1
Está claro que, para bien o para mal, el precio de los libros —pese a su lugar de objeto cultural imprescindible en el imaginario colectivo, de las iniciativas para procurar su accesibilidad y de otras peregrinas ideas que suelen revolotear a su alrededor— se rige, al igual que todas las demás mercancías en el sistema capitalista, por la ley de la oferta y la demanda. Hasta las más explosivas ideas anarquistas y comunistas se ofrecen por una cantidad de dinero que, en teoría, debería dejar contentos tanto al cliente como al vendedor.
En muchos países se suele escuchar el mismo lamento: “Qué caros están los libros”. Basta comparar los precios de los libros con los ingresos medios de los trabajadores en esos países (los latinoamericanos, por ejemplo), y luego ver lo que ocurre en otros países (en los anglosajones, por ejemplo), para darse cuenta de que el lamento tiene una base de realidad.
Sin embargo, sucede a veces que la queja es puntual, por un caso en concreto. Fue lo que ocurrió hace un año en la Argentina en ocasión de la tercera edición de Los sorias, la monumental novela de Alberto Laiseca. Muchas voces se alzaron para preguntarse cómo podía ser que un libro costara tanta plata, que así se conspira contra su lectura, que era elitista y muchas cosas más. Su precio de tapa fue de 950 pesos argentinos, algo así como 80 u 85 dólares en ese momento (pero esto hay que tomarlo con pinzas, ya explicaremos por qué).
En todo caso, antes de seguir, conviene saber algo más de Los sorias.
2
Los sorias pertenece a esa raza de novelas extraordinarias —como el Ulises de Joyce, como La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, o como la más secreta El traductor, de Salvador Benesdra— cuya escritura o publicación (o ambas) entrañan una historia casi tan interesante como la propia obra. Sus más de 1.300 páginas exigen valentía a quien se plantee el reto (y aspire al gozo) de leerla.
Cuenta la leyenda que Laiseca terminó de escribir en 1982, después de una década de trabajo, la que ya era la cuarta versión de Los sorias, una historia que le daba vueltas en la cabeza desde la niñez y que sintió acabar recién entonces, a sus 41 años de edad. Autores como César Aira, Fogwill y Ricardo Piglia accedieron a los manuscritos y empezaron a hablar de ella y la convirtieron en una especie de obra mitológica que casi nadie había leído. Se editó recién en 1998, cuando la pequeña editorial Simurg confeccionó 350 ejemplares de lujo, numerados y firmados por el autor. Piglia escribió un prólogo que famosamente califica Los sorias como “la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos”.
Seis años después, Gárgola, otro sello pequeño e independiente de Buenos Aires, se propuso una edición más “popular” de la obra. Fueron 2 mil ejemplares, que se agotaron cuatro años después. Para la tercera, en 2014, Simurg volvió a tomar el guante y confeccionó otras muy cuidadas 500 unidades.
Es decir, el universo cuenta con 2.850 ejemplares de Los sorias. En una época de masas, de cálculos en que muchas veces los millones no son suficientes, la cifra parece manejable, casi íntima. Uno de esos 2.850 individuos está acá al lado mío mientras escribo estas líneas. Como se ve en la foto, lleva la firma de Lai y su deseo de que lo disfrute.
3
Las discusiones suscitadas en torno al precio de tapa de la tercera edición llevaron a Gastón Gallo, responsable de Simurg, a dar algunas explicaciones en el perfil de Facebook de la editorial. Para ello, evitó las equivalencias con monedas extranjeras, dadas las particularidades de la Argentina actual: existe un dólar oficial, estimado en unos 8 o 9 pesos argentinos, y uno paralelo, llamado blue, que en la práctica es casi el único al que se puede acceder, cuya cotización oscila entre los 12 y 13 pesos (por eso había que tomar con pinzas la equivalencia de más arriba).
Gallo usó un índice tipo Big Mac, pero en lugar de en hamburguesas se basó en café: el de Las Violetas, la tradicional confitería de Buenos Aires en la que él y Laiseca se reunían para hablar de la edición. Cada ejemplar de la primera edición de la novela, de 1998, tenía un precio de 140 pesos (que eran exactos 140 dólares). Por entonces, equivalía a 107 cafés, cuyo costo individual era —rememora Gallo— de 1,30 pesos.
A comienzos de 2014, tras años de inflación, el precio fue de 950 pesos, pero el café en Las Violetas costaba 21 pesos. Es decir: Los sorias equivalía a unos 45 cafés. Según este patrón, y comparado con la primera edición, el libro no solo no era demasiado caro, sino que, por el contrario, era barato. Ahora, un año después, el libro cuesta en librerías 1.300 pesos y el café en Las Violetas, 26. O sea: un libro, 50 cafés. O subió un poco el libro, o bajó el café. Quién sabe.
4
Gallo acaba su texto con una anécdota. Justo después de volver a editar Los sorias viajó a Venecia, donde visitó la muestra Génesis, del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. Y vio allí el colosal libro con las fotos, editado por Taschen: 700 páginas de 45 por 70 centímetros. No estaba a la venta. Cuando volvió a casa, entró a Amazon para ver si lo compraba. No lo hizo: su precio era de 5.200 dólares la edición estándar y 13 mil la especial. Gallo escribió:
“Yo, que tuve oportunidad de verlo, les puedo asegurar que no está caro (es más: será un hito de la edición moderna, un clásico que cada día irá aumentando su valor en el ámbito del coleccionismo mundial). Solo debo resignarme a que su precio hoy me resulta alto y, sin tanto lamento ni enojo, me alimento del recuerdo de cuando vi las magníficas fotos de Salgado en la isla de La Giudecca”.
5
Hoy por hoy, en internet se ofrece un ejemplar de la primera edición de Los sorias por 5.500 pesos argentinos. El que yo atesoro es de la edición de Gárgola, la “popular”. Me costó 89 pesos en 2004 (unos 30 dólares de una época en que la divisa aún tenía una sola cotización). Otro ejemplar de esa misma edición, también dedicada por el autor, se oferta en la web a 3.000 pesos. Por supuesto, no tengo intenciones de desprenderme de mi pequeño tesoro (el cual, por cierto, leí y reseñé hace algunos años).
Conservo, también, otro humilde tesoro. En 2004, cuando los muchachos de Gárgola preparaban su versión de Los sorias, yo escribía para una revista que editaba la misma empresa. Y una de aquellas tardes tuve ocasión de estar en su oficina y tener en mis manos y hojear el ejemplar número 1 de la primera edición, propiedad del mismísimo Laiseca, quien lo había prestado para preparar la nueva tirada. ¿Con qué precio podría salir a la venta ese libro? Quién sabe. A mí, la verdad, me da un poco igual. Cuando lo necesito —como Gastón Gallo con las fotos de Salgado— me alimento del recuerdo de ese minuto en que lo tuve en mis manos.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.