Balzac compartía con el pensamiento oriental la creencia en que la energía sexual y la creativa son una y la misma. Por lo tanto, si se emplea en prácticas eróticas, se gasta, y se pierde poder creador. “Ahí dejé dos novelas”, comentó el maestro después de una noche particularmente ardiente. Bien sabía el autor de la Comedia humana que no puede tenerse todo en esta vida, y menos al mismo tiempo. Balzac sentía marcada predilección erótica por las mujeres mayores que él. Por eso escribió “solo el último amor de una mujer puede satisfacer el primer amor de un hombre”. Frase autoritaria que no creo que suscriban muchos de los varones que ahora andan en los gozos y tribulaciones del primer amor. Para meditación de los aficionados al diván, recordaré que Balzac detestaba a su madre. Torres Bodet en su librito sobre el gran novelista se escandaliza con los duros dicterios que Balzac le dirige. “No se habla así de una madre”, sentencia Torres Bodet con humor involuntario.
Además de mayorcita, el corazón de Balzac pedía que la mujer fuera ligeramente bizca. Esta predilección no es tan singular y rara como podría pensarse. Descartes, entre otros, la compartía. En una carta de Cartesio a Chanut, para ser trasmitida a la reina Cristina, donde explica su principio de asociación (que dice que vinculamos dentro de nosotros hechos sin relación unos con otros), narra: “Yo quería a una muchacha de mi edad que era un poco bizca. La impresión que se hacía por la vista en mi cerebro cuando miraba sus ojos perdidos, se unía de tal manera a la que se hacía para suscitar en mí la pasión del amor, que mucho después, cuando veía algún bizco, me sentía más inclinado a querer a esas personas que otras, solo porque tenían ese defecto y yo no sabía que fuera por eso. Pero, desde que he reflexionado sobre el origen de mi asociación, ya no me conmueven.”
He aquí una página de estética erótica, disciplina poco cultivada que estudia las relaciones entre impulso erótico y apreciación estética. Ciertamente las relaciones existen, dado que nosotros hablamos en términos estéticos de los objetos de nuestros anhelos eróticos. De una mujer que nos atrae eróticamente decimos “es hermosísima”. Pero hay otros términos en los que el carácter peculiar y la ambigüedad de la zona donde nos movemos se aprecian con mayor claridad. Pondré un solo ejemplo: la expresión “está buenísima”.
Obsérvese de esta última que va, no con el verbo “ser”, sino con “estar”, lo que le da un tono frutal, pues se refiere a un estado, no a un modo de ser, como decimos de un mango (también palabra de erótica estética) que está maduro o en sazón, es decir, en oportunidad de ser comido. También decimos del mango que “está buenísimo”. Así pues, estamos ante un término estético que implica también oportunidad y hambre. Por eso, porque se señalan en ella el hambre y la oportunidad de saciarla, la expresión recoge no sé qué de urgencia, de “no la dejes pasar, hay que hacer algo ahora mismo”.
“Está buenísima” parece una expresión inventada por Schopenhauer, el más consistente y magistral expositor de la estética erótica. Para Schopenhauer habita dentro de nosotros una voluntad de la especie que nos hace actuar de esta u otra manera. Nosotros creemos que deseamos o actuamos libremente, pero no, la naturaleza nos usa como títeres o meros agentes de lo que ella necesita, es decir, reproducirse y durar sobre la tierra. Cada especie tiene esa urgencia primordial, desde el virus que se introduce en la célula para hacer réplicas de sí mismo hasta el hombre y la mujer que contraen matrimonio, todo lo vivo entona el mismo canto cuya letra es “permanecer, permanecer”.
Así, pues, la expresión “está buenísima” hace obvia referencia a los caracteres sexuales primarios y secundarios de la hembra singular y descaradamente a su volumen, se aprecia en quien la usa con fruición anticipatoria un total sometimiento a la ciega voluntad de la especie en particular y de la naturaleza en general. ¿Es ese hombre, como se ha pretendido, un esclavo que ha renunciado a sus facultades racionales? Schopenhauer diría que por más que se refine la actitud, por más refinada que pueda ser la selectividad sexual de una persona, por ejemplo, cierta predilección por las mujeres estrábicas, como vimos al principio, la esencia es la misma: cumplir la voluntad de la especie.
Quizá lo primero es el impulso erótico, y quizá la estética entera, incluidos Klee y Debussy, no son más que refinamientos de la original voluntad de permanecer. Ese misterioso, tal vez inexplicable, principio que expresó Spinoza diciendo “todas las cosas quieren permanecer en su ser”.
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.