Leo en el último número de The New York Times Book Review (diciembre 19) una reseña de Michael Kinsley al libro de George W. Bush, Decision Points (2010), que apareció hace poco y ocupa sitio preponderante entre los más vendidos de la temporada. Se trata de un libro de memorias sobre las decisiones que el Sr. Bush tomó durante sus presidencias y que, desde luego, yo ya he decidido no leer.
Pero me llamó la atención un comentario en esa reseña, que no esconde un desdén comprensible hacia Bush, y que inclusive se afana por no caer francamente en una sátira de ese hombre no excesivamente dotado de personalidad o de inteligencia. Resulta que durante una reunión del G-8, Jacques Chirac le dio unas palmaditas a Bush en el brazo mientras le decía: “Ay, George, eres TAN unilateral…” Esto, al parecer, le cayó muy gordo a Bush que, en lugar de interpretar la frase como un cumplido a “my cojones” (así, en castellano), la entendió como una descalificación.
Ahora, todo este prólogo se debe a mi interés por registrar que la palabra “cojones” ha hecho de esta manera su debut en las memorias de un presidente de los Estados Unidos, y quizás aun del mundo, como lo señala puntualmente el divertido Kinsley: “cojones es una palabra, quizás hasta un concepto, que significa, para decirlo crudamente… unilateral.”
Que Bush utilice la palabra “cojones” en sus memorias es, obviamente, indicativo del uso franco, abierto y multitudinario del “concepto” en la hodierna lengua inglesa, por lo menos la norteamericana. Hace unos meses, en agosto, la señora Sarah Palin –barbie bocona, bobalicona, buenona y fascistoide que liderea a la ultraderecha yanqui— usó también el concepto “cojones” para señalar que, a su parecer, ya no el concepto, sino aquello que nombra (es decir: los testículos), se encuentran tan ausentes de la anatomía del presidente Obama como presentes en la de la gobernadora de Arizona, Sra. Jan Brewer, cherife perita en corretear “ilegales”. (Puede verse el video aquí.)
No sé desde cuando “cojones” está en el diccionario de la lengua inglesa, pero está. El New Oxford American le anota como uso informal: “los testículos de un hombre” (sí, lo que no está lejos del famoso “pene masculino”), y como uso figurativo: “valentía, tripas” (sí, aunque estén un poco más al sur). El fonetismo que incluye ese diccionario (kaw-HAW-neys) es inútil: la mayoría de los gringos, en efecto, pronuncian “cojounis”, pero Sarah Palin prefiere “cajounes”. Claro que en ningún lado se anota su graciosa etimología: los cojones son los cogenitores…
En fin, que la elasticidad de la lengua inglesa, y su ostentosa disposición para agregar términos tan especializados a su uso cotidiano y a sus diccionarios, me parece a todas luces ejemplar. Denota que es una lengua segura de sí misma, que no anda defendiéndose de nadie ni se siente amenazada: una chica vivaracha que viaja y se deja contagiar por todo mundo.
“Que vengan todas las palabras perseguidas, hambreadas, de todos los idiomas y que encuentren hogar en el nuestro”, podría agregarse a la famosa oración que decora la estatua de la libertad en Nueva York. ¿No es formidable que esto suceda mientras nuestra propia lengua –tan limpiada, pulida y esplendente– está metida en mil embrollos, discutiendo la forma correcta de acentuar la palabra truhán?
(Publicado previamente en El Universal)