La modernidad desacralizĆ³ al cuerpo y la publicidad lo ha utilizado como un instrumento de propaganda. Todos los dĆas la televisiĆ³n nos presenta hermosos cuerpos semidesnudos para anunciar una marca de cerveza, un mueble, un nuevo tipo de automĆ³vil o unas medias de mujer. El capitalismo ha convertido a Eros en un empleado de MammĆ³n. A la degradaciĆ³n de la imagen hay que aƱadir la servidumbre sexual. La prostituciĆ³n es ya una vasta red internacional que trafica con todas las razas y todas las edades, sin excluir, como todos sabemos, a los niƱos. Sade habĆa soƱado con una sociedad de leyes dĆ©biles y pasiones fuertes, en donde el Ćŗnico derecho serĆa el derecho al placer, por mĆ”s cruel y mortĆfero que fuese. Nunca se imaginĆ³ que el comercio suplantarĆa a la filosofĆa libertina y que el placer se transformarĆa en un tornillo de la industria. El erotismo se ha transformado en un departamento de la publicidad y en una rama del comercio. En el pasado, la pornografĆa y la prostituciĆ³n eran actividades artesanales, por decirlo asĆ; hoy son parte esencial de la economĆa de consumo. No me alarma su existencia sino las proporciones que han asumido y el carĆ”cter que hoy tienen, a un tiempo mecĆ”nico e institucional. Han dejado de ser transgresiones.
Para comprender nuestra situaciĆ³n nada mejor que comparar dos polĆticas en apariencia opuestas pero que producen resultados semejantes. Una es la estĆŗpida prohibiciĆ³n de las drogas, que lejos de eliminar su uso, lo ha multiplicado y ha hecho del narcotrĆ”fico uno de los grandes negocios del siglo XX; un negocio tan grande y poderoso que desafĆa a todas las policĆas y amenaza la estabilidad polĆtica de algunas naciones. Otra, la licencia sexual, la moral permisiva: ha degradado a Eros, ha corrompido a la imaginaciĆ³n humana, ha resecado las sensibilidades y ha hecho de la libertad sexual la mĆ”scara de la esclavitud de los cuerpos. No pido el regreso de la odiosa moral de las prohibiciones y los castigos: seƱalo que los poderes del dinero y la moral del lucro han hecho de la libertad de amar una servidumbre. En este dominio, como en tantos otros, las sociedades modernas se enfrentan a contradicciones y peligros que no conocieron las del pasado.
La degradaciĆ³n del erotismo corresponde a otras perversiones que han sido y son, dirĆa, el tiro por la culata de la modernidad. Basta con citar unos cuantos ejemplos: el mercado libre, que aboliĆ³ el patrimonialismo y las alcabalas, tiende continuamente a producir enormes monopolios que son su negaciĆ³n; los partidos polĆticos, Ć³rganos de la democracia, se han transformado en aplanadoras burocrĆ”ticas y en poderosos monipodios; los medios de comunicaciĆ³n corrompen los mensajes, cultivan el sensacionalismo, desdeƱan las ideas, practican una censura disimulada, nos inundan de noticias triviales y escamotean la verdadera informaciĆ³n. ¿cĆ³mo extraƱarse entonces de que la libertad erĆ³tica hoy designe una servidumbre? Repito: no propongo que se supriman las libertades; pido, y no soy el Ćŗnico en pedirlo, que cese la confiscaciĆ³n de nuestras libertades por los poderes de lucro. Ezra Pound resumiĆ³ admirablemente nuestra situaciĆ³n en tres lĆneas:
They have brought whores for Eleusis.
Corpses are set to banquet
at behest of usura.
Octavio Paz
(En La llama doble. Amor y erotismo, 1993).
Es un escritor, editorialista y acadĆ©mico, especialista en poesĆa mexicana moderna.