Encerrados en ‘The Master’

Cuadros dentro del cuadro: entre muchas otras cosas, The Master es una película sobre la cárcel –la del alcohol, la del sexo, la de la religión y la de la mente.
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Dicen que The Master (2012) de Paul Thomas Anderson es una película sobre una amistad, sobre los primeros años de la cienciología, sobre un amor homosexual, sobre la inadaptación postbélica… Seguramente es sobre todas esas cosas pero, visualmente, es también sobre el encierro. La cárcel puede ser el alcoholismo de Freddie, la relación entre paterna, erótica y servil de Freddie y Lancaster Dodd, el culto de La Causa.  (El alcoholismo como prisión es una metáfora bastante común.)

Desde las primeras imágenes, durante e inmediatamente después de la guerra, encontramos a Freddie encerrado por estructuras metálicas, como apandado en cuadros que lo confinan:

En el barco que lo “libera” de sus persecutores, donde conocerá a Lancaster, también está aprisionado, enclaustrado:

Incluso el primer encuentro con el encantador Lancaster –Philip Seymour Hoffman covereando a Orson Welles– está apretadamente filmado, siempre colocando a Freddie en un marco metálico del que no puede salir por completo (la estructura del barco ayuda mucho al propósito):

Lancaster, que se presenta como “escritor, doctor, físico nuclear y filósofo teórico pero por encima de todo ello, un hombre”, toma bajo su ala a Freddie, entre otras razones para que le prepare su moonshine o alcohol casero, peligroso pero sabroso. Freddie acepta el trabajo y desciende a preparar su mejunje. Él no lo sabe pero también está descendiendo a una nueva cárcel:

(Entre paréntesis: la frase de Lancaster recuerda aquella famosa que el maestro dijo ante un auditorio casi vacío: “Mi nombre es Orson Welles, soy actor, soy escritor, soy productor, soy director, soy mago. Aparezco en el escenario y en la radio. ¿Por qué yo soy tantos y ustedes tan pocos?”)

Lancaster también adopta a Freddie como miembro de su secta. La secta será para él otro confinamiento. Un confinamiento que incluye a los demás “fieles” e incluso al propio Lancaster; mírenlo aprisionado en la cabina radiofónica:

Y un confinamiento que en algún punto se volverá una cárcel ya no metafórica sino literal:

¿Qué otra cosa puede hacer el pobre Freddie –prisionero del arbitrio de su amo, prisionero de una religión que acaso no comprende, prisionero de su mente y del alcohol–, qué podría hacer las dos veces que lo vemos a campo abierto sino correr correr correr, salir huyendo?

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Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)


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