Entrevista a Junot Díaz

Son diecinueve cuentos y una novela. Son un premio Pulitzer, una beca MacArthur y otros premios y otras becas que comprometerían la brevedad de esta introducción. Es el nombre Junot Díaz y los estadounidenses que se esfuerzan en acentuar Díaz a cambio de pronunciar Yúno, el escritor dominicano que nació en 1968 y fue escupido por el Mar Caribe hasta Nueva Jersey en 1974. Seis años después, mientras leía una biografía de Thomas Alva Edison, aprendió que todos los hombres se equivocan, que las bombillas, como el amor, se funden indistintamente en el destello y en la oscuridad. El protagonista reincidente de Los boys (Debolsillo, 2009) y La maravillosa vida breve de Óscar Wao (Mondadori, 2007) se llama Yunior y vuelve sobre los pasos de la infidelidad y el enamoramiento en Así es como la pierdes (Mondadori), su libro más reciente. Son nueve cuentos y una misma estupidez llamada amor. O algo así. 
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¿Ya te aburriste de responder si eres un escritor latino o estadounidense?

Claro que me importa esa pregunta. Es un tema muy interesante para mí, porque el inmigrante representa algo que esa pregunta no puede integrar. La simultaneidad del inmigrante significa que gente como yo pertenece a esas dos culturas, que yo pertenezco a la cultura dominicana y a la cultura gringa. A veces me preguntan cuál de las dos está ganando y yo respondo que esta vaina no es una competición Es como una familia utópica donde un padre dice que no tiene hijo favorito.

Sé que si tengo hijos que nazcan en este país sí se van a sentir gringos, pero yo como inmigrante nunca me podré sentir como un gringo aunque haya vivido tantos años aquí. Nunca me he sentido cómodo en este país y no digo “cómodo” como quien está sentado en una silla buena, lo digo porque siempre estoy pendiente de lo que estoy diciendo en inglés. Un amigo mío lo define como estar gago, como tener un tartamudeo invisible que te obliga a pensar en cada palabra para no cagarla…

¿Todavía?

No hay duda. Tengo tres hermanos de casi la misma edad y cuando nos reunimos nos hemos preguntado: “Cuando termino una oración en inglés me pregunto después si lo he dicho bien, si no me confundí. ¿Ustedes se sienten así?”, y todos nos respondemos que sí, que es de lo más normal. Por eso la pregunta de la nacionalidad tiene que ver con interlocutores que no conocen el trauma de ser inmigrante. Porque eso es un trauma. A quien no conoce inmigrantes le parece que eso es raro, que es una invención, que es una muela, por eso te digo que a veces me siento viviendo simultaneously en los dos países. Para mí lo normal es pertenecer a dos pueblos.

¿Cuál era la presencia de libros en español en la biblioteca de tu casa? ¿Cómo fue tu relación con Pedro Mir, Juan Bosch, Pedro Vergés?

Mi papá tenía su biblioteca y se postulaba como intelectual, así que tenía en la casa todo lo que los dominicanos consideramos “los clásicos”. Ahí estaba Pedro Mir, claro, tenía los cuentos de Bosch, los libros asquerosos de Joaquín Balaguer. Tenía algunos libros de escritores políticos que escribían sobre la guerra civil, que a él le interesaba mucho porque había peleado ahí. Así que por un lado yo tenía esos libros en la casa y para mí eso significaba Santo Domingo.

Un poco traumático…

Era una confusión, porque yo no entendía el contexto. Leía poesía porque era más fácil, pero los libros de historia y política eran un misterio, eran como el secret archive. Por otro lado tenía los libros en inglés, con los que me sentía más cómodo, y de esos sí que leía de todo, de to-do. Muchísima historia, muchísima ficción, muchísima novela policiaca, que ahora ni leo, pero me encantaba cuando tenía once y doce años.

Mucho contraste. Por un lado ese país nuevo que te estaba llenando de información y, por otro, República Dominicana, con el silencio que dejan las dictaduras y las versiones oficiales.

En la familia mía no se hablaba de la dictadura porque mi mamá estaba en contra y mi papá estaba a favor, entonces fue un tema que no se tocaba, muy traumático. Pero en Estados Unidos no todo era abierto. Nadie quería hablar del racismo ni de esa brutalidad que es ser pobre aquí. Vivía en una comunidad latina y de African Americans, víctima de mucha mucha mierda. En la escuela siempre esperé que alguien me explicara eso, así que tanto en la casa como en mi vida social había silencios. De niño yo quería hablar porque cuando llegas a un país nuevo tratan de educarte y cuando me decían “no, nosotros no jugamos con prietos”, yo preguntaba por qué. “Los judíos son así y así”, y yo nunca había escuchado la palabra judío porque en Santo Domingo no había de esa vaina; no sé, tal vez dos o tres, pero no en mi barrio. Eran silencios complementarios, que se solapaban, y como escritor esos son los grandes silencios que trato de penetrar.

¿Por eso decidiste escribir tanto sobre las mujeres a partir del machismo? La mamá de Yunior, como ocurre en muchos matriarcados, se mueve en el silencio.

Yo me crié en una familia con una mamá superfuerte. La doña era muy fuerte, todavía es jodida la doña. Mis hermanas, igual, mujeres feroces, y para sobrevivir a esa cultura machista caribeña uno tiene que cultivar un feminismo muy poderoso, que venga de raíces muy profundas, de las mismas raíces que en el machismo justifican las dictaduras. La doña y mis hermanas eran así, entonces para sobrevivir me tocó entenderlas, me impactaron mucho y, por el otro lado, eran full time víctimas de la misma mierda que a mí me molestaba: la desigualdad del inmigrante que además es mujer. Esas mujeres me pusieron en un sendero y, de no ser por ellas, no me habría interesado escribir tanto sobre lo femenino.

Seguro que la vaina también te sirvió en tu vida sexual. Te imagino como el latino del barrio que las entendía.

Creo que la responsabilidad de eso sí es de mi papá, el loco papá mío que me influyó así. Solo ver el modo en que sufrían mis hermanas y mi mamá me dio ethics, mientras que la identificación que tenía con mi papá me quitó la ética. Si tú nada más quieres raspar es mejor no tener ethics. Es mejor no tener nada de eso y mi mamá lo decía: “Mira, no te acerques a mi hijo que ese tigre es un cuero. Te va a pegar cuernos, te va a joder”, y yo miraba a mi mamá como diciendo “doña, no me estás ayudando mucho”. La ética jode el sexo.

En la superficie el sexo mueve la vida de Yunior. Según me has contado, lo primero que escribiste en tu vida también iba sobre el mismo tema. ¿Cuándo apareció Yunior?

Empezó cuando yo tenía veinticuatro años. Fue en una conversación con una amiga. Una amiga que era solo mi amiga. Tuve la suerte de tener mujeres en mi vida que no eran exnovias, mujeres que nunca me raspé y que eran mentors. Pues esta mujer, bien feminista, me dijo: “Tú siempre eres muy honesto cuando escribes ensayos, pero yo te conozco y eres el mentiroso más grande con las mujeres y con tu familia. Tú tienes que escribir sobre un hombre que cuando escribe es muy honesto y en su vida es un mentiroso.” Ahí mismo supe que eso es lo que estaba buscando, fue clave para organizar a Yunior como personaje útil. Esa es su biografía: un tigre que no puede mentir en la escritura mientras que en su vida no puede decir la verdad. Listo. Alrededor de eso tracé líneas para conformar una personalidad más sutil.

¿Y tienes un registro de su vida? ¿Tienes clara su biografía?

No hay duda. Empecé el proyecto pensando en escribir cuatro libros de cuentos que iban a formar una novela sobre la vida de Yunior. Ya terminé los primeros dos, tengo los otros dos pendientes y si el talento me alcanza y no me muero antes quizás pienso en un quinto libro. Tengo bastante bien elaborada su vida hasta los cincuenta, cuando ya él encuentra la habilidad de estar en una relación íntima. Ese será el momento para terminar con las historias sobre su vida. Su vida es su love story, su incapacidad de encontrar amor. Sé cómo termina todo, ahora hay que ver si puedo escribirlo.

Es un poco más desolador, creo, porque el problema no es encontrar el amor, el problema es que Yunior tiene una gran capacidad para destruirlo.

¡Oh, sí! Es verdad. Lo que me gustó en la novela de Óscar Wao es que tenía abundancia de mujeres, que todas estaban detrás de él y él las destruía a todas, mientras que Óscar era lo opuesto: nadie estaba interesado en él.

Es que Óscar ni siquiera tenía un mundo tangible.

No, nada. Mira, lo único que hago es escribir sobre un supermaldito nerd, una familia loca inventada y una comunidad de Nueva Jersey: soy un escritor escribiendo sobre una pequeña estrella entre las millones que hay en esa galaxia, una estrella solita y perdida que no se puede ver ni de aquí ni de allá.

Desde “Cómo salir con una morena, una negra, una blanca o una mulata”, en Los boys, quedó clara tu habilidad para trabajar la narración en segunda persona y en Así es como la pierdes depuraste ese recurso de falso monólogo. ¿Qué te da la segunda persona? ¿Cómo la trabajas?

En un nivel tiene que ver con la estructura de los libros. Es una vaina nerd. Yunior es el escritor que está escribiendo esos libros y, para señalar que adentro del libro hay otro autor, utilizo la segunda persona para que la gente reconozca a Yunior hablando con él mismo como autor. Cuando uno termina Así es como la pierdes te das cuenta. Como escritor, a nivel de cada capítulo, cada vez que tengo que elegir la estrategia de escritura pienso mucho en esa intimidad rarísima que abre la segunda persona. Por un lado es insoportable que alguien te diga tú, tú, tú, tú, tú cuando tú sabes que ese no eres tú: “Yo no he hecho esa mierda. Yo no soy así, déjeme quieto.” Eso es lo que uno siente, pero, por el otro lado, cuando tú eres un niño jodiendo en la calle, si alguien grita “¡Tú!”, te das la vuelta porque uno no puede resistirlo, es una intimidad inmediata que cualquiera reconoce y me encanta ese pleito. Es un pleito muy productivo.

¿Con qué frecuencia reescribiste estos cuentos para cambiar el narrador? Pienso en “Flaca”, en “Miss Lora”.

¡Oh, todito! Todo cambió todo el tiempo y lo puedo contar claro porque duré dieciséis años en este libro, todavía lo tengo quemado en la cabeza. Hay una historia que se llama “Otravida, otravez” que la escribí en segunda persona en las primeras cinco versiones… Malísimo, no funcionaba. Porque estaba hablando de otra generación, es la vida de mis padres, y al contarlo en segunda persona era un double estrangement, perdía toda su fuerza. Seguí insistiendo, con ganas de hacerla en segunda persona para capturar la voz de esa mujer de la edad de mi mamá, y duré como tres años perdido en la voz de “Otravida, otravez”. Todavía tengo sueños con ese maldito cuento. Y con “Guía del amor para infieles” tardé años hasta llegar a la segunda persona. Abandoné el cuento y un día escribí esa oración de que “The half-life of love is forever” y fue ahí, al final, que todo tomó sentido.

Oye, ¿y la oralidad? Ese oído para detectar el tumbao caribe, ¿alguna vez sentiste complejo de utilizarlo tanto?

Me di cuenta de que como escritor soy muy lento. Yo sé que voy a durar cinco años en un cuento de quince páginas y eso es tarea. Es labor. Cuando demoras tanto tiempo en un cuento o en un capítulo significa que tienes que buscar la manera de conservar la energía de la narrativa. Tienes que buscar cómo vas a resistir the mode of production, porque the mode of production es tan lento y tan intenso y tan interno que tienes que buscar algo que mueva la vaina, porque si no vas a reproducir ese mode lento y fastidioso en la escritura. La gente no está ahí para ver tu mode, la gente quiere ver la narrativa. Tuve que desarrollar una máscara alegre y viva y fuerte y animada para este cuerpo desgarrado. Si no fuera por esa oralidad de mi escritura ningún cuento funcionaría, porque por debajo tienen ese grito de seis, siete, ocho años de creación.

Muy pragmático.

Es una estrategia, aunque claro, soy caribeño, la oralidad me divierte. Alguien que tiene un buen hablar. Siempre tenemos alrededor hombres y mujeres que tienen esa lengua… y uno lo reconoce y lo respeta. Todo el mundo habla del francés, pero creo que la gente no reconoce cómo funciona el español en el Mundo Nuevo. El español te puede poner más blanco, el español te puede poner más alto, el español te deja brincar esas casts tan medievales que nosotros tenemos. El español, veo, ha funcionado en el New World como un superpower. Si tú no tienes nada en el mundo, si tú no tienes ni zapatos pero tienes un español del diablo… Ahí mismo hay que respetá, hay que fucking respetá. En el Caribe cuando alguien habla bien tiene el respeto de la gente y de pequeño yo veía eso y me encantaba. Supongo que como a nosotros nos impusieron ese idioma colonial la resistencia consistió en eso: “Ok, tengo que aprenderlo, pero lo voy a convertir en oportunidad.”

¿Y cómo te tratan en los estados más conservadores del sur y el centro del país? ¿Ya perdonaron que le dieran el Pulitzer a un libro con palabras en español?

Es muy interesante porque aunque yo tengo cuarenta y pico de años, en los estados conservadores la vaina es clara: me apoyan las viejas, viejas de sesenta años que tienen su book club y leen el libro y dicen “coño, pero esto es un palo”. Y también muchísimos jóvenes, muchachos que reconocen que el mundo es más complicado y que ese libro les habla honestamente de la brutalidad de nuestra actualidad. Los jóvenes vibe with it, creo, vibran con eso. Pero también hay gente que no quiere saber nada de latinos y no importa que les digan que eres el fucking genio del mundo, que tú eres Jesucristo y que you can resurrect death; ellos igual no van a querer saber nada porque latinos are aliens. Imagínate, es aún peor porque soy de izquierda, así que estoy jodido: izquierdista y latino.

Además, soy escritor y la gente no puede entender eso. Si yo fuera pelotero, ok; si yo tocara salsa, ok; pero como intelectual y escritor y artista eso no es común. No saben cómo entender esta vaina. Me han dicho “maldito mexicano” varias veces y en eso consiste esto, esa es la sociedad hispanófoba en la que vivimos, que tiene en su adn ese racismo contra los latinos. No es todo el mundo, ni siquiera creo que la mayoría sea así, pero sí hay que decir que está presente. Como escritor y artista y persona tengo que vivir y bregar con ese ambiente, pero ya lo conozco desde que tenía seis años, así que no me sorprende.

No puedes imaginar la cantidad de señoras que vienen a mis lecturas: viejas, blancas, ni tres palabras de español. A veces les pregunto “doña, ¿qué te gusta a ti de este libro?”, y me dicen que les gusta la honestidad. Estas viejas ya no tienen que vivir bajo de the official story. A los sesenta años ya como que están dispuestas a reconocer que todos los hombres son un cuero, no solo los latinos: el privilegio de ser hombre en esta cultura, a straight man, es que nosotros podemos ser cuero y no nos van a cobrar mucho. Imagínate, una mujer a sus treinta años no quiere aceptar eso, pero ya de mayores la vaina cambia. Es lo único que se me ocurre para explicarlo.

Hablas de hispanofobia pero hace poco estabas en D. C., ciudad de Sonia Sotomayor. Más que hispanofobia, ¿no te parece que Estados Unidos lo que está buscando es inventarse un latino homogéneo que pueda ser el mismo en Houston, San Diego, Miami y Nueva York?

¡No hay duda! Tengo una amiga que es socióloga, Arlene Dávila, cuyo trabajo es sobre esto, “la creación de un sujeto de clase media, blanco y latino que no existe a nivel de la comunidad”. Una cosa son los individuos, pero aquí estamos hablando de comunidades, a respectable latinidad para hacerles más fácil el trabajo y que no tengan que metabolizar nuestras historias, nuestras políticas, la idea de que somos de varios países. Qué caribeño de esta generación puede decir que sus dos padres vienen del mismo lugar. Esa complejidad no les gusta y necesitan simplificarla para que un gringo la pueda digerir sin necesidad de mucha cultura, pero nosotros somos una comunidad fuerte, llena de huesos que los gringos se empeñan en sacar para que solo quede un chicken nugget. No está hecho de ninguna carne en el mundo pero le llaman chicken y así nos están tratando de procesar, de una manera horrible.

¿Y no crees que cuando te premian, más allá de los méritos literarios, están construyendo contigo parte de esa imagen de respectable Latino? Una comunidad tan respetable que tiene su premio Pulitzer.

No hay duda, tigre, pero yo siempre lo digo a todo el mundo: yo no represento el éxito de la comunidad caribeña; represento el silencio de mi comunidad en Estados Unidos porque la mejor manera de no bregar con la comunidad es elegir un individuo y darle todas las cosas a él para no darle más nada al resto de la comunidad. “Hemos elegido a Barack Obama, ya no tengo que pensar nada para la comunidad morena.” Ese es uno de los clásicos morbid symptoms de una política donde un grupo se siente permanentemente amenazado y sabe que lo está perdiendo todo a manos de un grupo que ha estado bajo su bota por décadas. El modo en que se les ocurre mantener su poder es regalar puestos a ciertos individuos y esperar que así se queden callados. Eso nunca funciona, así que repito: no soy representante de nuestro talento sino del miedo que nos tienen los gringos.

No aceptaste glosario en Óscar Wao, estás en la Freedom University, que ayuda a inmigrantes sin papeles, ¿qué otros modos de resistencia o de activismo ejerces? Porque tienes un poder, no sé si una responsabilidad.

Bueno, responsabilidad no porque eso significaría que no es voluntario, pero como yo lo veo, a mí solamente me prestan atención porque un grupo de diecisiete me dio un Pulitzer. Todos los años anteriores fui un escritor que nadie reconocía en la sociedad estadounidense, un escritor dedicado a hacer un trabajo por su comunidad. Eso es lo que hacía, activismo en escuelas y nunca sabes cómo te van a recibir como artista.

Me siento como muchos de mis amigos, como que esto fue un reconocimiento tardío a nuestra comunidad. Reconozco que tú y yo tenemos que trabajar tres veces más duro en esta vaina para que nos den lo mismo que le dan a un blanquito vago y que el arte es un modo de resistir a la imposición de este país. Eso y el trabajo comunitario, que es otro campo para expresar la complejidad y tratar de definir quién tú eres como latino, como persona, y cómo es nuestra comunidad. It’s good, you know? I’ve always thought… Para mí the best part como artista es que este momento no dura mucho. En este país no hay ningún loyalty hacia sus artistas, especialmente si son de color. Hoy te dan aplausos, mañana no te dan ni mierda.

Pues no hay muchos James Baldwin, sí, ¿pero de verdad eres consciente de eso que estás diciendo?

Bueno, como lector, ¿cómo no lo voy a estar? Cualquier lector-lector reconoce que aquí hoy bien, mañana frío. Es parte del juego, por eso yo solo quiero terminar los cuatro libros. Ojalá. ~

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Periodista. Coordinador Editorial de la revista El Librero Colombia y colaborador de medios como El País, El Malpensante y El Nacional.


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