Esto no es ficción sobre algunos creadores contemporáneos de países musulmanes

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Este texto comienza con el clásico por excelencia de la literatura de los países musulmanes, Las mil y una noches, donde Sherezade se casa con el brutal sultán Shahriar, que guarda un profundo rencor hacia las mujeres porque ha sido traicionado por una, para intentar ablandar su corazón: con las historias que le cuenta, quiere que deje de sacrificar mujeres.

Es un comienzo inevitable, porque en él se encuentra el asunto central de la creación contemporánea en esos mismos países: la violencia indiscriminada, injustificada y continua contra las mujeres.

A menudo se olvida que Defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas es la segunda parte del título del impresionante ensayo autobiográfico de Ayaan Hirsi Ali Yo acuso (Galaxia Gutenberg, 2006), donde explica contundentemente: “Un análisis riguroso del islam y la aproximación a todos los dogmas de esta fe, que mantiene a sus fieles prisioneros en un círculo de violencia y pobreza, regatea a los musulmanes la posibilidad de vivir en libertad individual y llegar a un orden moral en que mujeres y varones, heterosexuales y homosexuales convivan conforme a preceptos de igualdad.”

Ayaan Hirsi Ali (Somalia, 1969) propone algunas líneas programáticas por las que debería discurrir la ficción (en su sentido más amplio) de los creadores de países islámicos: “la cultura musulmana necesita libros, telenovelas, poesía y canciones que muestren qué ocurre en realidad y que sepan burlarse de los preceptos religiosos, como por ejemplo sucede en Costumbres y usos en el islam o Guía para la educación islámica. El libro Un atisbo del infierno, en el que se nos explica lo que nos aguarda en el más allá, podría ser una fantástica parodia adaptada al cine. Tan pronto como aparezca La vida de Brian con Mahoma en el papel principal, bajo la dirección de un Theo van Gogh árabe, habremos dado un gran paso adelante. ¿Y un Like a Prayer de una Madonna marroquí? ¿Sería factible en el mundo árabe un director de cine como David Potter, que hace una película en la que aparece la marca del lápiz labial de una mujer árabe en el cuello de un general iraquí? La burla es una necesidad amarga, pero debe darse. Quiero a Mahoma como un verdadero personaje, con sus nueve mujeres, en una película como Ben-Hur”.

Y. B. (Argelia, 1968) intenta en Alá Superstar (Anagrama, 2006) algo parecido a lo que propone Ayaan Hirsi Ali: el protagonista de la novela, Kamal, de origen argelino, vive en un barrio de la periferia de París, trabaja en un restaurante de comida rápida, está enamorado de una chica que no le hace ni puñetero caso, tiene amigos que se dedican a pequeños delitos, como la falsificación de tarjetas de crédito, y su sueño es convertirse en humorista, como Woody Allen, pero musulmán. No es tarea fácil. El acceso a los medios de comunicación de los musulmanes es bastante difícil. Así que tiene que empezar desde lo más bajo, desde un club en el que cualquiera puede presentar su número, hasta, por lo menos, que los abucheos del público lo saquen del escenario. A su actuación, no muy memorable, asiste Claude, un representante de artistas en horas bajas que ve las posibilidades en el mundo del show business de Kamal, quien acabará haciéndose un hueco y ganando a todas las audiencias, jugando al límite con los tabúes culturales y religiosos. A las autoridades islámicas, y entre ellas a su primer mentor religioso, sus bromas no les hacen ninguna gracia y le lanzan una fatwa, tan chunga como la que cuelga sobre Salman Rushdie…

Salman Rushdie sigue vivo, pero mataron al traductor al japonés de Los versos satánicos.

Ayaan Hirsi Ali sigue viva, pero mataron a Theo van Gogh, con quien había colaborado en la película Submission. El asesino de Theo van Gogh, Mohammed Bouyeri, clavó en su cuerpo una carta cuya destinataria era Ayaan Hirsi Ali. El mensaje de la carta era: tú serás la siguiente.

El filósofo Afshin Ellian (Irán, 1966) cree que la solución al problema musulmán es un Voltaire musulmán, un Nietzsche musulmán, individuos como “nosotros, los herejes: yo mismo, Salman Rushdie, Ayaan Hirsi Ali”.

Chahdortt Djavann (Irán, 1967) es otra “hereje”. En ¡Abajo el velo! (El Aleph Editores, 2004), sugiere  una propuesta interesante. Ya que a los hombres musulmanes les gusta tanto que las mujeres usen velo, “¡Imaginad a los hombres musulmanes cubiertos con un velo!” Y ataca contundentemente a los “intelectuales  llamados musulmanes”: “no les hemos visto indignarse contra los arrestos, la represión, los asesinatos, la  violencia, la droga, la pobreza, la miseria, la pedofilia y la ausencia de derechos de las mujeres y de los niños en los países musulmanes. […] La muerte por lapidación de las mujeres acusadas de adulterio ¿les ha arrancado acaso un grito de indignación? Parecen mucho más ocupados en defender las razones y las virtudes de la beatería que en denunciar la barbarie”.

Chahdortt Djavann vive en Francia, exiliada. Ayaan Hirsi Ali vive en Estados Unidos, exiliada. Afshin Ellian vive en Holanda, exiliado. Marjane Satrapi vive en Francia, exiliada.

Marjane Satrapi es la más influyente creadora proveniente de un país musulmán. Persépolis (Norma, 2002-2004), su cómic autobiográfico, convertido luego en una película de animación, ha sido un auténtico acontecimiento. Y una revelación del espanto. Nacida en Teherán en 1969, era una niña cuando se produjo la revolución en Irán, cuando cayó el sha, cuando llegó el ayatolá Jomeini desde París, cuando los integristas musulmanes tomaron el poder y cuando libraron una guerra terrible y larguísima contra Iraq, contra Sadam, que causó más de un millón de muertos. Persépolis relata esos tiempos convulsos, que ella vivió en primera fila, porque su familia estaba muy vinculada a la vida política de Irán, siempre desde la izquierda y siempre condenada a la prisión y al exilio.

Marjane Satrapi cuenta la transformación de Irán: el paso de una sociedad occidentalizada, bajo el sueño, más o menos pervertido, de Atatürk, a una sociedad fanatizada por el integrismo religioso. Y cuenta también su propia transformación: la de una niña que disfruta con Bruce Lee para después tener que llevar velo y golpearse el pecho mientras reza, en una escuela que está dejando de ser una escuela para convertirse en una jaula de adoctrinamiento religioso.

El clima de persecución hace que sus padres la envíen a estudiar a Austria, para que logre salvarse de la brutalidad y para que no sufra las consecuencias de la guerra con Iraq y las imposiciones del régimen integrista de Teherán.

Su condición de extrañeza ante su conversión en “extranjera”, las dificultades de adaptación a un medio a menudo hostil, las crisis emocionales por las diferencias de costumbres entre Irán y Europa, y la transformación intelectual y física dejarán en ella huellas profundas.

La parte final relata el difícil regreso de Marjane Satrapi a Irán y los excesos de la revolución islámica: excesos ridículos relacionados con la moral que acaban corrompiendo la vida de todo el mundo, que acaban haciendo olvidar cualquier atisbo de una sociedad libre. Abusos que suelen recaer sobre las mujeres: no se puede mirar a los ojos de un hombre, ni correr por la calle para que los hombres no se exciten con el movimiento del culo, ni llevar el pañuelo demasiado corto, ni pintar un cuerpo desnudo ¡ni siquiera en las clases de bellas artes!, ni bailar, ni dar la mano a un chico…La prohibición como forma de gobierno. La vida es una pesadilla, de la que solo se despierta saliendo del país.

Su madre le exige prometer, en una escena conmovedora, que no regresará jamás.

La que también se promete no volver nunca más a su país, tras haber sido violada y encerrada por loca, es Darina al-Joundi (Líbano, 1968) en El día que Nina Simone dejó de cantar (Alfaguara, 2010), un libro autobiográfico sobre una sociedad compleja y asfixiante: “Nací el día de mi salida.”

En Bordados (Norma, 2004), Marjane Satrapi asiste a las conversaciones de las mujeres de clase media en Irán, solo como testigo.

 
 

Muchos asuntos de los que hablan son terribles, como la casi obligación de las mujeres de “coserse” el virgo, ligada a la obsesión de los hombres musulmanes por la virginidad, alentada por un régimen que impone leyes deleznables…

 

Muchas de esas leyes deleznables aparecen retratadas y ridiculizadas en una estupenda película, Nadie sabe nada de gatos persas (Cameo Media, 2010), de Bahman Ghobadi (Irán, 1969), un documental con elementos de ficción sobre la escena pop de Teherán. La película muestra cómo el régimen islámico prohíbe y persigue todas las libertades y derechos individuales: reunirse, tocar música, comprar revistas extranjeras, viajar, ver películas, tener un perro, vestir como quieras, beber alcohol… Y me encantó que una película de ínfimo presupuesto hiciera tanto daño a un gobierno tan satisfecho.

Bahman Ghobadi vive exiliado, en Berlín. Hisham Matar vive exiliado, en Londres.

Recuerdo perfectamente las imágenes que vi en televisión sobre la “revolución cultural libia”, que imitaba patéticamente la de Mao: un grupo de exaltados, siguiendo órdenes de la singular revolución socialista musulmana de Gadafi, echaba “instrumentos musicales occidentales” a unas grandes hogueras. En Solo en el mundo (Salamandra, 2007), la primera novela de Hisham Matar (Libia, 1970), no arde el piano que aprende a tocar Solimán, el niño que protagoniza y narra la novela, pero sí arden los libros de poesía y de política de su padre, empeñado en defender la “democracia, ahora”.

Trípoli, finales de los años setenta, “época de sangre y lágrimas”. Apenas quedan rastros del breve pasado colonial: los italianos tratan de mimetizarse con el enrarecido aire local. La política represiva del gobierno libio se endurece: la policía secreta espía y acosa a los enemigos del régimen, los interrogatorios se emiten por televisión, las masas se enardecen insultando a los traidores que son juzgados en enormes pabellones deportivos, el nacionalismo y la islamización se imponen, el silencio social se extiende sobre quienes pueden resultar sospechosos… Y todos pueden, en cualquier momento, convertirse en sospechosos.

Solimán tiene nueve años y entiende con dificultad lo que sucede a su alrededor. No entiende la tragedia de su madre, condenada a casarse siendo una niña con un hombre al que no quiere, y que con dificultad acaba aceptando, y condenada a la exclusión por su afición a la literatura, a los cigarrillos y al alcohol y por su matrimonio con un traidor a la revolución. No entiende la batalla política de su padre, y no se resigna a la soledad a la que le condena en sus “viajes de negocios”. No entiende cómo se tiene que relacionar con sus amigos para no convertirse en un traidor.

El extrañamiento continuo de Solimán es lo que le da tanta intensidad a la novela. Un extrañamiento que sucede en una ciudad con muchas capas: el pasado romano, el Mediterráneo, la colonización y sus huellas occidentales, la cultura popular egipcia y también sus asesores burócratas de la revolución, Las mil y una noches (que para la madre de Solimán solo es la historia de “una cobarde que prefirió la esclavitud a la muerte”), la religión, el comercio… Solimán se mueve por todas esas capas, sabiendo que hay muchas cosas que no comprende pero queriendo comprenderlas todas. Para aprenderlas tendrá que subvertir las normas: convertirse en un niño exiliado, en un hombre exiliado.

También sobre la subversión habla Árabes danzantes (Tropismos, 2005), novela desoladora del palestino Sayed Kashua (Israel, 1975). El protagonista y narrador, palestino que vive en Jerusalén, con derechos limitados, quiere forjarse una identidad basada en la libertad personal, que le impedirá volver al islam, a su pueblo natal y a la vida con su familia, prisionera del pasado y de la utopía futura. El protagonista sabe, desde niño, que la guerra estallará: cava trincheras con sus hermanos, juega con ametralladoras de madera y de plástico y, cuando es aceptado en un colegio de élite israelí, su familia cree que va “a ser el primer árabe en fabricar una bomba atómica”. Pero esa guerra siempre en el horizonte hace que el narrador se aparte del que parece su destino inexorable, en el cual está implícita la emulación de su padre (comunista, preso por atentar contra una universidad israelí).

Sabe que no quiere ser ni soldado ni mártir ni, tal vez, árabe, pero le resulta muy difícil conseguirlo. Aunque su aspecto y su lengua son casi idénticas a las de los judíos, siempre hay algo que lo delata: una compañía, el acento… y, sobre todo, algo invisible, la vergüenza que le mina.

Ayaan Hirsi Ali hace un breve, pero relevante, comentario sobre los homosexuales en el mundo islámico, sometidos como las mujeres. Y, entre los escasísimos creadores homosexuales del mundo islámico, destaca Abdelá Taia (Marruecos, 1973). Me gusta el aire desaliñado de El ejército de salvación (Alberdania, 2007), una búsqueda amorosa e intelectual llena de fuerza y de sensualidad. Y me gusta más el arrabal pop que describe en Mi Marruecos (Cabaret Voltaire, 2009), retrato de infancia y relato de cómo se fue haciendo escritor. Me encantan las referencias a la cultura popular: Bruce Lee y Bollywood, la radio en español de Tánger, los viajes a la búsqueda en la basura de los americanos de una base cercana a su pueblo.

Me encanta cómo persigue a algunos escritores, sin tocarlos, en especial a Mohamed Chukri y a Paul Bowles, hasta que consigue, años más tarde y ya en Europa, tocar al que considera su maestro, Jean Starobinski, para hacerse con su baraka, su fortuna.

Y me conmueve la valentía de Abdelá Taia cuando declara:

Vengo de un mundo, el musulmán, donde el grupo y el control social son muy fuertes. La noción de individuo no existe y eso es lo que más me molesta. El problema de Marruecos es que no hay posibilidad de ser, ya desde que naces. Y lo peor es que tampoco existe un espacio donde poder ser. Esta intimidación ejercida sobre las personas hace que la gente tenga miedo, hasta el punto de que tu existencia pasa por lo que dice tu padre, tu madre, la vecina, el clérigo… Y, por tanto, no hay otra opción que traicionar este mundo hasta que lo abandonas y te vas al primero.

Y cuando dice: “Los fundamentalistas están obsesionados con la idea de pureza. Y, está claro, los homosexuales somos el símbolo exacto de la impureza.”

Abdelá Taia vive en el exilio, en París.

Antes de acabar, no quiero olvidarme de las mujeres vejadas que retrata dolorosamente Atiq Rahimi (Afganistán, 1962), y en especial a la protagonista de La piedra de lapaciencia (Siruela, 2010, 3a ed.): violada, humillada, invisible, y de la que todo el mundo ignora su existencia.

Mustapha Benfodil (Argelia, 1968) no vive en el exilio. Su instalación en la Bienal de Sharjah fue retirada por obscena y blasfema: unos maniquíes amputados, vestidos de futbolistas, entre unas paredes con textos que aludían a la historia de una mujer violada por grupos yihadistas que justificaban su brutalidad en supuestos preceptos coránicos.

Mustapha Benfodil declaró que “si esas frases se interpretan como un ataque contra el islam, permítanme decir que se hace en nombre de un dios machista, bárbaro y, en última instancia, el dios del GIA, una secta siniestra de gente que viola, maltrata y asesina a decenas de miles de personas en nombre de un paradigma revolucionario patológico”.

Y también declaró: “Sí, las palabras son alarmantes, porque la violación es siempre terrible, y por desgracia esto no es ficción.” ~

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(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.


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