante que nunca. El resultado es el debilitamiento de los bienes pรบblicos compartidos y una desilusiรณn cada vez mรกs grande con la democracia misma. Otras democracias enfrentan retos parecidos pero logran contrarrestar la influencia del dinero sobre la polรญtica y han podido lograr de nuevo un equilibrio de su sistema polรญtico para que el Ejecutivo y el Legislativo funcionen con efectividad. En la guerra de ideas con los nuevos autoritarios es bueno saber que hay una gran variedad de democracias liberales a la vista, una gran variedad de formas posibles de “llegar a Dinamarca”.
Sin embargo, la estadounidense sigue siendo la democracia cuya salud determina la credibilidad misma del modelo liberal capitalista. El medio siglo transcurrido desde la guerra de Vietnam no ha sido una รฉpoca feliz para Estados Unidos, ni en lo domรฉstico ni en lo internacional, pero una serie de tenebrosas narrativas acerca del declive secular estadounidense, por mucho ahรญnco con el que los enemigos de Estados Unidos puedan absorberlas, parece hacer a un lado la histรณrica capacidad de los estadounidenses para renovarse institucionalmente: en la era progresista, el New Deal, la Nueva Frontera. Tampoco toma en cuenta los datos duros respecto a la posiciรณn dominante que tienen las compaรฑรญas estadounidenses en las tecnologรญas que estรกn moldeando el siglo XXI.
Si Vladimir Putin y Xi Jinping –e incluso el Estado Islรกmico– apuestan por el declive de Estados Unidos llevan todas las de perder. A la vez, no cabe duda de que Richard Haass, presidente del Consejo para Relaciones Exteriores, estรก en lo cierto cuando afirma que una polรญtica exterior capaz de enfrentar el doble reto del nuevo autoritarismo y del nuevo extremismo debe comenzar con un esfuerzo sostenido de construcciรณn nacional.
De continuar la disfunciรณn democrรกtica, se corre el riesgo tanto de una parรกlisis interna como de un horrendo afรกn de aventuras militares en el exterior, en vista de que las administraciones estadounidenses –igual que sus rivales autoritarios– se vean tentadas a distraer el descontento domรฉstico con guerras en el extranjero. Despuรฉs del vuelo mh17, Crimea, el sangriento califato que crece en las riberas del Tigris, y la creciente tensiรณn en el mar de China, no necesitamos violentas aventuras en el extranjero y menos aรบn palabras que no estรฉn sustentadas en acciones. Necesitamos una Europa y un Estados Unidos cuyos pueblos vuelvan a creer en sus propias instituciones y en sus reformas, y acepten la oportunidad de probar de nuevo que son capaces de sobrevivir a sus adversarios, tanto autoritarios como extremistas. ~
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Traducciรณn de Laura Emilia Pacheco.
Aparecido originalmente en The New York Review of Books.
es rector emรฉrito de la Central European University en Viena. Su libro mรกs reciente es On Consolation: Finding Solace in Hard Times.