Entrevista a Vicente Verdú

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¿Cuán definido es el estilo del mundo? Yo creo que lo más definido es su indefinición. De lo que se habla ahora es sobre todo de la complejidad, la dificultad de hacer un sistema general de todo, y así como la complejidad está presente en la física, también se ha introducido en las ciencias sociales. En la ilustración de portada de El estilo del mundo puede verse la representación de un objeto que medio se disuelve, medio se configura, tal y como me parece que transcurre ahora el trance en el que nos encontramos, a mitad de camino entre la configuración y la disolución. Este es un momento en el que sabemos que existe una descomposición, por hastío, por hartazgo, de los valores occidentales, pero aún no existe una organización fundada a partir de presupuestos nuevos.

A la dualidad conceptual ya conocida, aquella que opone el capitalismo de producción al de consumo, tú añades un concepto novedoso, el de capitalismo de ficción. ¿Cómo llegamos a él?
     En el capitalismo de consumo los objetos eran envueltos en el discurso publicitario y pasaban a convertirse en objetos de fascinación, de sueños. Los objetos prometían belleza, felicidad, porvenires más dichosos. El capitalismo de ficción surge cuando la gente se encuentra recelando del discurso elaborado por el capitalismo de consumo. La gente está sobre todo hastiada, por lo que el punto de inflexión que consigue articular el capitalismo de ficción es dejar de ocuparse de crear nuevos objetos, pasando a fabricar nuevas realidades. Doblar la realidad por otra, mejorada de tragedia, depurada de elementos incómodos, inconvenientes, tristes, esa cultura de la duplicidad tan bien representada por el paradigma de la clonación, que no produce otra cosa que seres humanos como los anteriores pero mejorados en los genes, todo ello constituye el eje central de los mecanismos que pone en acto el capitalismo de ficción. O el reality show, que es la realidad pero convertida en espectáculo, desprovista de tragedia, o la realidad virtual, que es la realidad formateada de los programas de la televisión, una realidad convertida en producto de verdad comercializada. Los documentales y las películas basadas en hechos reales se suman a estas formas de realidades virtuales, por ejemplo lo que se conoce con el nombre de “docuficción”, una suerte de documentales pero fingidos, en fin, todas estas realidades ficcionales presentes que, por otra parte, buscan responder a una demanda de verdad que tiene la sociedad. La gente quiere la verdad. Entonces el sistema responde ofreciendo una realidad formateada, una realidad de segunda especie. Y, por supuesto, garantizando siempre la transparencia.

Otro concepto que elaboras cuidadosamente es el de copia.
     En el caso de la copia es evidente que se la está llevando a unos extremos tan exacerbados que resulta indistinguible del original. Cuento en El estilo del mundo lo de esa compañía de discos a la que llegó a convocar la poderosa EMI para formalizar la creación de una empresa conjunta, porque no era posible distinguir el original de EMI de la copia de los piratas, y entonces los dos se unieron para explotar lo mismo. Ya no es que hubiera una competencia desigual, sino que se habían fundido los dos originales… o las dos copias, claro. O el suceso de la copia de La Dama de Elche, tan perfecta que tuvieron que precipitarse a colocar un sello en lacopia para distinguirla del original. Y a diferencia de lo que siempre ha sucedido con los originales, como con la plata de ley, que se ponía el sello en ella, en este caso pusieron el sello en la copia falsa, como queriendo decir que si acaso estropeaban algo, estropearían lo falso. Pero sin ningún propósito de asentar la verdad, porque ya no la tenían consigo. También es muy sugerente lo que pasa con la producción del arte en la red, que no nace como un original por un lado y una copia por el otro, sino que nace todo ya reproducido. Como consecuencia de esa suerte de imperio de la copia, y con el objetivo de apartarse de ese horror de la pérdida de identidad, de singularidad, el sistema se actualiza y ofrece a su vez la customización: los productos personalizados, la televisión a la carta, todo esto forma parte de una y otra ficción que va haciendo el sistema sobre un mundo un poco descompuesto en sus verdades, en sus fuerzas de valor intercambiable. Ya no hay grandes valores que no puedan intercambiarse, todo parece que se pueda intercambiar.

Andy Warhol tendría poco éxito en esta época, sería casi un pelele…
     Sería casi un pelele, quizás, pero en este sentido fue un verdadero pionero, un visionario. El otro día estuve en el Centro Pompidou en París y vi las reproducciones de la Marilyn. Efectivamente, en nuestro tiempo lo que hizo Warhol es moneda corriente, pero se comprende que quien produjera eso en aquel tiempo haría algo sustancialmente perturbador. También es cierto que siempre ha existido una gran fascinación por la repetición, por los gemelos, por el clon, por el doble, por el espejo, por la duplicidad, y que el arte lo tomara a su cargo también forma parte del sistema de creaciones, es coherente con la sensibilidad y el descubrimiento de esos puntos de misterio.

¿Cómo has vivido los acontecimientos del 11-m?
     Aquí hay que ver que, ante una cosa así, la muerte nos hace mejores a todos. Es lo que ha sucedido siempre después de las grandes guerras: ha mejorado la humanidad, que se ha preguntado el porqué de esa masacre. Esa disposición más amable, más benévola, más humanista que se ha desencadenado en España ha venido a rebufo de la muerte ocasionada por los atentados.

¿Cómo ves a la sociedad española?
     Es una sociedad atrasada en el pensamiento. Ahora que vivo en Francia me resulta muy llamativa toda la ramplonería que recubre al pensamiento español. Hay una absorción por el instante que no permite, a los que pudieran hacer algún análisis, levantar la cabeza y realizar una observación de las circunstancias con un poco de perspectiva. Se vive muy al día, de acuerdo a los argumentos y las requisitorias de los partidos políticos; el pensamiento está muy sometido a esa actualidad jurídico-administrativa o jurídico-política, y no se debaten grandes cuestiones.

La rabiosa actualidad…
     Exacto. Este es un país que se ha acostumbrado a ir a rastras, a que los franceses pensaran por él, o a que los americanos le facilitaran tecnología. España no ha tenido muchas ideas para conducirse. La verdad es que, como el origen está en ese complejo y en esa postración de la dictadura y la autarquía, nos dimos con el canto en los dientes cuando las fronteras se abrieron y se homologaron nuestras leyes a las de la democracia. Es como si nos hubiéramos enganchado a un carro donde los grandes percherones que conducían la carreta se encontraban en otros países: una sensación de abandono del debate de las grandes cuestiones. Por ejemplo, en la cuestión de la inmigración esperamos a ver qué pasa por ahí, porque nosotros vamos más atrás. En las cuestiones del maltrato, del desempleo, lo que hacemos es poner parches de leyes, pero no nos preguntamos por el problema real, no se debate el asunto a fondo. Es como si hubiera una incapacidad de profundizar en estas cuestiones, quizás porque hemos sido desacreditados como pensadores durante mucho tiempo, y quizás también porque parece como si tuviéramos la garantía de que otros lo van a hacer.
     La universidad no ayuda mucho a solucionar estos problemas.
     La universidad ha ido a menos, por lo tanto ha sembrado muy pocas cabezas para pensar. Luego, cada vez tenemos menos relevancia en las cuestiones de innovación, sean del campo que sean: científica, de pensamiento, tecnológica. Parece que lo que tenemos que hacer es traducir lo que anda dando vueltas por ahí. Aquí no vendemos pensamiento.

Estamos contentos con que cada vez más gente hable español en el mundo, como si por eso mismo hubiera menos cosas que traducir.
     Sí, pero también hay que ver que cuando traducimos las cosas ya han pasado, no se sabe ni siquiera por qué las hemos traducido. Pasamos del marxismo a la deconstrucción y se traducía a los estructuralistas franceses, pero nadie sabía muy bien el porqué. Salimos por ahí como quien sale a comprar moda. Así como la moda permite la falta de proceso, el salto sin orden, sin fundamento, lo mismo pasa con el pensamiento: vamos de bote en bote sin saber nunca muy bien por qué botamos. Es cierto que hemos tenido unos momentos de gloria con la democracia y el desarrollo económico, pero ya no tenemos mucho más. Hemos celebrado la democracia con una revolución de los claveles, pero después se ha quedado convertida en algo muy regular y muy mediocre. Festejamos el desarrollo económico porque veníamos de unos niveles muy atrasados, y nos hemos beneficiado de algunas circunstancias, como el bajo coste de la mano de obra o como soportar un desempleo muy grande que impedía que hubiera demasiadas reivindicaciones laborales. Pero ni hemos ganado en tecnología ni hemos ganado en protagonismo, y yo creo que estamos en un momento muy feo, muy soso, donde se hacen evidentes las diferencias. Hubo un instante a principios de los noventa en que creíamos que España iba a hacerse algo parecido a Francia, pero ahora no lo podemos pensar así.

Si te estuviera haciendo una encuesta del cis, de esas en las que preguntan a la gente cuál es el problema más importante de España, ¿qué dirías?
     Desde siempre, el principal problema que ha tenido España ha sido el desempleo. Tuvimos un tiempo de pleno empleo en los sesenta, coincidiendo con que se fueron a trabajar a Europa casi dos millones de personas; teníamos además muchos exiliados, y a eso hay que sumar que la mujer entonces no salía de casa. Pero en cuanto la mujer se ha incorporado al mercado laboral, han venido los emigrantes y no han seguido exiliándose personas, hemos estado en tasas de un veinte por ciento de desempleo. Esto es consecuencia también de la falta de empresarios emprendedores y dinámicos: mucha especulación y poca inversión. Y es que esta sociedad ha puesto mucho énfasis en su cambio político, porque claro, pasar de la dictadura a la democracia fue algo espectacular, y también ha puesto énfasis en su desarrollo económico, porque indudablemente se ha hecho mucho, pero lo que no se ha tratado es cómo esas cosas se han proyectado en las vidas de la gente en términos de valores.

Sobre estas cuestiones reflexionas en tu nuevo libro, Noviazgo y matrimonio en la vida española 1974-2004.
     Noviazgo y matrimonio es un libro que escribí con Alejandra y que he actualizado. En él habíamos analizado el proceso del que venimos hablando en términos de relaciones sexuales y de familia. Y yo creo que ahí se han producido muchos cambios importantes, acelerados, además no del todo asimilados, y que han dado a veces resultados tan grotescos como que en las encuestas España se declaraba la más tolerante con los homosexuales de Europa, la más favorable a la eutanasia y al aborto, todo ello como efecto de que el paso de la dictadura a la democracia ha sido sacudirse en un segundo el complejo de súbditos para pasar directamente a celebrar las libertades.

De vasallo a señor feudal sin estaciones intermedias…
     Y en un país que era muy católico, con importantes vínculos con la Santa Sede, con leyes condicionadas por la Iglesia, tanto en la educación como en los espectáculos y la vida pública. Entonces todo eso se rompe, y de golpe y porrazo se crea un fenómeno muy importante: el fenómeno de que antes tenías que casarte para tener relaciones sexuales, y ahora la gente no le da la menor importancia. Para la Iglesia y el Estado católico el sexo era la joya de la corona: controlando el sexo controlabas el ahorro para poder casarte, hacías del matrimonio un artefacto reproductor de ideología y valores tradicionales. Cuando esa joya comienza a hacerse bisutería, circula libremente por todas partes, la sociedad se resiente con esta pérdida. El sexo no ha perdido valor de uso.

Tal vez sea lo único que no ha perdido valor de uso.
     Pero sí ha perdido mucho valor de cambio. –

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