El singular encanto de las copias

Aunque los tiempos que corren parecen volverla un lugar común, antes de que suceda: una guia de copias fabulosas.
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En los tiempos que corren (o, más bien, cojean, aunque dando tumbos agigantados), el copyright parece condenado a ceder irremisiblemente su lugar a otras formas iconoclastas de administrar la propiedad intelectual, por lo cual elaborar una guía de copias fabulosas puede resultar acaso ocioso. No obstante, dada mi proclividad a no arredrarme ante las empresas más insensatas, ofrezco al lector el fruto de mis cavilaciones al respecto. Que no se me juzgue por ello; a menos, claro, que el veredicto me resulte benigno.

 

La copia idéntica al original

En 1919, Marcel Duchamp convirtió un acto de vandalismo (pintarle bigotes y barba a la Mona Lisa) en el icono del movimiento dadaísta. El título de la obra, tan conocida hoy como el original, reza L. H. O. O. Q., que representa una acronimofonía de elle a chaud au cul (ella anda caliente), la cual, vulgar y juguetonamente, pretendía dar una solución al enigma de la inmortal sonrisa.

Durante las décadas siguientes, Duchamp realizó algunas variaciones de su readymade (empequeñeciéndolo aquí, agrandándolo allá, coloreándolo más allá), hasta que en 1965 tuvo la traviesa ocurrencia de quitarle el bigote y la barba y de retitularlo L. H. O. O. Q. rasée, con lo cual creó una copia idéntica al original.

También Borges realizó un prodigio congénere al acuñar su “Pierre Menard, autor del Quijote”(1939), en el cual un ficticio autor publica una meticulosa copia del Quijote, gemela en todos sus detalles del original, convencido de que se trata de una obra diferente. Su argumento, de una falacidad deliciosa, se basa en la premisa de que cada frase, cada palabra y hasta cada letra,  significan cosas diferentes para personas diferentes y, por lo tanto, a pesar de ser idénticos, los textos no pueden ser iguales.

De ese modo, también en el arte quedó consagrada la demolición del ya tambaleante principio de identidad, ése sobre cuyas ruinas se erigió el axioma de la postfilosofía, a saber: que lo mismo y lo otro son lo mismo – y lo otro[i].

 

La copia de la copia

En 1941 aparece el libro Let Us Now Praise Famous Men, del fotógrafo Walker Evans.

En 1981, Sherrie Levine realiza una exposición con el título Sherrie Levine After Walker Evans, en la que presenta fotografías de las fotografías de Evans.

20 años más tarde, Michael Mandiberg fotografía las fotografías que Levine había fotografiado de Evans y las presenta en el sitio web Aftersherrielevine.com.

En mayo de ese mismo año, Kendell Bruns reproduce las fotos que Mandiberg había hecho de las fotos que Levine había hecho de las fotos que Evans tomó y les da el título de After Mandiberg.

El hecho de que nadie, hasta la fecha, haya creado After Kennedy Bruns es quizás la prueba de que la creatividad humana tiene límites.

Yo también –aprovecho para confesar, entre risitas cohibidas, malamente encubiertas por la mano– tuve la musa de incluir un juego de plurales retratos en una de mis obras. Me permito copiar el pasaje –cansado de esperar a que alguien más lo hiciera:

“En una de las paredes, a un palmo por debajo de un crucifijo, un daguerrotipo llamó la atención de Emanuel. En él se encontraba retratado el mismo muro en el que colgaba, con los mismos libreros y la misma disposición anárquica de los volúmenes, la misma cruz de caprichoso bronce y, por supuesto, el mismo daguerrotipo, en el que alcanzaba a verse, una y otra vez, en reducciones infinitas, la misma escena. Emanuel volvió la vista hacia la pared de enfrente y descubrió, maravillado, que ésta se encontraba completamente cubierta por un tapiz en el que la imagen de la pared opuesta se repetía cabalmente: Era una reproducción a tamaño natural del muro de enfrente, en la que, al incluirse aquel cuadro abismal, se duplicaba el infinito”.[ii]

No es difícil imaginar otras copias fabulosas –como la copia sin original, la copia más original que el original y la copia absolutamente diferente del original–; lo que sí resulta problemático es crear un original inexpugnable, adverso a todo intento de calco, pues para ello no bastaría con escribir un libro con caracteres ilegibles, pintar un cuadro con colores invisibles o componer una melodía con un solfeo inaudito. Para erradicar definitivamente toda labor copista sería necesario fraguar música con notas tridimensionales, perpetrar libros con un alfabeto viviente y forjar cuadros con los inacabados matices de la imposibilidad.



[i] A la cuestión ¿«A = A» o «A ≠ A», la respuesta reza: «A = A» y «A ≠ A», como creo haber demostrado en un antiguo escrito.

[ii]De acuerdo a la doctrina platónica –la única mitología compatible con los datos de la empiria– nuestra cavernosa realidad, toda ella, es una copia estragada de una realidad original y perfecta, y, por lo tanto, toda tentativa artística de retratar aquélla es, ya, en sí misma, una copia de la copia.

 

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Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.


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