En teorรญa, los cenรกculos presididos por grandes figuras de las letras o el pensamiento deberรญan estar a salvo de la mediocridad, pues el lรญder exige a sus miembros un alto grado de excelencia que automรกticamente cierra el paso a los buscadores de prestigio. Pero en los cenรกculos monรกrquicos suele haber tambiรฉn lacayos, pajes, chambelanes, ayudas de cรกmara, y mรกs de una vez ha ocurrido que en el sรฉquito de un intelectual prestigioso desempeรฑen estas funciones escritores de poca monta en busca de relumbrรณn. Frente al pรบblico y frente al resto de la comunidad cultural, un cenรกculo influyente y poderoso se debilita cuando admite en su seno, por conveniencias del monarca, a la servidumbre que hace el trabajo sucio y, a cambio de ese servicio, pretende haber obtenido laureles imperecederos. Sin embargo, por comodidad, vanagloria o cรกlculo mezquino, algunas figuras literarias prefieren devaluar las condecoraciones que otorgan para conservar un sรฉquito servicial y obsequioso. En el ensayo La escuela romรกntica, Heinrich Heine acusรณ a Goethe de haber incurrido en esa falta de รฉtica: “Los aristรณcratas intelectuales de Alemania tenรญan sobrados motivos para desconfiar de Goethe. Temรญa a todo escritor independiente y original y elogiaba a todo espรญritu mediocre e irrelevante. Llegรณ tan lejos por ese camino que acabรณ siendo sello de medianรญa recibir un elogio suyo.”
La confusiรณn que genera el favoritismo doloso de una autoridad cultural tiene consecuencias en todo su รกmbito de influencia, no solo entre los miembros de su sรฉquito. Si los elogios de Goethe perdieron credibilidad entre la รฉlite literaria alemana, como afirma Heine, seguramente no se devaluaron ante los esnobs, que debieron de haber aceptado a ciegas sus bendiciones papales. Una figura de la talla de Goethe puede salir indemne de estas prevaricaciones, pero con ellas deja de cumplir su principal responsabilidad social: orientar con franqueza y honradez al lector comรบn. Por supuesto, no todas las alabanzas falsas obedecen a un maquiavelismo calculado. Algunos escritores las prodigan por debilidad de carรกcter, confiando en que la gente no les darรก crรฉdito. Obligado a elogiar por compromiso a muchos escritores de la nobleza, el doctor Johnson hizo un deslinde sanitario para que sus amigos รญntimos pudieran separar el oro del cobre: “Cuando elogio un libro sin que me hayan pedido mi opiniรณn, es un elogio honesto, en el que se puede confiar –advirtiรณ en una charla recogida por Boswell–. Pero si un autor me pregunta si me gusta su libro y yo le digo algo parecido a un elogio, no deben considerarlo mi opiniรณn verdadera” (34). Como solo un reducido nรบmero de literatos conocรญan esta clave secreta, y Johnson escribiรณ cientos de elogios forzados, el pรบblico seguramente los tomaba por buenos.
Cuando la valoraciรณn del talento se convierte en un secreto reservado a una minorรญa selecta, la รบnica que sabe leer entre lรญneas, porque asรญ lo exigen las conveniencias sociales, la familia literaria genera dos clases de prestigios: uno de bisuterรญa, en el que el pรบblico ingenuo cree, y otro, el de verdaderos quilates, que los miembros del cenรกculo atesoran a espaldas de los incautos. Esta situaciรณn confunde a la gente y beneficia mรกs aรบn a los buscadores del prestigio ilegรญtimo, pues nadie puede ya desenmascararlos despuรฉs de otorgarles un certificado de excelencia. Sin embargo, la minorรญa enfrascada en este juego tortuoso confรญa en que las falsedades que se ha visto obligada a difundir tarde o temprano caerรกn por su propio peso. Asรญ ocurriรณ, por ejemplo, con los elogios y los prรณlogos que Rubรฉn Darรญo escribiรณ a regaรฑadientes para complacer a cientos de admiradores. En su รฉpoca todavรญa se estilaba que los poetas escribieran versos laudatorios en los รกlbumes de las damas de sociedad con veleidades literarias, y como Darรญo era un galante caballero, jamรกs les negรณ un cumplido. Tampoco podรญa lastimar a los poetastros que le pedรญan opiniones sobre sus obras, menos aรบn cuando traรญa algunas copas de mรกs. De tanto prodigar elogios, logrรณ devaluarlos a tal extremo que ya nadie los tomaba en serio. Ernesto Mejรญa Sรกnchez, editor de Darรญo y gran conocedor del modernismo, creรญa que el poeta usรณ esta estrategia para defraudar a quienes creรญan que el prestigio se puede endosar como un cheque. Sin duda dio gato por liebre a la gente que lo asediaba, pero quizรก el pรบblico le habrรญa agradecido que hiciera recomendaciones genuinas, en vez de someterse una y otra vez a la dictadura de los buenos modales. La injusticia en la valoraciรณn del talento se traduce tarde o temprano en una pรฉrdida de poder cultural efectivo, porque la credibilidad de cualquier รกrbitro sufre una merma considerable cuando engaรฑa al pรบblico sistemรกticamente. Por desgracia, esta tradiciรณn sigue viva en la repรบblica literaria de hoy. Mientras la crรญtica estรฉ sometida a los sagrados deberes de la amistad, nunca podrรก frenar ni contrarrestar a la mercadotecnia editorial. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย