Ilustraciรณn: Clara Leรณn

Escrito en el agua

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El cielo parecรญa de plomo. Ennio dijo que se suspendรญa la visita. Con este bochorno caerรก una tormenta… De eso nada. Contra la lluvia existe un arma infalible, protestรณ ella. Y se dirigiรณ hacia el armario. De eso nada, repitiรณ, abriendo y cerrando su paraguas. Hijo de un espaรฑol y de una suiza de padres napolitanos, de supersticiones arraigadas, Ennio se sintiรณ amenazado. Cierra, cierra eso… Salieron cada uno con su paraguas, sin abrirlos, porque no caรญa ni una gota. Elba movรญa el suyo como una esquiadora de fondo, cuando, sin querer, pinchรณ a un joven que caminaba detrรกs. Non ti fermano gli uomini per strada?, preguntรณ, sonriendo. No. Solo los รกngeles. Algunos hombres tan espantosamente hermosos como tรบ, pensรณ ella. Y recordรณ los tiempos en los que del cielo llovรญan demonios y ella, su hermana y sus amigas eran felices, por mรกs que todos los veranos cayeran los mismos. O tal vez por eso, porque nunca faltaban a la cita.

Ennio la cogiรณ del brazo y tirรณ de ella. Ciao, se despidiรณ el รกngel con aire divertido. Y se alejรณ de allรญ, agitando su vistoso paraguas de colores. Elba lo vio perderse entre la multitud. Aquella voz… Y los cabellos. Y ese olor a trementina… Y volviรณ a caminar mรกs rรกpido y a mover su paraguas con brรญo. Tal vez creyera que asรญ podrรญa enganchar a otro รกngel del ala. La primera tumba que encontraron fue la de Shelley, bajo un pino centenario. Muriรณ ahogado, explicรณ Ennio, mientras caminaban entre las lรกpidas. Navegaba con un amigo en direcciรณn a Livorno cuando les sorprendiรณ una tempestad. Su cuerpo apareciรณ en una playa diez dรญas mรกs tarde… Vietato calpestare le aiuole, advertรญa un rรณtulo de esmalte blanco con letras negras. ¡Quรฉ idioma! Aquรญ hasta lo prohibido suena a invitaciรณn… Y por fin encontraron la de Keats. Una tumba sencilla.

Keats estรก enterrado junto a su amigo el pintor Joseph Severn, que cuidรณ de รฉl durante sus รบltimos dรญas, se explayรณ Ennio, para despuรฉs, en voz alta, leer el epitafio. Aquรญ yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua, tradujo ella. Y seรฑalรณ otro enterramiento. Una figura femenina, desconsolada, escondรญa la cabeza entre sus brazos, apoyados en el borde de la estela. La lasitud de una de las manos, suspendida en el aire, expresaba una tristeza sin lรญmites. Empezรณ a llover al fin, aunque decidieron regresar caminando. Elba desplegรณ su arma impermeable y Ennio, usando la suya como bastรณn, se refugiรณ a su lado. Y asรญ atravesaron el rรญo y el barrio del Trastevere. Esta ciudad no es mรกs que un sueรฑo, un sueรฑo de cรบpulas y viejos palacios, tan frรกgiles como las convicciones de quienes los contemplan…

Estaba enamorado de Roma. Y, por extensiรณn, de toda mujer que caminara por allรญ. Elige una letra, propuso. El abecedario estรก a tus pies. Elige bien, porque el amor siempre dispara a quemarropa… Elba tenรญa el corazรณn blindado. Anda, decรญdete. Veintisรฉis letras a tu servicio… No lo dudรณ. Seguรญa siendo fiel a la j. Una inicial que le gustaba contemplar, imaginando que era el contorno de la sombra mayรบscula de un joven de espaldas. La figura esbelta, de anchos hombros. Los cabellos revueltos… ¡La j! Menuda suerte tiene el tal j, rezongรณ Ennio. Tanta que estoy por cambiarme el nombre, porque la e estรก demasiado cerca de la a. Y todos sabemos que las mujeres son indecisas por naturaleza y se toman su tiempo antes de elegir. Cuando eso ocurre, casi siempre se han saltado ya la e.

Claro que tampoco llegan nunca hasta el final del abecedario. Menos mal que no me llamo Uberto o Vinzio. Estoy por decir que me llamo Jacopo… Se encontraban ya al pie de las escalinatas del Via Crucis de San Pietro in Montorio. Pareces dura y gรฉlida como la nieve rusa, pero intuyo que por dentro estรกs llena de amor y poesรญa. Salta a la vista que por fuera eres un caรฑรณn. Un caรฑรณn devastador. Pero por dentro libras una guerra contigo misma. Y yo quiero convertirme en tu soldado. ¿No hay quienes dicen que luchan por la libertad? Pues yo voy a librar una batalla por ti. Serรฉ un hรบsar. Tu esclavo, tu mayordomo, tu ayuda de cรกmara. Tu galรกn de noche. Uno cualquiera entre los muebles que te rodean…

Alcanzaron al fin la explanada del Gianicolo y vieron centellear a sus pies las primeras luces de la ciudad. Llega la noche, Elba, la hora de los bandidos. El momento en el que nosotros, los bandoleros, saltamos de una cama a otra y acabamos acurrucados con quien no debemos… Mira, aรฑadiรณ y seรฑalรณ hacia el cielo. La luna, cuando llega el verano, se tiรฑe de color miel… Se habรญan detenido junto a la puerta del edificio en el que se hospedaban. Y mira… Ennio mostrรณ una luz en la torre. ¿Ves esa ventana? En esa habitaciรณn se aloja un pintor que apenas sale… Se lo comรญa con los ojos. Por fin le prestaba atenciรณn. Los cumplidos no servรญan para nada. Parecรญa inmune al halago. En cuanto alguien trataba de adularla, se comportaba como si aquello no tuviera nada que ver con ella.

Tal vez careciera de ego. O quizรก lo tuviera del tamaรฑo de un continente, de modo que si en una ciudad del sur se festejaba la belleza de la costa oeste, en el norte no tenรญan por quรฉ enterarse. Asรญ que continuรณ con su historia. Solo sale de noche. Es un hombre al que las cosas reales no le interesan mรกs que las imaginarias. Siempre le zurea el estรณmago, porque come muy poco, en un plato que suele dejar entre pinceles, recortes de periรณdico y botes de pintura… Elba no daba crรฉdito a lo que oรญa. Donde los demรกs no ven mรกs que una gota de agua que rueda lentamente sobre un cristal, รฉl ve una multitud de seres vivos. En las manchas verduscas que un buen ama de casa se empeรฑa en quitar de la superficie de las cacerolas, รฉl discierne jardines de hadas llenos de valles y veredas…

A mรญ no me engaรฑas. Esto รบltimo, lo de los jardines en las cacerolas, lo has leรญdo en un libro… Cierto. Tenรญa una memoria fabulosa, con la que cada maรฑana y cada noche salรญa en busca de alguna presa, pero esta vez le habรญan cazado a รฉl. ¿Y quรฉ es lo que pinta? Habรญa conseguido que se interesara de verdad. En ocasiones es necesario desviar la atenciรณn de uno mismo para que se nos perciba mejor. Son imรกgenes invisibles, dijo. Y no solo porque no deja que nadie vea lo que hace, sino porque lo que representa son casi siempre sombras, transparencias. El otro dรญa acechรฉ por la rendija de la puerta y pude ver en el lienzo un cuerpo de mujer que apenas se adivinaba bajo los reflejos azules y verdes del agua… Me voy a dormir, le interrumpiรณ ella. ¿Cรณmo? ¿Es que ya no te importa el nuevo personaje? Tienes un abismo a flor de piel. No pareces de este mundo.

A veces me pregunto si no tendrรกs escamas en los tobillos. O un par de alas, bien plegaditas, a la altura de los omรณplatos… Buscando un modo de deshacerse de รฉl, Elba le preguntรณ por sus planes para el dรญa siguiente. ¿No tenรญas una conferencia? Sรญ, murmurรณ รฉl y le cambiรณ la cara. Chaquetita y buenos modales. Es el problema de nuestra sociedad. No nos estรก permitido comportarnos como nos gustarรญa. El mundo nos pide contenciรณn. Una conferencia. Cuando lo que a mรญ me gustarรญa es hacer de Jack el Destripador por las calles de Roma. En cuanto una dama percibe mi aliento, dobla el cuello para que beba su sangre. A veces, me entregan su corazรณn. Entonces yo les digo: Nada de compromisos, seรฑorita, solo quiero un sorbo. ¿Acaso no comprende que el amor es siempre provisional? Ande, guรกrdese el corazรณn en el bolsillo…

Su amiga se alejaba. Hacia las escaleras que conducรญan al interior de la torre. Pero la dejรณ marchar, porque le gustaba verla de espaldas. La media melena rubia. El pelo liso. Es impaciente, pensรณ. Y tiene mรกs aristas que un cuarzo cristalizado… Ella subiรณ despacio. Allรญ estaba. Al fin. La puerta, entornada. Y, entre botes con pinceles, tubos de pintura aplastados, lienzos enormes, trapos sucios y montaรฑas de libros, le vio. Los hombros anchos. El cabello negro revuelto. Con camiseta a rayas y pantalones blancos llenos de manchas, trazaba lรญneas en un cristal con un punzรณn. Aquello era como escribir en el agua… No se atreviรณ a interrumpirle, sino que se vio a sรญ misma escalando hasta la ventana, nadando entre las hojas. Y, dรกndose la vuelta, se marchรณ.

ร‰l entreviรณ un reflejo en el cristal y percibiรณ un nuevo olor. Se girรณ y, al no ver a nadie, se dirigiรณ hacia la ventana. Al poco la vio atravesar el jardรญn y alzar la vista. Y cuando sus miradas se cruzaron, los dos echaron a correr para encontrarse en el claustro. ร‰l bajรณ saltando los escalones. Ella corriรณ desde el jardรญn, aunque, antes de llegar el uno junto al otro, se detuvieron y se contemplaron sin decir palabra, cuando de pronto รฉl una vez mรกs echรณ a correr. Y enloquecidos se persiguieron, girando, al pasar, los bustos de los antiguos romanos que descansaban en largos pedestales, poniรฉndolos de cara a la pared, castigรกndoles por no haber propiciado antes aquel encuentro. Elba, exhausta, se detuvo. ร‰l se acercรณ. Y, mirรกndola con aquellos ojos del color de la avellana, la chamuscรณ por dentro. Subo, me cambio y nos vamos a dar una vuelta.

Esperรณ sentada en el jardรญn y mirรณ en torno, buscando algo que confirmara que no era un personaje de un sueรฑo. Un gato que la araรฑara. Alguien que contestara a su saludo. Nadie. Las noches de verano en la academia no se veรญa un alma. Negro, marrรณn y naranja. Eran los colores con los que bajรณ vestido Jan. Y cogidos del brazo salieron a la calle. Jan hablaba y hablaba, y todo lo que decรญa estaba muy lejos de la realidad. Hablรณ del reverbero de la luz y lo comparรณ con una lรกmpara maravillosa que uno frota sin que el genio se digne nunca a aparecer. Se detuvieron junto al rรญo y contemplaron el agua, los รกrboles, el movimiento de unas barcas… Soy agua, susurrรณ Jan. Soy รกrbol. Soy como el caballero inexistente… Querrรกs decir que eres como su escudero, Gurdulรบ, el que se cree รกnade, rana, pez, peral, pera que rueda por el campo… Lo sรฉ, Gurdulula, pero tambiรฉn soy el caballero inexistente…

Al decirlo, le pasรณ el brazo por los hombros. Ella se esponjรณ y sus ojos brillaron con un verde distinto. A la vuelta, bajo su paraguas de colores entre los hilillos de la lluvia iluminados por la luz de las farolas, la mirada de Jan se tiรฑรณ de tristeza, como temiendo que la despedida pudiera ser definitiva, mientras ella seguรญa observรกndole. Y es que hay hombres que son como paisajes que no se cansa uno de mirar. Hay en ellos praderas y campos de trigo, miles de cambios de luz. Y nubes, grutas y cascadas. ¿Crees que es posible un amor como el de Penรฉlope? Elba asintiรณ, recordando los que ella habรญa encontrado en los libros. La sirenita. A costa de terribles dolores, habรญa perdido la cola y su hermosa voz para poder estar cerca del hombre al que amaba.

Y Kรคthchen, la de Heilbronn, que se habรญa roto las dos caderas al saltar por una ventana para seguir al caballero que, tras presentarse en su sueรฑo, habรญa aparecido en el taller de su padre a plena luz del dรญa para que le repararan una pieza del arnรฉs. En cuanto se recuperรณ, volviรณ a salir en pos de รฉl, que tratรณ de espantarla por todos los medios, como si fuera una mosca. Hasta que una noche tambiรฉn รฉl soรฑรณ con ella. Hasta que un รกngel le repitiรณ al oรญdo: Confรญa. Confรญa… ¿Cuรกntos aรฑos llevaba ella soรฑando con Jan? Desde los trece… Creo que nos conocemos de otro tiempo, bromeรณ รฉl. Elba se echรณ a reรญr. Sรญ, pero esta maรฑana, con los paraguas, no me has reconocido… Claro que no. Tienes cinco aรฑos mรกs y estรกs aรบn mรกs bonita. Sospecho que tu alma tambiรฉn ha debido de multiplicarse.

La mirada de Elba le dejรณ sin respiraciรณn. Necesito un vaso de agua fresca, murmurรณ. Ella empujรณ la puerta de su habitaciรณn. ร‰l se acercรณ y la besรณ en los labios. Cuรกntas veces nos sentimos culpables de lo que hemos soรฑado, murmurรณ. Aunque nada nos pertenece mรกs que nuestros sueรฑos… Dieron los dos cuatro pasos hacia atrรกs y Elba se desplomรณ sobre la cama con el estruendo de una encina que ha resistido a muchos leรฑadores. Cayรณ de espaldas, causando alarma en aquel que no pensaba sino en abatirla. Y en ella misma, que no deseaba sino que la desmantelara. Mira, hay chorros de plata en los cristales… Elba se levantรณ para ver aquel fenรณmeno producido por la lluvia, el vaho del interior, la oscuridad de la noche y el reflejo de la luz de un relรกmpago. Jan la siguiรณ y con el dedo รญndice trazรณ lentamente el contorno de su cuerpo en el cristal.

Y una vez mรกs ella se abrazรณ a รฉl. Era como volver a estar en casa, bajo aquellos hombros anchos, al calor de su cintura. Debiรณ de quedarse dormida en brazos de Jan, porque no despertรณ hasta la maรฑana siguiente. Volvรญa a llover sobre Roma. Una lluvia lรกnguida, que no preocupaba al bandido de Ennio. Al fin y al cabo mi trabajo consiste en encontrar edificios en callejones oscuros, por cuyas ventanas se asomen mujeres de cuello largo que lancen mensajes de amor incomprensibles. Los otros, los comprensibles, no me interesan… Te noto rara. ¿Una mala noche? No. Claro que no… El rostro de Elba resplandecรญa. Y le hablรณ del reencuentro con su amigo de la infancia, convertido en aquel artista amante de la soledad.

Elba, no hay ningรบn pintor en la torre. Te contรฉ esa historia para que me escucharas. El pintor que viviรณ ahรญ se ahogรณ en el Tรญber. Dicen que una antigua novia tuvo algo que ver. Una novia celosa. Y que se aparece por las noches. Desde entonces nadie ha querido quedarse en esa habitaciรณn. Un momento. No habrรกs urdido la farsa del caballero inexistente para darme esquinazo… Un rayo verde saliรณ de los ojos de Elba, que le mirรณ de reojo. El cabello oscuro, ondulado. Los labios finos. El mentรณn prominente, aunque flojo. Y los ojos, tras las gafas, pequeรฑos, como su estatura. Se dio media vuelta. ร‰l contemplรณ cรณmo se alejaba. Bajo aquella piel tan suave se intuรญa un torrente de pasiones crudas, dominadas a duras penas por el lรกtigo de la razรณn. Habรญa siempre un punto de crueldad en sus decisiones. Tal vez sea vengativa. Aficionada al placer de la represalia sigilosa… En Roma seguรญa lloviendo. Y dentro de Elba tambiรฉn.

¡No te enamores! Y menos aรบn de un pintor… Elba se detuvo un instante. Entonces sรญ que estaba allรญ. No era una apariciรณn… ¡No te enamores! Ni de un pintor, ni de un vendedor de espejos. Haz como yo. Vive sin distinguir entre la realidad y el sueรฑo, porque lo evidente nunca fue lo importante. Y mira el paisaje con los cabellos al viento, deteniรฉndote solo donde haya un corazรณn palpitando… El acto de mirar no da vida al objeto con el que soรฑamos, pensรณ ella en cuanto entrรณ en su habitaciรณn. Como tampoco apartar la vista de una cosa la hace desaparecer… Ya habrรก cerrado la puerta, se dijo รฉl, y en este momento la coraza que envuelve su corazรณn brillarรก frente al ventanal. Elba se subiรณ de rodillas a un sillรณn y, apoyando los brazos en el respaldo, hundiรณ la cabeza en el hueco de uno de ellos. Y se quedรณ un rato asรญ. Con una mano suspendida en el aire.

Despuรฉs, alzando la mirada y bajando del sillรณn, se acercรณ a la ventana. En la superficie se formรณ un vaho nebuloso, aunque en algunos puntos la condensaciรณn del agua no llegaba a cuajar, cuando de pronto una imagen reapareciรณ ante ella. La silueta de su propio cuerpo reverberaba sobre los reflejos azules y verdes del cielo y del jardรญn. Una nadadora, surcando las aguas del cristal. Y junto a ella, otra figura. Los hombros anchos. El cabello revuelto, como agitado por la brisa del mar. El registro fantasmal del amado. Roma es una ciudad triste en cuanto caen cuatro gotas, pero esta vez el genio de la lรกmpara maravillosa se habรญa dignado a aparecer. Elba apoyรณ las manos en la superficie escurridiza y se quedรณ asรญ, como un niรฑo que intuye que tal vez nunca llegue a alcanzar lo que tanto ansรญa, lo que siempre estรก al otro lado del cristal. ~

 

 

 

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(Madrid, 1961) es escritora y traductora. Ha publicado las novelas 'Leo en la cama' (Espasa, 1999), 'Los pozos de la nieve' (Acantilado, 2008) y 'Venรญan a buscarlo a รฉl' (Acantilado, 2010).


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