El viaje del héroe

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En muchas celebraciones, al cine español le gusta presentarse como una gran familia. Es una costumbre absurda y, además, el sector demuestra a menudo que es una de las familias más disfuncionales que existen desde que Shakespeare terminó de escribir El rey Lear. Ocurrió de nuevo hace unos días, en un momento en el que parecía que España se había vuelto loca: mientras se hablaba de nacionalizar las cajas y el número de parados alcanzaba una cifra récord, las cabeceras digitales contaban el extraño caso de Alex de la Iglesia.

Hace unas semanas, el presidente de la Academia defendía la ley Sinde. La normativa, diseñada para proteger los derechos de autor en internet, fracasó en el Parlamento y era impopular en muchos sectores de la red. El cineasta habló con algunos autodesignados “internautas”(en eso, se parecen a los indios abenaki, cuyo nombre significa “seres humanos” y servía para diferenciarse de otras tribus de homo sapiens). La experiencia le abrió los ojos: “Por primera vez, aprendí que dialogar con personas que te llevan la contraria es mucho más interesante”. Unas semanas después, el PSOE, el PP y CIU acordaron aprobar la ley, modificando uno de los aspectos más polémicos: el cierre de una web que se lucre con contenidos que no son suyos será una decisión judicial y no de una comisión. Sin avisar a su equipo, De la Iglesia dijo que abandonaría la Academia después de la gala de los Goya. La prensa contó que Cultura quería que De la Iglesia se marchara antes. La ministra, la cineasta y expresidenta de la Academia Ángeles González Sinde, sugirió que la vicepresidenta Iciar Bollaín sería una buena sucesora. La Academia decidió que De la Iglesia siguiera en el cargo hasta después de la gala. Bollaín declaró que el presidente había abierto “una crisis innecesaria y muy dañina”.

Todo el asunto daba una sensación de endogamia y de conflicto entre las opiniones públicas y privadas y entre las competencias de la Academia y Cultura. Era aún más llamativo porque Sinde ha tenido otros conflictos con su profesión, que vive en una esquizofrenia permanente entre el triunfalismo y la queja.

Pero lo más asombroso ha sido ver cómo el director de El día de la bestia se convertía en un héroe en la prensa y las redes sociales, una fantástica herramienta de comunicación pero también un vivero de intimidación y estupidez. De la Iglesia ha contado sus impresiones en Twitter, donde tiene 48.000 seguidores, y parece que ha pasado de apoyar la ley a denigrar una versión corregida con la misma falta de comprensión. Desde luego, ha confundido su posición personal con la representación de su institución. No se sabe qué defiende, pero la ley no le gusta por dos razones: “Una, porque creo que la idea de las intervenciones judiciales no es un sistema ágil. Y dos, porque creo que la famosa comisión de la propiedad intelectual ha de ser un organismo administrativo y no decisorio”. Es como el chiste: la comida es horrible y además las raciones son muy pequeñas. Puede que se sintiera utilizado. Pero, al margen de seguir el precedente erróneo de la reunión con los internautas, solo pudo ser utilizado gracias a cierta sed de protagonismo, evidente en humildes recordatorios como “Solo soy un tipo que hace cine” o “Nadie es imprescindible”, que ayudan a que no nos angustie demasiado su dimisión. Al parecer, le criticaron porque en España no toleramos que nadie cambie de opinión y “tenemos instalado el chip de la intransigencia desde hace tiempo. Hablé de ello en mi última película” (que, por cierto, está en cartel.

El factor más destacado en su comportamiento, no obstante, es la demagogia. Es duro con los débiles y blando con los fuertes, y dice lo que piensa que otros quieren oír. Pueden ser los usuarios de Twitter o los telespectadores, como demostró en su discurso en los Goya el año pasado. Tras reprochar a ganadores de premios poco llamativos que dieran las gracias a sus padres, dijo:

Hay que ser humildes. A mí me cuesta mucho, soy soberbio y engreído. Parece que forma parte de mi trabajo, y no debe ser así. No somos tan importantes. Importante es salvar vidas en un hospital. Eso sí que debería tener trascendencia mediática. Hay que ser humildes y estar agradecidos. El público, que es la gente para la que trabajamos, ha ido a ver nuestras películas más que nunca, y eso es un honor y un orgullo. No pensemos que somos mejores por eso. Pensemos que nos han dado una oportunidad. Hay que aprovecharla.

Tenemos que ser humildes, estar agradecidos y pedir perdón por haber fallado muchas veces.

Pero esa modestia sobre la “trascendencia mediática” en una gala retransmitida en directo por televisión y el ridículo llamamiento a pedir perdón por los pecados del cine delatan cierta impostura. Aun así, esa no fue la única expiación que reclamó esa noche. La sala se puso en pie para aplaudir el regreso de Almodóvar, que es el director español más importante, pero no volvía del exilio ni del olvido: estaba enfadado porque no le daban los premios que creía merecer.

Ese elemento populista hizo que De la Iglesia dijera que se bajaba porno de internet (y escribiera después que esa declaración “sentó fatal a los distribuidores, a los exhibidores y a toda la profesión en general. Incluso me llamó mi madre”). Pide diálogo. Y sin duda el diálogo es bueno, pero los que han llegado a un acuerdo son representantes de todos los ciudadanos, mientras que en el mejor de los casos él solo representaba a una institución gremial, que recoge a parte de algunas de las profesiones afectadas por la piratería, y los “internautas” no tienen ninguna representatividad. Los senadores y diputados españoles podrían ser mucho mejores, pero al menos son representantes que elegimos, y no un grupo de gurús aficionados a la mensajería instantánea.

– Daniel Gascón

Imagen tomada de aquí.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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