Entrevista con José Ramón Recalde

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José Ramón Recalde ha sido víctima de las dos experiencias políticas más extremas que se han vivido en España desde la Guerra Civil: la represión franquista y el terrorismo. Perteneciente a organizaciones de orientación cristiana y fundador del Frente de Liberación Popular, en 1962 sufrió penas de cárcel por sus actividades contrarias a la dictadura y muchos años después, en 2000, a punto estuvo de morir a manos de ETA por su oposición al nacionalismo. Ambos acontecimientos son el centro de Fe de vida —XVII Premio Comillas de memorias, que otorga Tusquets Editores—, el recuento de una experiencia vital que se ha ido fraguando con el trasfondo de los grandes conflictos sociales y políticos de su tiempo.
     Sin embargo, entre la detención totalitaria y el intento de asesinato, Recalde rememora también su reconocida carrera como intelectual y político. Fue profesor de derecho en varias universidades del país y publicó diversos trabajos sobre el nacionalismo y la organización de los estados. Fue asimismo consejero de los gobiernos vascos de coalición, experiencia de no muy grato recuerdo a la que dedica algunas de las páginas más esclarecedoras de Fe de vida. Pero en todas estas experiencias se reconoce un hilo conductor que vertebra la vida pública de Recalde: su constante apelación a la ética, al impulso “autónomo” de hacer algo contra lo que tenga visos de ser injusto. “Nos comprometíamos en la lucha por convicción moral”, escribe acerca de sus años de militancia antifranquista. Lo mismo podría decirse de sus años de enfrentamiento a la violencia etarra.
     “Aquel disparo fue la puesta en marcha de mi memoria”, afirma Recalde. Y gracias a ese macabro motor de los recuerdos, asistimos aquí a una de las trayectorias vitales más valiosas de este país. Parafraseando unas palabras de Hitchens sobre Orwell, “al vivir y escribir como lo ha hecho”, Recalde “ha desacreditado la excusa del ‘contexto histórico’ y la sospechosa coartada de que, dadas las circunstancias, no se podía hacer nada”.
      
     Inicia usted sus memorias narrando en primera persona un disparo recibido a bocajarro. Eso sí es una Fe de vida.
     Salí del coche y enseguida vi el agujero negro de la pistola. Y esto no es ningún adorno literario, porque eso fue lo que vi: el agujero del cañón. Alcancé a ver algo más, pero no supe quién me disparaba. Parece ser que fue Gudiri, porque la pistola con la que me dispararon fue la misma con la que antes habían matado a José Luis López de Lacalle. En cualquier caso, enseguida sentí el impacto en la cara. Me volví sobre María Teresa [Castells, su esposa], y ella me preguntó: “¿Qué ha sido eso?” “Un tiro”, le respondí. “¿Y a quién han disparado?” “A mí”, le dije. Todavía me sorprende cómo conseguí hablar en ese momento, con lo que luego me ha costado.
      
     Pero, por suerte, el disparo no fue mortal.
     María Teresa piensa que probablemente salvé la vida gracias a nuestra perrita, una perrita pequeña que es absolutamente lo contrario de un perro guardián; no ladraba a los de fuera, sólo a nosotros, y cuando salí del coche se puso a ladrar. Probablemente, el que me disparaba oyó a un perro que no supo si era grande o pequeño, y por eso disparó una sola vez. No es lo habitual en ETA. Normalmente, insisten.

Sin embargo, como cuenta usted en sus memorias, ese disparo no fue para usted del todo inesperado. Al igual que sucedió con la detención de 1962, un intento de asesinato de ETA le parecía a usted que entraba en lo esperable vista su trayectoria. Aceptó ambos hechos con resignación.
     Así es. En ambos casos tengo la sensación de que estaba calculado que me pasase. Sin embargo, obviamente, me pregunté por qué me pasaba a mí, por qué en ese momento exacto. Reflexionar sobre ello me llevó a un cierto fatalismo, también a un elemento de sorpresa. Pero entraba en lo esperable, eso está claro. Por eso mi experiencia es tan distinta, por ejemplo, a la de Miguel Ángel Blanco. Yo creo que él no se lo esperaba. Tuvo que ser una sorpresa tremenda.

Ambos sucesos, la detención y el disparo, le llevan a afirmar que “todo lo que ha sido mi memoria se ha proyectado sobre un telón de fondo en el que estaba dibujada la violencia”. Es una reflexión muy triste para un intelectual y político que ha ejercido a mediados y finales del siglo veinte y, en buena parte, en tiempos de democracia.
     Sí, pero eso ya era así antes de mi vida política. Una de las primeras experiencias de las que tengo conciencia es la Guerra Civil, durante la que obviamente no me posicioné políticamente porque tenía seis años. Luego vino la Segunda Guerra Mundial. Y después toda mi biografía política que, como usted dice, se cifra en dos acontecimientos: mi detención por parte del franquismo y el disparo. Fue una violencia que experimentó toda España y que sigue experimentando el País Vasco. Primero fue la violencia del franquismo, que vivimos en la librería [Lagun, que regenta la esposa de Recalde] a manos de los guerrilleros de Cristo Rey, y luego fue la de ETA. Pero ese mismo juego de violencia se vivió en toda Europa durante todo el siglo veinte. El siglo veinte ha sido terrible. También ha sido el siglo en el que se ha ido formando la conciencia ciudadana. Y es las dos cosas: una especie de parto entre agresiones y muertes en el que se ha ido formando dicha conciencia. Ahora bien, mientras desde el antifranquismo íbamos construyendo la democracia, éramos conscientes de lo que hacíamos y sabíamos que eso era así. Nos sorprendió saber —aunque yo nunca fui comunista— que la Unión Soviética de Stalin era una tiranía, y nos negábamos a creer que la de Lenin también lo fuera, aunque también lo fue. Eso era lo que estábamos viendo y significaba el hundimiento de muchas esperanzas.

De muchas esperanzas muy contradictorias, imagino.
     De esperanzas objetivas y subjetivas. El socialismo y la libertad de los pueblos se resquebrajaba. Fue el fracaso de la posibilidad de construir sociedades sin identidades étnicas, aunque eso ya había tenido un precedente con la caída del Imperio Austrohúngaro. Pero también estaba el planteamiento subjetivo: ¿cómo vivo yo esto? ¿Cómo vivo yo que se haya hundido el socialismo histórico, la hipótesis y lo que podría haber sido? Nos decían que el único socialismo era el real. Y tenían razón: el único socialismo es el real. Pero también el único capitalismo es el real. Y buen ejemplo de eso es, de nuevo, el caso de Rusia. Una vez más, los que tienen hambre pierden. Su intento de salir de la miseria les ha llevado de nuevo al fracaso.
      
     Pero más allá de los grandes fracasos y las grandes transformaciones ideológicas, usted sigue haciéndose una pregunta que no ha caducado y que puede interpretarse como el motor de su actividad intelectual y política: “¿Cómo actúo para luchar contra la injusticia?” En su caso, además, esta pregunta tuvo en el principio una motivación religiosa.
     Es cierto. Algunas veces me han criticado que no relato suficientemente esa conversión que yo llamo “tumbativa”, como San Pablo al caer del caballo; cómo pasé de ser cristiano a ser marxista. Pero lo cierto es que yo no experimenté ninguna conversión tumbativa. Fue más bien una toma de conciencia progresiva, en la que me preguntaba qué debíamos reformar, cuáles eran los modelos a seguir…
      
     Por lo que respecta a los modelos a seguir, me ha sorprendido su filiación con ciertos pensadores franceses que, con la posible excepción de Sartre, hoy a duras penas circulan.
     Ante todo, podría decir que yo soy donostiarra, y que los donostiarras siempre hemos sido un apéndice de la cultura francesa. Pero en cualquier caso, para nuestra generación tuvieron una influencia muy importante el existencialismo y el personalismo. A mí me influyeron mucho más Mounier y Sartre que, por ejemplo, Javier Zubiri, a pesar de que éste vivía en mi mismo mundo. Ahora Sartre está mal y Camus está más en alza. Pero Sartre tenía una gran altura ética. Aunque decía algún disparate, por lo que yo corté con su posible influencia, como cuando decía que la violencia vasca era un proceso de liberación de un pueblo oprimido por el colonialismo. Pero esos son los errores de los que miran las cosas desde arriba como entomólogos.

Hablando de Sartre, usted recuerda uno de los momentos más duros y, a la vez, más hilarantes del libro. Cuando fue detenido en 1962, fue sometido a torturas. Recuerda que, mientras le estaban torturando, le vino a la cabeza un pasaje de Sartre en el que éste decía que el torturador no puede resistir la mirada del torturado. Usted miró a los ojos a su torturador para ver qué había de cierto y éste exclamó: “¿Se nos pone chulo?” y siguió golpeándole con más saña.
     Es cierto. Mejor hubiera sido que el lector de Sartre fuera él y no yo. Pero he querido que el tono de mis memorias fuera ese, he querido volcar el humor en mí mismo. Sin embargo, mis recuerdos están trufados de melancolía. En Fe de vida he cortado las escenas más tristes, sobre todo el recordatorio de los amigos muertos. Pero, una vez más, no se trata de un recurso literario, es que me ha salido así.
      
     Más allá de su humor, sin embargo, esta escena refleja la inmensa distancia que había entre la vida intelectual y la realidad. Y todavía más: usted, que como dice no está “dispuesto a ser benevolente” consigo mismo, hace una reflexión muy importante para toda una generación de españoles: “A nosotros nos corresponde la responsabilidad de, oponiéndonos al fascismo, no haber optado por la democracia”.
     Lo primero que puedo preguntarme es: ¿podría haberlo hecho mejor? Probablemente sí; al menos espero que se vea lo que no hice bien entonces. ¿Pero cómo podría haberlo hecho mejor? Para eso no sólo hay que pensar en lo que entonces era España, sino el mundo, qué opciones había. A fin de cuentas, nuestro compromiso con el marxismo fue siempre un compromiso que luchó contra la dictadura, nada más. Todorov no disculpa en absoluto los regímenes comunistas, pero sí a los que lucharon desde el comunismo. Bueno, a mí Todorov me perdona más de lo que yo me perdono a mí mismo, pero eso siempre viene bien. Sin embargo, en la lucha antifranquista, ¿cuáles eran los modelos? Por un lado estaban los que no actuaban. Zubiri no dio ningún paso en ese sentido. ¿Era Dionisio Ridruejo un modelo? A Ridruejo le costó un poco abandonar el franquismo, aunque luego fue un demócrata y una persona muy estimable. Pero ¿cuáles eran los otros modelos europeos? ¿El socialismo democrático que estaba luchando a favor del colonialismo francés y de la tortura en Argelia? Estaban también otras izquierdas, que se resistían como gato panza arriba al fin del colonialismo. No había otros modelos y nos los teníamos que construir. Y eso es un poco lo que hicimos. No aceptamos ningún compromiso con la violencia ni con el totalitarismo. Pero bien es verdad que nos costó.

Usted, como dice y como refleja en Fe de vida, reflexionó largamente sobre los conflictos morales que le provocaba la acción violenta. Sin embargo, nunca fue partidario de la violencia.
     Así es, siempre me mantuve al margen conscientemente, aunque sin dejar de luchar. Pero está usted haciéndome una entrevista demasiado benevolente, más benevolente de lo que yo quiero ser conmigo mismo, porque lo cierto es que nunca condenamos la violencia. Era una situación difícil. El mayor problema de todo esto es que los cambios sólo se produjeron después de la muerte de Franco, y eso me tiene angustiado. La sensación de que para que algo acabe tiene que pasar por la muerte… Yo nunca he lamentado la muerte de Franco, sería una tontería pensar eso, pero sí que me quedé desmadejado. Antes, en mi entorno político, me manifesté en contra de la violencia en el caso de Carrero Blanco, porque me parecía que era sustituir al pueblo en lo que el pueblo tenía que hacer. Y pensaba que si poníamos delante de nosotros a un grupo violento para que nos enseñara el camino, ese camino nos desplazaba a los demás. El camino no podía ir por ahí.
      
     En todo caso, en esa misma época en la que se posicionaba frontalmente en contra de la violencia, empezaba a reflexionar sobre los posibles males del nacionalismo como argumento de lucha antifranquista.
     Sí, pero debo decir que en esa época, aunque rechazaba el nacionalismo, estaba junto a los nacionalistas. En cualquier caso, mi reflexión teórica sobre el tema se desarrolló primero en unos artículos que publiqué en Cuadernos Para el Diálogo. Fueron tres artículos, todavía un poco dogmáticos en su exposición, en los que decía que frente al nacionalismo burgués hay que hacer un nacionalismo ciudadano y luego construir una sociedad popular, democrática. En mi libro La construcción de las naciones (1982) reflexionaba todavía a partir de la base de que frente al nacionalismo esencialista étnico, hay otro nacionalismo que es anterior en el tiempo: el nacionalismo popular, que es el que llevó a acabar con el ancien regime y a proclamar la sociedad del pueblo al grito de vive la nation, es decir, viva el pueblo.
      
     Es decir, que usted se opone al nacionalismo romántico en términos ilustrados.
     Por supuesto. El nacionalismo romántico alemán es muy peligroso.

Sin embargo —y me aparto momentáneamente de Fe de vida—, a veces parece que no acabamos de deshacernos de él. Hace no mucho, el lehendakari hablaba en el parlamento y a mí me parecía estar oyendo a Herder.
     Sí, y si a usted sólo le recordaba a Herder, pues todavía… En ese sentido, hay que escuchar a Habermas y su noción de posnacionalismo. Cuando Habermas habla de patriotismo constitucional, cuidado, eso no es el discurso pelmazo de un filósofo. Su reflexión es la de un alemán muy implicado en un planteamiento ético que debe transformarse en un cumplimiento moral responsable. O hacemos un patriotismo constitucional, europeo y europeísta, o Alemania, en su caso, está abocada otra vez a tratar de imponerse.

Casi lo mismo podríamos decir del País Vasco.
     El País Vasco no tiene la misma importancia que tienen los alemanes, desde luego. Pero es que al País Vasco le sucede una cosa: somos la comunidad autónoma de España menos vertebrada. Está más vertebrada Murcia. Quizá tenga menos sentido de la identidad y eso les importe menos —y quizá hagan bien—, pero en el País Vasco el sentido de identidad es muy fuerte. Es una comunidad escindida. Desde hace mucho tiempo se está discutiendo si en el País Vasco conviven una o dos comunidades. Pero en realidad se trata de tensiones. Hay tensiones centrífugas y tensiones centrípetas. Y en estos momentos estamos sufriendo una tensión centrífuga.

Su oposición al nacionalismo, y al nacionalismo vasco en particular, no ha sido sólo teórica. En Fe de vida narra su pesarosa experiencia en la política del día a día de los gobiernos de coalición entre el PNV y el PSE, en los que fue consejero.
     Así es. Aunque cotidianamente podíamos tener una relación hasta divertida, nos estaban haciendo trampas. Como explico en el libro, esto no es solamente una queja hacia los demás, sino hacia mí mismo. Que a uno le hagan trampa por haber sido generoso, eso es… Maquiavelo nos ha enseñado que eso no vale nada. No se puede presumir de generosidad abandonando el poder, que es lo que hicimos nosotros. Pero también es verdad que el PNV nos hizo trampa porque ellos estaban convencidos de que eran los que estaban defendiendo “lo vasco” y nosotros éramos sólo unos intrusos. Unos intrusos a los que había que dominar y a los que había que hacer pasar por el aro.
      
     En esas mismas páginas, usted le reprocha al PNV que, desde el establecimiento de la democracia y el Estatuto, haya intentado monopolizar, no ya la vida política del País Vasco, sino también la relación de la sociedad con la violencia como, según dice, “apoyo a la misma, como disculpa de la misma y como condena de la misma”.
     Así es. Y la ruptura de eso se produjo con el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Fue un momento muy simbólico. El pueblo de Ermua, que era de mayoría socialista, se alzó detrás de su alcalde y movilizó en todo el País Vasco una rebeldía solidarizándose con un concejal del pp al que habían matado. Eso fue muy importante, porque creo que la lucha contra la violencia se vence no sólo con las medidas que hay que tomar, sino también con la toma de conciencia por parte del pueblo. O, mejor dicho, de los ciudadanos; será mejor que tengamos cuidado ahora con las palabras y hablemos de ciudadanos. Eso ocasionó enseguida una reacción por parte de los nacionalistas: comprendieron que se les iba la gente, que ya no dominaban a la gente. Hasta ese momento habían dicho que manifestaciones muy bien, pero silenciosas y nosotros delante con nuestras ikurriñas y nuestra presencia. Pensaron que eso les podía provocar una pérdida de protagonismo, y empezaron a no poder decidirlo todo en el País Vasco.
      
     A partir de entonces, y como usted cuenta, las cosa empezaron a cambiar en el País Vasco y la gente, especialmente las víctimas, empezaron a rebelarse.
     Sí, pero en ningún caso se trató de actuaciones heroicas. Las de Fernando Buesa, de Lacalle o la mía no son actuaciones heroicas. Fuimos sólo personas que decidieron actuar con decencia, y la decencia es muy importante en la vida política. Muy importante.
      
     No me resisto, para acabar, a preguntarle por las próximas elecciones al Parlamento Vasco. Los dos grandes interrogantes que se plantean son, por un lado, las coaliciones que puedan establecerse para formar gobierno y, por el otro, el futuro del Plan Ibarretxe.
     Lo fundamental es no repetir el error que cometimos en esos gobiernos de coalición entre PSE y PNV de los que hablábamos. No sé cuál sea la salida, pero hay algo que yo tengo claro: denunciaré hasta el final que se pudiera repetir el pacto con el nacionalismo para que éste conserve la lehendakaritza. Ahora bien, también creo que cada partido debe presentar su programa por separado y, después de las elecciones, ya veremos. Pero lo más necesario es que el PNV pase a la oposición. Por lo que respecta al plan Ibarretxe, tengo la esperanza de que el PNV no consiga la mayoría absoluta y que eso suponga el fin del plan, pero no lo sé. Pase lo que pase, sin embargo, tengo una defensa: puedo decir que soy un optimista. –

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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