The Bomarzo Affair. Ópera, perversión y dictadura, de Esteban Buch

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Escrito en un tono apasionado, no exento de fina ironía e incluso tal vez hasta de comprensible rabia, en The Bomarzo Affair. Ópera, perversión y dictadura el historiador político de la música Esteban Buch nos invita a realizar un recorrido inteligente por el que considera el hecho más sobresaliente de la historia de la censura en Argentina: la prohibición por parte del gobierno del dictador Juan Carlos Onganía, en julio de 1967, de la representación de la ópera Bomarzo, compuesta en colaboración por dos grandes personalidades de la alta cultura porteña de la época, el compositor Alberto Ginastera y el escritor Manuel Mujica Lainez, Manucho.
     Abordado desde el poco común campo de la teoría de la música de Estado, el autor desarrolla en su original libro una serie de hipótesis que colocan la prohibición de Bomarzo —presentada con rutilante éxito tan sólo unos meses atrás en el Lisner Auditorium de Washington— en el primer plano del mecanismo oscurantista que constituye la censura, síntoma inequívoco del que es posible extraer conclusiones enriquecedoras para comprender el trágico camino escogido por la Argentina en la segunda mitad del siglo XX. Porque si bien para Buch se puede considerar a la ópera Bomarzo como una obra importante en la historia de la música argentina, lo que la convierte en una poderosa representación estética y, ante todo, en un acontecimiento histórico y político de gran magnitud, es el escándalo suscitado por su prohibición. O, para decirlo con las palabras empleadas por el embajador norteamericano en sus despachos confidenciales, the Bomarzo affair.
     A través de una serie de documentos utilizados con muy buen criterio ilustrativo, y a la vez que apoyándose en ciertas columnas teóricas fundamentales, con Michel Foucault a la cabeza y la idea de que lo que se prohíbe hace sistema con lo que se impone, en su investigación Buch reconstruye el “escenario del crimen”, poniendo especial cuidado para no dejar ningún cabo suelto. De este modo, si una serie de cartas intercambiadas entre Ginastera y Mujica Lainez le sirven para analizar el cómo y el porqué de su colaboración artística y amistad personal, recurrir a las páginas de revistas como las ya desaparecidas Primera Plana o Panorama aclara las reacciones suscitadas por el escándalo en la opinión pública o en las esferas del poder.
     Viñetas del recordadísimo humorista Landrú ridiculizando temerariamente a Onganía; chistes no menos audaces de un sarcástico Tato Bores afirmando en televisión que “Bomarzo” era una palabrota decididamente obscena no apta para todo público; datos significativos como el que recuerda la referencia hecha por Pino Solanas en su película La hora de los hornos, evocando a una “intelectualidad de derechas y sumisa al poder neocolonial” a la que pertenecía Mujica Lainez; la reacción de Borges —siempre tan genial y en ocasiones tan reaccionario— ante la prohibición de Bomarzo, opinando que la censura alimentaba la imaginación de los artistas, y que sin ella por ejemplo nos hubiésemos perdido a Voltaire; o los retazos que configuran una suerte de historia entre bambalinas del Teatro Colón de Buenos Aires, al tiempo perenne escenario y actor privilegiado de la alta cultura porteña, se presentan, todos ellos, como una serie de elementos fundamentales que completan el arco de la perversión —”otra versión” en su raíz etimológica— emprendida por Buch para desvelar las entrañas más oscuras e incomprensibles del “caso Bomarzo“.
     A estos importantes elementos de juicio es preciso sumar el comprometido análisis realizado sobre las circunstancias sociales y políticas que dieron lugar al golpe de Estado de la llamada “Revolución Argentina”, encabezada en 1966 por el dictador Onganía y otros nefastos personajes (que seguramente conservarán en sus recuerdos todos aquellos que practiquen el saludable ejercicio de hacer memoria) como el arzobispo de Buenos Aires y vicario castrense Antonio Caggiano —que llegó a acusar a Estados Unidos de apoyar al comunismo en Argentina—, Álvaro Alsogaray y su hija Julia —manos derechas de cuanta dictadura asomara por el país y del gobierno del depredador Carlos Menem—, Nicanor Costa Méndez o lo más selecto de la Sociedad Rural Argentina.
     Particular interés adquiere también la explicación musical y literaria en sí que Buch lleva a cabo de la ópera Bomarzo, cuyo argumento cuenta la vida del duque jorobado Pier Francesco Orsini, también llamado Vicino, desde su infancia hasta su muerte, pasando por su acceso al ducado y su casamiento con una sobrina del papa. Dominado en el juego del poder familiar, Pier Francisco Orsini accede al ducado travestido en duquesa gracias a un acto de tortura física y moral, con la bendición de un falso sacerdote, y en una ceremonia imaginaria que invierte y transgrede el ceremonial de los adultos. (Pueden fácilmente intuirse aquí los motivos que impulsaron a un Onganía y una Iglesia Católica obsesionados por defender los intereses de la moral pública a prohibir una ópera que, a su entender, hace una constante “referencia al sexo, la violencia y la alucinación”.) Pero el Vicino Orsini del siglo XVI, el de carne y hueso que mandó construir unos fastuosos jardines a cincuenta kilómetros de Roma, el que inspiró a Mujica Lainez y logró la aceptación de Ginastera… no tenía joroba. Un dato al parecer irrelevante pero que sirve a Buch para tirar del hilo y concluir que el ilustrado Manucho no sólo no tuvo acceso al verdadero duque de Bomarzo, sino que en nombre de la ficción se dedicó a deformar lo poco que sabía de él, agregándole una joroba, inventándole una impotencia, obligándole a matar a su padre, en definitiva, creando un monstruo del que, en la hipótesis del autor de este libro, el mismo Mujica Lainez sería su reencarnación. Y es que para Buch Bomarzo había nacido ya castrada.
     Cuando aún hoy resuenan los gritos y los ecos de las torturas aplicadas sistemáticamente por la dictadura militar (mal) llamada Proceso de Reorganización Nacional en Argentina, y sabemos además que incluso en democracia los militares enseñan a sus soldados las más sofisticadas artes de la tortura. Cuando podemos establecer las conexiones históricas nada casuales que llevan de la “dictablanda” de Onganía a la feroz dictadura de Videla, de la noche de los bastones largos a la noche de los lápices, la presencia de un libro como The Bomarzo Affair constituye sin duda alguna motivo de satisfacción: todavía hay quienes están interesados en asumir el nunca sencillo compromiso de ayudar al país del no me acuerdo a recuperar su memoria y su libertad. –

+ posts


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: